⁞ Capítulo 21: La ingenuidad de Wayra ⁞
Wayra entró en una enorme sala de paredes de piedra cubiertas de hiedra sorprendentemente cálida. Una decena de luciérnagas iluminaban la estancia dentro de jaulas de cristal hexagonales. Caminaba franqueado por dos guardias de la Reina Flora y un sirviente de alto cargo vestido con una larga bata verde esmeralda que ya rozaba la cincuentena. Sentada en la repisa de la ventana, Chloé le dedicó una sincera sonrisa.
—Por fin puedo verte —dijo al ponerse en pie.
—He sido muy persistente.
Wayra se aproximó un par de pasos hacia ella, quería abrazarla, pero entonces el sirviente carraspeó en un claro reproche.
—¿Qué pasa, Arwold? —preguntó Chloé.
—No es adecuado, Alteza. La Reina Flora me ha ordenado que les vigile.
—Bueno, me parece una tontería —replicó ella—. Quiero hablar a solas con mi prometido.
Arwold miró a un lado y luego a otro, sin moverse un ápice.
—Alteza...
—No puede dejarme embarazada otra vez. Al menos no hasta dentro de ocho meses. ¡Fuera!
—¡Chloé! —Wayra abrió mucho los ojos y se sonrojó.
—Es la verdad. —Ella resopló—. Arwold, sal de aquí. Dile a la reina que si no está conforme, que venga ella misma ha hacer de carabina.
Muy a su pesar, al sirviente no le quedó más remedio que obedecer. Las rocas de las paredes habían empezado a temblar levemente. Cuando los dos primordiales se quedaron solos, Wayra silbó con admiración.
—¿Acabas de amenazar al pobre hombre con derrumbar la habitación? —Asintió con orgullo—. No te creía capaz de algo así.
—En realidad no pretendía hacerlo.
—¿No? ¿Entonces por qué han temblado las paredes?
Chloé esbozó una ligera sonrisa y se acercó a Wayra. Él pensaba que lo iba a besar como siempre que estaba a solas: intensamente, pasional, húmedo y sensual. En lugar de aquello, se encontró con la escueta presión de los labios de ella sobre los suyos.
—Siéntate, por favor —le pidió la princesa cuando se alejó—. Tenemos mucho de qué hablar.
Confundido, Wayra obedeció. La última vez que se habían visto fue en la comparecencia de los reyes de La Alianza, mismo día en que Chloé, en un ataque de locura o algo por el estilo, había soltado frente a todos que estaba embarazada. Era la mejor mentira que se le había ocurrido para evitar que la eligiesen para la supuesta búsqueda de Krih, que en realidad era la búsqueda de la Tristeza del Océano. Además, Wayra y Chloé habían discutido durante el descanso. y luego se habían visto forzados a dar la cara ante la madre de ella y los padres de él para explicar desde cuando estaban quedando a escondidas. Aquel infierno de día había terminado con la formalización de su compromiso nupcial como artimaña para ocultar el estado de la Primordial de la Tierra.
La boda se celebraría dentro de un mes a fin de evitar que las cortes de Los Cuatro Reinos descubriesen que la inocente princesa de Sandolian no era tan pura como exigían las costumbres de su pueblo.
Por un lado, Wayra estaba feliz. Nunca había imaginado un futuro real junto a Chloé. La quería con todo su corazón, pero daba por hecho que sus padres buscarían una esposa para él entre las jóvenes casaderas de Velentis, como exigía la tradición. Del mismo modo, en Sandolian era común que el heredero al trono escogiese consorte entre los primogénitos de los Siete Altos Señores del reino. A través de la treta que había urdido Chloé en un minuto de pánico, había conseguido un futuro a su lado, algo inimaginable.
No obstante, todo dependía del embarazo, lo cual era un problema gigantesco porque no había ningún bebé de verdad. Esa era la cuestión que Wayra ansiaba hablar con ella desde hacía días, pero sus queridos padres se habían empeñado bastante en impedirles pasar tiempo juntos. La Reina Flora había cubierto todos los espejos a los que tenía acceso su hija. Encima, el Decimoséptimo Aniversario de La Alianza tenía a Wayra tan ocupado que casi no había podido detenerse un segundo para volar a Sandolian e insistir en que se le permitiera ver a Chloé.
—Estás rara —dijo el chico, mirándola de pies a cabeza.
—Vaya, gracias, mi amor —replicó ella con ironía.
