⁞ Capítulo 20: La visión de Aidan (II) ⁞
Marina deseaba que él la hubiera besado.
Eso le había mostrado el catalejo y, por cómo había huido ella del Cuartel General, Aidan supo que era verdad. La vergonzosa Princesa Errante sentía deseo por él y el sentimiento era recíproco. Por el Dios Brass, le latía el corazón a mil por hora, ansiaba encontrarla, necesitaba verla, quería... ¿Qué? ¿Qué pretendía? Sabía lo que iba a pasar a continuación. Ella lo negaría. Lo rechazaría.
Aidan se detuvo en la oscuridad de la gruta. Había invocado al fuego con una mano para iluminar el recorrido, pero no miraba dónde pisaba. Estaba absorto en sus pensamientos, siguiendo su aroma. Marina desprendía olor a mar, dejaba un rastro de sal y humedad en el aire durante unos pocos segundos allá donde iba. Aidan suspiró, irritado. Se obligó a continuar.
—¿Marina? ¿Me oyes? —gritó. Su voz rebotó entre las paredes hasta alejarse—. Yo...
No sabía ni qué decir. ¿Yo también quiero besarte? No, ni de broma. El Príncipe de Pyros tenía ojos en la cara y había pensado que Marina era una belleza rubia de mirada penetrante desde día en que pisó su corte hacía cinco años. Le había disgustado que sus padres pactaran un compromiso forzado con ella porque le habían privado del derecho a elegir a su consorte libremente, pero cuando la conoció pensó que, si le hubiesen permitido seleccionar a cualquier mujer de los cuatro reinos para desposar, siempre habría sido ella. Ese pensamiento brotó como una vaga respuesta a su aspecto físico y creció y afloró hasta ser una idea asentada en su mente cuanto más la conocía: era astuta, noble, amable, fiera, combativa, leal, trabajadora, honesta...
Le asustó darse cuenta de que casi no tenía nada en común con él. Aidan era el caso perdido de la Corona de Pyros. La miseria que había quedado atrás tras la muerte de su valeroso hermano. ¿Qué podía hacer alguien como él con una reina como ella? Hasta ahora se había limitado a ponerla nerviosa y molestarla. Como un condenado crío inmaduro.
Sacudió la cabeza. Ilan había dicho algo importante antes de salir. Marina se había internado en las grutas de las Minas Qilun sin luz. Estaba rodeada de trampas y demasiado conmocionada. Aidan sabía que este tipo de emociones eran nuevas para ella. Nunca había estado con nadie. Su vida llena de política, poder, muerte y tristeza no había dado espacio al amor, al deseo o al placer. Estaría aterrada. Además, era muy controladora y el deseo no se puede controlar.
—Marina, no he visto nada —mintió—. Deja que te cuente la visión, es una tontería...
Ella no se iba a tragar ni una palabra. Era demasiado inteligente para picar el anzuelo. Aidan caminaba y caminaba, giraba en cada trifurcación siguiendo el olor a sal y agilizaba el paso esperando alcanzarla pronto. Se dio cuenta de que Marina había memorizado la ruta al único espejo de la montaña. No necesitaba luz, se limitaba a seguir los pasos que tantas veces había hecho en las últimas semanas. Así que estaba a salvo después de todo.
Un momento.
Aidan se detuvo en seco. Quedaba poco para llegar a la salida, pero algo andaba mal. El olor de Marina provenía de un pasillo erróneo. Levantó la mano prendida en una llamarada para iluminar los recorridos de la nueva trifurcación que se extendía frente a él. Para llegar al espejo Marina debía caminar por el pasillo de la derecha. No obstante, Aidan percibía su olor desde el paso central. Palideció. Todos los caminos que no llevaban al espejo o al cuartel conducían a una trampa.
—Mierda, mierda, mierda.
La siguió. Esa vez, echó a correr. No gritó. Recordaba perfectamente a quién habían metido en ese paso. Era una de las trampas de Enya, de las más peligrosas, inspirada en un antiguo enemigo pero más letal. Se dijo que Marina estaría bien. Era la Primordial del Mar. Podía de sobra contra una prueba tan simple como aquella. Para la bendecida de la Diosa Serina sería una simpleza. Pan comido. Una nimiedad.
Aidan dudó.
Una gota de sudor se deslizó por su frente. Marina se había equivocado eligiendo el camino, se había metido en la guarida de aquel monstruo sin querer. No estaba concentrada.
Y para enfrentar al nuevo Murgog había que estar muy, pero que muy sereno.
