Capítulo 13
Los días siguientes al funeral, Florence experimentaba una paz interior que no había sentido en mucho tiempo. Ya no debía dar explicaciones a nadie, ni preocuparse por los escándalos y humillaciones causadas por su esposo infiel.
Por primera vez en mucho tiempo, podía dormir tranquilamente, sin darse cuenta de lo exhausta que estaba debido al estrés acumulado. Prefería quedarse en cama, evitando usar el feo vestido negro que representaba el luto.
Florence se levantó aquella mañana, ya siendo el tercer día después del funeral, y llamó a su criada personal, apareciendo Jessica, con una mirada triste que reflejaba su sentir.
Para sorpresa de la marquesa, Jessica seguía trabajando en el palacio de Erauxer, a pesar de que Florence había creído que, por vergüenza, ella dejaría el lugar al no estar ya su benefactor.
Mientras Jessica peinaba a Florence en silencio, buscó entre el guardarropa el vestido negro que representaba el luto, preparándolo para ayudar a su señora a vestirlo, siguiendo la tradición. Sin embargo, Florence no tenía ánimos de seguir utilizando ese oscuro atuendo. Aunque la costumbre dictaba que el luto para una viuda podía durar al menos un mes, ella decidió que ya era suficiente.
-No quiero ese traje. Trae el vestido rosa perlado, el que tiene decoración con organza -ordenó Florence mientras se aplicaba un suave labial.
-Ese vestido no corresponde que sea usado. -responde Jessica, llevando el vestido negro hasta donde la marquesa.
-No creo que deba dar una indicación por segunda vez. Trae el vestido rosa. -dice Florence de manera desafiante.
-No. Este es el vestido que debe emplear, no hacerlo, sería una falta de respeto a la memoria de nuestro buen marqués -insiste Jessica con ojos llorosos, abriendo el vestido para que la viuda lo vista.
Florence se levanta de la silla del tocador, y camina hasta el armario, para buscar en él, el vestido que solicitaba, sorprendiendo a Jessica.
-¿Cómo se atreve a levantar el luto en tan solo tres días?. -increpa Jessica.
-No, ¿cómo se atreve usted a presentarse ante mí, si sabe que le detesto? -responde molesta Florence.
-Esto es una grave ofensa al señor marqués. Ni piense que puede hacer lo que quiera porque él ya no está. -Termina diciendo Jessica, antes de salir de la habitación.
Sin darle importancia, Florence viste su atuendo de colores que demostraban su estado de ánimo, alegrándose al salir y dirigirse hasta su salón personal para tomar su desayuno que ya estaba sobre la mesa, pero antes de que puede sentarse en la silla para probar los bocados que estaban servidos, aparece nuevamente Jessica en compañía del ama de llaves y el mayordomo.
-¡Vean! Se ha quitado el luto -reclama furiosa Jessica.
-Buenos días, Marquesa -saludan al unísono los leales sirvientes, inclinándose.
-Buenos días, Pierriette, señor Arnaud -responde Florence.
Jessica había dejado la compostura y continuaba reclamando.
-Es una falta de respeto que no vista el negro, y ni qué decir de su falta de emoción por la pérdida de su esposo, parece que incluso lo disfrutara.
-Guarde silencio. No le falte el respeto a la Marquesa -interviene de manera severa Pierriette.
-No te molestes con esta mujer, Pierriette, ya que está despedida y no se le pagará el salario por todas sus faltas. -responde con serenidad Florence.
-Usted no puede despedirme. Soy la nodriza del marqués. Lo que hace usted es una injusticia. -responde sorprendida Jessica.
Florence mira a la mujer regordeta con satisfacción.
-Si no le parece bien mi decisión, puede reclamarle a su señor en la tumba. Por lo que a mí respecta, retire su desagradable presencia de mi vista y de mi palacio. No quiero volver a verla jamás -dice Florence con un gran placer al poder echar a aquella mujer que le provocó tanto daño.
-No me iré, el señor Marqués me apreciaba, y es una falta de respeto a su memoria el que usted...
El mayordomo interrumpe con voz firme y una actitud molesta.
-Ya se le ha indicado que abandone el palacio. Está despedida, así que no tiene derecho para hablarle a nuestra señora.
-Pero, ¿cómo puede, señor Arnaud? -dice Jessica, con preocupación.
