⁞ Capítulo 20: La visión de Aidan (I) ⁞
Bianca se movía con el viento. No contra, ni gracias a, sino con él. Era una de las nociones más básicas de combate que le había enseñado Marina: aprovechar los elementos naturales durante la batalla. Puede que ellas no hubieran sido bendecidas por el Dios Valeón, pero sin duda debían buscar la manera de caerle bien y emplear al viento como aliado. Balanceó la espada en el aire, asestando mandobles a enemigos invisibles.
La Guardiana del Hielo sabía que sus compañeros estaban con Ilan en el nuevo Cuartel Secreto. Ella quería estar allí con ellos, pues todavía no había tenido el placer de contemplar el maravilloso uso de los nuevos conjuros. Ilan le había prometido que después se lo mostraría, pero ahora era más importante que investigase sobre Meridia. Lo que había averiguado no la dejaba para nada tranquila. Por eso entrenaba, para serenarse.
Esbozó una mueca de disgusto y derrapó sobre la tierra aria del suelo. Cuánto odiaba Bianca actuar a espaldas de Marina... Se había planteado en varias ocasiones desde que Wayra, Chloé, Ilan y ella engañaron a los monarcas sincerarse con la Primordial del Mar. No estaba bien mentirle, menos aún cuando Marina la cuidaba como una hermana y había confiado lo suficiente en ella como para brindarle parte del poder de Serina. Aun así, sabía que lo mejor era asumir ella íntegramente el riesgo de conspirar contra los reyes que poner en riesgo a su única y verdadera amiga. ¿Quería contarle la verdad a Marina porque merecía saberlo o porque así Bianca conseguiría acabar con la culpabilidad que le atormentaba? No lo sabía a ciencia cierta. Y estaba decidida a no actuar hasta tenerlo claro.
Detuvo su entrenamiento en una pose erguida, con la hoja de la espada apuntado al suelo, empuñando el arma con las dos manos. Era la posición de descanso que usaba Marina. Cada uno de los primordiales tenía una distinta, de acuerdo con las costumbres de su reino. Chloé se quedaba de pie, recta, con el brazo que sostenía la espada estirado ligeramente hacia la derecha. Wayra era más teatrero, en opinión de Bianca, pues cuando terminaba de luchar clavaba la punta del arma en el suelo con un grito de furia. Era imposible que siempre estuviera tan enfadado, ¿no? Aidan hacía algo más parecido a Marina, pero torcía la punta de la hoja hacia un lado, pasando por debajo de su brazo, y después, debido el magnifico efecto ardiente de su hoja, una bruma de humo gris empezaba a rodearle. Bianca no era tan espectacular como ellos, pero sus gestos eran elegantes.
Fase uno del entrenamiento terminada. Ahora tocaba la segunda.
Se acercó a su bolsa blanca, esa que llevaba últimamente a todas partes y dónde escondía los tres talismanes que Wayra le había dado. ¿Cómo narices iba a ponérselos a Marina y a Aidan sin que sospechasen? Había pensado en algo ingenuo como, por ejemplo, sacarlos casualmente de la bolsa cuando estuviesen muy lejos de la Fortaleza de Marfíl y decir: «¡Oh! Poneos estos talismanes. Los hizo Ilan para ayudarnos durante el viaje». Si ella misma no le daba importancia, sabía que Aidan tampoco lo haría. El problema era Marina, como siempre. Ella lo analizaba todo, dudaba de cada detalle y seguro que vería exagerado emplear talismanes para un misión tan sencilla. Porque para la Princesa Errante todo era sencillo menos internarse en el Reino de las Sombras.
«Y eso es justo lo que vamos a hacer», pensó Bianca mientras se ajustaba el brazalete en la muñeca. «Vamos a entrar donde no lo ha hecho nadie nunca y vamos a robar una armadura mágica delante de las narices del Rey Darco, pasando por una jodida ciudad maldita sin posibilidad de rodeo. Toda una hazaña para la Guardia de Élite, ¿eh? Diosa Serina, protégenos».
Una oleada de poder la invadió por dentro. Bianca cerró los ojos, sintió su fuerza incrementada y volvió a abrirlos. Los tenía totalmente blancos, sin pupilas, como una tormenta de nieve. Sujetó la espada e hizo un primer movimiento simple. La hoja de hierro qiluno se cubrió de hielo cortante, afilado, formando pequeños salientes como los de una sierra. Bianca sabía que pesaba más, pero por algún motivo la sintió más ligera. Apoyó la punta de la espada en el suelo y este se cubrió de una fina capa resbaladiza de hielo.
