Capítulo 4
23 de julio
6:30 am
Torremolinos. Málaga, España.
Las estrellas comienzan a desvanecerse en la gama de colores naranjas y rosados del cielo matutino. El sol se asoma tímidamente por detrás de las montañas dando pinceladas de luz a los techos de las casas, pero apenas y logra filtrarse por las persianas cerradas del cuarto de Thomas Rossi.
Un pie sobresale por el remolino de sábanas blancas qué, entre sueños, se sienten cómo nubes suaves. Pero la tormenta no tarda en caer. Una muy ruidosa con un pitido agudo seguido de una voz qué cuenta las noticias más recientes. El despertador insiste hasta que al chico no le queda de otra qué abrir pesadamente los ojos.
La puerta se abre bruscamente y una voz pronuncia "Buenos días, Thomas", mientras las persianas suben con un ruido constante qué resuena en los oídos. La enorme pared de vidrio deja al descubierto un verde y frondoso jardín. Todos en la casa Rossi, sean de la familia o no, saben de las ligeras dificultades de Thomas para saltar fuera de la cama por las mañanas; así que una de las tareas importantes de los empleados es encargarse de que el menor de la familia no se olvide de sus responsabilidades por dormir un par de horas más.
Thomas sabe que a menos que el hombre quisiera perder su empleo, no saldría de la habitación hasta que saliera de entre las sábanas, así que no le queda de otra. Se toma su tiempo para sentarse en la cama y restregárselos los ojos con el dorso de la mano, y regresar el "buenos días" pronunciando cada palabra con lentitud para hacerlo desesperar. Finalmente, de un exagerado salto se dirige al baño.
Aunque a Thomas le guste fastidiar al personal, sabe que no es conveniente hacer esperar a su padre. A toda prisa toma su uniforme y corre a lavarse la cara y los dientes. Pero su carrera al comedor es inútil; su padre ya se ha ido.
Rossi se alivia de haberse librado de un silencioso y aburrido desayuno. Así que solo toma una manzana y una caja de jugo, sin detenerse a despedirse de su madre.
Sabe que ella probablemente esté arreglando cosas de la oficina y empacando para su viaje.
Los viajes de Sofia no suelen ser un suceso extraño. Pero este es especial y nada grato para él. Definitivamente no tiene ánimos para discutir una vez más.
Toma su bicicleta de la entrada y comienza a pedalear cuesta abajo. Dibuja el camino de bajada con sus ruedas, tranquilamente aspirando el olor salado del océano. El aire húmedo casi puede hacerle sentir el relajante oleaje golpeando su piel.
La tranquilidad se acaba cuando se adentra en las calles de Torremolinos, tan llenas de vida como siempre le han gustado. Su mano dibuja líneas en el aire mientras saluda a bastantes personas; amigos suyos, empleados de sus padres o personas amables con las que habla de vez en cuando, cuando vaga por ahí como excusa para no volver pronto a casa.
Al llegar a la escuela, deja su bicicleta y entra despreocupado al edificio de dos pisos. Cuando llega al salón, arroja sus audífonos dentro de su mochila y esta la deja en el suelo. De inmediato, su grupo de amigos se hace de las sillas alrededor. El grupo prácticamente llena cada rincón del salón con sus risas, cuando otro de sus compañeros con torpeza, tropieza con la mochila de Thomas.
Lastimosamente la atención tiene que ir a sus libros de texto de inmediato. Por supuesto, los maestros de hoy en día no cuentan con la astucia de los audífonos tan pequeños, con los que solo debes voltear al frente y evitar mover la cabeza al ritmo de la canción para no desentonar con las lecciones de ciencias.
Al cabo de varias horas, la campana les saca un suspiro de alivio a todos en la clase. Thomas es el primero en salir corriendo, con sus amigos detrás. La pequeña cafetería ya está bastante ocupada, pero eso se arregla con un rápido "piedra, papel o tijeras", y el desafortunado perdedor tiene que ir a comprar por los demás. ¿Pero qué tan pesados pueden ser algunos paquetes de papas y botellas de refrescos?
No hace falta mencionar que su mesa es la más ruidosa.
Pero gracias a todos lo dioses, las clases terminan en un parpadeo.
Para Thomas sería más fácil mantener sus calificaciones si las clases hablaran sobre temas de su interés. ¿Para qué demonios necesita saber cómo evolucionaron las especies del planeta? De todas maneras, terminará dirigiendo el viejo hotel de su padre algún día, y todo eso se perderá dentro de su mente.
Pero algo seguro es que sacaría diez si sus clases fueran sobre hacer videos estúpidos de sus amigos o contando su aburrida vida. Lamentablemente en su escuela, eso es solo un pequeño taller para los de último grado y realmente no es muy útil para conseguir un trabajo de verdad.
Las manos de Thomas son bastante firmes para sostener la cámara, y las caras de sus amigos llenan toda la pantalla mientras hacen muecas ridículas y sonidos extraños. A causa de la distracción, uno de ellos termina tropezando y cayendo encima de los demás, creando una reacción en cadena.