-Si no se retira inmediatamente, deberé solicitar a los guardias que la saquen del lugar -advierte severamente Arnaud.
-Le acompañaré hasta las habitaciones para que pueda retirar sus pertenencias, además de entregarle la carta de recomendación que ha servido a los Erauxer por tantos años. -dice Pierriette, para salir en compañía de Jessica.
-Nada de eso Pierriette, quiero que usted y el señor Arnaud se queden. Está mujer puede marcharse sola y sin ninguna carta de recomendación. Señora Jessica, ya conoce el camino. -dice con autoridad Florence.
Jessica derramaba lágrimas de rabia y frustración, girándose con indignación para salir de aquel salón. Se sentía impotente, la misma sensación que Florence había experimentado durante tanto tiempo, y ahora podía disfrutar al darle su merecido a aquella cruel sirvienta.
Con un suspiro, Florence toma asiento en la silla junto a la ventana, luego de que Jessica saliera.
-De una desagradable manera se han enterado de que he levantado mi luto. Díganme la verdad ¿Soy cruel por hacerlo? -pregunta Florence, que deseaba saber la opinión de sus más queridos sirvientes.
-No, mi señora -responde con sinceridad Pierriette.
-Debe hacer lo que le parezca más conveniente, y lo que sea su sentir. -dice Arnaud.
-Es por eso que he dejado el negro, ya que no puedo fingir tristeza, por alguien a quien no extraño.
-Entonces está bien su actuar. ¿Me necesita para alguna otra tarea, mi señora? -pregunta Arnaud con seriedad.
-No, señor Arnaud, es todo.
-Me retiro entonces, para continuar con mis deberes.
El mayordomo da una inclinación de cabeza, para salir por la puerta, con una actitud que demostraba incomodidad.
-Supongo que al señor Arnaud, en realidad no le parece bien que abandone el luto -dice Florence con una sonrisa triste al estar a solas con el ama de llaves.
-No se equivoque, mi señora. El señor Arnaud es sincero. Para él, la pérdida del marqués ha sido un golpe muy duro, ya que le quería y respetaba después de tantos años a su servicio -respondió Pierriette con honestidad.
-Es verdad, se me olvida la estrecha relación que él ha tenido con mi esposo. No he pensado en su pesar y quizás tampoco en el luto del resto del personal del palacio. Podría ser una ofensa para muchos si me ven con trajes más coloridos.
-Mi señora, si le soy honesta, nadie en este palacio le juzgaría si levanta el duelo. Todos sabemos la ingrata vida que tuvo a causa del señor marqués. -Pierriette le regaló una sonrisa cariñosa. -Muchos esperamos que, desde ahora, vuelva a sonreír, como lo hacía cuando recién había llegado a este palacio. Cuenta con el aprecio y las oraciones de todos nosotros, no dude de ello.
Florence sintió un alivio al escuchar a Pierriette, ya que la opinión de su tía Justine y la de sus sirvientes más queridos, eran las únicas que realmente le importaban en este mundo.
-Gracias, realmente lo aprecio -respondió Florence sinceramente.
***
Una semana después del fallecimiento de Alphonse de Erauxer, Florence se sentía cada día más empoderada en su nueva posición. Había aprendido rápidamente a manejar las finanzas del marquesado, lo cual resultó más sencillo de lo que imaginaba. El contador y los banqueros se encargaban principalmente de los aspectos logísticos, mientras que ella solo debía verificar que todo cuadre y tomar decisiones en cuanto a gastos, ahorros y pago de impuestos.
Sentada en su despacho, que antiguamente le perteneció al marqués, Florence hojeaba los informes financieros. Arnaud toca a la puerta e ingresa cuando es invitado a pasar.
-Mi señora, tiene visitas. El señor Alfred Viallant y su esposa, desean hablar con usted. -informa Arnaud, con su agradable sobriedad, que era tan característica de él.
-¿Viallant? ¿Se refiere al que ha asesinado a Alphonse? -pregunta Florence, sorprendida.
-Sí, mi señora.
-¿En dónde está?
-En el vestíbulo.
-Me pregunto ¿Por qué razón habrán venido? -dice Florence pensativa.
-Si lo desea, puedo informarles que no desea atender visitas.
-No. Hágalos pasar al salón de invitados, y que le sirvan algunos aperitivos. Yo bajaré en un momento.
El mayordomo da una inclinación de cabeza y se retira a cumplir con las órdenes de su señora.
