⁞ Capítulo 19: Los terrores de Enya ⁞
No sabía decir en qué momento exacto se enamoró de Aidan. Puede que le amase incluso antes de conocerle.
Cuando era tan solo una niña, todo el mundo hablaba del segundo hijo del Rey Kedro que se había visto obligado a suplir a su hermano muerto en combate. Pobre Dimon, tan bueno y noble. Pobre Aidan, que jamás le llegaría ni a la suela de los zapatos. Decían que el chico de cabellos cobrizos era rebelde y problemático. Al parecer, no había sido educado para gobernar y se tomaba la vida en el Palacio de la Llamarada como una juerga interminable. Una larga lista de cortesanas habían visitado sus aposentos, los altos nobles de Pyros perdían la paciencia con él a menudo y sus propios padres le llamaban la atención cada poco tiempo.
Aidan el caso perdido.
Pero era implacable luchando; un guerrero imbatible. En eso no admitía discusión. Incluso había quien se atrevía a afirmar que su habilidad con la espada era mucho mejor que la del propio Dimon. Aunque, claro, Aidan no tenía dragón, así que no era tan impresionante como su difunto hermano.
Enya recordó la primera vez que habló con él. Ella tenía catorce años, era la hija favorita del actualmente fallecido Duque Électran, quien durante mucho tiempo también fue Capitán del Ejército de Pyros. Su casa era de las más poderosas de la corte del fuego y por ello, desde su nacimiento, la mano de Enya había estado tremendamente solicitada. Por suerte su padre tenía planes mejores para la mayor de sus hijas. Siempre había deseado que su primogénito siguiese la carrera militar, como él, que fuese un gran guerrero y se hiciera paso entre cadáveres y llamas hasta ocupar el cargo de Capitán del Ejercito de Pyros. Cuando Enya nació, el Duque Électran no lamentó que su primer descendiente fuese una niña. Tan pronto Enya aprendió a caminar le puso una espada en las manos y le asignó un instructor de esgrima. Al poco tiempo se habló de la pequeña noble de bucles negros y mechas púrpuras que luchaba con la fiereza de un dragón. Su padre se enorgullecía de ella.
No obstante, por muy buena guerrera que fuera, sus proezas no tenían nada que envidiar a las del Príncipe Aidan. Con tan solo siete años, el segundo hijo de los monarcas había sido bendecido con el poder del fuego por el Dios Brass. El paso del tiempo solo había hecho que endurecerle y potenciar su poder. A los dieciséis, El Primordial del Fuego daba miedo. Enya tuvo la suerte de poder verle combatir en campos de entrenamiento contra soldados mucho mayores que él y más experimentados. Les vencía a todos: era ágil, listo, un poco arriesgado y muy engreído. A veces ni siquiera usaba la magia de Brass para ganar: su espada era lo único que necesitaba.
Enya lo admiraba con tanta intensidad que en algún momento sus sentimientos se convirtieron en amor.
Un día, después de su decimocuarto cumpleaños, a Enya le autorizaron a formar parte de una misión peligrosa. Hasta ahora el Duque Électran se había asegurado de que su niñita solo pelease en lugares medianamente seguros, pero ella quería asumir los mismos riesgos que cualquier otro soldado y se las apañó para solicitar que la incluyeran en el grupo de diez que se enfrentaría a Murgog, la criatura verde. El Rey Kedro había encomendado a algunos de sus mejores guerreros aproximarse a la frontera con Velentis para internarse en una profunda cueva y vencer definitivamente al monstruo del veneno negro, una criatura nocturna de escamas verdes, colmillos puntiagudos y ojos saltones que había asesinado en las últimas semanas a veinte viajeros. La gente había empezado a llamarle Murgog y las ciudades próximas vivían aterrorizadas.
El día de la partida, a Enya casi se le detuvo el corazón cuando vio quién sería el líder de la misión: el mismísimo Príncipe Aidan, apenas un adolescente. Enya recordaba a la perfección cómo la miraron sus ojos amarillos: no había deseo o prepotencia, sin embargo, sí le pareció apreciar curiosidad, puede que hasta un poco de respeto. Ella inclinó la cabeza a modo de reverencia, pero no se atrevió a hablarle directamente.
Aidan no le dirigió la palabra en todo el recorrido, que fueron varios días a caballo. La chica de cabellos púrpuras no lo estaba pasando realmente bien rodeada de fornidos hombres cuya única opinión de ella era que se trataba de la hija mimada de un noble sin verdaderas capacidades para estar en una misión de aquel calibre. Era la persona más joven e inexperta del grupo, aunque también la más audaz. Cuando se reían de ella, Aidan no les detenía. Solo la miraba en silencio, con una sonrisa ladeada pintada en la cara.
