⁞ Capítulo 4: Los secretos de Aidan ⁞

Abrió los ojos lentamente y estiró los brazos por instinto. Un indiscreto gemido escapó de sus labios y luego un bostezo. El Guardián del Bosque parpadeó un par de veces sorprendido al comprobar que era de noche. ¿Había dormido unas pocas horas? ¿O quizá varios días?

Se incorporó sobre su mullida cama y observó su alrededor. De pronto los recuerdos le golpearon como si de un mazo se tratase y se miró las manos. Efectivamente, todas las runas verdes seguían en el mismo lugar en el que aparecieron.

«¿Por qué tengo la sensación de que llevo grabado en mi piel la clave de algo muy importante?»

Arrastrándose mareado, Ilan se las arregló para sentarse frente a su escritorio. Había sido un impulso hacerlo, pues no supo bien qué quería hasta que se encontró con los ojos fijos en un puñado de libros de traducción: Diccionario de sandolés, Libro de la gramática y orografía pyrita, El velentino y sus dialectos, Lenguas de la noche, Alfabetos antiguos de Meridia...

«Meridia»

Leer ese nombre le había producido una especie de corazonada, como si estuviese relacionado con sus nuevos tatuajes.

Suspiró con pesadez y tomó una decisión. Buscó entre sus cajones un saquito de tela con un estampado de rosas y hiedra. Luego, con mucha dificultad, se puso en pie y se acercó al espejo de cuerpo entero enclavado en la pared de su cuarto. Estaba cubierto por un tela marrón gruesa, así que primero tuvo que retirarla. Casi le dio un ataque al ver de nuevo su reflejo. Le agobió horrores distinguir esas escandalosa runas pintarrajeadas por todo su cuello, brazos y manos, pues prefería su piel suave y limpia.

—A mí me tenía que pasar... —murmuró.

Evitando caer en un halo de tristeza que no le haría ningún bien, Ilan metió la mano en el saquito. Dentro había sal mágica. Agarró un puñadito y la tiró sobre el espejo.

Fue como si el vidrio la absorbiera. Sin hacer ni un ruido, la rígida superficie que le devolvía su reflejo empezó a ablandarse hasta convertirse en un material espeso y con vida propia. Ilan comprobó que ya no se veía a sí mismo, si no una estancia amplia y elegante llena de armaduras exhibidas en maniquíes, estanterías con libros desgastados y una enorme mesa redonda en la que había varios jóvenes sentados. ¿Le estaban esperando? Pues claro que sí. Pudo ver a Chloé con la cabeza apoyada sobre sus manos, distraída.

Ilan no quiso hacerla esperar, así que atravesó el espejo.

—¡No! —gritó Marina nada más entrar en el cuarto de Aidan—. ¡Mi respuesta es no! ¡No, no y no!

El Príncipe de Pyros dio un respingo. Era cierto que le había ordenado a la Primordial del Mar que acudiera a sus aposentos al ponerse el sol, pero no imaginaba que entraría sin llamar a la puerta y exclamando incoherencias. Marina normalmente no era escandalosa, ni tampoco solía llevarle la contraria.

—No pensaba hacerte ninguna pregunta —se limitó a decir Aidan confuso.

Ella se detuvo a poca distancia de él y una expresión de vergüenza se apoderó de su rostro. Abrió la boca para hablar y no encontró palabras. Acababa de comprender que había sido una soberana estupidez creer que Aidan sería tan descarado de proponerle ser su cortesana si posiblemente ni siquiera la deseaba. ¿Pero qué demonios le había hecho anticipar una situación tan improbable?

—Perdón, alteza. —Agachó la cabeza a modo de reverencia y se quedó mirando al suelo.

Él seguía sin entenderla, pero frunció el ceño molesto.

—Odio que hagas eso.

—¿El qué, alteza?

—Hacerme reverencias como si estuvieras a mi servicio, pedir perdón a la primera de cambio, quedarte quieta con esa expresión impertérrita... —Aidan habló con rapidez y Marina no corrigió ninguna de sus observaciones. Continuaba con su cabeza rubia inclinada y silenciosa—. ¿Por qué no actúas como un ser humano con emociones?

La Primordial del Mar se irguió. Lucía el uniforme del ejercito de Pyros con el fénix de su estandarte cosido en su corsé.

