Capítulo 15

La mañana era fresca y serena cuando Florence, acompañada por su tía Justine, se dirigía hacia la imponente catedral principal de la ciudad. Había pasado un mes desde la muerte de Alphonse de Erauxer, y era el momento de ofrecer un arreglo floral en su memoria.

La viuda había decidido levantar el luto, pero, aun así, vestía de manera sobria con un traje oscuro y llevaba un velo negro que cubría su rostro, para ingresar al templo sagrado.

Los monjes, custodios de las catacumbas, recibieron el arreglo floral con gratitud y lo colocaron con cuidado cerca del altar.

Florence permaneció unos minutos en silencio, arrodillada en una de las bancas, mientras oraba por el alma de su difunto esposo y agradecía por las bendiciones recibidas. Después de unos minutos de profunda oración y reflexión, Florence se retiró con solemnidad de la catedral.

Al estar afuera, se apresuró a quitarse el velo negro que cubría su cabeza y rostro, buscando desesperadamente una bocanada de aire fresco. Odiaba aquel olor nauseabundo que impregnaba el interior de la catedral, una mezcla de incienso y vapores putrefactos de los cuerpos en descomposición que yacían en las catacumbas, y que se liberaba a través de miles de ductos de ventilación en el piso del templo.

-Es insoportable el hedor de este lugar -dice Florence, tratando de caminar a toda prisa para alejarse de la catedral, en compañía de tía Justine.

-Pero lo has hecho muy bien. Ya no deberías regresar en varios meses, pero debes de seguir enviando flores a la tumba de tu esposo -le recomendaba tía Justine.

Ambas decidieron dar un paseo por los jardines cercanos, donde el aroma de las flores y el canto de los pájaros le hacían olvidar aquella catedral sombría.

-Mi querida, te tengo un chisme que al menos logrará sacarte una sonrisa -comenta tía Justine, tomando asiento en una banca del parque público, bajo un árbol que comenzaba a dar sus primeras flores de ese año.

-¿Qué es? -pregunta la marquesa con intriga.

-La amante insolente de tu marido, la hija del barón Piron, fue enviada al convento de Euclapsia, luego de que varios nobles dijeran abiertamente que era una mujer sucia y libertina al ser la amante del marqués de Erauxer. Así que, sus padres la enviaron al convento, al arruinar su imagen pública.

-¡Vaya! Los que antes le sonreían y elogiaban, por creer que sería la nueva marquesa de Erauxer, ahora le dan la espalda. Esta sociedad tiene una doble moral de temer. -daba un suspiro Florence, mirando el parque pensativa.

-¿En qué piensas, mi niña? - pregunta tía Justine con voz maternal.

-Que el poder de la oración es fuerte. -Florence daba una pequeña sonrisa, mientras miraba sus manos que sostenían el velo negro -Deseé con fervor el poder ser libre, y suplique a Dios que haga justicia por mí, y ahora, todo se ha cumplido. Mi esposo falleció, su amante que me deseaba felicidad en un convento, ahora está ella en uno, y la criada grosera que creía tener más autoridad que yo en mi propio palacio, la he despedido, sin ni siquiera el beneficio de tener una carta de recomendación.

-Dios aboga por ti, ahora debes de reconstruir tu vida y ser feliz.

Tía Justine le daba unas palmaditas en la pierna a Florence, regalándole una sonrisa traviesa.

-Tu sonrisa es sospechosa. Dime lo que quieras decirme abiertamente. -insta Florence.

-Bueno, ahora que estás viuda, varios nobles están ansiosos por presentarte a sus hijos.

-Oh no. Nada de eso. No pasaría nuevamente por el tormento de un matrimonio. Además, todos saben que soy estéril y que no podría darles un heredero.

-A nadie le importa eso Florence, porque ahora eres la marquesa de Erauxer, una mujer rica y poderosa.

-Por eso también lo digo. Todos vendrán a mí por interés, no por amor. No necesito nada de eso en mi vida.

-Quizas, pero también encontrarás tu verdadero amor y disfrutarás de su compañía. -Justine toma la mano de su sobrina que se veía afligida. -No te niegues a conocer al hombre de tu vida, eres tan bonita y joven, tan solo tienes 24 años, y te faltan muchos otros para disfrutar.

Florence meditaba sobre lo que le decía tía Justine, pero ella aún no estaba lista para volver a creer en el amor, después de que Alphonse le engañara con su galantería y dulces palabras, haciéndola creer que él era el hombre de sus sueños.

Al regresar al palacio, Florence se detiene frente al gran espejo que se encuentra en el vestíbulo. Se observa detenidamente y reconoce su belleza. Su figura ha recuperado el esplendor después de superar la enfermedad, y su rostro vuelve a ser radiante. Sin embargo, a pesar de sentirse más atractiva que nunca, una sombra de tristeza ensombrece su ánimo.

El recuerdo de Alphonse todavía se aferra a cada rincón del palacio, recordándole los momentos de dolor y decepción que compartieron.

Decidida a liberarse de esa carga emocional, Florence llama al mayordomo, Arnaud, para darle una orden específica. Quiere deshacerse de todo lo que pertenecía a Alphonse en el palacio.

-Arnaud, necesito que saques todo lo que sea de Alphonse de esta casa -dice con determinación la marquesa.

-De inmediato, mi señora -El mayordomo asiente, comprendiendo la petición de la marquesa. Él también ha sentido el peso de la sombra de Alphonse en el palacio, y está dispuesto a ayudar.

Juntos, empiezan a recorrer cada habitación, buscando cada recuerdo que remita al marqués, siendo retirado por los sirvientes que les acompañaban en esta misión.