En el campo de combate empezó a nevar. Primero cayeron copos de nieve suaves y hermosos. Más tarde arrancaría la verdadera tormenta.
Aidan esperó hasta que sintió su vínculo con Enya lejano antes de hablar libremente con Marina.
—Se han marchado —dijo. La miró con una sonrisa traviesa pintada en la cara—. Ven, ayúdame con esto.
—¿Qué vas a hacer? —La Primordial del Mar tardó un segundo en comprenderlo en cuanto vio a Aidan sujetar de nuevo el catalejo—. Ilan ha dicho que no toquemos nada, ¡quieres parar!
Pero ya sabía que Aidan no era de los que hacía caso al resto. El príncipe de Pyros había sentido la necesidad de emplear el catalejo desde que lo había visto en el cuartel y pensaba mirar a través de él ahora que Ilan no estaba para regañarle. Lo cogió con sus manos enguantadas —siempre que venía al nuevo cuartel lo hacía con guantes y capa porque hacía un frío espantoso— y apreció los dibujos de los relieves. Eran espirales, formas curvadas y redondas pintadas de color plateado y gris. Lo desplegó en su máxima amplitud. Era un aparato largo pero delgado. No muy ostentoso a decir verdad.
Marina se lo arrebató en un gesto rápido que Aidan no pudo sino admirar. Ni siquiera le había dado tiempo a oponer resistencia.
—Devuélvemelo.
—No. —Ella plegó el catalejo y también lo analizó durante un breve instante. Después, recordando las palabras de Ilan, volvió a negar con la cabeza—. No sabemos para qué sirve.
—Pues déjame averiguarlo.
—Que no.
El Primordial del Fuego sonrió con picardía. Marina se temió lo peor.
—Vale, seremos buenos chicos. —Apoyó la cadera en la mesa, justo al lado del ella—. ¿Tú qué crees que se ve a través de la lente?
—No lo sé.
—Venga, Marina, haz un esfuerzo.
—Es que no tengo ni idea.
—Yo creo que se ve el futuro.
Ella arqueó una ceja. ¿Sería eso posible? Nunca había oido hablar de objetos capaces de predecir el destino, pero la Reina Flora le había relatado cuentos, cuando era niña y vivía en el Castillo Real de Sandolian con Chloé, que hablaban de brujas con el poder de ver retazos de lo que ocurriría mil años después. Vistos los continuos milagros del último mes, Marina se negaba a desechar esas leyendas como imposibles.
Miró a Aidan y le sorprendió con sus ojos ambarinos clavados en el catalejo como quien mira un tesoro. Rápidamente lo llevó tras su espalda en un amago de protección. La mirada de Aidan pasó de su regazo a los ojos azules de Marina. No dejaba de sonreír y eso a ella le estaba poniendo de los nervios. ¿Por qué? Llevaba cinco años lidiando con la carita de idiota de príncipe de Pyros y solo recientemente había empezado a sentir cierta ansiedad.
—¿Qué quieres, Aidan? —le preguntó un poco a la defensiva.
—¿Qué te parece si miras tú por la lente del catalejo y me cuentas lo que ves? —Extendió los brazos como si hubiese tenido la idea del siglo.
—Aidan...
—Venga, Marina, con lo bien que estamos últimamente...
¿Qué demonios quería decir con eso? Apenas tuvo tiempo de reflexionarlo. Aidan se acercó bastante a ella, tanto que Marina tuvo que retroceder para que sus narices no chocasen. Estaba tan nerviosa —¿por qué?— y por eso tropezó con su propio pie —¡eso no le había pasado en la vida! ¡Por la Diosa Serina, si era una Primordial!— y Aidan le arrebató el catalejo con una mano, mientras con la otra la agarraba por la parte trasera de la cintura para evitar que cayera. A Marina no le dio un derrame cerebral de milagro. Ella no se caía sin un rayo de Enya de por medio o sin Chloé quebrando el suelo bajo sus pies. Nunca había sido tan torpe, ni siquiera cuando tenía al condenado dragón rojo de Chiska justo a su lado aterrorizándola con su fuerte respiración. ¿Por qué la presencia de Aidan la estaba debilitando tanto?