- ¡Lo he grabado todo, gilipollas!
Por supuesto, no dejarán que se salga con la suya, y todos los adolescentes bastante molestos comienzan a perseguir a Thomas.
Sin darse cuenta, llegan hasta la playa donde la lucha por la cámara continua. Al final, Thomas gana la custodia del aparato y todos se quejan de la arena que se ha filtrado por todos lados. Aprovechando esto como una excusa todos se quitan las playeras y se lanzan al mar. Incluso la única chica del grupo no duda en abalanzarse sobre uno de ellos, provocando que el agua se les meta hasta en los oídos.
Todo son risas y burlas, hasta que recuerdan que no tienen una muda de ropa.
- Una carrera hasta la parada del bus
- El que pierde paga la pizza la próxima vez.
- No es justo, Thomas tiene su bicicleta.
- El mundo no es justo.
- Ya verás que tan injusto es. – y de repente Thomas tiene a todos sus amigos corriendo a su lado y empujándolo para hacerlo caer, cosa que terminan logrando, haciendo que el chico caiga encima de todos.
- ¡Están locos si quieren subirse así! Consíganse un Uber, pero a este autobús no sube ninguno de ustedes.
Es la agresiva respuesta del chofer cuando, todos empapados y llenos de arena intentan subir. Las puertas se cierran de inmediato y los chicos ni tienen tiempo de reclamar, lo único que logran es darle un par de puñetazos al transporte y un par de groserías para el hombre.
No les queda de otra que caminar a casa.
Al final, solo quedan Thomas y uno de sus amigos, a quien acompaña a casa, solo para gastar el mayor tiempo posible antes de tener que regresar. Al estar en la puerta de su casa, el hermano mayor de éste sale a recibirlos. Antes de que Thomas se vaya, el mayor no pierde oportunidad para hablar con Thomas.
- Hey, ¿cómo está el hijo de mami?
- Mejor que el gilipollas desempleado que tengo enfrente.
- No se te pasa una, ¿eh? ¿Quién te lo dijo?
- Tu hermano es más que un bocazas.
- ¡Los he escuchado! – Thomas piensa que ese chico también tiene el oído más agudo que conoce.
- Ese chaval tiene la cabeza metida en todos lados, menos en los estudios.
- Solo sigue el ejemplo de su hermano.
- ¡Oye! No insultes a tu cliente estrella. ¿Qué tienes hoy?
Rossi se quita la mochila de la espalda y saca de uno de los bolsillos una caja de cigarrillos. Cigarrillos bastante caros, tomados de la oficina de su padre. El mayor toma la caja y le entrega algunos billetes como pago.
- Menuda mierda que traes.
- Pero aún así la coges.
El camino de vuelta se hace eterno. Cansado, empapado y con un millar de pensamientos en su cabeza, había sido un buen día, como casi todos, salvo los últimos, que se habían pasado entre gritos, peleas y preguntas muy difíciles. Preguntas que se atornillaban en su cabeza y le causaban dolor. Había intentado hacer lo posible por ignorarlas, de todas maneras, la única persona que le daría respuestas, ya se había marchado. Thomas notaba la punta de una aguja hundida en resentimiento picándole en el corazón.
¿Qué tenía que hacer ahora que sus respuestas habían tomado un vuelo a Canadá y lo habían dejado solo?
Thomas sabía que los adultos tomaban decisiones difíciles. También entendía que las madres son fuertes y tienen que ver por el bien de sus hijos. Pero él, por más que lo intentaba, no lograba entender las decisiones que habían tomado los adultos de su casa; como que su madre tenía una segunda familia, incluyendo otro hijo y que no se lo dijera, y lo otro: ¿Por qué su madre se había ido por él?
¿Qué lo hacía diferente del otro?
¿Era más rico?
¿Más guapo?
¿Más educado?
¿Por qué?
¿Por qué lo eligió a él?
Thomas nunca iba a entender las decisiones de su madre, ni las de antes, ni las de ahora.
Se suponía que las personas mayores tienen su vida controlada y en orden. ¿Entonces por qué parecía que su madre se derrumbaba a cada paso que daba?
Se supone que los adultos son maduros y centrados y estables.
¿Entonces por qué sus padres peleaban más y más cada día?
Se supone que las familias se quieren y se cuidan el uno al otro.
¿Entonces por qué se sentía como el único realmente viviendo en su casa?
¿Por qué su padre elegía siempre horas extra a una cena con ellos?
¿Por qué su madre parecía ser dueña de todas partes menos de su propia casa?
Todos los demás ahí parecían fantasmas. Pieles pálidas, ojos negros, miradas caídas. Y temía que pronto él también se convirtiera en uno.
[...]
A la tarde de día siguiente, al bajar por algo dulce para entretenerse mientras estudia, tiene que detener sus pasos de golpe. La presencia de su padre a esa hora en la casa es algo demasiado extraño.
- ¿Papá? ¿No deberías estar en el hotel? Como siempre.
- Mis actividades no son de tu incumbencia Thomas.
