Capítulo 34. Necesito jubilarme

Llegamos a la casa, yo no quepo en tanta emoción por ver a Jose, a pesar de que ella se encuentra débil, saber que está aquí me llena el alma.

—Gus —me susurra Vega.

Me muerdo el labio, dudo en mirarla o en ir más rápido hacia la puerta de la casa. Finalmente me detengo. Yara se adelanta ingresa a la cábala y quedamos solos Crux y yo.

—Sé que estás emocionado... —estoy seguro que mi expresión cambia de alegría a decepción —. No te quiero pinchar el globo, pero quiero que seas realista.

—¿Me pides que no hable con Jose?

—No, no me mal intérpretes, al contrario, habla, haz lo que quieras... pero no te ilusiones. No lo hagas Gus.

—Bien —suelto—. Me gusta demasiado, Vega.

Suelto las palabras sin pensar, ella me acaricia la cabeza y me ofrece una mirada cargada de compasión.

—Lo sé —me da un abrazo y de inmediato me siento reconstruido.

Ella se adelanta, y entre su caminata veo como una especie de estela dorada sale de su cuerpo a medida que va hacia la casa.

Capto de inmediato que usa sus poderes para dispersar protección en el lugar.

Respiro profundo e ingreso a la casa, el olor a ruda y romero inunda el lugar, las velas están encendidas y hay un montón de frascos con agua en la mesa.

—Qué bueno que ya llegaron —dice Mortel mientras corre con un recipiente al grifo a cargar agua, recuerse un paño y regresa por el mismo camino hacia una habitación —. Vengan —ordena.

Vega pasa al frente, Yara y yo la seguimos.

La habitación es la que era de Luriel, Josefina está en la cama, se la ve con la respiración agitada, su piel brilla por las gotas de sudor.

En medio de la habitación está sentado en el suelo orkias, rodeado de un círculo de sal y con  pétalos de rosa a su alrededor.

—Iñakanundú —dice Vega, refiriéndose a que Jose tiene fiebre.

Mortel pone el trapo húmedo sobre la cabeza de la chica y está comienza a temblar.

—¿Por qué sus labios están violetas? —pregunta Yara

—No le está llegando bien el aire —respondo—¿Qué hacemos para ayudarte, Vega?

—Busquen en la alacena aceite de clavo de olor, naranja, y Romero. Y traiganme las plantas secas de ruda que cuelgan en la cocina.

Yara y yo obedecemos, buscamos lo que nos pidió Vega, y en cuanto agarro el ramo de ruda, siento ni cuerpo sacudirse.

—¿Qué mierda? —pregunta Yara 

No es mi cuerpo el que se sacude, es la tierra ¿Un terremoto? En Paraguay no hay terremotos...

—Son espíritus furiosos—grita Vega—. Apurense...

Como yo estoy más cerca de la puerta, Yara me avieta los frascos de aceite, los tomo e intento atravesar la puerta. Todo cae al suelo, Mortel está usando alguna especie de energía que permite que la cama de Josd no se mueva y Orkias continúa en su estado de meditación. Solo que esta vez el círculo de sal comienza a dispersarse.

—Mierda —masculla Vega mientras se quita el abrigo y queda en camisilla—. ¿Qué hizo Jose como para enfurecer a medio mundo espiritual?

Le paso los aceites y cuando le iba a dar la ruda seca, niega.

—Lo vas a prender —Me grita Vega— y vas a Sahumar este lugar, y más vale que te prepares, porque esto va a explotar, se van a poner más furiosos cuando inicies.

—¿Y me dejas la tarea difícil? —me quejo mientras doy un chasquido y de mis dedos salen fuego, prendo la rama de ruda y la predicción de Vega se cumple

Todo comienza a sacudirse, el cuerpo de Jose se eleva, y pasa de la posición horizontal a la vertical, sus manos se abren y se pone en una pose que imita a alguien apunto de danzar.

—¿Cómo es que el cuerpo sagrado de La Ninfa ha sido invadido por un espíritu extraño? —dice la voz distorsionada que sale de las paredes.

Jose abre sus ojos, y estos brillan con increíble potencia, pareciera que en ellos hay estrellas poderosas.

—Che, añe'ê peeme, cha ha'e Tatachiná memby

Vega comienza a escribir en el aire lo que dice Jose, como si esto permitiera plasmar la voz del ente. <<Yo, les hablo, yo soy la hija del Tatachiná>>

—Tapehó, pora kuera  ha cherejá

<<Váyanse, espíritus y déjenme>>

Vega mira a Mortel, y ambos parecen aterrados por unas simples palabras.

—Devuelve —dice la voz monstruosa—, al alma en pena a su lugar.

—Nohanirî —responde Jose y su cuerpo se enciende de un aura rosa intenso.

—¡Carajo! —suelta Vega.

Orkias al fin se levanta, las velas que los rodeaban se apagan  y cuando la voz monstruosa intenta decir algo, Arikú viene hasta mi y me quita de la mano el sahumerio de ruda.

Cuando lo tiene en la mano, lo aprieta con mayor fuerza y esta se hace fuego, provocando que el humo se haga más denso.

—Te vas, esta no es tu casa —ordena Orkias.

