Regalo de navidad

En la noche de navidad las ciudades convulsionan. Como hormigas alteradas se dirigen las personas a todo tipo de lugares. Los encuentros (y reencuentros) no se hacen esperar y familiares dan paso a los amigos que a su manera se fusionan con fiestas previas o bien dan nacimiento a nuevas celebraciones en la noche de todas las noches para algunos.
Una noche como cualquiera para otros y para ciertos solitarios era la tortura de aquello de lo que carecian. Un motivo para celebrar.
Y cómo las personas con sus mil historias, un paquete iba recorriendo calles atiborradas, llevado por el último cadete de aquella antesala festiva. Se trataba de una caja pequeña, cartón envuelto en cinta amarilla y gruesa con un papel donde la dirección: "Villa Azul 323" era el único dato visible.
Cuando Veronica escuchó sonar el timbre de su casa, fue casi corriendo a comprobar quien la molestaba a esas horas en que solo esperaba quedarse dormida leyendo alguna novela barata y escuchando el maullar de sus cuatro gatos inquietos.
Fue sorprendida por el paquete envuelto en cinta amarilla que sostenia un muchacho con cara de querer terminar ya con la entrega. Aún mayor fue su sorpresa al leer la dirección de su casa en la caja y que al preguntar sobre el remitente el muchacho dijera sencillamente "un hombre" mientras le daba algo a firmar. Aparentemente estaba pago pues apenas tuvo la firma el chico de dos saltos llegó a su moto y con mil preguntas amontonándose en su cabeza Veronica apenas tuvo tiempo de verlo alejarse.

Ya en el living, con el sonido de la televisión de fondo (un programa musical que recordaba los grandes éxitos de Los Iracundos) y un par de tijeras en sus manos abrió despacio el paquete con su curiosidad despierta. Para ella, una mujer que poco -o ningún- trato tenía con su familia la noche de navidad era un mero trámite que daría paso al día siguiente sin ninguna clase de importancia en su transcurso. Así había sido gran parte de sus treinta y dos años a excepción de los últimos cuatro en que estuvo de novia con Gabriel y llegó con él y su familia a compartir las fiestas y los años nuevos. Sin engañarse por esos detalles, la relación podia definirse como la más terrible de su vida y no dejó de ser en ningún momento una sucesión de discusiones, desencuentros y peleas constantes que solamente parecían no existir cuando ambos estaban desnudos en la misma cama.
Los recuerdos de añoranza no tardaron en llegar al pensar en esos momentos de buen sexo, del mejor sexo de hecho. Sí, eran terribles en todo lo demás, sí, por eso lo había terminado, pero ciertas memorias se empeñan en ser evocadas con la potencia del placer más absoluto sin importar que el contexto fuera la misma condenación de un infierno como pocos.
Inmersa en recuerdos y recortes se quedó con una caja en la mano y sobre ella encontró una pequeña tarjeta navideña. Al principio creyó que eran dos ciervos jugando en la nieve pero cuando la miró con más detalle entendió que no era lo que parecia a simple vista. 
Se trataba de una caricatura bastante explícita en la que aparecía un reno musculoso de pecho amplio, enorme cornamenta orgullosa y nariz marrón quien estaba montando sin piedad, con sus patas de pezuñas firmes bien hundidas en la nieve, a una cierva de cuerpo pequeño y delgado cuyo rostro se veía enrojecido y los dos pequeños ojillos medio entrecerrados al tiempo que el hocico expulsaba un aire vaporoso propio de jadeos y gemidos de placer.
El ciervo macho la sostenía por debajo del cuello con uno de sus ¿brazos? y cuando Veronica abrió aquella tarjeta comprobó que tenía un efecto de movimiento como el de esas imágenes que eran dos en una.
Si la giraba frente a sus ojos se mostraba como la cierva de rodillas devoraba ansiosa en grueso miembro de aquel animal que sostenia con sus dos pezuñas la cabecita de la pequeña fiera mientras daba una mirada al frente con el rostro contorsionado de puro éxtasis.
Para Veronica el remitente de tal obscenidad estaba claro y no necesitó leer siquiera el nombre del muchacho escrito al final de la pequeña dedicatoria al interior de la tarjeta.

"Por los viejos buenos tiempos. Recuerdo que solías pasar sola estas noches así que tal vez no lo hagas tan sola hoy. Feliz navidad.
PD: No envié lubricante. Sé que no lo necesitarás"
Gabriel Acosta.