—Alteza, me habéis ordenado que venga y aquí estoy —dijo ella inexpresiva.

—¡Ah! No te soporto —siseó Aidan dejándose caer sobre su cama.

Marina apretó los labios. Sentía al igual que lo hacía cualquiera, pero a diferencia del mimado y pretenciosos Príncipe de Pyros, ella no podía permitirse el lujo de patalear como una niña pequeña ni de quejarse de todo aquello que no le gustase. Tenía claro que debía demostrar en todo momento su utilidad y fortaleza. Cada día era una prueba, un reto, un recordatorio de que estaba viva gracias al sacrificio de su madre. Así que entrenaba a diario, se adiestraba a base de estudios y esgrima, aprendía de los mejores guerreros del reino del fuego y blandía su espada hasta agotarse. Luego se mostraba agradecida con los reyes de Pyros por acogerla en su corte y obedecía sin rechistar cualquier mandato. Eso por extensión debía aplicarlo al Príncipe Heredero.

—Lamento escuchar eso, alteza.

Aidan frunció el ceño y le dedicó una mirada hostil. Entonces le pareció distinguir un amago de sonrisa en los labios de Marina. ¿Estaba disfrutando haciéndolo rabiar?

—¡Quién lo diría! Doña perfecta tiene sentido del humor.

Marina dejó de sonreír y le miró de vuelta. Sus ojos azules hablaban un lenguaje propio y no le transmitían nada agradable.

—¿En qué puedo serviros, alteza?

—Aidan.

—Alteza.

—Que me llames Aidan, sirenita.

—Pues tú llámame Marina, que ese fue el nombre que me puso mi madre —explotó al final la otra.

El Príncipe de Pyros sonrió triunfal y ella se cabreó. Los guerreros de La Alianza la alababan por su incuestionable control de las emociones y de la magia. Sin embargo, Aidan conseguía desestabilizarla en dos segundos. No Enya que era mucho más cruel y mordaz, si no Aidan con su simpática conducta infantil. Se maldijo a sí misma y tiró todo su esfuerzo por la borda.

—¿Qué narices quieres, Aidan? —dijo furiosa saltándose las formalidades—. ¿Me has llamado para algo importante o vamos a perder el tiempo discutiendo?

—¿Pues tú qué crees, Marina? —Él sonrió con suficiencia—. Quiero que hablemos del grimorio que le diste a Ilan.

La Princesa Errante se sobresaltó. Eso sí que no lo había visto venir.

—Ya os...

—Te. —corrigió el chico.

Marina bufó y se abstuvo de mandarle a la mierda.

—Ya te lo conté todo en su momento. Lo encontré en una de las misiones a las que me envió tu padre.

—Sí, ya sé que me lo contaste, pero fue hace meses y no le di importancia, no obstante ahora... —enmudeció y se sujetó la barbilla pensativo.

Marina enarcó una ceja. A veces tenía la impresión de que Aidan no confiaba en ella. Se acercó a él, sin saber muy bien qué hacer, y el príncipe la miró fijamente con sus ojos ambarinos.

—Cuéntamelo otra vez —le pidió.

Ella obedeció enseguida:

—Las sombras atacaron Handros, uno de los pueblos que colinda con Meridia, y murieron muchos civiles. Ya sabemos que el Monarca de la Noche siempre incordia un poco en la frontera, pero desde que los dioses nos eligieron ha sabido mantener las distancias. Está claro que el Rey Darco teme a La Guardia de Élite, pues lleva desde que se creó bastante inactivo. Sin embargo, esta vez llevó a cabo una acometida arriesgada. Sus siervos atacaron Handros dejando un rastro de veinte cadáveres, así que el Rey Kedro me envió con algunos guerreros para indagar. Creía que las sombras podían ir acompañadas de...

—Un ghoul —completó Aidan.

—Sí. Los ghoules son criaturas oscuras que se alimentan de cadáveres, así que cuando llegué fui directa al cementerio. —Tragó saliva e hizo una mueca de asco—. Cada vez que las sombras saqueaban los caminos y mataban, las víctimas eran enterradas casi el mismo día de su muerte. Así que la comida del ghoul estaba bien servida en un mismo sitio. No me equivoqué: al exhumar los cuerpos, todos habían desaparecido. Apenas quedaban los huesos roídos.

