⁞ Capítulo 22: El Baile de las Victorias ⁞
La situación podía describirse como un auténtico coñazo. El Baile de las Victorias era una pantomima que se le ocurrió a la Reina Flora diez años atrás para celebrar los logros de la La Alianza contra el Monarca de la Noche. Según ella era una excusa para reír, cantar y bailar. Sin embargo, la realidad se había convertido en un puñado de nobles de cada corte real enfrascados en una lucha silenciosa por demostrar quién era más rico, más elegante o más influyente. Los nacionales de cada reino, en lugar de mezclarse entre ellos y aunar fuerzas más allá de en el campo de batalla, se distribuían a lo largo de un enorme salón de baile y se criticaban unos a otros.
La función de Los Primordiales durante el Baile de las Victorias era política. Debían relacionarse con nobles de cualquier parte, demostrar con actos que podía llegarse muy lejos si se derrumbaban las barreras sociales y colaboraban con todo el mundo, con independencia de su origen y en cualquier faceta de la vida.
Aidan reprimió un bostezo y agachó la cabeza para disimular que se estaba durmiendo.
El Primordial del Fuego tenía pocos talentos, aunque en los que tenía era bueno de cojones. Por desgracia, hacer el paripé en un salón de baile no era uno de ellos. Estaba situado a la derecha de su madre, mientras que el Rey Kedro gruñía de pie a la izquierda de ella. Sobre unas largas y esplendorosas escaleras de mármol, el Príncipe Wayra de Velentis estaba soltando un rollo insoportablemente aburrido sobre lo importante que era estar unidos en tiempos tan duros y peligrosos como los que corrían últimamente.
Aidan puso los ojos en blanco. ¿Cuánto rato llevaba hablando su amigo? Se le estaba haciendo eterno el discurso. Se dedicó a mirar a la multitud para entretenerse. Odiaba los ostentosos trajes de los sandolianos: los vestidos de las mujeres eran de falda ancha y voluminosa. Los varones vestían trajes monocolores marrones, verdes y naranjas. Tenían estampados florales horriblemente cursis. Los velentinos, por su parte, asistían a las fiestas con conjuntos de dos piezas. Les gustaba añadir plumas a los diseños, especialmente sobre las hombreras. Aidan debía reconocer que eso tenía su punto.
La gente empezó a aplaudir y Aidan dio un respingo. Por instinto, él hizo lo mismo, aunque no se había enterado de a quién se dedicaba semejante despliegue de palmas y gritos de alegría. ¿Qué había pasado? Ah, sí, que Wayra había anunciado su compromiso con Chloé. Bajaba las escaleras y se dirigía hacia ella.
—Cuánto mentiroso enmascarado hay esta noche —murmuró la Reina Chiska—. La mitad de los aquí presentes que fingen estar felices por el compromiso, mañana promoverán sucios rumores sobre la pureza de la Princesa Chloé.
—Nunca he comprendido por qué la inocencia es tan importante para los sandolianos y los velentinos —grunó el Rey Kedro—. Está claro que tienen las mismas necesidades que el resto de los mortales, ¿por qué se empeñan en poner trabas para disfrutar de algo que es natural?
A Aidan se le escapó una sonrisita traviesa. Pocas veces estaba de acuerdo con su padre, pero a aquel razonamiento no tenía nada que objetar. Observó desde la distancia a Wayra sacar a bailar a Chloé. Sin poder evitarlo, miró la barriga de ella. Todavía no se le notaba nada el embarazo. Los músicos empezaron a tocar música suave, delicada y armoniosa en cuanto los prometidos ocuparon el centro del salón.
Aidan bostezó. Su madre le dio un codazo.
—En unos minutos saca a la Princesa de Meridia a bailar —ordenó.
—Me va a rechazar.
—No lo hará.
—¿La has obligado a bailar conmigo? —Aidan miró a su madre con una ceja arqueada.
—Sí.