Tenía la mirada puesta en los ojos ambarinos del Primordial del Fuego. Le gustaba cómo relampagueaban a la luz de las antorchas. No. Un momento. Espera. Marina sacudió la cabeza y enfocó sus ojos azules en el catalejo que Aidan muy hábilmente había conseguido desplegar con una mano. Se zafó de su agarre dándole un buen empujón y sintió ganas de pegarle cuando escuchó su risa traviesa hacer eco en la habitación.
—¡Por el Dios Brass! —Aidan se desternillaba solo—. Siempre he sabido que te ponía nerviosa todo lo que tuviese cierta connotación sexual, pero no he tenido nunca el valor de hacer lo que acabo de hacer y si te vieras la cara de susto...
No podía ni terminar de hablar porque se atragantaba con su propia risa. Por otro lado, la Primordial del Mar no necesitaba un espejo para saber que estaba más roja que un tomate. Y le daba rabia. Odiaba que Aidan jugara con ella. Y lo que era peor, le preocupaba una barbaridad haber deseado más. Si se había apartado era por instinto y miedo a lo desconocido, no por gusto. Sentía curiosidad por saber hasta dónde habría llegado él en caso de no haber retrocedido. ¿La habría besado? ¡No! No quería ni pensarlo. La cercanía de Aidan le encantaba y eso era horrible.
Mientras Marina sufría la contradicción de sus sentimientos, Aidan aprovechó para mirar a través del catalejo. Lo hizo sin pensar, en un gesto veloz, pero de pronto le dio un vuelco al corazón y dejó de reír. No sabía qué pretendía encontrar al otro lado de la lente, tal vez recuerdos del pasado, escenas del futuro o cualquier otra cosa. Sin embargo, lo que vio fue a sí mismo apoyado en la mesa del Cuartel Secreto. Al lado de él estaba Marina, sosteniendo el catalejo tras sus espalda. ¿Acaso no era...? A Aidan le costó un poco comprender qué veía. El catalejo lo tenía él, naturalmente. ¿Por qué estaba entonces en las manos de Marina, como hace unos segundos...?
Espera, ¿qué?
—¡¿Por qué has hecho eso, idiota?! —gritó Marina, ajena a la visión que en ese preciso instante tenía Aidan mientras miraba a través de la lente—. Por fin parecía que podía confiar en ti y vuelves a actuar como siempre... Me avergüenzo de...
Se mordió la lengua a tiempo y miró al suelo. Lo suyo era pelear con espada, invocar al agua, derrotar sombras... Cualquier cosa menos sentir deseo por Aidan e intentar entender por qué lo hacía.
Aidan ya no sonreía con picardía como la principio. De hecho, estaba tan concentrado con su visión que había enmudecido y ni siquiera escuchaba los reproches de Marina. Eso no era normal. La Princesa Errante levantó la mirada y frunció el ceño.
—¿Aidan? —preguntó.
Él no respondió. Seguía en la misma postura, con un ojo cerrado y el otro mirando por el catalejo. Ausente. Pasivo.
—¿Estás bien? —Se acercó a él—. ¿Me oyes?
Técnicamente sí lo hacía. Aidan escuchaba la voz de Marina, pero sonaba débil y lejana. No sabía si eso estaba relacionado con lo que veía o simplemente su visión le había dejado tan anonadado que le estaba costando volver a la realidad. Porque eso lo tenía claro, lo que veía era una especie del visión del pasado que no había ocurrido jamás. Es decir, había pasado, pero no como él la estaba reviviendo.
En su visión a través del catalejo, el Cuartel Secreto estaba exactamente igual al real. Marina y Aidan estaba solos, justo como ahora. Vestían exactamente las mismas ropas. Aidan se veía a sí mismo apoyado en la mesa, cerca de Marina, preparado para intimidarla con un poco de seducción y robarle el catalejo en un intento poco planeado. Era lo mismo que había ocurrido unos minutos atrás. Solo que Aidan nunca le llegaba a quitar el catalejo. Se aproximaba a Marina con la sonrisa burlona, miraba descaradamente a sus labios como si fuese a besarla y entonces... Ella no se apartaba. Acortaba la distancia entre ambos.
Marina le besaba. Y la escena se volvía más intensa. Los dos se entregaban el uno al otro, enredaban sus lenguas, se abrazaban con fuerza. Aidan la cogía por la cintura y la sentaba sobre la mesa. Marina le rodeaba la cadera con sus piernas y le aproximaba todo lo posible a ella. El Aidan del presente era absolutamente incapaz de dejar de mirar por el catalejo como su doble de otra hipotética realidad se fundía en un beso sin precedente con Marina.