Florence se mantenía intrigada ante la visita, preguntándose cuál sería el propósito de aquella reunión. Sin embargo, se mostraba confiada y con la mirada en alto mientras descendía las escaleras, luciendo un elegante vestido castaño de invierno, decorado con líneas rojas y blancas que adornaban su amplio faldón.
Al entrar en la sala, sus ojos se encontraron con los del alto señor Viallant, cuya mirada brillante y sonrisa encantadora la recibieron amablemente. A su lado, una mujer de cabello negro y apariencia agradable también le sonreía.
-Buenas tardes, señores Viallant. -saluda Florence.
-Estimada señora. -dice el señor Viallant acercándose en compañía de su esposa.
Florence estira ambas manos para saludarles, y el matrimonio Viallant las toma para besarlas en señal de gratitud. La marquesa ya comprendía con ese gesto que deseaban agradecerle por haber levantado los cargos en su contra.
Con cortesía, la marquesa les invita a tomar asiento para poder charlar más cómodamente. Los Viallant expresan su eterno agradecimiento por la bondad que Florence ha mostrado al proteger su nombre y reputación ante la sociedad, por lo cual, ellos y su familia estaban a su disposición a servirles en lo que necesitara.
-Debo comentar que nuestra hija, Marion, está pasando una temporada en casa de mi hermana, para que recapacite sobre sus acciones. Estamos muy apenados por su comportamiento. -dice la señora Viallant.
-No tiene por qué estarlo. Se han esforzado por cuidar de sus hijos, y estoy segura de que como padres, ustedes no son responsables por la acciones de ellos. -responde amablemente la marquesa.
La señora Viallant estaba admirada de aquella joven mujer que hablaba con una gratificante sabiduría, y que le traía calma a sus pensamientos.
-Señora, es usted una mujer de honor y de un corazón de magnífica belleza, sentimos que todo lo que podemos ofrecerle, sería poco por liberar a mi Alfred, ya que mi esposo le ha quitado al suyo.
-Solo he hecho lo que me ha parecido justo. -Florence mira al señor Viallant -Espero obre con bien, y que esto sea una enseñanza de autocontrol.
Alfred asentía con la cabeza y mira a su esposa antes de hablar.
-No deseamos retrasarla más en sus labores, pero antes de irnos, deseamos entregarles un presente, como muestra de nuestra gratitud.
-Acepto su gratitud, y recibiré gustosa lo que tengan en bien obsequiarme. -responde la marquesa, haciendo gala de sus buenos modales, ya que los obsequios, no debían rechazarse.
-Por favor, acompáñenos. Se encuentra afuera. -Invita sonriente la señora Viallant.
La marquesa y los invitados salen del salón, mientras el señor Viallant, le habla al caminar por el pasillo hasta el vestíbulo.
-Ya sabe que mis negocios se basan en el transporte dentro y fuera de Hivernvent, pero también comercializamos carruajes, desde pequeños de granja, hasta lujosos para la nobleza.
Mientras el señor Viallant caminaba, Florence lo seguía con curiosidad hasta la puerta principal del palacio, para mostrarle el obsequio que le habían traído.
Cuando abrió la puerta, los ojos de Florence se llenaron de asombro al ver el majestuoso carruaje frente a ella. Era amplio, lujoso y con exquisitas decoraciones en blanco y oro que le daban un aire elegante. Los cuatro corceles blancos que lo jalaban eran magníficos, dándole un toque de distinción que solo se asociaba a la realeza.
-¡Es simplemente deslumbrante! -exclamó Florence, sin poder contener su emoción.
-Estoy muy feliz de que sea de su agrado, ya que es tan poco en comparación a la libertad que me ha otorgado. -Sonríe Alfred.
-Mi señora, aparte de esto, queremos ofrecerle nuestros servicios, y nuestra devoción y la de mi familia -dice la señora Viallant. -Cuando nos necesite, siempre estaremos disponibles a su llamado.
-Gracias, aprecio su generosidad y sobre todo su amable amistad.
Los Viallant se marchan con una gran satisfacción de poder demostrar su aprecio a su benefactora. Para la marquesa, la visita de los Viallant era una señal de que, desde ahora en adelante, todo sería prosperidad. Estaba ansiosa por terminar con su luto y poder asistir nuevamente a eventos sociales, donde podría presumir de su nuevo carruaje a todas las damas de la nobleza.
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