Capítulo 10
Alphonse estaba sorprendido y asustado de la actitud de Florence, ya que era primera vez que la veía orgullosamente desafiante.
-¿Qué ha dicho? -pregunta molesto el marqués.
-Lo que ha escuchado. Yo jamás firmaré el divorcio, no le daré ese gusto.
-No le conviene que esto termine en juicios. Si no firma ahora, retiraré mi apoyo económico, te dejaré en la ruina, Florence.
-¿Para qué necesitaría ese dinero en el convento? Lo que me ofrezca es innecesario para mí, pero verle desesperado, esa sería mi mayor ganancia.
-No sea ridícula. No inicie una guerra que ya tiene pérdida. Puedo hacer de su vida un infierno.
-Ya la ha hecho, porque un infierno ha sido este matrimonio y tener que tratar con usted. Solo quiero que padezca un poco de este martirio por el que me ha hecho pasar.
A pesar de la negativa de Florence, Alphonse deseaba que está situación no siga escalando, así que evoca a los sentimientos de su esposa.
-Por el amor que nos tuvimos, se lo pido, firme y seamos un buen recuerdo en la vida del otro.
-¿Ahora me habla de amor? Esa palabra solo la saca cuando es de su conveniencia. -responde con burla Florence.
-Entonces, ¿Es su última palabra?
-Ya se lo dije, jamás lo firmaré.
-En ese caso, aténgase a las consecuencias. Desde ahora le consideraré mi enemiga, y haré todo lo posible para que venga de rodillas a suplicar por firmar el divorcio. -dice Alphonse amenazante, escupiendo saliva al hablar por el enfado.
-Haga lo que quiera. Dios me protege y realizará justicia por mí.
Alphonse recoge los papeles del divorcio y los acomoda, levantando la vista para ver a Florence con una mirada cargada de odio, siendo está su forma de despedirse antes de salir.
Esa tarde, Alphonse da una orden al mayordomo: se le prohíbe a Florence recibir alimentos, únicamente se le permitirá beber agua. Además, se le impide salir del palacio y se le retiran todos sus privilegios. El marqués estaba decidido a presionarla para que firme los papeles del divorcio, a costa de privarla de sus comodidades. Su esperanza es que, bajo estas condiciones, Florence ceda y acceda a sus demandas en cuestión de días.
Sin embargo, los sirvientes leales a la marquesa no pueden permitir esta injusticia. Monique, con valentía, lleva una bandeja con la cena de esa noche a la habitación de Florence, mientras Pierriette distrae a Jessica, la sirvienta encargada de vigilar que se cumplan las órdenes del marqués.
Monique había aconsejado a Florence que, al terminar de cenar, dejara la bandeja en la ventana para que ellos la retiraran y no dejaran rastros. La marquesa siguió el consejo, agradecida por la generosidad y la precaución de quienes la cuidaban. Deseaba poder devolverles el favor en algún momento, pero por ahora, solo le quedaba rezar para que todo saliera bien y pedirle a Dios que pronto llegara el fin de su sufrimiento.
Como si fuera una respuesta divina a sus plegarias, esa misma noche, en plena madrugada, Pierriette entró a la habitación de Florence vestida con su bata de dormir. La sirvienta la despertó con sumo cuidado, ya que un asunto urgente la obligaba a irrumpir en la habitación de su señora.
-Mi señora, despierte por favor -dice Pierriette con voz suave, tocando de su hombro.
Florence abre los ojos incómoda por la luz de la vela que llevaba el ama de llaves y que deja sobre el velador.
-Pierriette ¿Qué pasa? -pregunta la marquesa levantando la cabeza y frotando sus ojos.
-Ha llegado la policía. Están en el vestíbulo junto al señor Arnaud. Parece ser algo relacionado con el marqués, pero no nos han dado más información. Deben notificarlo directamente a su familiar más cercano. - respondió Pierriette con una expresión de preocupación en su rostro.
Súbitamente, Florence salió de la cama y tomó el vestido que había usado ese día, colocándoselo rápidamente. Amarró su cabello con una cinta, dejando que sus suaves ondas rubias cayeran a un costado de su hombro.
A toda prisa, Florence corrió por el pasillo hasta llegar al vestíbulo, donde encontró a dos policías cubiertos con gruesas capas, en compañía de Arnaud, acercándose al mayordomo y los oficiales.
-Ella es la marquesa de Erauxer, esposa de Alphonse de Erauxer. -informa el mayordomo a los policías.
-Saludos, señora. -dice uno de los hombres que da un paso adelante, quitándose el sombrero.
-Buenas noches, caballeros, ¿en qué puedo ayudarlos?
-Señora, es de nuestra labor informar que, esta noche, aproximadamente a la una de la madrugada, su esposo, Alphonse de Erauxer, ha sido asesinado.
La noticia deja petrificados a Florence y a sus sirvientes, Pierriette y Arnaud.
-¿Qué? ¿Cómo? -pregunta Florence al salir de su aturdimiento.
-No puedo dar mayor información. Mi superior hablará con usted para darle los detalles. Por ahora, solicito que nos acompañe, ya que necesitamos que identifique al cadáver y puedan llevárselo.
-Sí, iré con ustedes -responde Florence de manera confundida, ya que no comprendía muy bien lo que estaba ocurriendo, como si lo vivido fuera onírico.
Florence solicitó al mayordomo que la acompañara y, a Pierriette, le pidió que estuviera atenta a las noticias, preparando a todos los sirvientes para cualquier eventualidad, en caso de que el marqués realmente hubiera fallecido.
Mientras la marquesa viajaba en el carruaje junto a Arnaud, sintiendo el traqueteo de los cascos de los caballos, el sonido de las ruedas al pasar por los caminos empedrados y el frío del invierno que casi le arrebata la vida, Florence se sumergió en sus pensamientos. Si su esposo realmente había dejado de existir, también se desvanecerían todos sus problemas. La idea de que esto significaba su ansiada libertad, provocó una leve sonrisa que se dibujó en sus labios.
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