¿Para qué discutir? Total, el compromiso de Marina y Aidan estaba acordado desde hacía cinco años, aunque ella no tuviera ni la más remota idea. De poco servía poner pegas si algún día ellos dos tendrían que hacer cosas más íntimas que danzar al ritmo de la música lenta en público. Aidan suspiró y buscó a su pareja de baile entre la multitud.
Distinguió a Ilan deambulando por la sala para hacerse ver. Llevaba mangas largas, guantes y cuello alto para ocultar los tatuajes de la Diosa Serina. A medianoche, los cuatro elegidos para la búsqueda de Krih se escabullirían discretamente, cambiarían sus elegantes atuendos por ropa mundana de estilo velentino y cruzarían un espejo para iniciar su aventura. Hasta entonces, debían hacerse notar ante la corte para que nadie sospechase de sus intenciones.
No muy lejos de Ilan, junto a la familia real del reino anfitrión, Sira y Daren ocupaban sus respectivos asientos de honor y observaban a Chloé y a Wayra bailar. Aidan buscó a las guardiana pyritas entre su corte. El cabello castaño oscuro con reflejos púrpura de Enya llamaba bastante la atención. Se había puesto un vestido impresionante que transparentaba hasta el alma. Aidan pensó que estaba tremendamente buena. Hablaba con otras dos mujeres pyritas. Bueno, por su expresión de hastío, era evidente que discutía. Una de ellas era Bianca, pues su aspecto pálido y cabello blanco no dejaba margen de duda. Ella se había puesto un vestido ajustado negro que contrastaba una barbaridad con su piel. Le sentaba estupendamente, había que reconocérselo. Llevaba purpurina negra en los pómulos, sustituyendo el habitual colorete rosado que solía ponerse. La tercera era una chica rubia con un vestido rojo. Le daba la espalda a Aidan, pero él estaba seguro de que no la conocía.
Sus ojos saltaron de un lado a otro del salón, buscando a una dama vestida de azul. Ni rastro de Marina.
—Hijo —lo llamó Chiska—. Saca a Marina a bailar.
—Ya voy, ya voy... —La buscó entre la multitud con más ahínco—. Es que no la encuentro. ¿Dónde se ha metido?
—¿Qué no la encuentras? —siseó la reina—. Si está con Bianca, que es como estar al lado de un faro de luz.
Imposible, ya había mirado ahí... Cayó en la cuenta. Era la chica rubia del vestido rojo, claro. La miró desde lejos, achicando los ojos. ¿Por qué no la había reconocido? Ahora que se fijaba bien, su cabello rubio era el de siempre, solo que estaba recogido en una larga coleta alta y Marina solía llevarlo trenzado cuando la veía entrenar. La elección del vestido, por otra parte, había resultado ser lo más confuso de todo. A la Princesa Errante la representaba el color azul. Incluso tenía un uniforme militar especial. Verla de rojo era raro. Más aún con un traje ajustado, entallado desde el pecho hasta la cadera y luego con la tela suelta hasta los pies. Tenía la parte de atrás escandalosamente abierta, mostrando toda su espalda al desnudo, con cuatro finas cadenas doradas cayendo sobre ella. Aidan pensó que era como si llevase los collares al revés: caían por la espalda, pero de frente parecían gargantillas.
Parpadeó para salir del estado de trance. Tenía que sacarla a bailar antes de que la canción terminase. Caminó hacia ella, nervioso. ¿Nervioso? ¿Él? Qué cosa más rara... Conforme se acercaba, la gente se apartó mirándolo con curiosidad. Algunos inclinaban la cabeza, otros murmuraban respetuosos saludos. La verdad es que Aidan no contestó a ninguno, estaba pendiente de Marina y ella no se había girado todavía. ¿Cómo sería ese flipante vestido por delante? ¿Qué más cambios arriesgados había hecho la Primordial del Mar en su atuendo de fiesta?
