Capítulo 3

Fueron dos años completos de extrañar momentos y llorarles a personas que estaban a kilómetros de ella y que probablemente ya no la necesitaban, todo por sus estúpidas decisiones. Pero cuando contactó a Jacob una vez más, con una propuesta pensada por y para su hijo, se dio cuenta que una vez más estaba tomando decisiones por otras personas sin darles la oportunidad de hablar primero. Así que esta vez, procuró escuchar primero y hablar después. Hablaron por alrededor de una hora, aunque la cantidad de silencios incómodos fue mayor que las palabras intercambiadas. Sabía que se estaba arriesgando a un discurso lleno de improperios al proponerle su idea, pero sabía que para aquel hombre de dulce mirada que había tenido que ocultarse tras un muro de piedra después de lo que ella le había hecho, ahora más que nunca, nada era más importante que su hijo.

Y como predijo, hablar con él de eso no fue fácil, llegó a escuchar a través de la bocina del teléfono como el hombre reprimía un par de insultos y hacia un esfuerzo por no ponerse a berrear en medio de la noche para no despertar al único vínculo que ahora compartían.

Y después de bastantes argumentos a favor y en contra, la idea parecía cobrar cada vez más sentido. Finalmente, su ex esposo terminó rindiéndose, conocía muy bien el poder persuasivo de aquella mujer de negocios con la que había pasado más de quince años de su vida, y sabía que no iba a cambiar de idea. Al contrario, era él el que comenzaba a considerar las ventajas y desventajas.

Aunque, al contrario de lo que Sophia esperaba, fueron varios días de platicas, alguna que otra discusión que no podían controlar, pero finalmente, ahí estaba, con su maleta en mano parada en el umbral de lo que antes solía llamar hogar, viendo al que por mucho había llamado su hijo, y que después de dos años, casi podía decir que veía a un extraño, pero a ella no le importaba el tiempo ni la distancia porque después de todo, volvía a tenerlo frente a ella.

El tiempo parece petrificado, y la mujer comienza a desesperarse de su falta de reacción así que decide dar el primer paso y avanzar al interior, pero no pasa nada cuando el rechazo del pelinegro se hace evidente. Su rostro se contrae y en un segundo ya atraviesa la sala a toda velocidad para dirigirse a su habitación. Ninguno de sus padres hace nada para detenerlo, sabían que esa era una de las posibles reacciones que ya habían previsto, así que, en un acuerdo silencioso, Jacob es el que camina escaleras arriba.

Ya en el segundo piso, se encuentra con el segundo obstáculo de la noche; una puerta cerrada. El cansado hombre toca suavemente la madera blanca con los nudillos y al no escuchar ninguna respuesta, decide hablar desde afuera.

- Daniel. Necesitamos hablar.

- No tengo nada que hablar con ustedes.

- Daniel, sé que tienes mucho que recriminarle, pero ahora te pido que lo dejes de lado y me escuches a mí. – al no escuchar un no por respuesta, decide continuar -. Hijo, lo que te dije hace rato no era mentira, sabes que ante todo siempre buscaré lo mejor para ti. Déjame demostrártelo. Por favor, abre la puerta. Daniel.

Jacob espera un par de segundos, y cuando cree que no obtendrá otra respuesta, se escucha un ligero click. Lleva su mano a la manija y comprueba que la puerta está abierta, así que avanza con cautela. Al abrirla, se encuentra con una habitación a oscuras, pero la luz del pasillo es suficiente para distinguir el cuerpo de Daniel sobre la cama y dándole la espalda. Decide no perturbar la paz del lugar más de lo que ya lo ha hecho y deja la luz apagada, se sienta sobre la cama y se queda un segundo pensando en cómo debería explicarle la situación, pero nada viene a su cabeza, así que decide tranquilizar al chico primero.

- Oye, en la mañana entré al garaje para buscar unas herramientas, ¿y sabes qué? Encontré la rueda de tu patineta. ¿Recuerdas que llevabas mucho tiempo buscándola y al final dejaste de practicar porque creías que sin tu rueda de la suerte no podrías lograrlo? Pues estabas mal, hijo. Puedes lograr lo que sea sin necesidad de un objeto de la suerte, jamás dudes de eso. De todas maneras, la encontré debajo de la vieja mesa de madera. Y digamos que estaba tan distraído que terminé recolocándola en tu vieja patineta. Casi que la pongo en el suelo y salgo a dar una vuelta por el vecindario, con una de tus gorras de colección, que también guardaste ahí pero que no usas.

