Capítulo 18
Una mañana soleada, Florence recibió una visita inesperada. Su madre, la duquesa de Lous, acompañada de sus hermanas, Veronique y Lilian, llegaron al palacio para saludarla y preguntarle cómo se encontraba después de la pérdida de Alphonse.
-Querida madre, es una sorpresa verte por aquí -dijo Florence con cortesía, aunque no pudo evitar cierta ironía en su tono. -No es común que vengas a visitarme, especialmente después de que enviudé.
La duquesa sonrió y respondió.
-Oh, querida, solo estoy cumpliendo con mi deber de madre. Sé lo difícil que debe ser para ti enfrentar esta situación. Además, como bien sabes, es importante que una mujer de tu posición no permanezca soltera por mucho tiempo.
Florence suspiró, consciente de que su madre vendría a hablar con ella sobre este tipo de asuntos, aunque muy en el fondo de su corazón, esperaba que aún actuará como una verdadera madre.
-Madre, agradezco tu preocupación, pero necesito tiempo para mí misma. No quiero apresurarme en una nueva relación, solo por convención social.
Su madre asintió con una mirada comprensiva, aunque no ocultó sus deseos de crear nuevos enlaces convenientes.
-Lo sé querida, pero el tiempo vuela, y no podemos dejar pasar las oportunidades. Tengo varios candidatos en mente, hombres adecuados para ti, que podrían hacerte feliz, como el duque de Oulef.
-No conozco ese nombre. -responde Florence.
-Por supuesto que no, es un duque extranjero. Se encuentra de visita diplomática en Hivernvent. Tu padre le ha comentado que has enviudado, y desea conocerte.
-¿Por qué a mí? Podrían presentarle a Veronique, ¿No se supone que está en búsqueda de pretendientes? -contesta molesta Florence.
Inmediatamente la joven que estaba sentada al lado de su madre le hace un gesto de rechazo y negaba con las manos.
-Veronique ya tiene otros pretendientes, además de que no fue del agrado del duque, ya que él busca una mujer, y no a una niña.
Florence lanza un suspiro y asiente con la cabeza.
-Por supuesto madre, estaré encantada de conocer al duque.
-Excelente. Esta noche tendremos una cena. Ven al palacio a eso de las ocho de la tarde. -dice la duquesa, completamente complacida.
-Ahí estaré. Estoy ansiosa por conocer al que puede ser mi nuevo esposo.
Mientras Florence caminaba por el pasillo para despedir a su madre y hermanas, Lilian tironea su vestido ligeramente, indicando que quería decirle algo en secreto. Florence se inclina hacia ella para escuchar con atención.
-Es un viejo horrendo. -susurra Lilian.
Florence no puede evitar contener una risa y le da un suave apretón en la mano a su hermana menor.
-Gracias por decírmelo.
Florence besa cariñosamente la frente de Lilian, justo cuando llegan al vestíbulo para despedirse de su madre y hermanas.
Desde la puerta del palacio, Florence llama a Pierriette, que estaba cerca del lugar.
-Diga, mi señora.
-Envíe con un mensajero, una carta al palacio Lous, disculpándome por no asistir a la cena. Envíelo a las nueve de la noche.
El ama de llaves realiza una inclinación de cabeza y se retira.
Florence no comprendía cómo era posible que la mujer que le dio a luz, tuviera ese nivel de descaro. Después de ser abandonada en los momentos más difíciles de su vida, su madre se presentaba sin remordimiento, creyéndose con la autoridad de exigirle algo, como si aún viviera bajo su techo.
Al día siguiente, como era de esperarse, Florence divisa a través de su ventana la llegada de un carruaje con un escudo familiar que reconoce de inmediato. Sus padres han llegado, seguramente, para pedir explicaciones. Con rapidez, sale de su habitación y se dirige hacia la puerta principal para recibirlos adecuadamente.
Los duques de Lous descienden del carruaje y suben por la escalinata, sus rostros reflejan claramente su malhumor. Florence ya anticipa lo que dirían, siendo una vez más la receptora de la descarga de sus frustraciones y decepciones, algo que ha experimentado tantas veces de parte de ellos.
-Buenos días, padres. Es sorprendente que me visiten en mi palacio, después de tanto tiempo. -Saluda de manera cordial.
-No te presentaste anoche. Nuestro invitado estaba decepcionado, así que hemos venido para llevarte a conocerlo. -dice el duque de Lous.
-¿Ahora? -pregunta Florence con una falsa sorpresa.
