Tarde
Ismael y Gladys se encontraron en la esquina del cine universitario, en ese pequeño bar que para sentarse ofrecía unos pequeños sillones desgastados de color negro y mesas redondas de madera donde descansaban los menus. Pocas personas transitaban ya por las calles que se habian visto últimamente acosadas por palabras como "confinamiento", "virus", "enfermedad" y "muerte".
Él la estuvo esperando unos minutos, no muy seguro de si vendría y llegando a pensar incluso que lo más probable era que lo hubieran dejado plantado.
Se conocieron por una de esas aplicaciones para citas y las esperanzas que el hombre abrigaba sobre la utilidad de ese tipo de encuentros eran muy pocas. En momentos como aquel se preguntaba incluso por qué habria usado esas tonterias y a punto estaba de jurarse desinstalarla al llegar a su casa.
Cuando ya sus pies repiqueteaban contra una baldosa y se terminaba su segundo cigarro de la tarde observó el color rojizo de un sombrero colocado con elegancia y recordó que ella le había dicho "Iré de rojo".
—Ismael —dijo ella a lo que él respondió con su nombre.
—Gladys —. Y una carcajada siguió a la frase que sin duda a los dos les resultaba demasiado típica incluso aunque el método por el que se hubieran conocido les pareciera novedoso por demás.
La mujer se quitó su sombrero y entre risas siguieron intercambiando algunas otras palabras mientras tomaban asiento en el bar casi vacío.
Los dos sintieron que no era un mal comienzo.
Para Gladys aquel hombre más alto que ella parecía ser bastante prolijo y comedido al hablar, además de interesante y francamente atractivo, mientras que a ojos de él, ella lucía sensual de una forma que le costaba disimular, y en cuanto jugueteaba con su sombrero rojo entre las manos él no podía evitar preguntarse cómo se vería vistiendo una pequeña lenceria roja y nada más.
La charla se desarrolló naturalmente. Algunos pocos muchachos y chicas se arrimaron al bar y ocuparon las mesas redondas bien distanciadas las unas de las otras.
En un punto determinado ambos se sintieron, y sobretodo se vieron, de forma paradójica. Eran jóvenes pero viejos. Ninguno pasaba de los cuarenta y aunque con torpeza se las habian arreglado para usar esas aplicaciones de citas online, estuvieron de acuerdo apenas salió el comentario de que aquel no era su ambiente en lo más mínimo.
En un secreto compartido no tuvieron miedo en reconocer que les producía cierta vergüenza el haber asistido al lugar por que habian pautado una cita por las redes.
—No era así en mi época —comentó Gladys. Ahí estaba la frase de la noche, pensó al decirlo. Ahora va a pensar que sos una vieja y se acaba todo.
—¿Te das cuenta? Hablamos de nuestras épocas como si esta no lo fuera. Estamos entregados —replicó él animado por la interesante conversación. —Pero en lugar de pensar eso, mejor pensar, ¿por qué no podemos pasar un buen momento? ¿Es que acaso solo puede disfrutar uno siendo, o mejor dicho, sintiéndose joven? —Y la pregunta quedó flotando en una charla que se volvía carcajadas y en la que no cabían prácticamente los silencios.
De vez en cuando alguna mirada recibieron de parte de los otros comensales y esto sólo aumentó su emoción. Seguían hablando de lo extraño que era ese mundo en que no dudaban estar. Era una charla donde estaba el presente, y donde estaba el pasado.
Vestían a la moda pero sin irse al extremo más ridículo, es decir moderno, de la misma.
Ella de cabellos alisados reposando sobre su hombro desnudo con aquel vestido violáceo que parecía brillar a cada paso. Él sencillo con su camisa y un par de jeans sueltos acompañado, eso sí, de su mejor par de zapatos.
—Cuando era más joven no me preocupaba por la ropa que iba a usar. Ahora me miro varias veces al espejo antes de salir —confesó ella con cierto rubor en las mejillas.
Él pensó una respuesta. Se le ocurrieron reflexiones y otras tantas formas de abordar aquella cuestión
—Estas preciosa —dijo simplemente sin quitarle los ojos de encima.
Gladys sonrió.
¿Cuánto tiempo hacia que habian abandonado el gran deporte de la seducción y el mundo de las sábanas mojadas? Poco a poco ambos lo olvidaron. ¿Y no estaban ahora metidos de lleno?