Marina se dio la vuelta. Cuando lo hizo, él se quedó petrificado. Le habían decorado la frente con una discreta corona de perlas y, ahora que estaba bien cerca, podía apreciar que la parte delantera del vestido tenía dibujado una especie de fuego azul que nacía al final de la tela y ascendía hasta sus muslos en líneas rebeldes.
Fuego azul. Vaya, el diseñador real se había superado.
Marina lo miró sin decir nada. Por su aspecto resignado, lo estaba esperando.
—Estás preciosa —soltó él de repente.
La Princesa Errante se sonrojó de pies a cabeza. Aidan estaba demasiado ocupado mirando como el vestido se adaptaba a su sensual silueta como para percatarse de que a Enya le había cambiado totalmente la cara. Estaba herida. Sin decir una palabra, se apartó de ambos y se marchó mordiéndose el labio inferior.
—Tú... Estás muy elegante —respondió Marina al cabo de una eterna pausa.
Aidan extendió la mano sin mirarla a los ojos. No consideró necesario decir nada.
«Por favor, que no me rechace», suplicó mentalmente.
Hacía frío y Kai estaba nervioso. Se sujetó bien la capa para que le cubriera adecuadamente los hombros. Quedaban apenas cinco minutos para la incursión. Se llevó la mano a la empuñadura de la espada, para recordarse que estaba allí, a su lado.
Frente a él, Carleen, la Primera Sombra, recitaba palabras en el extraño idioma de las selkies, leídas directamente de un ostentoso volumen de hojas amarillas. La humedad había hecho nacer moho entre las páginas del libro y la tinta estaba ligeramente emborronada. Cuando terminó de hablar, una puerta de humo negro se apareció frente a Kai. Ya estaba todo preparado.
—Recuerda, Príncipe de las Sombras, enfréntate a tus enemigos de uno en uno —dijo la Primera Sombra—. Esta vez vencerás. Tienes el apoyo que necesitas.
Una suave mano pálida como la nieve se posó sobre el brazo de Kai. Él miró a su compañera de reojo: Nila estaba imponente con su armadura violeta. Sus ojos vendados no le impidieron interpretar su estado de ánimo, pues esbozaba la sonrisa más aterradora nunca antes vista.
—Estamos listos, mi Príncipe.
Kai y su escuadrón de sombras cruzaron la puerta de humo.
Teniéndola en sus brazos, rozando la piel desnuda de su espalda con la punta de los dedos, Aidan descubrió lo que era sentir miedo, vergüenza, inseguridad y timidez en un solo minuto. Lo único que conseguía pensar con claridad eran estupideces. Por ejemplo, se preguntaba en silencio si, como Marina olía a mar y Chloé a primavera, él desprendía olor a madera quemada. Esa era una fragancia poco deseable y, mientras bailaba con la Princesa Errante, lo único que deseaba con toda su alma era que ella no hubiese dejado de sentir lo que vio por accidente a través del catalejo.
Marina no estaba mucho mejor. Todavía no le había pisado un pie a Aidan porque llevaba toda la noche practicando el baile y se sabía los pasos de memoria, pero sospechaba que era cuestión de tiempo que su lado patoso emergiera a la luz. En lugar de mirar a su pareja a los ojos, cómo debería haber hecho, se dedicó a escrutar la pista de baile. Ilan y Bianca estaban danzando y hablando en susurros, muy concentrados.
Al final fue Aidan quien le pisó un pie a ella.
—¡Ay!
—¡Perdón!
—No, tranquilo...
—Perdón, perdón...
—No pasa nada. —Marina miró al Príncipe de Pyros a los ojos. Su iris ambar relampagueaba bajo la luz de las velas—. La que te tendría que pedir disculpas soy yo.
Él frunció el ceño.
—¿Por qué?
—Por lo que te dije en la guarida de Murgain. Fue muy cruel por mi parte. Lo siento.
—Eh...