Incluso cuando hacía eso a Enya le encantaba. Quería besarle, ¡por el Dios Brass! ¡Menuda estúpida estaba hecha! Ya le había advertido su madre que un día se enamoraría apasionadamente de alguien, pero nunca esperó que se volvería loca de remate. Como siempre, la hija del Duque se buscó la vida para ganarse el respeto de sus compañeros: contestó cada indirecta criticando su origen y su género con astucia, siseó insultos siempre que tuvo oportunidad, dirigió miradas asesinas a quienes osaban desafiarla y, en todo ese tiempo, esperó que Aidan le defendiera. Pero él no lo hizo, solo siguió sonriendo.
Al llegar a la cueva el ambiente jocoso y desenfadado el equipo desapareció. Tenían miedo por lo que pudieran encontrar en el interior de aquel agujero de la montaña. No obstante, nadie puso pegas cuando Aidan ordenó dejar a los caballos fuera e internarse en la boca del lobo con las espadas desenvainadas. La suya se iluminó de rojo intenso en cuanto la sostuvo entre sus manos. Recogió del suelo cuatro trozos de madera y se los entregó a cuatro hombres. Ninguno de los elegidos fue Enya. Después encendió las antorchas agitando una mano.
—Iremos por parejas —ordenó—. Elegid un compañero e internaos en cualquier pasadizo. Tened cuidado de no perderos.
Enya se estremeció. No temía a Murgog, al contrario, ansiaba enfrentarse a él y rebanarle la cabeza con una de sus espadas gemelas. Lo que le daba absoluto pavor era que ninguno de los guerreros la quisiera como pareja. ¿Quién sería tan necio de internarse en el lugar más peligroso de Pyros con una niña de catorce años que nunca había luchado en territorio hostil sin la compañía de su padre? Odiaba sentirse menospreciada.
—Tú vienes conmigo —Aidan habló con ella. Sus ojos amarillos relampaguearon en la oscuridad—. Espalda con espalda, ¿entendido? Yo iré delante iluminando la cueva con fuego. Tú caminaras hacia atrás, sin despegar tu espalda de la mía, ¿vale? Te guiaré para que no tropieces, pero es esencial que cubras la retaguardia y confíes plenamente en mí.
—Alteza, sería más adecuado que un soldado experimentado fuese con vos. Sois el príncipe heredero de Pyros.
Aquella aportación vino de los labios de Juriho Helb, sobrino del Conde Kenni. De ese joven ya se narraban temerosas historias sobre su violencia al guerrear. Era de esa clase de chicos con las que toda mujer deseaba yacer: guapo, fuerte, elegante... A Enya le parecía un imbécil más al que se le había subido el éxito a la cabeza, pero era un buen espadachín y protegería a Aidan a toda costa. Quizá tuviese razón y debiese ir él a su lado.
—Ya sé quién soy y que si me muero en una de estas grutas a mis padres les dará un ataque al corazón—respondió Aidan frunciendo el ceño—. Por eso pienso escapar vivo cueste lo que cueste. Puedes estar tranquilo, Juriho.
—Todos sabemos que sois fuerte, Alteza —insistió el soldado—. Pero si os enfrentáis a Murgog mientras intentáis defender a su vez a la hija del Duque existirán más probabilidades de que perezcáis...
Ni Enya, ni soldado Électran: hija del Duque. La pequeña guerrera tuvo que hacer un esfuerzo sobrehumano por no mostrar la rabia que la invadía por dentro. Se había ganado su lugar en el ejercito por méritos, no por parentesco. Apretó los dientes y siseó:
—Alteza, creo que el sobrino del Conde tiene razón. —Era la primera vez que le dirigía una frase a Aidan y lo hizo sin dejar de mirar los ojos marrones de Juriho. El guerrero puso una mueca de disgusto—. Debería acompañaros alguien que pudiera protegeros.
—¿Y quién me protegerá mejor que tú, soldado Électran?
Enya dio un respingo y le miró, confundida. Los ojos ambarinos de El Primordial del Fuego eran amables.
—¿Y-yo?
—Eres la mejor guerrera de todos los que están aquí. Salvo yo mismo, naturalmente. —Ahí estaba la falta de humildad de la que todo el mundo hablaba. Aidan se encogió de hombros y Juriho se contuvo para no manifestar su disconformidad—. Así que te quiero a mi lado porque eres la mejor, no para cuidar de ti.
—Alteza...
—No insistas, Juriho. —El príncipe miró a la chica e ignoró deliberadamente la expresión ofendida de su soldado de más alto rango—. No hablaré mientras nos adentramos en la guarida de Murgog. Me niego a delatar nuestra presencia, así que lo haremos de esta manera: caminarás de espaldas lentamente, acompasando el ritmo de tus pasos con los míos. Si hay una roca, escalón o cualquier otro tipo de relieve te daré una ligera patada en el tobillo. Deberás detenerte, después yo estiraré de tu armadura. Déjate llevar hasta donde yo te conduzca.