<< A veces creemos saber lo que queremos, pero terminamos haciendo cosas totalmente diferentes. Abandonamos lo sueños, permitimos llenarnos de esos absurdos problemas de adultos, nos volvemos grises y comenzamos a ver la vida sin sus colores. No dejes que eso te pase Daniel.

El silencio se extiende por la habitación, e incluso por la casa entera, hasta Masie parece comprender la seriedad del momento pues se mantiene en la puerta sentada sobre sus patas traseras y simplemente observando.

- Ella nos abandonó, y ahora tú vas a abandonarme a mí – las palabras del pelinegro salen cargadas de desesperanza.

- ¿Abandonarte? ¿Pero qué dices, hijo? No se me pasaría por la mente ni un segundo el hacer eso.

- ¿Entonces por qué ella está aquí? Lleva dos años sin venir ni una sola vez – el chico se incorpora en su cama y sus palabras se vuelven agresivas -, ni un mensaje, una llamada, una tarjeta por navidad, ¿y quieres que la acepte de regreso así nada más?

- Claro que no. Te lo dije ayer, esta historia ya no es más sobre tu madre, ni mía, es sobre ti. Las decisiones que tomes a partir de ahora serán tanto para tu bien como serán tú responsabilidad. Aún así, yo solo estoy aquí para ver por tu bienestar.

Pero sus palabras no terminan de convencer a Daniel. Su respiración comenzaba a agitarse, y sus ojos lo miran con algo de rencor por abrirle de nuevo las puertas a la mujer que los traicionó.

Y justo ahora, Daniel sentía que la traición venia de su padre. Apenas hace un día había sentido que se reconectaba con él, que de nuevo podían formar un equipo, que podían salir de esa ellos dos solos, que no necesitaban a nadie más, que él extendería la mano a su padre cada vez que lo necesitara como el siempre lo había hecho.

Pero cuando parecía que el sol salía en aquel frío lugar, una nueva ventisca llegaba a cubrirlo todo con su espesura. Parecía que alguien por ahí quería decirle que la cosa apenas y comenzaba, que no había llegado ni a la mitad del camino, pero él empezaba a quedarse sin fuerzas. Había estado luchando un buen tiempo. Un momento el hombre se acercó a darle esperanzas y de repente se las arrebataba de nuevo.

- Daniel, sólo escúchala una vez, es lo último que te pido. No te lo pediría si supiera que no vale la pena y que solo va a lastimarte. Una última, hijo.

Ambos se quedan viendo, buscando en el otro lo que necesitan, duda o aprobación, alguna señal que les diga que la vida reside en ellos y que su batalla por la superación sigue en pie, pero eso no pasa. Daniel no sabe si ha sido poco o mucho el tiempo que se ven, pero no va a moverse hasta haber cavado lo suficiente en sus ojos y descubrir si lo que dice es verdad. Sabe que al menos uno de sus progenitores nunca le ha mentido, pero la confianza en cualquiera se vio reducida hace tiempo. Por diferentes motivos, pero lo está.

Abajo, Sophia espera impaciente, el temor porque el viaje haya sido en vano se siente hasta en los dedos de las manos, tanto así que se las lleva a la boca en un intento de comerse su propio miedo y así acabar con él, pero sabe que eso no la hará estar menos tranquila. Sus tacones resuenan en el piso, y el sonido único de su respiración y sus movimientos desesperados la están volviendo loca. Hace unos momentos escucho una voz agitada venir del segundo piso y, a menos que Daniel le haya enseñado a Masie vocabulario, no duda que la cosa se ha puesto difícil.