—El cuerpo de la Ninfa tampoco es hogar de un alma en pena —. Reclama apenas.

—Los dioses del Tatachiná hay hablado —responde Orkias—. Tienen su bendición.

—Esos no son dioses. —dice la voz monstruosa y todo lo que estaba en la sala cae al suelo

Vega se acerca a Orkias, le quita la rama en llamas, y con fiereza toma el sahumerio en donde salen las llamas.

Coloca el aceite sobre el fuego y este se aviva. Aprieta la rama de fuego con ambas manos y en ello se dispersan las brasas en el aire pero quedan suspendidas.

—¿Cómo se atreven a negar a nuestros dioses? —pregunta abriendo los brazos y apuntando las manos con las palmas abiertas hacia el techo—. Espíritus profanos, del añakua, eso es lo que son, envidian a un alma que acaba de alcanzar esperanza.

—¿Qué te crees para usar magia ancestral, mitakuña'i? —habla la voz monstruosa con desprecio hacia Vega y esta separa sus dedos provocando que las brasas se dispersan más en el aire pero continúan flotando.

—No me vuelvas a menospreciar —ella gira, como buscando a su agresor.

Yo la miro, y luego a Josefina que continúa en el aire. Por lo que veo, ella está indefensa a pesar de estar poseída por loa Dioses del Tatachiná.

—Ro jukata —amenaza la voz a Vega y esta ríe.

Esto causa que más objetos caigan al suelo.

—Vega... —llama Orkias preocupado al ver cómo de las paredes empieza a chorrear un líquido espeso de color verdoso.

—Por favor, dame 5 segundos más —suplica la chica, y yo no entiendo a qué hay que esperar, yo solo miro.

—Por última vez suelte el alma en pena.

—¡Jamás! —dicen Vega y Josefina.

Las paredes de la casa comienzan a disolverse y el olor a  azufre se apodera del lugar, todos menos Vega y Jose, nos tapamos la nariz.

—Sí vas a matarme —dice Vega—quiero que lo intentes ahora.

—Nde anga ohota añakuape... —amenaza la voz en mandarla al añakua.

—Es una pena que ya no lo vas a poder hacer —responde Vega y con ello condesa todas las brasas que estaban en el aire, se forma una especie de jabalina, y cuando la tiene en su mano, la arroja en mi dirección

Me quedo congelado, no me dio tiempo ni de agacharme.

Escucho el aullido del espíritu quemándose, achicharrandose y veo como el ambiente saturado se hace calmo. Volteo a ver que la jabalina está atravesando un jarrón sobre la mesa mientras que el sonido del cuerpo de José cayendo en la Cama me devuelve la atención aquí.

Vega corre de inmediato hacia ella, coloca ambas manos sobre el vientre de la chica, luego de un segundo saca de su bolsillo una navaja y con ello corta con rapidez la blusa de combate de Jose.

La piel de su vientre se ve descubierta y yo quedo anonadado al ver como con naturalidad, Vega le arranca una cinta y quita de su ombligo una piedra, al comienzo creo que es una obsidiana, pero cuando Mortel le pasa un vaso de vidrio y Vega arroja la piedra en ella veo como está se purifica y descubro que se trata de un cuarzo.

—Estaba protegida —dice Vega mientras pasa su mano sobre el cuerpo de Jose y de ella sale esa estela dorada que al parecer limpia, sella y protege a La chica—. Va a estar complicado, efectivamente, en este cuerpo con Jose hay un alma en pena.

—Maitena —dicen Mortel y Orkias.

—Y yo no sé qué hacer en este caso —asegura la chica mienttas me llama y me pide que me acerque—. Siéntate y pon la cabeza de Jose sobre tu regazo—. Ordena y obedezco.

—Tranquila Vega —habla Orkias—. De eso se encarga Mortel, y quizás pidamos ayuda a Cariem, es el experto.

—Sí —responde Mortel sentándose de golpe en el suelo, lo veo cansado.

—Aprieta esto —me pasa Vega una rama de Romero que Yara le acaba de entregar—, en medio de su pecho, y quiero que repitas: <<Mba'e porã va'erã, Mba'e apytépe, Mba'e porãhúva>>

—Ok, Ok —digo y comienzo a susurrar las palabras.

—Yara, ayúdame a preparar un tónico para ayudar a recuperar fuerzas a Jose.

La rubia solo asiente con la cabeza y sígueme a Vega a la cocina. Mortel y Orkias quedan en silencio mirando la pared, parecen cansados y hartos.

Pensé que el silencio iba a ser interrumpido solo por mis susurros, pero qué equivocado.

Una fuerte luz aparece cortando el aire y de ahí sale Irama, nos mira con altanería, parece evaluar la situación, pero cuando da con Orkias se encoge de hombros.

—Qué la mini hechicera y Mortel se encarguen —dice Irama—, tú —dice a Orkias—. Vienes conmigo ahora.

Arikú mira a Mortel, este le hace un gesto de aprobación y sin más Orkias desaparece.

—¡Qué locura! —suelta Mortel—. No hay paz, no hay normalidad...necesito jubilarme... o almenos 1 hora de paz, por amor a los dioses.

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