Aidan lo sabía. Aidan lo había visto. ¿Qué exactamente? Marina no tenía ni idea, pero cualquier cosa sería mala, vergonzosa, humillante... Deseaba tanto de él que ni ella misma se atrevía a pensarlo. Sabía que se burlaría. La haría sentir estúpida. O peor aún: jugaría con ella, la tentaría, trataría de seducirla, como hacía con todas aquellas mujeres y hombres que visitaban su alcoba. ¿Y si Marina caía en su trampa? ¿Y si se convertía en el primero con el que yacía para lugar abandonarla cuando se cansase? Aidan era así con todas las personas que compartían su lecho. Su reputación era bien conocida en Los Cuatro Reinos.
Marina se sonrojó. Notó que sus mejillas ardían. Escuchaba los pasos de Aidan aproximarse, había oído su voz demasiado cerca y no estaba preparada para enfrentarlo. Necesitaba escapar, tiempo para recomponerse y enfrentarle de nuevo. Palpaba las paredes de la gruta con las manos desnudas, sintiendo el contacto con la fría y húmeda roca en la punta de los dedos.
Se sentía nerviosa, estúpida. ¿Por qué temblaba? A Enya no le hubiera ocurrido lo mismo. Para la Guardiana del Rayo sentir deseo era natural. Sin embargo, para ella, Ilan o Sira era intimidatorio, vergonzoso. Malditas costumbres. ¿Qué estaba haciendo? Huir de un chico como una niña pequeña. Estaba siendo infantil.
Se paró. Era una tontería. Tendría que mirarlo a la cara al día siguiente, iba a marcharse durante varios días con él, Ilan y Bianca a buscar a un dragón. Huir ahora no serviría de nada. El mal estaba hecho, no había vuelta atrás, solo le quedaba actuar con dignidad y hacerle saber a Aidan que no sentía absolutamente nada por él. Mentiría como una bellaca si era necesario.
Olía mal. Un intenso aroma fétido impregnaba su alrededor. Marina parpadeó. Qué cosa más rara... Si tan solo tuviera un poco de luz para apreciar su entorno, quizá pudiera saber...
Algo saltó sobre ella.
Enya decapitó al auténtico Murgog, un monstruo reptiliano y verdoso que había atemorizado a varias poblaciones de la frontera de Pyros con Velentis. El recuerdo de esa lucha estremeció a Aidan. Era un monstruo de aspecto horrible, pero hábil, silencioso. Cuando fueron a cazarlo, Enya y él tomaron extremas precauciones para no ser sorprendidos a traición y, aun así, les pilló con la guardia baja. Consiguieron matarlo, sí, pero hubieron duras pérdidas aquel día. Tres grandes guerreros murieron ante los ojos de a Aidan, atravesados por las gruesas garras del monstruo, sin que él pudiera hacer nada para evitarlo.
Quemaron el cadáver de Murgog con el fuego de Aidan y después Enya descubrió en su guarida tres huevos sin eclosionar, duros y de gran tamaño, brillando en la oscuridad de la caverna. En su momento se valoró hacerlos pedazos, pero ella propuso llevarlos al Palacio de la Llamarada e intentar adiestrar a las criaturas. Dijo, y Aidan estuvo de acuerdo, que si la Reina Chiska había sido capaz de domar un dragón de dimensiones gigantescas, adiestrar a los hijos de Murgog debería resultar una tarea mucho más simple. Y a favor de esta idea estaba el hecho de que los tres monstruitos serían un activo valioso contra los ejércitos del Rey Darco.
Tras decidir que el nuevo Cuartel Secreto se asentaría en las Minas Qilun, lugar del que se extraía el mineral con el que se forjaban las armas en los Cuatro Reinos Libres capaces de destruir a las sombras, la Guardia de Élite decidió extremar las precauciones. Aprovecharon el laberinto de grutas naturales que se entrelazaban en el interior de la montaña para poner trampas. Habían sido tan originales y astutos como habían podido, por lo que, si alguna vez el Príncipe de las Sombras lograba atravesar espejos y dar con el único que llevaba al interior de las minas, tendría que venir solo, ya que sus secuaces perecerían al mero roce de las paredes rocosas, y suplicar por un milagro. Kai se enfrentaría a nueve trifurcaciones, donde solo un pasillo avanzaba a la siguiente estancia mientras los otros dos desembocaban en alguna de las trampas.
Aquel día, sin embargo, había sido Marina la desafortunada en perderse en el mágico recorrido.