—En Pyros los muertos se incineran —indicó Aidan.

—Lo sé, pero en Meridia no. Se hunden en el mar con la esperanza de la que la Diosa Serina les obsequie con una segunda vida como selkies.

—Pero estamos en Pyros, no en Meridia...

—Handros colinda con las Tierras de Meridia, es normal que en el pasado adoptaran algunas de sus costumbres. No pueden llegar al mar porque tendrían que atravesar un poco del Reino de las Sombras, así que ahora hunden los cuerpos de sus muertos en la tierra. —La Primordial del Mar se sentó al lado de Aidan sobre la cama. Estaba absorta en sus recuerdos—. La cuestión no es esa, si no esta: ¿por qué los siervos del Monarca de la Noche traerían a un ghoul hasta Pyros y se esforzarían por mantenerle con vida? El monstruo no mataba, lo hacían las sombras por él. No sé, era algo muy raro, como si le estuviesen cuidando...

Aidan asintió fascinado, más por la inexplicable sensación de calidez que había sentido cuando ella se acomodó a su lado que por la historia del ghoul en sí. Resulta que la compañía de Marina podía ser agradable.

—En el Reino de las Sombras no se cuida de nadie —dijo—. Si las sombras cazaban para el ghoul, es porque el monstruo tenía otra cosa que hacer mientras tanto, algo que no le dejaba tiempo ni para matar.

—Eso mismo pensé yo.

Marina dirigió una curiosa mirada al Príncipe de Pyros. «Así que finges ser un caos cuando en realidad eres muy astuto...»

—Recuerdo el resto de la historia. —Aidan carraspeó antes de continuar—. Le tendiste una trampa exhumando el cuerpo de una niña que murió de una infección hacía pocos meses y el ghoul fue a devorarla por la noche. Obviamente le venciste y cortaste su cabeza con tu espada. Disteis con su guarida poco después y ahí estaba el grimorio.

—Así es —asintió con orgullo Marina—. Y ocurrió algo sorprendente. Creo que eso no lo sabes...

—Las sombras intentaron proteger al ghoul.

Ella le miró de nuevo sorprendida.

—¿Te lo llegué a contar?

—No, pero es lógico, Marina. Está claro que el monstruo ese tiene una utilidad que desconocemos y que está relacionada con el libro de hechizos...

—Bueno, tú quizá la desconozcas, Ilan y yo la tenemos clarísima desde hace meses...

Aidan enarcó una ceja y sonrió de medio lado.

—Se me olvidaba que vosotros dos sois una parejita de superdotados.

—La Princesa Chloé y Sira también lo saben. Si hubieses mostrado interés antes, te lo habríamos contado.  —Le devolvió la sonrisa y Aidan no pudo evitar pensar que era preciosa—. El grimorio está parcialmente escrito en el idioma de los ghouls. El monstruo al que maté tenía que descodificarlo porque, como ya sabes, todo lo expresado en ese libro mágico está escrito en clave. Es un enorme enigma. Imagino que el grimorio estuvo escondido mucho tiempo en Handros y el Monarca de la Noche lo necesitaba. Mandó a las sombras con un ghoul para que lo recuperasen y tradujesen. —Se encogió de hombros—. Pero perdieron y me lo llevé.

Consiguió pillar desprevenido al Primordial del Fuego. Ni siquiera se esforzó en disimular, si no que Aidan abrió al boca y miró en derredor como si pudiera encontrar una explicación más clara en alguna parte de su habitación.

—¿Me estás diciendo que el libro de hechizos que le hemos ocultado a los reyes de La Alianza es en realidad una especie de grimorio de las sombras? ¿Y con qué pretendía dar el Rey Darco? ¿Acaso hay escrito algún conjuro para acabar con el mundo o algo parecido?

—No creo... Además, los nueve estuvimos de acuerdo en no revelar su existencia. Tú incluido.

Ajá, ahí estaba. Marina tirándole las cosas en cara como siempre. Una vez más le irritó su presencia y el príncipe respiró tranquilo al saber que nada había cambiado. Por un segundo le había parecido que Marina podría llegar a gustarle de verdad, pero gracias al Dios Brass, no.

—Yo no sabía...