Dispuesta a no sorprenderse sin importar lo que hubiera dentro abrió la caja y reprimió una sonrisa. Se trataba de un consolador, un dildo, un "pene de goma" como hubiera dicho en otros momentos, que imitaba a la perfección la forma y el diseño de un miembro masculino bastante grueso -tan grueso como él, suyo pensó con una parte de su mente que creía apagada- en el que se marcaban las venas e incluso podían llegar a verse dos imitaciones a ojo perfectas de los testículos firmes que constituían la base para sostenerlo al momento de darle uso. 
El color no hacía pensar en látex ni en goma, ni tampoco el olor que de hecho no emanaba prácticamente. Más bien la visión que tuvo de aquel aparato... aquel miembro firme, fue casi igual a la que tantas noches de puro placer obtuvo cuando observaba a su ex pareja quitarse los pantalones (pues jamás usaba ropa interior) y dejar al descubierto esa verga gruesa que le hacía perder la cabeza y aún en esta noche fría y solitaria humedecerse ante el solo recuerdo de su firmeza, de su empuje suave que se transformaba de repente impulsado por la fuerza de un hombre que podía ser pésimo como pareja pero era un total astro como amante.
Se dijo que tendría que pensarlo mejor, que no era buena idea, pero esas voces fueron acalladas rápidamente por un el sonido de su propia lengua recorriendo su labio inferior mientras otro tipo de ideas tomaban más fuerza en su mente. Incluso el sonido de la televisión donde Shakira cantaba "Rabiosa" se mezcló con el maullido de sus gatos que hacían travesuras por ahí. Era como si el mundo entero, en esa noche de paz y amor, le dijera que no importaba el pasado ni sus culpas, que simplemente estaba bien.
Dejando la tarjeta en la mesa tomó la caja y se dirigió a su habitacion cerrando con llave la puerta tras de sí.
La caja sonó hueco cuando cayó al suelo en el momento en que ella sostuvo con una mano, cerca de su rostro, el objeto en su interior. Al igual que le había sucedido con la verga de Gabriel, su pequeña mano apenas fue suficiente para abarcarla toda y comprobar eso sólo aumentó su excitación. Los pantalones pedían a gritos caer o serían quemados sobre sus piernas, pero Veronica sintiéndose al mismo tiempo feliz de aquel placer que todavía no se daba a sí misma, decidió ir por otro camino y pasó su lengua despacio por la superficie de aquella verga de venas prominentes.
La recorrió con su boca, con sus labios dejando besos rápidos todo a su alrededor hasta llegar a la cabeza y envolverla en un primer intento por meterla toda dentro de su boca que terminó en toses y arcadas. Al igual que muchas veces le había sucedido con la verga real. ¿Real? Pensó. Esta es la real le susurró la voz de Gabriel en su oído justo antes de comenzar a bajar por su cintura con una mano que sabía bien donde tocar.
Que buscó el botón y desprendió aquellos jeans con facilidad para dejarla allí solo con una tanguita violeta. Esa mano que no se molestó en quitarsela pues ahora estaba enfrascado en subir hasta sus pechos pequeños que acarició con maestría mientras Veronica seguía enfrascadas, con los ojos cerrados, en lamer y besar esa rica verga. Estaba decidida a meterla toda en su boca aunque terminara vomitando sobre su cama. Cada nuevo intento la llevaba más cerca de su objetivo.
Más y más los sonidos de estarse atragantando se fundieron con el placer de su mano pellizcando suavemente sus pezones tras desprenderle la camisa y quitarle el sosten dejándola ahora sí casi desnuda sobre la cama y a merced de cualquier deseo perverso, y a la vez tan ardiente que sin duda aquel hombre tendría.
Así fue que al compás de sus propios gemidos suaves se fue metiendo entre las sábanas. Las empapó de inmediato con su propia humedad y fue entonces cuando su mano guió a su regalo navideño, también húmedo en su propia saliva, hasta llegar a sus muslos que se apartaron frente al hombre que tantas veces lo había podido abrir con solo una mirada.
Para Veronica el sexo con Gabriel habia sido doloroso al principio pues se trataba de una mujer demasiado estrecha para tal grosor y más aún cuando la pasión era tal que él la penetraba sin contemplacion alguna guiado por algun instinto irrefrenable y animal. Eventualmente se acostumbró y sin que el placer disminuyera pudo estar abierta para él con mucha más facilidad.