Un grito resonó en las profundidades y Aidan llegó al final del túnel. Un hilo dorado de fuego iluminó una enorme cámara hasta permitirle ver la verdad oculta en la oscuridad: Marina con el peinado desecho y una línea de sangre naciendo en el lado derecho de su frente hasta llegar a la mejilla. Estaba encima del Murgain —así llamaron Enya y él al hijo mayor del monstruo verde—, sentada a horcajadas sobre su torso, con el filo de un puñal a punto de cortar su cuello. La criatura derramaba sangre verde y se retorcía de angustia debajo de ella.
—¡Murgain! ¡Deténte! ¡Ella es amiga!
Como si de un buen sirviente se tratara, Murgain dejó de oponer resistencia. Siseó a Marina con desagrado, pero luego giró aquel perturbador rostro repleto de escamas, colmillos afilados y ojos saltones hacia Aidan, esperando nuevas ordenes. El Príncipe de Pyros suspiró.
—Puedes soltarle, Marina, no te va a atacar.
—¿Estás seguro? —gruñó acercando todavía más el puñal al cuello de la criatura. Murgain siseó de nuevo, amenazante.
—Te lo prometo. Suéltalo.
Dudó antes de liberarlo. El monstruo se arrastró rápidamente por el suelo hasta situarse al lado de Aidan. Fue veloz, a penas un parpadeo, y Marina se puso en guardia otra vez, con las piernas abiertas y flexionadas, el puñal sujeto con fuerza y una mirada fiera centelleando en su rostro. Por suerte, Murgain se mantuvo fiel y sumiso a las palabras de su amo: no la atacaría.
—¿Cómo lo has hecho? —El joven príncipe se rascó la cabeza, mirándola primero a ella y luego al monstruo—. Lo habías atrapado. Sin luz. ¿Acaso puedes oírlo?
—No. —Marina no sentía seguridad estando tan cerca del bicho, pero bajó la espada—. Ni lo vi, ni lo oí. Y es muy escurridizo. Por poco me mata. Si no llega a ser porque llevaba el puñal en la bota, lo habría hecho. ¡No he ido desarmada de casualidad!
—Costó tres vidas y mi ayuda como Primordial para vencer a su madre. ¿Y tú le has capturado con tanta facilidad? ¿Con tu ingenio y esa cutrez de puñal? —Dirigió sus ojos amarillos al lagarto con reprobación—. ¿Qué clase de protector del cuartel eres? Espero que si algún maleante llega hasta ti no te capture tan deprisa. Estás aquí para matar al que entre en tu corredor, no para permitir que te atrapen.
Murgain siseó, aparentemente disgustado. Recogió su cuerpo larguirucho en una espiral y escondió su cabeza en el interior.
—¿Está...? ¿Está avergonzado?
—Sí. —Aidan sonrió—. No le gusta que le regañe. La próxima vez será más feroz.
—Por la Diosa Serina, espero no toparme con él en el futuro. ¡Ha sido horrible!
—Creo que ha sido peor para él que para ti.
—Mera suerte, Aidan. Me di cuenta de que este no era en pasillo correcto, supe que caería en alguna trampa y evité su ataque de milagro. Me moví por instinto.
Más calmada, Marina envainó el puñal y lo escondió dentro de su bota otra vez. De repente se sentía agotada. Pelear contra el monstruo había sido rápido, aunque sin duda más complicado de lo que parecía. Murgain había conseguido arañarle el costado de su cara. Se palpó la herida instintivamente. Todavía manaba sangre pegajosa.
—Esa herida...
—Es superficial, se curará pronto.
—Dime que no te la ha hecho Murgain.
Marina no podía decir tal cosa porque sería mentir. Y Aidan pareció captarlo al instante, pues en un momento estaba casi sobre de ella, soltando maldiciones y sujetando su mentón para apreciar mejor la profundidad del corte. Ella sacudió la cabeza, incómoda.
—No es la primera herida que me hacen, ¿puedes apartarte un poco? Me estás poniendo nerviosa...
—Las garras de Murgain sueltan veneno. ¿No te sientes confusa? ¿Agotada? ¿Un poco mareada, tal vez? —Su semblante expresó preocupación—. Tiene mal aspecto, debería...
—¿QUÉ? ¿ME VOY A MORIR? ¿ME VOY A MORIR POR TU CULPA?
Aidan dio un respingo. En los cinco años que había compartido con ella, Marina había tenido dos caras: la primera, sumisa y apacible. La de una adolescente que había sido entregada al reino del fuego, a la tierra que más la debilitaba, por motivos que nunca le explicaron. Frente a los espectadores siempre obedecía, dejaba claro que nunca sería enemiga de Pyros y que serviría al Dios Brass como cualquier otra pyrita, agradecida por tener un hogar después de la tragedia que sufrió su reino. La otra cara, sin embargo, la exhibía en contadas ocasiones, cuando perdía la paciencia. Para ello, Aidan debía esmerarse una barbaridad. Entonces, Marina le dirigía mirada asesinas, bufaba después de oírle hablar y, si la picaba lo suficiente, espetaba algún comentario mordaz.