—Porque no te importaba, Aidan —le riñó la joven rodando los ojos—. Solo tenías que preguntar. El libro está dividido en cuatro partes y cada una traducida en un alfabeto distinto: el de los ghouls, las selkies, los kitsune y las brujas. Los dos primeros conjuros que descubrimos, las sales de viaje y la recarga de talismanes, fue descodificando la última parte del libro. Es la más sencilla de descifrar porque tenemos mucha información sobre el lenguaje de las brujas en la biblioteca del Palacio de Velentis. Sira nos ayudó.

—¿Entonces Ilan descubrió un hechizo de otra sección? Sus runas están escritas en el lenguaje arcano de la Diosa Serina.

—Es posible que Ilan quisiera traducir por su cuenta algo de la parte escrita en alfabeto selkie. No lo sé, no he vuelto a hablar con él desde lo de anoche.

Aidan enmudeció. Lo cierto era que se sentía bastante estúpido al enterarse de tanta información a esas alturas. No mostraba nunca interés en lo que hacía Marina: usaba las sales de viaje y los talismanes, pero ignoraba la parte laboriosa del estudio que dedicaban el Guardian del Bosque, la del Sol y la Primordial del Mar.

—Ahora comprendo por qué pensáis que soy idiota, si es que no os hago ni caso... —Rio.

—Aidan, no lo estropees —murmuró Marina en tono cansino. Ella también había disfrutado durante un corto instante de la compañía del príncipe y temía que él volviera a portarse como un niñato de nuevo.

—¿El qué?

Se miraron y por primera vez sintieron algo distinto a la aversión. Aidan se tensó y Marina se puso nerviosa. Le pareció que los ojos ambarinos del chico eran preciosos y se fijó en que su cabello cobrizo relucía a la luz de la luna.

—¿Por qué me espiabas anoche? —dijo con intención de romper el intenso momento.

El Primordial del Fuego se dejó caer sobre la cama y sonrió con picardía.

—Porque te escuché hablar con alguien a través del espejo y quise saber qué te traías —dijo tan tranquilo—. ¿Era Daren, no? ¿Estáis liados?

Sabía que no y sabía también que Marina se iba a pillar un cabreo de mil demonios ante la mera sugerencia de ser la amante del Guardián de la Luna. Era una buena estrategia de despiste, pues sus intenciones durante la noche anterior no podían ser desveladas todavía a la Princesa Errante.

—¡Eres idiota! —Le pegó un golpe en el brazo y se levantó de la cama furiosa.

—Has empezando dirigiéndote a mí como alteza y ahora me llamas idiota... Por el Dios Brass, ¿qué modales son esos, sirenita?

—¡No paras de faltarme al respeto!

—¿Por qué? Solo te he preguntado si te acuestas con Daren, yo no lo veo tan grave... —Amplió su sonrisa y la miró de reojo.

Marina estaba fuera de sí y caminaba en círculos por su habitación intentando calmarse.

—¿Y te parece una pregunta educada, principito?

—¿Principito? —Aidan se incorporó divertido—. Está claro que hoy me estoy superando, nunca antes me habías hablado así de mal. Creo que estamos vinculando, sirenita. Si te despistas hasta nos hacemos amigos... ¿Eso es por qué he dado en el clavo, no? Sois amantes.

—El único de los dos que tiene un desfiladero de cortesanas entrando en sus aposentos eres tú —espetó ella indignada.

—Oye, pues a ti nadie te prohibe hacer lo mismo, sirenita. —Se encogió de hombros indiferente.

Ella se sonrojó, recordando su error de hacía un rato al pensar que Aidan quería proponerle algo muy indecente, y detuvo su andar en el centro de la habitación. Se había quedado sin palabras.

—Aidan, te odio.

El príncipe se levantó de la cama y se acercó a ella. Marina le fulminó con la mirada algo desconfiada. Se puso nerviosa cuando él no paró a una distancia razonable, si no que se quedó próximo a su rostro.

—No es verdad, pero ya te darás cuenta.

Parecía muy seguro. Ella quiso reprochar y entonces llamaron a la puerta. Enya y Bianca ya estaban allí, tenían que marcharse a Velentis para la comparecencia de la Guardia de Élite, y a Marina no le quedó otra que morderse la lengua y atravesar el espejo de Aidan con los demás.

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