Su tortura finalmente termina cuando las sombras comienzan a bajar por las escaleras. La primera en llegar es la pequeña coquer spaniel quién, como diciéndole que la ha extrañado - y quizá es la única -, se sube al sillón en busca de recordad aquel par de manos que muchas veces le dieron mimos en el pasado. Sophia anhela aquella inocencia con la que la mascota la observa, ignorando fervientemente sus errores, simplemente disfrutando de las caricias y las palabras dulces de su antigua dueña.

Una vez que los ruidos se han trasladado al primer piso, sabe que llegó la hora de enfrentarse a algo que nunca pensó, el rechazo y el odio de su propio hijo. Daniel se acerca, aunque no demasiado, a donde está Sophia, quién se pone de pie de inmediato, sin embargo, su esposo le pide con amabilidad que se siente de nuevo. Así lo hace, e incluso Jacob se acomoda en el sillón individual, mira a Daniel de reojo y adivina que el chico no planea sentarse ni ser nada amable con su madre, por lo que decide comenzar a hablar.

- Bien, comencemos.

- Claro, acabemos de una vez – el desdén en sus palabras y su mirada acusadora cala con fuerza en cada parte de Sophia, pero ella no hace nada para evitar que aquel fuego la queme, pues sabe que se lo merece.

- Sí. Bien, escucha Dani...

- Daniel – ambos adultos se quedan mudos y no saben si retar a su hijo y pedirle por más respeto o dejarlo pasar. Sophia no se siente con el poder de hacer algo así, así que decide continuar.

- Daniel, pues, he estado hablando con tu padre y ambos tenemos la idea de que, pues, deberías acompañarme a España. No es algo permanente, será solo por estas vacaciones, luego tú puedes decidir si quieres volver con tu padre o quizá quedarte allá.

- Como si eso fuera a pasar.

- Daniel – los ojos de Jacob le advierten a su hijo que está acercándose a un límite que no debería cruzar, así que el chico se queda callado.

Jacob hace una señal para indicarle que puede continuar.

- Creo que deberías pensarlo bien. Puede ser bueno para ti. Un nuevo lugar, nuevos amigos y...

Daniel mantiene su mirada en el suelo todo el tiempo, más el silencio prolongado de Sophia llama su atención. Levanta su cabeza y descubre que se ha quedado callada, quieta, como si el tiempo se hubiera detenido en ella. Luego abre la boca un par de veces, pero de esta no sale ningún sonido.

- ¿Qué?

- No es fácil de decir.

- ¡Ay, por favor! ¿Qué podría ser peor que lo que...? – pero se detiene cuando vuelve a sentir las advertencias de su padre.

- Bien, tienes razón. Así que solo te diré. Daniel – toma aire intentando ser disimulada -, tienes un medio hermano.

Y una vez más, el tiempo se detiene, pero ahora para Daniel. Su corazón deja de latir, siente un gran peso cayendo sobre sí. A partir de ese momento no puede escuchar nada más que las palabras de su madre repitiéndose en su cabeza hasta el cansancio. Sus piernas quieren sacarlo corriendo de ahí, sus manos quieres jalar su cabello y pellizcarse para despertar de aquella pesadilla y su cabeza lucha por convencerse de que lo que escuchó es solo otra de las mentiras de su madre, pero simplemente se encuentra paralizado.

- Daniel – Sophia le ruega en voz baja, pero no recibe reacción.

- Hijo – su padre también lo intenta, y parece lograr algo, pero no es lo que espera, puesto que Daniel simplemente se da vuelta y en cuanto ve una oportunidad, la toma y sale corriendo del lugar, con los gritos de sus padres detrás de él.

[...]

Temprano por la mañana es cuando el café Tim Hortons recibe más clientes, adolescentes, universitarios en vela, trabajadores preparándose para su día con una bebida caliente y un pastelillo; y por supuesto, dos amigos buscando escapar de su realidad, comiendo donas mientras uno de ellos intenta ahogarse en su vaso.

- Si sigues viendo al café de esa manera, creeré que quieres algo más que su amistad.

Los comentarios sarcásticos de Noah mientras mantiene la cara indiferente de siempre suelen hacer reír a Daniel. Pero después de la noche que tuvo, durmiendo en el viejo sofá de su amigo - aunque no podría llamarse dormir a solo mirar el techo por horas hasta desmayarse -, torturándose con sus pensamientos mientras por dentro se arrepiente mucho de haber huido de esa manera, solo le dan ganas de aventarle el vaso en la cara. Y parece que su mirada ojerosa es suficiente para hacerle saber sus intenciones.