¿Cómo debía gestionar esa situación? Estaba bastante seguro de que, en los cinco años que Marina llevaba viviendo en Pyros, esta era la primera vez que se disculpaba por algo. No porque fuese orgullosa. Más bien era que no cometía errores nunca. Jamás. Era perfecta.
—Estaba segura de que iba a morir y muy nerviosa por... —carraspeó—. Por el incidente del catalejo.
—Es normal.
—Me porté como una niña pequeña.
—Tenías derecho a enfadarte.
¿Enserio este era el Aidan de siempre? El que se burlaba de ella, la pinchaba, vacilaba o picaba con cualquier cosa que fuera notablemente molesta... Estaba actuando de una manera tan tímida y vergonzosa que... ¡Por la Diosa Serina! Le parecía adorable. A Marina, La Princesa Errante, le parecía adorable el Príncipe de Pyros. Años atrás esa afirmación le habría parecido la mayor mentira del universo.
—Entonces hagamos la paces —resolvió—. Últimamente habíamos conseguido llevarnos muy bien y es una lástima que las cosas se enturbiaran entre nosotros por un accidente.
Aidan pareció dudar un instante. No terminaba de comprender qué significaban las palabras de Marina. ¿Quería decir que fingirían que nada había pasado? Él prefería ser directo. Pero la conocía demasiado bien. Las cosas no podían funcionar así con la Primordial del Mar. A ella la habían educado los estirados del Reino de Sandolian con sus opiniones de mierda sobre la pureza de las mujeres honradas. Aunque, pensándolo bien, quizá el problema estaba en Marina que no había comprendido sus enseñanzas. Al fin y al cabo, la Princesa de Sandolian se había pasado el tema de la virginidad y honradez por el forro.
Se preguntó si Marina sería en el fondo como Chloé. Es decir, inquebrantable y noble por fuera, pero dispuesta a dejarse llevar en la intimidad. ¿Le devolvería el beso si...?
—¿Por qué me miras de esa manera?
Aidan parpadeó dos veces. Si su expresión había sido reflejo de sus pensamientos, estaba perdido. Un ligero rubor había teñido las mejillas de la princesa.
—Perdón, no quería hacerte sentir incómoda.
—¡Por la Diosa Serina!, ¿cuántas veces me has pedido perdón ya? Hubo un tiempo en que pensé que no sabías pronunciar esa palabra —bromeó Marina.
—¡Oye! No es que yo no me disculpe, es que eres tan jodidamente perfecta en todo que siento que darte la razón es contraproducente. ¡Se te va a subir a la cabeza el ego! —dijo, divertido.
—Yo no soy perfecta.
—Para mí sí.
Aidan intentó mirarla a los ojos. Marina apretó los labios y agachó la cabeza. ¿Y si le decía lo que sentía por ella y punto? Le daba un poco de miedo pese a saber a ciencia cierta que ella lo deseaba. Abrió la boca y no consiguió articular sonido alguno. Necesitaba un poco de colaboración por su parte. Tomó una arriesgada decisión. Cuando dieron el siguiente paso de baile, Aidan bajó lentamente la mano por la espalda de Marina y entonces la atrajo con fuerza hacia él. Marina tropezó y se sujetó con ambas manos a su cuello.
Así sí. Así de cerca no podía haber lugar a dudas. Así de cerca Marina no podía fingir lo que sentía. No podía ocultar el calor en sus mejillas. No podía insonorizar su respiración levemente agitada. No podía decirle que no.
—¿Q-qué...? —Ella se perdió en su ojos y dejó la frase a medias.
—Cuando la orquesta termine de tocar esta canción, salgamos un momento al balcón. Solos.
—¡¿Solos?!
—Quiero que uses el catalejo conmigo. Quiero que veas lo que yo más deseo.
Marina enrojeció por completo y, para sorpresa de Aidan, no se opuso. Simplemente se limitó a mirarlo con esa cara de niña asustada que ponía cuando no dominaba la situación.
