Capítulo 15. Tranquilo corazón

Miro desde las hojas a las presas, Juanjo saca un chique de su bolsillo, me lo ofrece y yo niego de inmediato, Gustavo no duda en aceptar.

—¡Por los 7! Ustedes nunca dejan la chatarra ¿Verdad? —pregunto sin dejar de ver hacia delante.

—No... —responden al unísono Juanjo y Gus.

—¡Mira, mira, mira! —dice Gustavo susirrando—. Tienen a una chica secuestrada.

Mi corazón comienza a latir con rapidez, odio esta parte, el darme cuenta del mundo que me rodea, de la crueldad, maldad y arrogancia del ser humano.

Juanjo agarra su celular, mira la fotografía, luego a la chica, levanta una ceja y echa un suspiro.

—Es la chica a la que secuestraron ayer —dice Juanjo—, en la ciudad de San pedro, es hija de un comisario, están pidiendo rescate.

—No tiene pinta de que la quieren dar a trueque —agrega Gustavo y vaya que estoy de acuerdo.

Los hombres caminan con la escopeta en la espalda, con ganas de masacrar y matar de una a la joven.

—Debemos rescatarla —digo y me pongo de pie, Juanjo me da un jalón y vuelvo a bajar.

—Sí, la vamos a rescatar, pero espera...

—Esperar ¿A qué? La están por matar —me quejo.

—Hazme caso —habla sereno, yo solo atino a obedecer, y observar.

Ponen de rodillas a la chica, volteo a ver a Juanjo quien continúa sereno y yo estoy por explotar. Cuando me percato que le hablan a la joven en una mezcla de portugués y español ya me alisto para invocar mi arma, pero esta vez es Gustavo quien me detiene.

Al poner la escopeta en la cabeza de la muchacha, Juanjo al fin se pone de pie, al igual que Gustavo, los sigo, cuando me percato que ambos llaman a sus espíritus de combate, no sabía que tenían uno.

Una pantera negra con Gustavo y un lince con Juanjo. Ambos corren hasta las personas que eran como 5 hombres, rodean a la joven y sus apresores quedan anonadados sin poder hacer más que levantar las manos, porque las armas fueron incautadas por el osico de sus espíritus.

—Aléjese de la muchacha —advierte Juanjo —. O van a sufrir por tomar una mala decisión.

Uno de los hombres lleva su mano a su bolsillo trasero  y saca una pistola, está por disparar, pero logro detenerlo, coloco mis manos en el suelo  y consigo levantar una muralla de arena dorada que protege a mis amigos y la joven.

De inmediato el hombre intenta atacarme a mi, pero vuelvo a hacer lo mismo.

—Estos no tienen solución —se queja Gus.

—Entonces solo queda una cosa —digo con alegria—. Que sean la cena de hoy.

Me hago un rodete, me quito el guante, invoco una lanza de piedra y ni bien aparece en mi mano me corto la piel con ella y al  gotear en el suelo la sangre llamó al 7mo.

—Eju, Luisõ.

Cuando pronunció estas palabras soplo la herida causada y de la nada se escucha una jauría. Los hombres inyenta huir, pero los espíritus de Juanjo y Gus los detienen. Comienzan a llamar a su dios, a rezar y quizás a arrepentirse, pero qué tarde decidieron hacerlo.

Un perro negro, brilloso, gigante, imponente y mal oliente aparece delante de mi, sin más va corriendo hacia los secuestradores. Corre entre sus piernas, estos miran desorientados al animal, hasta que se ubica tras ellos.

El perro se convierte en la temible bestia gigante. Los gritos desaforados de los hombre retumba en las profundidades del bosque y sólo es opacado por el aullar de los perros  y el gorgoteo de los búhos.

—Re'u nde tembi'u Luisõ.

Digo estas palabras que hace unas semanas me costaba decir, no por que me cueste pronunciar el Guaraní, si no, porque no me veía diciéndole al 7mo que su comida estaba servida.

No me veía capaz de ser verdugo, ni juez, creía que no debía ser yo quien decidiera si debían morir o no los demás.

Pero luego de ver tantas barbaries, y de observar como estos imbéciles iban a acabar con la vida de esta muchacha sin más, ya no hay piedad en mi corazón.

Antes evitaba ver esto, pero hoy me deleito al ver como la bestia arranca las cabezas de sus víctimas y escucho sus huesos crujir en sus dientes.

Volteo a ver a la muchacha, quien evidentemente entró en shock por todo lo vivido, Gustavo, todo un caballero, bajó de su espíritu guía y fue a abrazar a la chica quien sin dudar se cobijó bajo el cuello de mi amigo.

Invoco una lanza de huesos, y comienzo a trazar un circuito al rededor del 7mo y su comida, cuando cierro el círculo, una especie de humo sale del suelo y el olor a sándalo, mirra y clavo de olor invade el ambiente.

Con eso, se purifica el bosque, porque una muerte es una muerte y esas almas no merecen ni ser almas en pena. Mejor purificar el aura antes que otra cosa. Que su conciencia se encargue de llevarlos al añakua.

—Vamos a liberar a la chica a la ciudad —sigo mientras desaparezco mi arma y acomodo el mechón de cabello que cae en mi cara.

—Dale... —dice Juanjo—. Por cierto. Magnífica entrada.

—Gracias...

La chica está sollozando aún en los brazos de Gustavo, estoy por decirle algo, pero a los 3 nos sobresalta el sonido de la Interapp.

Entramos a leer y al terminar, levantamos la vista para con enojo, decidir cambiar de planes.

—Creo que vamos primero a la cabaña, luego liberamos a la chica —dice Juanjo.

—A dónde  sea —responde la joven—. Lleven me a donde sea, pero lejos de este lugar, por favor.

—Tranquila —digo acercándome a ella.

Llevo mi mano en el bolsillo y saco un frasco de aceite de lavanda, me lo pongo en los dedos y acaricio la espalda de la chica.

—Vas a estar bien... ¿Tú nombre? Me lo puedes recordar.

—Sara Garúa... —responde entre sollozos pero más tranquila.

—Bien Sara, un gusto, me llamo Vega. Ahora vamos a ir a nuestro campamento a atender un asunto, pero te juramos que luego te llevamos a la ciudad ¿ok?

—Ok, Ok, está bien, solo llevenme.

Comprendo su ansiedad, así que llamo a pombero y pido de favor que nos lleven al campamento...

<<¡Mierda! De nuevo con Luriel, tranquilo corazón, es hora que empecemos a domarnos ante él >>

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