Por eso le impresionó el estallido que tuvo en aquella ocasión. Se trataba de un tercer rostro con el que Aidan preferiría no volver a lidiar nunca más. El hilo de débiles llamas que iluminaban la guarida de Murgain, dibujaba la enorme sombra de la Primordial del Mar en la pared, mientras ella gritaba insultos, incoherencias y se llevaba las manos a la cabeza como si hubiese perdido la cordura.
—¡HE SOBREVIVIDO A MIS HERMANAS! ¡A MIS PADRES! ¡ESCAPÉ DE LA CONQUISTA DEL REY DARCO Y HE AGUANTADO MENDIGANDO EL APOYO DE OTROS LÍDERES COMO UNA APÁTRIDA SIN DINERO NI HOGAR!
—Lo siento mucho por ti...
—¡CÁLLATE! —ladró—. ¿NO VES QUE ME MUERO?
—Respecto a eso...
—¿TENÍAS QUE USAR EL CONDENADO CATALEJO? ¿POR QUÉ NO PUDISTE OBEDECER POR UNA VEZ EN TU VIDA? —Rompió a llorar como una niña y se tapó la cara con las manos—. TE ODIO, AIDAN, TE ODIO. ¡SIEMPRE LO DESTROZAS TODO! N-no tienes derecho a entrar en mi mente y leer lo que pienso o ver lo que deseo. ¡No te he dado permiso para eso! Eran mis secretos, mi intimidad y tú te has entrometido. ¡Cómo siempre! ¿Es que no tienes límite? No deberías haberlo hecho porque he perdido la compostura, me he descontrolado y estoy en esta guarida contigo y con tu mascota fea y voy a morir de la forma más absurda y patética... ¡Por la Diosa Serina! Tu perro se está riendo de mí.
Había empezado gritando, pero le costaba pensar y sentía el calor del veneno de Murgain recorrerle las venas. Aidan se había callado porque Marina estaba fuera de sí. Quería explicarle que no iba a morir, que en su habitación tenía tres botes del antídoto. Se podía adquirir en cualquier botica de Pyros, pues años atrás, al adiestrar a los hijos del Murgog, Enya y él había ordenado también analizar su veneno y crear una cura. Precisamente para evitar muertes accidentales como la que Marina pensaba que iba a sufrir.
—No se rie.
—Sí, que lo hace. ¡Míralo!
Murgain siseaba, pero desde luego no reía.
—Marina, es el veneno. Produce alucinaciones. Además, no es un perro. Es Murgain.
—Cada vez parece más un perro que un monstruo. —Sorbió por la nariz y se sentó en el suelo, con las piernas cruzadas—. Estoy muy cansada y tengo sueño. Aidan, no quiero morir aquí... ¿Por qué me has hecho esto?
A él se le escapó una tierna sonrisa. Se arrodilló a su lado y la miró a los ojos.
—No vas a morir. Hay un antídoto.
—¿Qué? —Le pesaban los párpados. Cada vez era más incapaz de mantenerse despierta y, por ende, no encontraba la energía suficiente para enfurecerse con el príncipe—. Podrías haberlo dicho antes, imbécil.
—No me dejabas hablar.
Ella se encogió de hombros. Casi sin darse cuenta se apoyó en el pecho de Aidan. En unos pocos minutos perdería el conocimiento. Tenía que llevarla de vuelta a Pyros y darle el brebaje cuanto antes.
—Marina, yo no pretendía violar tu intimidad. No sabía lo que hacía el catalejo.
—Tú nunca pretendes nada malo y aun así acaba pasando.
Aquel comentario le atravesó el pecho como una flecha en llamas. Aidan tragó saliva y reprimió el instinto inmaduro de mandarla a la mierda. Ella había sufrido las consecuencias de su impulsividad antes, tenía derecho a enfadarse con él. La miró de nuevo, armándose de valor para pedirle disculpas, pero la descubrió dormitando. Hizo cálculos. Un humano promedio moriría al cabo de media hora. Supuso que un primordial aguantaría una hora más.
Tras soltar un largo suspiro, la cogió en brazos y salió de la gruta pensando cómo le explicaría a sus padres que su protegida volvía a estar herida por culpa suya.
Enganchado a su cinturón, el catalejo encantado chocaba a cada paso con la empuñadura de su espada.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top