El chico mayor solo le dirige una sonrisa socarrona y vuelve a lo suyo. Sin más que comentar Daniel también lo hace, aunque en realidad prefiere simplemente no pensar, así que mejor se dedica a mirar hacia el frente.

Al lado del Tim Hortons se encuentra un callejón vacío, sucio y maloliente, tan oscuro que nadie es tan valiente para ir a meterse ahí, así que los dueños del café, para que el callejón no le diera una mala vibra al local, contrataron a un chico de la zona para pintar las paredes del horrible espacio. Y como ya imaginarás, el chico contratado es ni más ni menos que Noah Benzal, el mejor amigo de Daniel. Noah era al menos tres años mayor que Daniel, y por lo general, solía ser el menor el que hablaba – hasta por los codos –. Pero ese día, después de que su amigo prácticamente allanara su casa y le pidiera un espacio donde dormir, desde ese momento sabía que algo no iba bien – claro, aparte de todo lo demás -; y ahora estaba todavía más preocupado, pues llevaba tanto tiempo callado, que algunas veces llegó a pensar que el chico se había quedado dormido en plena calle.

El pelinegro llevaba ya un tiempo observando el avance que Noah había hecho ese mismo día.

Había decidido no ir a clases por si a sus padres se les ocurría buscarlo ahí, de todas maneras, anoche le había mandado un mensaje diciéndoles con quien estaba y que no se preocuparan por él.

- Así que – comenzó de nuevo Noah -, un medio hermano.

- Sip – Daniel se seguía sintiendo distante.

- Wow.

- Exacto.

- ¿Y qué vas a hacer?

- Pues si lo supiera no habría salido corriendo de mi casa.

Noah se levantó, tomo su cubrebocas de tela, se acercó al mural y continuó con su trabajo.

- Sí, pero ya lo has pensado ¿no?

- Oh sí, eso me gustaría. Pero te tengo noticias, solo dormí dos horas, tengo dos vasos de cafeína, casi tres en el cuerpo, mis piernas me duelen de correr de mi casa a la tuya, y mi cerebro está frito, así que no, no tengo nada. Nada de nada. Si tú tienes algo, agradecería mucho que me lo dijeras justo ahora – la respiración de Daniel se vuelve errática y las últimas palabras salen entrecortadas. Esto llama la atención de Noah, que deja a un lado todo lo que hace y vuelve a sentarse al lado de su amigo, quien ha escondido la cara entre sus piernas.

A decir verdad, lo de Noah nunca ha sido consolar gente, Daniel lo sabe muy bien, así que se limita a poner la mano en su espalda y dar palmadas.

- Eres un amigo de mierda.

- Este tipo de situaciones nadie las espera, y nadie sabe cómo manejarlas así que te daré un consejo, y gratis, como alguien externo a la situación; lo estás pensando demasiado, y hacer eso no te ayudará a resolverlo.

- Entonces solo me lanzo a ello ¿y ya? – su amigo niega con la cabeza -. Demonios ¿desde cuando mi vida es una serie de drama?

- No puedes hacerlo solo, tienes que escuchar a las personas a tu alrededor, cada uno puede darte un punto de vista diferente. Y no te cierres a cualquier posibilidad.

El pelinegro se queda quieto, intentando procesar y guardar las palabras de su amigo.

Al final, Daniel decide que él tiene razón, es una situación bastante complicada para resolverla solo, pero tampoco puede simplemente esperar a que se resuelva, o peor aún, no puede simplemente lanzar una moneda al aire y que sea lo que los dioses quieran. Así que parece que todo llega a una conclusión: tiene que volver y hablar con Sophia. Con su madre.

[...]