—Pero tu madre nos ha ordenado bailar hasta medianoche —dijo finalmente—. Luego partiremos en la búsqueda de Krih. Aidan, no creo que sea momento para esto...
—Tienes miedo —la acusó.
—¿Miedo? ¿Por qué iba a tener miedo de salir al balcón contigo?
Él se encogió de hombros con chulería.
—Por lo que pueda pasar entre tú y yo. —Sonrió de medio lado.
Ella no puso distancia entre ambos. Siguió bailando con él, pero su mirada azul se tornó algo fría.
—Me parece muy divertido este lado tuyo —dijo esbozando una sonrisa maliciosa—. Me refiero a cuando actúas con la seguridad de que dominas la situación y pones esa sonrisita de engreído que te queda tan bien en la cara, pero luego yo digo o hago algo que no te esperas y me miras boquiabierto. Te dejo sin palabras. Es gracioso porque pasas de chulo a bobo en cuestión de segundos.
La sonrisa traviesa de Aidan se ensanchó. ¿Era cosa suya o Marina estaba tonteando con él?
—¿Cuándo me he quedado yo embobado contigo, sirenita? Si normalmente eres tan predecible como un mueble. Nunca dices o haces nada que no sea lo que se espera de ti.
—Tú sí que sabes seducir a una dama... —replicó ella con sarcasmo—. Y respondiendo a tu pregunta: hace menos de una hora me has mirado con cara de tonto. ¿Es por el vestido, verdad? No esperabas que yo llevase algo distinto a los diseños de corte meridiense que hacen para mí.
—El rojo te sienta bien —asintió Aidan—. Deberías llevar vestidos como este más a menudo.
—Para tu deleite, ¿no?
—Acabas de decir que te gusta verme boquiabierto. —Aidan agachó la cabeza un poco hasta tener la boca casi en el oído de ella—. Imagínate la cara que pondría si pudiera verte con un vestido corto y escandalosamente escotado de color rojo.
Marina se quedó un silencio durante un eterno instante en el que Aidan no tuvo valor para mirarla a los ojos. Se había arriesgado demasiado con ese comentario, ¿verdad? Había sido brutalmente directo en sus insinuaciones. Seguro que acababa de asustarla...
—Me lo he imaginado —dijo entonces Marina—. Creo que todavía no mereces ese regalo para la vista. Tendrás que seguir viéndome de azul y sin escote.
Aidan se apartó un poco para poder mirarla a la cara. Estaba riéndose. Marina estaba tonteando descaradamente con él. ¿Acaso le habían drogado? ¿Eran alucinaciones? ¡Por el Dios Brass! ¿Y si Murgain nunca arañó y envenenó a Marina sino a él? Eso explicaría muchas cosas de las que estaban ocurriendo en ese baile.
—¿Todavía?
—¿Todavía, qué?
—Has dicho que todavía no merezco ese regalo para la vista. Así que tengo posibilidades de llegar a verte con un vestido así. Algún día.
Marina se rio.
—No pierdas la esperanza, Aidan.
—Contigo nunca la podría perder. Tú me das esperanza.
—¿De verme con ropa indecente?
—No, hablo en serio. —Aidan se acercó un poquito más a ella para susurrarle al oído—: Tu historia de vida, aunque trágica, es esperanzadora. Tu manera de luchar en el campo de batalla, elegante y segura, es esperanzadora. Tu risa sincera después de tantos días oscuros, es esperanzadora. Tu mirada azul, a veces triste, a veces alegre o a veces coqueta, es esperanzadora.
Se separó para poder mirarla bien a la cara. Ella había dejado de sonreír. Lo miraba con los ojos abiertos, un poco sorprendida, pero también emocionada. Aidan lo tomó como un aliciente para sincerarse. Sin darse cuenta, habían dejado de bailar, aunque siguieran abrazados.