Ella cruzaba las piernas enseñando un muslo firme, de piel blanca casi pálida, él la seguía con los ojos y se relamía. Sonreían ambos, se miraban con intensidad creciente. Sin pensarlo ya se deseaban, sin desearlo ya se imaginaban un buen desenlace para la noche.
A su alrededor la gente se movía como si supieran dónde estaban y dónde querían estar.
"Como si no les importara" pensó él.
"Los jóvenes" imaginó ella suspirando.
Estaban en esa encrucijada en la que no podían verse como parte de la misma tribu, como camaradas en el mismo grupo. Eran algo distinto, eran dos que se habian encontrado reconociendo en ese instante su soledad. No se engañaban en tal punto. Lo que sus búsquedas de un otro en las redes significaba, lo que las citas y encuentros fallidos pasados implicaba, era miedo a la soledad. Y no había mayor indicio de volverse viejo que aquel, el abuelo de todos los miedos.
Ismael se lo comentó al ocurrírsele la idea.
Que la forma en que la gente siente los miedos cambia con la edad y así como existen miedos de niños los hay también de adultos y de mayores aún.
—He visto a muchas personas asustadas en la iglesia —comentó Gladys para quien la opinión sobre el tema religioso era importante. Decisiva incluso, pues hasta entonces él hombre lo venía haciendo bien.
—Supongo que cada uno asiste por motivos personales. Algunos lo harán por tradición. Para otros será un desahogo, en busca de paz irán otros. Y sí, deben estar lo que se apoyan en figuras religiosas por miedo a un mundo que no entienden. Lo sé bien por que tambien yo tengo miedo, aunque todavía no me entrego a dios —contestó Ismael cerrando con una sonrisa, acercándose la copa de vino a los labios.
Gladys lo miró a los ojos un tanto achinados. Sonrió por su parte. La respuesta era particular, como aquel hombre, y tenía ese misterio, un algo que le pedía más.
Terminada la cena tuvieron que decidir otro rumbo y si es que irían juntos por ese nuevo camino.
Ismael había tomado su decisión en el momento de ver a su invitada radiante con el vestido que enseñaba en toda su gloria unas caderas anchas bien formadas, unas nalgas firmes y pechos turgentes con un pequeño lunar sobre la piel visible que le daba un toque bastante atractivo. A lo largo de toda la cita solo se había convencido a sí mismo de las ganas que tenía de hacerle el amor a esa mujer ardiente.
Por su parte ella estaba indecisa. No es que él no fuera atractivo, de hecho sus cejas y sus manos eran preciosas, además de la voz gruesa que usaba al hablar y sin duda le tenía suspirando por dentro pero, era la primera cita y pensaba en que no sería lo más adecuado irse a la cama de forma tan sencilla.
Finalmente se lo dijo, obedeciendo a una voz en su cabeza que le hacía confiar en aquel hombre ya no desconocido.
—Quiero acostarme contigo pero no se si sea lo mejor. No quisiera que pensaras mal de mi —fue la manera en que logro expresarlo, recibiendo silencio al principio. Luego una sonrisa de su parte y finalmente una respuesta.
—Qué te parece si cogemos y después nos arrepentimos —dijo Ismael, y no era una pregunta.
Fueron a un motel sin preguntarse por qué no a sus casas. A pesar de la tarde fría afuera, ellos sentían un calor en su cuerpo, en lo más interno, que era propio de la ardiente juventud.
Mejor dicho, una forma distinta de ese calor. Más controlado, casi enfocado, mientras entraban en la habitacion intercambiando caricias y besos, abrazados y sintiendo el fuego de sus cuerpos.
Él le tocó los hombros con dedos que buscaban dejar caer ese vestido y pudo sentir la piel de Gladys erizada. Sus pezones marcados a través de la fina tela fueron una invitación, y así los recibió entre el índice y el pulgar. Su caricia cubrió ambos pechos mientras le recorría el cuello en besos suaves, no feroces ni alocados, sino simplemente el producto de las ganas desatadas. Ya no importaba la charla de momentos antes, ni los momentos antes, ahora solo importaba el presente de sus cuerpos rozándose al compás de gemidos que iban en aumento como la excitación que sentían.
Ambos querían que pasara lo que estaba sucediendo y con esa certeza llegó algo que estaba más allá de las palabras. El deseo. El amor. El placer. Una emoción inexplicable a la que dieron forma a través de una rápida desnudez sin preocuparse por el lugar donde caía la ropa.
Gladys empujó a Ismael sobre la cama y por unos segundos contempló su erección, la firmeza de una verga gruesa que se le antojó mientras al mismo tiempo comprobaba que el hombre recorria su propia desnudez con una mirada cargada de lascivia y ganas.