La respuesta de su padre no logra cambiar el semblante neutral de Thomas, pero logra que baje la cabeza.
- Thomas, espero que hayas hecho todas tus tareas, porque vendrás conmigo. Tengo una reunión con personas muy importantes y quiero que estés conmigo.
- ¿Yo? ¿Para qué me quieres ahí?
- ¿Qué? ¿No me has entendido? Quizá no hable lo suficientemente alto. Te quiero listo en diez minutos.
Se da la vuelta y luego detiene sus pasos, para hablar de nuevo:
- Espero grandes cosas de ti Thomas, no me decepciones.
Su salida es tan apresurada que no logra escuchar la voz susurrante:
- No creo que pueda hacerlo más.
Thomas no duda en sentarse en el asiento de enfrente del auto, más que nada para mantenerse apartado de su padre el mayor tiempo posible. Por supuesto la plática es nula, pues en general, su padre tiene aterrorizados a todos sus empleados con su imponente semblante y ceño fruncido.
Incluso las calles parecen más tranquilas e indiferentes en este momento.
El auto estaciona justo a las puertas del edificio. Alessandro baja de inmediato, pero Thomas se toma su tiempo como siempre. Se pone frente a la fachada del edificio para admirarla. Pararse ahí sentirse como algo diminuto enfrente de ese enorme pedazo de concreto y aún así saber que lo que sea que pase con él depende totalmente de las personas. Eso le hace recordar que no importa que tan grande y fuerte seas, a veces puedes estar a merced de cosas pequeñas e insignificantes.
Las personas pasan al lado de su padre y le dirigen saludos cordiales e inclinaciones de cabeza, tal cuál si fuera una especie de monarca; y el los regresa lo más seriamente posible.
La sala de reuniones aún se encuentra vacía, Alessandro suele llegar antes a todo lo que hace, así estudia mejor el terreno y se prepara para cualquier cosa, o así lo siente Thomas. Como si fuera un soldado sobrevolando el territorio donde está a punto de librarse una batalla, aunque solo sea conseguir los mejores tratos y precios.
En poco tiempo la sala está repleta de hombres con camisas elegantes y sacos negros que a Thom lo hacen sentir que está en un funeral; los temas de la reunión no pueden ser más aburridos y de total desinterés para él, pero cada dos por tres su padre voltea hacia la esquina donde el adolescente se ha sentado para asegurarse de que escucha, y Thomas le dirige un pulgar arriba y una de sus sonrisas irónicas de "es la mejor cosa en la que pude haber un martes en la tarde". Por supuesto, segundos después vuelve a una mueca de aburrimiento.
Para el final de todo, Thomas agradece enormemente a quién sea que lo hay ayudado a mantener los ojos abiertos durante esas terribles horas de negociación, y aún peor con las voces tan monótonas e igual de aburridas que él.
Todo el mundo se levanta de las sillas con un chirrido y sale de la sala. Lamentablemente Rossi no tiene tanta suerte, y después de eso le sigue otro rato de interrogatorios por parte de su padre para ver qué tanto puso atención, y por fin Thomas puede salir corriendo por la puerta hacia el auto que lo espera, y tener esa esperada charla con el chofer, mientras vuelve a casa. Tomar la cena en la cocina mientras ríe con la cocinera y habla de novelas con la ama de llaves, y escapar del mismo empleado de la mañana que lo obliga todas las noches a tomar una ducha, lavar su cara y dientes e ir a dormir temprano.
Sin embargo, los sueños de Thomas no son nada placenteros, y sus pensamientos no lo dejan en paz por la mañana. Solo puede pensar en aquella vida oculta de su propia madre, si después de esto podrá seguir siendo su familia, si algún día volverá a ser la misma y si algún día su mente le dará tregua al resentimiento y podrá perdonarla.
Otra cosa que no lo deja tranquilo para variar, son las palabras que su padre le dirigió en la mañana.
Thom tomaba su desayuno cuando su padre decidió darle los buenos días, a su manera. Bajaba las escaleras a prisa, pero como siempre, su cara era impasible. Se sentó a la cabeza de la mesa, y dos sitios a su izquierda Thomas hacía bastante ruido con la leche de su cereal.
- Thomas, ¿cómo te ha ido en la escuela?
- ¿Qué? – se detuvo de golpe – Ah, sí, bien.
- ¿Y tus calificaciones?
- Van excelente – un ligero aire irónico se sintió en sus palabras.
- Bien, espero que sigan así, tu éxito en la vida depende de ello. No quiero un hijo fracasado.
- No, padre.
- Y espero que estés consciente de lo que un fracaso supone para una persona. Soledad, miseria, tristeza, todo lo malo que te imagines. Tu desgracia sería la mía hijo, así que trabajo duro todos los días por tu éxito en el futuro. Espero que en el futuro me lo retribuyas.
- Sí, padre.
- Bien. Suerte en la escuela.
El ambiente se había enfriado de golpe y Thom ya no tenía ni pizca de ganas de estar ahí, así que levantó su mochila del suelo y salió tan rápido como pudo.
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