El dormitorio de Alphonse, era un lugar desconocido para Florence, ya que jamás había entrado en aquel sitio. Decidió que sería una habitación de huéspedes, así que ordena sacar todas las pertenencias de su antiguo ocupante.

-Señor Arnaud, estos son los trajes del marqués. Son de exquisita tela y excelente calidad, puede quedarse con las que sean de su gusto, el resto, repártalo con los demás sirvientes. -dice Florence al sacar del armario los atuendos de su esposo, depositándolos sobre la cama.

El mayordomo niega con la cabeza ante la oferta de su señora.

-Se lo agradezco, pero no puedo aceptarlos. -responde Arnaud.

-Sé que no van con su uniforme. Pero, para sus días libres, talvez ocupar las camisas, estoy segura de que son de su talla.

-Mi señora, no es eso. Simplemente no puedo usar lo que le perteneció a mi señor.

Florence mira al mayordomo que tenía unos ojos tristes, cayendo en cuenta nuevamente de que ella no pensaba en los sentimientos de su sirviente.

-Disculpe señor Arnaud. He sido muy desconsiderada nuevamente con usted.

-No, mi señora, discúlpeme a mí, por no aceptar lo que usted afectuosamente deseaba obsequiarme.

Florence daba una sonrisa apesadumbrada, mirando los trajes que estaban sobre la cama, regresando nuevamente hasta el armario para ver el resto que aún estaban colgados, observando con detenimiento, ya que muchos de sus trajes tenían los colores de sus vestidos, recordando cómo después de casados, era Alphonse, quien elegía los modelos y colores de todos sus atuendos.

-Señor Arnaud, le encargo la limpieza de esta habitación. En cuanto a los trajes, le dejo a usted la decisión de que hacer con ellos. -indica Florence.

-Yo no puedo aceptarlos, pero estoy seguro de que muchos sirvientes agradecerían quedarse con ellos.

-Me parece una excelente idea.

Diciendo lo último, Florence sale de la habitación, para buscar al ama de llaves, encontrándola en el despacho privado del marqués, indicando retirar los cuadros y algunos muebles del gusto del señor.

-Pierriette. Reúna a todas las sirvientas que trabajan dentro y fuera del palacio, y llévalas a dónde se encuentra el guardarropa del segundo nivel.

El ama de llaves inmediatamente busca a las mujeres que prestaban labores a los Erauxer, reuniéndose en el gran guardarropa de la marquesa, que era una habitación completa donde se encontraban todos los vestidos y accesorios que usaba Florence.

-Por favor, siéntanse libre de llevarse el atuendo que gusten. -responde sonriente Florence.

Las sirvientas miraban con incredulidad, ya que no sabían si el ofrecimiento era real.

-Mi señora, disculpe el atrevimiento, pero, ¿Por qué regalaría sus trajes? -pregunta Pierriette ante el silencio que se hizo en el ambiente.

-Deseo adquirir nuevos vestidos, que sean más acordes con mis gustos, ya que todos estos trajes me siguen recordando los momentos que he vivido con mi difunto esposo.

Las sirvientas seguían mirándose entre ellas, algunas con sospechas y otras ansiosas por ingresar, pero que no se atrevían a dar el primer paso.

-¡Vamos!, no sean tímidas. Necesito este guardarropas vacío para mis nuevos trajes. -Insistía Florence con una cálida sonrisa.

Poco a poco algunas comenzaron a avanzar al interior, con las mejillas sonrojadas y la mirada clavada en el suelo, hasta que una sirvienta joven que trabajaba en la lavandería, se abre paso entre todas y corre hasta llegar a los vestidos y sacar rápidamente un hermoso traje primaveral de color amarillo claro, con decorados y cintas rosas, mirando a la marquesa abrazando la tela.

-De verdad, señora, ¿Me lo puedo llevar? -dice la joven con los ojos brillosos.

-Absolutamente. Creo que se te verá muy bien, si lo combinas con estos zapatos.

La marquesa toma unos zapatos de color amarillo que hacían juego con el traje, viendo la mirada de asombro de la joven, dibujando una amplia sonrisa en su rostro.

Ante aquello, las mujeres que estaban en la entrada, se abalanzan sobre los vestidos, escuchándose risas y murmullos, incluso algunos gritos de emoción.

La alegría de esas mujeres hacía hinchar el corazón de Florence, y aún más, cuando regresaban a ella, tomando de sus manos para besarlas en señal de gratitud, escuchándoles decir: «Este vestido se lo llevaré a mi hija», «Deberé darle algunas puntadas para que me quede». Pero lo que más sorprende a Florence, es cuando algunas jóvenes se acercaban para decirle: «Ahora tengo un vestido digno para mi boda» «Yo también, mi familia estará tan feliz en no gastar en un atuendo».

-Esperen. ¿Cuándo se casarán? -pregunta Florence.

-A finales del verano, mi señora.

-Yo, a principios del otoño.

-Y yo, cuando me lo propongan -reía una joven bajita.

-Me gustaría ofrecer los salones del palacio, para que celebren sus bodas, así puedan traer nueva vida a este lugar -comenta Florence.

Las mujeres con ojos brillantes estaban más que sorprendidas.

-¿Eso es verdad, señora marquesa?

-Claro que sí. Me gustaría participar de una celebración con mis leales sirvientes, a cambio, yo costearé el banquete.

Nuevamente el ambiente se llenaba de alegría, y muchas mujeres ya planificaban como sería la gran fiesta que ofrecía la marquesa, agradeciendo constantemente a su señora, hasta que todas las mujeres se marcharon con sus nuevos vestidos y calzados, dejando el guardarropa vacío, pero con el corazón de Florence lleno de alegría.

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