—No, quiero decir que te noto una actitud extraña. Pensé que te alegrarías de verme.
—Y me alegro.
—Pues tu beso no lo ha reflejado.
Chloé sonrió de medio lado. Se sentó en el regazo de Wayra, pasando un brazo por sus hombros y dejó caer la frente sobre la suya. Olía a primavera. El príncipe de Velentis sujetó su cintura con las manos. Chloé llevaba un vestido blanco sencillo de algodón que le cubría hasta los pies. Tenía un escote elegante en forma de corazón y mangas abullonadas que acababan a la altura del codo.
Ella buscó sus labios y los besó con ternura. Sacó su lengua y lo lamió con paciencia, rodeando su cuello con ambas manos. Sintió las de Wayra bajar hacia su trasero y acariciarlo, luego subir a su cintura, deslizarlas por la espalda... Chloé se separó antes de que llegase más arriba. Al fin y al cabo, Arwold estaba esperando fuera.
—¿Mejor? —preguntó.
—Sí —asintió él.
Todavía sobre sus piernas, abrazada a su futuro esposo, Chloé volvió a ponerse sería:
—Tenemos que hablar de lo que ha pasado —dijo—. Mi madre me tiene secuestrada. Solo me deja ir a mi habitación y a este salón. Nunca estoy sola y todos me tratan como si fuera de cristal.
—Bueno, mi amor, es lógico. Piensan que estás embarazada.
Las mejillas de Chloé se tiñeron durante un breve instante. Entonces se levantó y tomó distancia de Wayra. Algo rondaba por su mente.
—¿Te parece bien lo que han acordado nuestros padres? —preguntó Wayra sondeando el terreno—. ¿Es la boda lo que te perturba?
Ella negó con la cabeza.
—¡No, no! De hecho, creo que es lo único bueno que ha pasado en el último mes... Pero sí que confieso que estoy preocupada. Muy preocupada.
—Lo comprendo. —Wayra se puso en pie—. Sé que no te gusta mentir y desde que te pedí que me ayudases no haces otra cosa que engañar a todo el mundo. Lo siento de veras, Chloé, yo...
Las palabras murieron en su boca cuando ella negó con vehemencia.
—Estás... Estás equivocado. Lo que me preocupa es otra cosa.
Ella se tocó el vientre. Él agachó la cabeza. Claro, por supuesto. Fingir durante nueve meses tener a un bebé creciendo en sus entrañas era un motivo de peso suficiente para preocuparse. En algún momento la barriga de Chloé tendría que hincharse.
—Nuestro matrimonio pende de un hilo, es eso, ¿verdad? Si descubren que no estás embarazada, anularán la boda y además nos prohibirán estar juntos. A mí también me quita el sueño pensar en eso.
—Wayra...
—Lo único que se me ocurre es adelantarla. Hay que buscar una excusa, aunque tengamos que volver a mentirles a todos. O, si no quieres, simplemente aguantemos un poco. Finjamos durante este mes. Una vez celebrada, ya nada podrá hacerse para disolver nuestro matrimonio. A los ojos de los dioses, estaremos unidos para siempre. Luego diremos que has perdido al bebé o no sé...
—Wayra, sí que estoy embarazada.
El Primordial del Viento se quedó sin palabras. Parpadeó dos veces, levantó la cabeza y la miró fijamente. Su rostro era inescrutable, mientras que el de Chloé expresaba el amasijo de nervios que vivía en ella en ese momento.
—No sabía cómo decírtelo, lo que me preocupaba tanto era contártelo... No es mentira. El médico real dice que solo estoy de un mes y que era pronto para anunciarlo, pero que hice bien en avisar porque no voy a poder luchar a partir de ahora. —Impaciente, señaló las paredes. La roca volvía a temblar—. Mis poderes se están volviendo locos. Hacen cosas que yo no les ordeno. Creo que es por las hormonas, pero no tengo ni idea. Es la primera vez que una primordial está embarazada, todo es nuevo... ¡Me siento abrumada, Wayra!
Él la escuchaba en silencio, con la boca un poco abierta, petrificado frente a ella.
—¡Di algo! —exclamó Chloé.
—Creí que te lo habías inventado.
—¿Qué? Y-yo... Sí, mentí en la comparecencia, pero tenía una ligera sospecha de que podría ser verdad y el médico me lo confirmó hace unos días.