- Es prudente que vengas ahora, después de dejarnos plantados anoche. De esa manera, el duque de Oulef, no verá una ofensa en tu acción. -aseguraba su madre.
-Pero no puedo ir al palacio Lous. -responde Florence con un tono de voz irónico.
-¿Por qué no? -interroga de manera molesta su padre.
-Porque ustedes han dicho que desde el momento en que me casé, yo no tenía permitido regresar a ese palacio.
-No seas ridícula, esto es distinto. -interviene su madre.
-¿Por qué ahora es distinto? -cuestiona Florence.
-Porque querías regresar a nosotros como una divorciada.
Ante aquello, Florence endurece su mirada.
-Exacto. En ese momento, esperaba apoyo y contención por parte de ustedes. Tampoco vinieron a verme cuando estuve al borde de la muerte por la neumonía. Ahora, vienen a visitarme, cuando ya no los necesito, esperando que acepte un acuerdo matrimonial que solo les trae beneficios.
-¡Ingrata! Somos tus padres y debes obedecernos -contesta el duque de Lous.
-Ya no lo son. No soy una Lous, ahora soy la marquesa de Erauxer, y ustedes no tienen ninguna autoridad sobre mí.
Los duques se miran entre ellos asombrados, aumentando su rabia contra su hija. La duquesa de Lous responde molesta.
-Mala agradecida. Después de todo lo que hemos hecho por ti. Eres una desconsiderada, grosera, una mala hija...
Florence interrumpe.
-Así es, soy una mala hija, porque ustedes son unos malos padres. Ya no tengo nada más que hablar con ustedes. Buenos días, señores.
La marquesa les indica con un gesto de mano que se retiren.
-Nunca esperaba tal falta de respeto...
El duque de Lous había comenzado a darle un discurso sobre valores familiares, pero Florence no estaba dispuesta a volver a escucharlo, así que se gira e ingresa nuevamente en su palacio, cerrando la puerta tras de ella.
La marquesa camina hasta la sala del primer piso, aproximándose a la ventana para ver cómo sus padres se marchaban en su carruaje, sin dejar de sentir una profunda tristeza, pero a su vez, liberándose de la pesada carga que siempre ellos habían dejado sobre ella.
Durante la noche, Florence se mantenía sumergida en sus pensamientos, mirando el tablero de ajedrez, sin notar la mirada de su mayordomo que le observa preocupado.
-¿Le ocurre algo, mi señora? Ha estado muy callada esta noche.
Florence lanza un suspiro y mueve una pieza en el tablero.
-Hoy corte relaciones con mis padres.
-Lo lamento. -responde el mayordomo con pesar.
-No lo haga, no lamente esa situación. En realidad, era algo que debía de hacer hace tiempo.
-Pero ahora está triste.
-Solo algo pensativa, pero le aseguro que no les extrañaré. -Florence mira a su mayordomo. -Jamás le he preguntado, señor Arnaud, que es de su familia. Sé que los Erauxer fueron sus benefactores, sin embargo, nunca supe si se ha reencontrado con los suyos.
-No mi señora. Solo soy un abandonado.
-Realmente es una pena, y me siento avergonzada. Yo aquí, quejándome de mi familia, cuando usted ni siquiera tuvo una.
-No fue tan malo. El no tener una familia inspiró mi imaginación en creer que mis padres eran de la realeza de un país extranjero, o que eran seres místicos, todas esas tonterías que uno se inventa de niño -sonreía pensativo el mayordomo-. Supongo que pudo ser lo mejor que pudo haberme pasado, y ahora lo veo desde una mirada madura.
-Y ¿cuál es esa mirada?
-Que alguien superior escribe nuestros destinos, y todo ocurre por algo mejor. Si mi madre no me hubiera abandonado, no habría recibido la educación que ahora poseo, y no sería el mayordomo de un apellido tan distinguido como los Erauxer.
-Tiene razón, en muchas ocasiones nos lamentamos por los malos momentos, pero es necesario pasar por ellos para disfrutar de la felicidad.
El mayordomo realiza su jugada, y Florence meditaba en que no tenía nada porque quejarse, ya que ella, ya había sufrido, y ahora era una privilegiada.
Para la marquesa siempre era gratificante hablar con Arnaud, ya que a menudo tenía una palabra que calmaba la inquietud de su corazón y que le relajaba en sus pensamientos, esperando con ansias cada partida de ajedrez durante las noches para poder comentarle sus preocupaciones.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top