—¡Aidan, por la Diosa Serina! ¡Dime algo!
La Marina de la realidad le quitó el catalejo de las manos. Rompió la visión en mil fragmentos, pero aun así Aidan necesitó unos minutos para recomponerse de lo que acababa de presenciar. La tenía casi encima suyo. A la Marina real. Marina nunca antes había estado tan cerca de él voluntariamente, siempre mantenía una ligera distancia de rigor, pero ahora estaba preocupada. Le giró la cabeza con una mano. Lo miró a los ojos.
—Oye, di algo, Aidan —suplicó—. Tienes la mirada ausente, no reaccionas, ¿qué has visto? ¡Te dije que no lo tocaras! Ilan nos advirtió...
—Estoy bien.
Volvió en sí, aunque costaba dejar de rememorar haberse visto a sí mismo besándola a ella. Y, por el Dios Brass, cómo la había besado... Sentía calor solo de recordarlo. La misma chica que ahora expresaba una mueca de angustia y preocupación por él. Marina no llevaba guantes, pero sí una larga capa azul marino cubriéndole los hombros. Portaba el pelo suelto, semirrecogido con una larga trenza. Estaba preciosa. Bueno, lo estaba siempre, pero ahora especialmente deslumbrante. Aidan esbozó una escueta sonrisa.
—¿De qué te ríes? A mí no me hace gracia, idiota, me has pegado un susto...
—No te he visto tan preocupada por mí nunca. ¿No estarás enferma?
—Parecías muerto en vida. —Marina le golpeó el brazo, furiosa—. ¿Cómo no me voy a preocupar, imbécil?
Poco a poco aflojó el agarre. Si no fuese por la confusión del momento, la intensidad de sus emociones, se habrían dado cuenta de que llevaban un buen rato abrazados. Marina tenía las manos apoyadas en el cuello y el hombro derecho de Aidan. Él, en cuanto había vuelto en sí, había depositado las suyas sobre las caderas de ella.
—Estoy bien, te lo prometo —repitió. Esbozó su característica sonrisa ladeada para demostrárselo.
—¿Y qué has visto?
Aidan se planteó por un instante decirle la verdad. Estaba seguro de que Marina se sonrojaría y a él le encantaba verla con las mejillas coloradas. No obstante, sabía que ella se preguntaría el porqué de la visión. Era algo que había ocurrido, pero distinto a cómo lo había hecho. ¿Qué significaba entonces? A Aidan se le ocurrió una posibilidad. ¿Y si el catalejo te mostraba lo que deseabas que hubiera pasado en realidad? Seguramente no. Quizá su utilidad era distinta. Sin embargo, no dejaba de ser una posibilidad.
Y Aidan no creía que fuera buena idea que Marina supiera cuanto ansiaba besarla. Por él no había problema en confesárselo. En Pyros este tipo de cuestiones estaban a la orden del día, no se escondían los sentimientos si no eran estrictamente inconvenientes. La cuestión estaba en cómo se lo tomaría ella. ¿Destruiría ese breve buen rollo que tenía ambos últimamente? Si Marina no sentía lo mismo por él, por supuesto que sí. Se distanciarían.
—No me acuerdo —mintió—. ¿Menuda mierda de conjuro, no?
Justo entonces las puertas del Cuartel se abrieron. Ilan entró emocionado.
—¿Ha funcionado? —Se quedó un breve instante perplejo al ver a Marina y Aidan medio abrazándose—. Eh... ¿Queréis que me vaya?
Aidan ya ni recordaba el Tintajero, pero se alegró de que esa interrupción le impidiera seguir hablando de la visión. Sospechaba que Marina no se había tragado su mentira.
—¡No, no! —Se separó de ella a disgusto, empujándola con suavidad.
—Ha usado el catalejo.
Aidan puso los ojos en blanco. Miró a Marina con reproche.
—¿Qué? —Ella se encogió de hombros—. Te has puesto rarísimo, se lo tenemos que decir. A ver si durante la vuelta a Pyros se te derrite el cerebro o algo así...
—No, tranquila. Si no es peligroso. —Ilan se acercó a los papeles encantados y sonrió satisfecho—. Por si todavía os importa, el Tintajero funciona desde casa del tal Juriho ese.