Ella se mojó de solo sentir el invisible rozar de esos ojos sobre su estómago, sus muslos firmes y finalmente la frondosa espesura de su vagina.
Cosquillas recorrían su espalda cuando se dejó caer sobre él. Comenzó a besarle el pecho, los hombros, y con una mano masturbó a Ismael mientras éste, gimiendo, le sujetaba las nalgas con fuerza y las abría para pasarle una mano entre ellas y seguir en recorrido descendente hasta su sexo ardiente. El toque le produjo escalofríos y aumentó la fuerza con que sostenía el miembro erecto del hombre entre sus manos.
Ismael siguió por la cintura de Gladys, acariciando su espalda a la par que se dejaba llevar por las emociones del momento.
Así la tenía entre los brazos cuando le dio la vuelta y pudo enterrar su rostro entre los pechos que Gladys no se molestaba en ocultar. Lamió y besó los pezones teniendo especial atención en que la punta de su lengua recorriera la aureola de aquellos pezones firmes y su boca entera se ocupara de querer besar los pechos enteros.
Gladys recibió el gesto con sonoros gemidos dejándose llevar, pero su amante no continuó mucho más allá pues él supo que el placer no estaría allí, al menos no ahora.
Sin perder más tiempo le sostuvo los muslos para abrir sus piernas y tras solo una mirada, se dejó perder en el interior de su húmeda vagina.
No fue gentil, ya no.
La suavidad con que en algún momento pensó en penetrarla había desaparecido suplantada por la urgencia de un placer que no soportaría retrasos.
Ella lanzó un gemido al aire viciado de aquel cuarto de amor. No esperaba eso, pero la sorpresa fue grata cuando él comenzó con rápidas y fuertes embestidas penetrándola como pocas veces en su vida lo habian hecho.
Su verga la recorría en un movimiento fuerte llenándola de extasis, haciendo que girara la cabeza hacia atrás mientras él le dejaba chupones en el cuello, mientras sus cinturas eran una sola y el placer aumentaba cada vez que la sentía a punto de salir y antes de que pudiera pensar en nada más él volvia a meterla con la misma firmeza desparramando puro placer desde su vientre hasta sus muslos, su espalda, sus pechos y todo el cuerpo.
El colchón siguió con su acompasado ritmo el vaivén de esos cuerpos gimiendo de placer. Ella arañó su espalda y él no detuvo sus embestidas. Penetró con más fuerza pero concentrándose en el movimiento. Cintura y pelvis, su miembro causando espasmos con cada nuevo embiste. Un mutuo gemido que se hizo coro hasta que ninguno supo bien de quién era esa voz que parecía flotar al unísono fusionada en una melodía que erizaba las pieles y los excitaba aún más.
Mientras más se humedecía Gladys con mayor hincapié Ismale se la cogia.
El primer orgasmo no se hizo esperar. Fue explosivo, repentino y se extendió por el cuerpo de ambos en un gemido ahogado mientras se abrazaban sintiendo pecho contra pecho, respiración jadeante contra piel ardiendo. Un temblor en lo más profundo de Gladys que acarició la verga de Ismael mientras todavía estallaba en una potente descarga de puro éxtasis.
Los suspiros de su respiración entrecortada siguieron al momento de placer único. El se dejó caer sobre sus pechos sin sacarla de su interior, cosa que ella agradeció. Se abrazaron así, húmedos en sudor y sin hablar, pues nada había para decir en ese instante donde solo importaba sentir.
Valio la pena, pensaron ambos a su manera. Tras el orgasmo llegó una calma distinta a cualquiera otra. Una paz. Así permanecieron entonces escuchando el recorrido de la sangre caliente en sus cuerpos aún más calientes. El movimiento de los vehículos afuera que eran como la sangre que recorría las arterias de la ciudad. Una ciudad que ya fuera por muda o por gritar de más muchas veces no daba a los deseos de los hombres y las mujeres una verdadera respuesta válida. Una atención merecida. Pero ya nada de eso importaba, ni el día ni la noche, pues el momento era el ahora y en cuanto Gladys se movió un poco y mordió con suavidad el hombro desnudo de Ismael que todavía permanecía en su interior, este sintió un fuego nacer en su miembro otra vez y con la firmeza de este los suaves movimientos de su pelvis seguidos de sus labios encontrando los de ella, hicieron que el amor se reanudara y prosiguiera por aquel instante una y otra vez.
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