—Eso quiere decir que la boda no se puede anular.
—Sí. Pero también quiere decir que vamos a ser padres. —Wayra seguía mirándola inexpresivo—. ¡Padres! ¿Lo entiendes? Habrá un niño o una niña correteando a nuestro alrededor el año que viene, ¿comprendes, mi vida? Estoy embarazada de verdad. Y lo que es peor: estoy fuera de juego.
—¿Qué?
—Sí, lo que has oído. No puedo luchar, no puedo viajar, no puedo ni siquiera entrenar. He dejado de ser útil a la Guardia de Élite en el momento más importante de la historia.
No supo cuando había empezado a llorar, pero se percató de qué caían lágrimas por sus mejillas al encontrarse rodeada por los anchos brazos de Wayra. Se derrumbó en su pecho y dejó que la ansiedad de los últimos días se apoderase de ella. Estaba asustada y se sentía sola. Su madre la había encerrado, pero lo que más necesitaba era sentirse acompañada. Pasar la semana sin Wayra había sido aterrador. Nunca antes lo había echado tanto de menos. Soñaba con la boda todas las noches y deseaba mudarse a un castillo con él cuanto antes. Solo así se sentiría verdaderamente a salvo.
—Por el Dios Valeón, te quiero Chloé —susurró el príncipe a su oído—. Te quiero con todo lo que tengo en mi interior, eres lo más especial de mi vida.
Le besó las lágrimas, los ojos, las mejillas y, finalmente, la boca. Enredó su lengua con la de ella, sumergió sus dedos con su cabello oscuro y rizado. Las paredes del salón temblaron otra vez y Chloé se agarró más fuerte a Wayra, entregándose a ese beso.
—No eres inútil, mi amor —murmuró él, sujetándole el rostro con la manos—. Dejarás de luchar con la espada, pero lo harás de otra manera.
Ella lo miró y se pasó el revés de la mano por los ojos para limpiarse el llanto.
—¿Cómo, Wayra? ¿Qué puedo hacer yo?
—Ven a Velentis. Sira y yo estamos supervisando la traducción del grimorio. Ayúdanos.
—Mi madre no me dejará marcharme del Castillo Real, me tiene tan prisionera como el Rey Kedro a Marina.
—Yo la convenceré.
No tenía ni idea de cómo iba a hacerlo, pero por algún motivo esa afirmación le sonó a Chloé como la verdad más sincera del universo, la solución perfecta caída del cielo. Volvió a besarlo, se abrazó a su cuello y, cuando quiso darse cuenta, Wayra la levantaba en brazos y la subía a la mesa del salón. Rodeó su cintura con las piernas, lo atrajo hacia sí con violencia. Lo quería demasiado, lo necesitaba cerca.
Wayra se perdió en su olor a primavera, en su piel suave, en sus besos húmedos. Enterró sus labios en el cuello de Chloé y la mordió con ansia, deseando devorarla. Ella estiró su camisa para sacarla del pantalón, desató el lazo de la bragueta con prisas.
—Arwold está fuera —murmuró Wayra con voz ronca.
La paredes volvieron a temblar. Unas piedras diminutas se precipitaron al suelo. El primordial levantó la cabeza y miró a su alrededor.
—No podemos...
Chloé lo calló con un buen beso y metió una mano dentro de su ropa interior.
—Sí podemos —susurró—. A partir de ahora siempre podremos: vas a ser mi esposo y el padre de mis hijos.
En una arrebato de pasión, Wayra gruñó y la tumbó sobre la mesa. Levantó la falda de su vestido y entró en su interior sin entretenerse con preliminares.
La hizo suya en el salón del Castillo Real de Sandolian, susurrándole cuanto la quería al oído. Las paredes de piedra temblaron al son de los gemidos de Chloé.
Marina abrió los ojos sin tener ni la más remota idea de dónde estaba. Tardó unos pocos segundos en recordar a Murgain, aquel asqueroso reptil que casi la había matado, y a Aidan tan cerca de ella que lo hubiera besado de no haber sido porque creía que iba a morir. Sabía que se había puesto como una histérica. A penas recordaba qué había dicho, pero fuera lo que fuese se sentía avergonzada. Ella siempre tenía control sobre sus emociones y el día anterior había hecho todo lo contrario a dominarse.