Desde que la relación terminara hacía ya unos cuantos meses no había vuelto a estar con nadie y no estaba segura de si la lubricación del momento sería suficiente.
Por ello comenzó a frotar sobre la tela de su ropa interior la punta de aquella verga que parecía cobrar vida en sus manos pugnando por ir más adentro. "Él lo querría así" escuchó en su mente y supo que era su voz mezclada con la del hombre que la hizo sentir mujer.
Y era que él estaba allí otra vez.
Apartó con su mano la ropa interior de ella y sin esperar más la metió entera haciendo que los suaves gemidos de Veronica se convirtieran en un sonoro grito de puro placer mezclado con algo de dolor que daba a esas sensaciones el toque de realidad que tanto ansiaba. Sudaba y sentía cosquillas sobre su piel en lugar que jamás pensó mientras su cuerpo se movía ajustándose a quien ahora la penetraba enviando oleadas de éxtasis por sus muslos, su cintura, su espalda y sus tetas.
Gabriel estaba allí pues esos movimientos solo podían pertenecer a alguien que sabía dónde tocarla, como tocarla y por sobre todas las cosas de qué forma le gustaba a Veronica ser cogida, con qué suavidad firme podía causarle a su cuerpo el deseo por más, que la impulsaba a buscar moviendo sus caderas ahora al tiempo que la mano firme de su amante le apretaba los pechos, le acariciaba el rostro, le introducía un dedo entre los labios que ella podía lamer para luego bajar hasta sus tetas de nuevo y acariciarlas con esa saliva que aumentaba su excitación.
De repente Gabriel la tomó y la puso de costado sin dejar de penetrarla. Veronica no se resistió, más bien gimió y grito a la casa solitaria de placer mientras entraba y salía de su interior el objeto de su placer más absoluto.
Entraba y salía al ritmo perfecto, a su ritmo, entraba y salia, iba hasta el fondo con fuerza pero luego se retraía despacio, quedaba a punto de salirse y en ese momento volvia la embestida feroz que de repente se intensificaban en más y más y más movimientos constantes que ya no podia, ni queria, detener jamás.
El sonido del afuera se borró con sus gemidos mientras su propio cuerpo se colocaba a cuatro patas sobre la cama, cobijas sobre el suelo ya, almohadas desparramadas por algún lado, cabello despeinado y húmedo no tanto como su entrepierna, y así abierta el cuerpo de su antiguo amante, el terrible novio pero el gran semental, apoyado sobre el suyo propio sintiendo al unísono los pechos hinchados, el calor, el tacto, el olor, y su miembro que no cesaba en cogerla como solo sabía hacerlo tras tantas noches de cielo e infierno, de sol y luna, de velas y cuero y lamidas y pellizcos, de esa sensacion sin igual que se acumulaba en su vientre hasta llegar al punto de no retorno y sentir entonces como él no solo no se detenía sino que aumentaba la intensidad penetrando más profundo, más adentro, más en el punto exacto y Veronica gritó incluso con el rostro hundido entre el colchón al sentir toda la potencia de aquel orgasmo que fluyó por su existencia toda naciendo desde los recuerdos de noches sin igual hasta un presente que las superó a todas y cada una de ellas.
Gritó y lo hizo de nuevo pues el movimiento no se detuvo al principio. Solo cuando se percató de que era su propia mano la que lo hacía todo pudo reunir la fuerza suficiente para detenerla y dejarse caer, sudada y agotada como estaba sobre la cama que había soportado un huracán.
Creyó escuchar caer al suelo su regalo al mover sus piernas y pensó que luego lo comprobaría. Tendría que lavarlo además. ¿Sería buena idea deshacerse de él a fin de cuentas? Lo decidiría mejor con la mente un poco más alejada de esa noche única.
Por ahora lo que le apetecía era girarse y cubrirse con las sábanas un poco.
Cerrar los ojos.
Escuchar los fuegos artificiales de afuera.
Los "felices fiestas" que imaginaba.
La noche no podía ser más perfecta y sin nada en lo que pensar, abrazó su plenitud del momento y durmió a su lado, pensando para sí misma en un sencillo "feliz navidad".

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top