—Marina, no tienes ni idea del impacto que tiene tu personalidad en mí —dijo él sin rodeos—. Me hace creer que si tú has podido superar todo lo que te ha pasado y de seguir creciendo y fortaleciéndote cada día, yo puedo ser mejor. Puedo dejar de vivir a la sombra de mi hermano. Puedo convertirme en un Primordial más fuerte, maduro y noble. Puedo aprender de ti, mientras permanezca a tu lado. Tú me das esperanza.
Una lágrima independiente se deslizó por su mejilla y murió en su vestido. No lo hubiera imaginado nunca, pero Aidan, el Príncipe de Pyros, la persona a la que había querido ahogar por pesada e imprudente muchas veces, había dicho las palabras que necesitaba oír. ¿Qué era eso que sentía? Estaba emocionada, ilusionada, descubriendo un sentimiento nuevo. Uno que había despertado Aidan. ¡Es que era increíble! ¡Nada más y nada menos que Aidan!
No supo qué decir. Tampoco pareció necesaria una respuesta. Él había posado sus ojos ambarinos en los labios de Marina. Los miraba y ella podía percibir la lucha interna que debatía dentro de él. ¿Lo hacía o no lo hacía? ¿La besaba o se contenía?
Algo extraño ocurrió en la mente de Marina. Deseaba que él diera el paso. De repente quería con una fuerza indomable besarlo. Le daba igual todo. Solo quería besar a ese hombre que había visto en ella más de lo que nadie, salvo quizá Bianca, había conseguido ver. Pero Aidan no encontraba el coraje suficiente para hacerlo.
No pasaba nada, si él tenía dudas, ella se encargaría de resolverlas.
Levantó la cabeza en el momento exacto para sentir los labios de Aidan sobra los suyos. Acortó al distancia que les separaba y sujetó instintivamente las manos en su nuca.
La Marina de siempre estaba transmutando en una nueva persona. En cualquier otra situación no hubiera hecho lo que hizo. Mucho menos delante de la mirada de todos los invitados del baile, de sus amigos, de los padres de Aidan. Se dejó llevar, como tantas veces él le había pedido que hiciera. ¡Y qué gusto ser ella misma por un condenado instante! Sintió los brazos del príncipe rodear su espalda desnuda, abrazarla, aportarle la calidez que rezumaba en su interior. Se sintió desfallecer. Era su primer beso. Y era húmedo, suave, cálido y dulce. Lo disfrutó con todo su ser. Pero de pronto el ambiente cambió.
Dolor. Pesadumbre. Tristeza. Agonía.
Marina se puso tensa. ¿Qué era eso? ¿Por qué se sentía de repente de esa manera? Se separó de Aidan bruscamente. ¿Qué dioses había sido...? El sentimiento se hizo más fuerte. Punzante. Era familiar.
Aidan abrió los ojos y parpadeó como despertando de su sueño. La miró incrédulo. Fascinado. Impresionado. Loco de alegría. ¡Qué preciosa era! No había sentido tanto durante un beso en toda su puta vida. ¿Por qué habían parado? ¿Acaso ella no lo estaba disfrutando? Necesitaba más, quería mucho más de ella...
—Kai... —murmuró Marina, distraída.
Aidan frunció el ceño.
—¿Perdón?
—¡Kai está aquí! —gritó Marina separándose por completo de él—. ¡El Príncipe de las Sombras va a atacarnos!
La orquesta dejó de tocar. Los invitados la miraron con confusión en sus ojos. Aidan la agarró de la mano y le dijo algo que ella no alcanzó a oír. A su alrededor no ocurría nada. El salón de baile estaba en paz, estaba tranquilo. No había rastro de las sombras, no había...
Un puñal negro voló ante la impotente mirada de Marina. Un segundo después, se clavó en el corazón del Rey Vend. Los invitados ahogaron un grito y un silencio atronador se apoderó de la sala durante el segundo exacto que el padre de Sira y Wayra cayó al suelo y la sangre empezó a teñir su casaca.
Y entonces, el caos se desató.
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