Y así lo hace. Daniel vuelve su casa por la tarde. Sus padres ya lo esperan con comida en la mesa. Algo se remueve dentro de él cuando ve los ojos de su madre brillando con intensidad mientras de inmediato le ofrece un lugar en la mesa, pero se niega a creer que aún le tiene algo de cariño después de lo que les ha hecho, pero aun así, hace caso de los consejos de su amigo y acepta sentarse a comer mientras su progenitora le cuenta todo lo que puede hacer y aprender en su estadía en España. Al terminar y disponerse a regresar a su cuarto, su padre le susurra una última cosa; debía considerar lo que era mejor para él y no para ellos.

Y después de pensar un poco el asunto, decide hacerle caso.

Daniel solía – y aun ahora - ser un chico hiperactivo, enérgico y sobre todo impulsivo. Su cuarto está lleno de figuras de colección, comics, juegos de mesa, su garaje, como su padre había descrito, se encuentra lleno de actividades que nunca terminó, otras colecciones que al final le habían aburrido, deportes a los que después les perdió el interés. Solía ver a los adolescentes del vecindario haciendo alguna actividad, y Daniel ya quería imitarlos, nunca se detenía a pensar si lo hacia porque realmente quería hacerlo o solo por lograr encajar en algún lugar, y al final siempre lo dejaba todo. Aun así, su padre nunca le ha negado nada, al contrario, era él el que lo llevaba al parque todos los días. Y ahí, Daniel decide creerle a su padre una vez más, porque después de todo, es él el que siempre ha creído en su hijo. Con quien aún tiene dudas es con su madre, pero después de pensarlo muy bien, decide que lo hará, no para tenerla contenta a ella, sino porque es verdad que en sus manos tenía una gran oportunidad.

Después de tomar su decisión, Daniel se apresura a hacer todo lo que tiene pendiente, entregar sus tareas, aplicar sus exámenes, despedirse de la clase, hacer medio drama a mitad de los pasillos con los únicos amigos que había conservado del colegio, llorar falsamente mientras aprieta a Noah con todas sus fuerzas y le repite gracias una y otra vez, terminando con un amigo fastidiado y echándolo prácticamente a patadas de su casa. Y, por último, pero no menos importante, su padre.

Por supuesto, aun siente algo de rencor hacia aquel hombre por haberlo dejado ir, pero tampoco puede echarle toda la culpa.

Es una despedida emotiva como incómoda, y aún a veces duda si mejor debería quedarse y hacerle compañía, pero de todas maneras piensa que, aunque se quedara en Canadá, igual se habría ido de casa, pues en sus planes siempre ha estado ir a la universidad, y si antes de eso, puede sacarle algo de provecho a este viaje" es-hora-de-conocer-a-la-otra-familia", pues lo hará.

Cuando menos se da cuanta, ya se encuentra en la fila para abordar al lado de su madre.

- ¿Cómo está tu español?

Daniel solo atina a encogerse de hombros.

Ciertamente su madre sabe varios idiomas para poder desempeñar mejor su trabajo, tanto como un hobbie personal, y por supuesto, se había empeñado a que su hijo también aprendiera, y por un tiempo eso fue una de sus tantas actividades, solo que esta vez había logrado terminarla.

Más o menos.

Antes de encontrarse con aquellos oscuros años, y ya habiendo conocido a Noah, al pelinegro le encantaba fastidiarla con las frases en español – o más bien groserías – que su amigo le enseñaba.

Ya que su familia por parte de su padre eran todos mexicanos, Daniel había logrado persuadir a Noah, y hubo un tiempo en que Sophia escuchaba por toda la casa frases como "No mames", "Güey", "¿Qué pedo?", al punto que la hacían enloquecer. Eran buenos tiempos para Daniel.

Lamentablemente ahora no tenía ni las personas de confianza y mucho menos las ganas de hacerlo. Así que deja el tema de lado y simplemente se dedica a esperar.

Esperan alrededor de media hora más en lo que abordan y todo está listo para despegar.

Entonces a Daniel se le viene el peso de su decisión encima. La incertidumbre lo hace sentirse aplastado sobre su asiento y sus manos viajan de un lugar a otro, sin saber donde quedarse, hasta que finalmente están en su boca. El pelinegro sabe que no había marcha atrás. Esta vez – que no era la primera y probablemente tampoco la última – ignoraría los consejos de su amigo y su padre, se haría de oídos sordos y simplemente se dejaría llevar. 

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