—¿Dónde está Enya, por cierto? —Aidan miró las hojas. Después fulminó con la mirada a Ilan.
—¿Qué pone? —Marina se unió al semicírculo alrededor de la mesa y explotó en una carcajada—. «No toques el catalejo, Alteza». ¿Cómo lo has sabido?
—Enya sigue allí, en Pyros. Está fastidiando al chico ese un rato, se ve que le cae mal. Pobre Juriho... Respecto al mensaje, Aidan es tan predecible... Sabía que aprovecharía que no estoy para tocarlo todo. —Sonrió—. Pensaba que también habría provocado un desastre moviendo las manijas del reloj.
Valía la pena dejarse poner en evidencia por escuchar la risa de Marina. Era preciosa, cantarina. Un sonido mágico, teniendo en cuenta lo poco que reía normalmente la princesa sin reino. Aidan no se quejó, más bien optó por cambiar de tema de conversación.
—Bueno, ¿y qué es exactamente? —preguntó señalando al catalejo con la cabeza.
—Aidan se ha quedado de piedra después de mirar por la lente —resumió Marina—. Pensaba que le estaba pasando algo. Ha dejado de bromear, de hacer el imbécil y estaba quieto, eclipsado por lo que quiera que estuviera viendo.
Ilan se sorprendió. Miró con el ceño fruncido a Aidan.
—¿Qué has visto?
—No me acuerdo —volvió a mentir.
—¿Qué no te acuerdas? Eso es imp... —Se detuvo. Miró a Aidan fijamente, como si pretendiera leerle la mente—. ¿A quién enfocabas con el catalejo?
Aidan no dijo nada.
—Me enfocaba a mí —respondió Marina—. No hay nadie más a quien enfocar.
Ilan comprendió. No adivinaba exactamente qué había visto Aidan. De esa visión solo había sido testigo el Príncipe de Pyros y posiblemente no lo sería nadie nunca más. Se hizo una vaga idea de qué motivos habrían llevado al chico del fuego a mentir. Dudó sobre cómo proceder a continuación. Marina los presionó a ambos.
—¿Qué pasa? —Se puso las manos en las caderas—. No lo entiendo, ¿podéis decirme qué ocurre?
—Lo estoy intentando, pero no quiero haceros pasar un minuto de incómoda vergüenza...
—¡Ilan! —Marina se cruzó de brazos. Se estaba sonrojando y ni siquiera sabía por qué—. Suéltalo y punto. ¿Aidan no ha olvidado la visión, verdad?
El aludido miró al suelo y negó lentamente. A la princesita de ojos azules no se le escapaba nada y, lo que era peor, sabía insistir cual pesada de turno hasta obtener la información que deseaba. Aidan suspiró sonoramente. A decir la verdad, no quedaba más remedio... Pero Ilan se le adelantó.
—El catalejo te hace ver los deseos de la persona a la que enfocas.
Silencio.
Los dos primordiales se tomaron una larga pausa para procesar lo que Ilan acababa de decir. Marina lo entendió con la suficiente rapidez para sonrojarse, darse la vuelta y no decir ni una sola palabra. Cruzó la salida y se internó en el Laberinto de las Minas de Qilun completamente a oscuras.
—Dudo que se pierda —comentó Ilan rascándose la cabeza—, Marina suele orientarse bastante bien, pero quizá deberíamos seguirla. Está un poquito conmocionada y hemos colocado trampas para Kai por toda la montaña...
—¿Lo que he visto por el catalejo es lo que Marina desea? —preguntó Aidan algo ido.
—Sí.
—¿No es lo que yo deseo hacer con ella?
—No. Era... —Ilan se tapó la cara con una mano—. Por favor, no me des detalles. Si estabas mirando hacia ella con el catalejo, viste lo que ella deseaba. No tú, ella. Si eso coincide con lo que tú también deseas, eso ya es casualidad, pero, técnicamente, la lente te muestra los deseos de los demás. Una herramienta superútil para el viaje, ya que podremos saber qué quieren de nosotros nuestros enemigos... ¿Aidan? ¿A dónde vas?
Aidan dejó a Ilan con la palabra en la boca. Primero cogió el catalejo a pesar de los reproches del Guardián del Bosque. Luego se internó en el laberinto y la buscó. No se atrevió a pensar qué pasaría cuando la encontrase.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top