Estaba tumbada en una cama que no era la suya. El corazón le latió a mil por hora cuando se percató de que se trataba de la de Aidan. Recordaba vagamente esa habitación de paredes rojas y suelo negro. Un candelero con cinco velas brillaba a su derecha. A su izquierda vio una mesita de noche con un bote de cristal vacío.
—Es el antídoto.
En aquel instante Marina descubrió cuánto le habría gustado que aquella voz fuese la de Aidan. En su lugar, se encontró con el decepcionante rostro de Enya. De todas las personas a las que podría ver después del tormento que había sufrido a causa del veneno de Murgain, la presencia de la Guardiana del Rayo le suponía la más traumática. No se molestó en ocultar su disgusto.
—¿Estoy bien? ¿No me muero?
—No. —Enya se apoyó en la estructura de metal que sujetaba largas cortinas de seda alrededor de la cama de Aidan, con su cara de borde impertérrita—. Sigues viva, Princesa.
Ella asintió y se miró vagamente. Su capa, guantes y demás prendas de abrigo no estaban por ninguna parte, pero seguía llevando el atuendo azul que había elegido para visitar el Cuartel General.
—¿Por qué no estoy en la enfermería?
—Porque Aidan no sabe cómo decirle a sus padres que te ha vuelto a poner en peligro —explicó la guardiana—. Te ha traído hasta su cuarto a través del espejo y te ha suministrado él mismo el antídoto. Luego me ha llamado a mí y me ha pedido que te vigilase para ver que evolucionabas adecuadamente.
—Ah.
Enya frunció el ceño.
—¿Qué te ha pasado exactamente? No entiendo cómo has podido acabar en guarida de Murgain...
—¿No te lo ha contado Aidan? —Marina creyó erróneamente que el Príncipe de Pyros se habría pegado unas buenas risas en compañía de su guardiana comentando el incidente del catalejo. Al parecer, no había sido así, pues el rostro de Enya no parecía saber nada al respecto—. Me perdí en el Laberinto de las Minas Qilun.
—¿Te perdiste? —preguntó la Guardiana, sorprendida—. ¿Tú?
—Sí. Salí con una vela y se me apagó a mitad del camino. Me confundí de pasillo.
—¿Y por qué ibas sola? Podríais haberte vuelto con Aidan, es como una lámpara humana, hace fuego con las manos.
—Pero bueno, ¿esto es un interrogatorio o qué? —resopló Marina, molesta—. Tuve un desliz y Murgain me dio un zarpazo en la frente. Fue un accidente, la próxima vez tendré más cuidado.
—¡Vale, vale! —Enya levantó las manos con las palmas abiertas y se encogió de hombros—. No hace falta que te pongas tan a la defensiva. Solo era mera curiosidad. No sueles ser tan patosa...
Ignorando las palabras de su compañera, Marina se quitó la sábana roja que cubría sus piernas y se levantó de la cama, descalza.
—¿Y dónde está él? —preguntó sin mirarla.
—¿Quién?
—Aidan.
—Me ha dicho que se largaba a entrenar, pero seguramente haya terminado en los baños termales de la Sierra Ikaru —dijo ella—. Cuando está nervioso suele ir allí. Me ha pedido que te pregunte si no te importaría mantener el accidente de Murgain en secreto. En caso contrario, el Rey Kedro le metería una buena bronca y ya sabes lo severo que es con Aidan.
Claro que lo sabía. Los padres de Aidan estaban mal de la cabeza. Los dos.
—Por supuesto, no diré nada, yo... —Marina se iba calzando las botas mientras hablaba—. Oye, ¿y por qué no me lo pide él?
—Dijo que no quería molestarte porque, hasta cuando tiene buena intención, suele cagarla con algo. —Enya suspiró—. Sí, me ha pasado el muerto a mí. Como es un príncipe y puede dar órdenes... ¡Qué cara más dura!
Fue entonces cuando la Primordial del Mar cayó en la cuenta de su error. Le sonaba haberle espetado a Aidan algo por el estilo antes de desmayarse. Sin duda lo había ofendido. O, como mínimo, lo había hecho sentir mal. Se removió en el sitio, incómoda. ¿Se había pasado un poco, no? Era cierto que estaba histérica y que una no es dueña de sus palabras cuando descubre que tiene veneno mortal corriendo por sus venas. Pero debía reconocer que no todo era culpa de Aidan. Ella había cometido la imprudencia de deslizarse por el laberinto plagado de trampas muerta de vergüenza. Debería haber sido más responsable.
—¿Me estás escuchando?
—¿Eh?
—Vale, quizá todavía tienes un poco de veneno en la sangre... —Con una confianza que dejó a Marina petrificada en su sitio, Enya estampó su mano de uñas negras en la frente de la Princesa Errante—. No parece que tengas fiebre. Ni frío.
—Estoy bien, solo un poco distraída...
—Ya... —La Guardiana del Rayo decidió cesar en su empeño por descubrir qué había desestabilizado tanto a Marina—. Bueno, te estaba comentando que la Reina Chiska quiere que Aidan y tú secundéis a Chloé y a Wayra en el Baile de las Victorias.
—Vale.
—Ha mandado confeccionar un vestido especial para ti, muy distinto a lo que sueles llevar.
—Vale.
—Quiere que te lo pruebes esta noche y practiques algunos pasos de baile, para asegurarnos de que no te tropiezas con la tela delante de toda la gente importante que estará esa noche en la Fortaleza de Marfil.
—Vale.
Enya frunció el ceño. Qué cosa más rara. Era cierto que Marina solía acatar las órdenes de los reyes sin rechistar, pero estaba segura de que en esa ocasión se quejaría. O al menos que esbozaría una mueca de disgusto. Se preguntó seriamente si el veneno de Murgain no había convertido accidentalmente a la Princesa Errante en otra persona.
—¿De verdad te parece bien bailar con Aidan delante de todo el mundo?
Ahí estaba. La cara de infarto que esperaba. Menos mal, Marina no estaba enferma, solo tenía la mente espesa. No lo había pillado.
—¿Cómo que bailar? ¿Tengo que bailar con Aidan? ¿Por qué?
—¡Te lo acabo de decir!
—Pero El Baile de las Victorias lo suele encabezar el heredero al trono del reino anfitrión, es decir, Velentis. ¡Esta vez le toca a Wayra! Y además, hace dos años, cuando se celebró en Pyros, Aidan bailó contigo. ¿Por qué tengo que hacerlo yo?
Las mejillas de Marina se habían teñido de rojo. También se había levantado y buscaba en la enorme habitación el resto de su ropa. Conforme cogía una cosa, se le caía al suelo. Volvía a recogerla y volvía a caerse. Marina estaba tan nerviosa que no se daba cuenta ni de lo que hacía.
—En esta ocasión, las cosas son diferentes, Princesa —explicó Enya—. El baile lo abrirá Wayra y aprovechará para anunciar públicamente su compromiso con Chloé. Cuando empiecen a danzar como un par de tortolitos delante de todo el mundo, Aidan te pedirá a ti que bailes con él.
—¡¿Por qué?!
—Joder, Princesa, te han pedido que bailes con él, no que te lo fo...
—¡No termines esa frase, Enya! —gritó Marina dejando caer toda la ropa al suelo.
—Vale, pero es que estás siendo muy infantil y me cuesta entender qué hago perdiendo el tiempo contigo como si mi trabajo fuera hacer de niñera en lugar de supervisar al ejército de Pyros. —Enya se dirigió hacia la puerta, dispuesta a marcharse. Era tan evidente que Marina estaba colada por Aidan que dolía. Su función en esa habitación ya se había cumplido—. Los cuatro partiréis en la búsqueda de Krih esa misma noche, después del El Baile de las Victorias. Kai no sabe que La Guardia de Élite va a separarse. Eso nos dará ventaja. Tanto tú y Aidan como Bianca e Ilan os debéis dejar ver públicamente. La gente tiene que hablar para que los rumores que lleguen a Kai no le hagan sospechar de nuestra nueva misión.
—Lo entiendo, me parece perfecto, pero ¿no podría yo bailar con Ilan o con Bianca?
Enya puso los ojos en blanco.
—Hasta luego, Princesa —dijo mientras abría la puerta para salir y dejar a Marina sola con sus problemas de niña pequeña—. ¡Ah! Se me olvidaba. ¿El tintajero funcionó a larga distancia, no?
Distraída, o mejor dicho traumatizada, Marina asintió.
—Bien, será muy útil cuando os marchéis... —Enya dio un paso fuera del cuarto—. ¿Y el catalejo mágico para qué servía?
Marina dio un respingo y se puso colorada.
—¿No te ibas? —espetó.
Sin permitirle a Enya un solo reproche, caminó a grandes zancadas hasta la puerta y se la cerró en las narices.
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