—¿Y si hay un agujero?
—También te daré un golpe para que te detengas. Saltaré yo, luego nos giraremos al mismo tiempo y saltarás tú. Después retomaremos la posición el principio y volverás a caminar de espaldas.
—Lo importante es ver en todo momento lo que tenemos delante o detrás.
—Y a lo lados, no lo olvides. Murgog es conocido por sorprender y atacar de espaldas. No se lo permitiremos.
—Habrá que prestar atención a todo lo que haya arriba y abajo —añadió Enya—. Le mataremos.
Aidan sonrió. No dijo nada más. La agarró de la muñeca y se internó en el corredor de la cueva más amplio, directo a las fauces de Murgog. Tras ellos, los hombres se reorganizaron y Enya pudo apreciar el semblante humillado de Juriho para su satisfacción.
—No te distraigas con él, Enya —murmuró el príncipe a su lado—. Si eres tan mortífera con tus espadas como dice todo el mundo, quizá te espere un futuro más grandioso que el de cualquiera de esos hombres.
—Sí, Alteza.
Enya sintió una calidez en el pecho indescriptible y en la tripa le aletearon cientos de mariposas. Aidan no se equivocaba, pues dos años después acabaría nombrándola Guardiana del Rayo.
Y todo empezó con la muerte de Murgog.
—Aidan, por la Diosa Tara, haz el favor de escucharme y deja el condenado catalejo —suplicó Ilan pasándose una mano por la cara.
—¿Pero por qué no me dices para qué sirve? —Señaló con la cabeza el trozo de tela que llevaba Ilan en la manos—. Eso ya lo sé. Que sí, que ya lo he pillado. Las capas absorben los ataques, tengo que llevar la mía siempre puesta cuando marchemos a por Krih. Ahora cuéntame qué es esto otro.
Ilan tragó saliva y se esforzó por fingir que iba a conducir a Marina y Aidan a por el dragón de Dimon y no a por una armadura mitológica que los cuatro dioses habían ocultado quién sabía dónde. El Primordial del Fuego no pareció notar la culpabilidad en los ojos verdes del Guardián del Bosque. Marina estaba de espaldas a ellos probando el Tintajero y Enya fruncía el ceño mientras intentaba averiguar exactamente qué le pasaba al reloj de mano que estaba protegido por una vitrina. Como niños explorando el mundo por primera vez.
—La hora está mal —murmuró la Guardiana del Rayo—. ¿Cómo puedo abrir este cristal para ajustarla?
—¡No toques nada, Enya! —ordenó Ilan apuntándola con un dedo. Rápidamente dirigió una mirada de reproche a Aidan y le dijo—. ¡Y no es una capa que absorba ataques! ¡Por la Diosa Tara, estaos los tres quietos! ¡Marina, tú también!
La Princesa Errante dio un respingo y se giró con el semblante sonrojado. No estaba acostumbrada a que le riñeran.
—A ver, escuchadme de una maldita vez... —Ilan respiró hondo y cuando abrió los ojos comprobó que sus compañeros lo miraban expectantes—. Durante las últimas semanas, Wayra y Sira han dirigido la decodificación del grimorio junto a grandes eruditos de Velentis. Gracias a esta labor, que se ha centrado principalmente en descifrar los conjuros del idioma de las brujas, ahora sabemos que, solo en esa parte del libro, se esconden un total de diez conjuros.
—Qué pocos —comentó Aidan—. Esperaba más del grimorio encantado.
—¡No he acabado de hablar! —Ilan le fulminó con la mirada, pero el otro no hizo sino reírse—. En su día, yo, con la ayuda de Marina, revelé las sales de viaje y los talismanes.
—No te olvides del maravilloso mapa que llevas dibujado en tus pectorales —añadió Enya con picardía.
—¡Eso fue porque me arriesgué a traducir la parte escrita en el idioma de las selkies! Por razones evidentes hemos dejado el estudio de esa sección para más adelante.
—El Monarca de la Noche intentó traducir el apartado escrito en la lengua de los ghouls —dijo Marina—. Quizá deberíamos buscar cómo analizar esa sección minimizando los riesgos...
—¿Cuántos idiomas había en ese libro? —Enya se rascó la cabeza, confusa—. Estoy un poco perdida...
De repente, Ilan dejó caer ambas manos sobre la mesa. Solo entonces se dieron cuenta de que la madera con la que estaban construidos la mitad de los muebles del nuevo Cuartel General estaban empezando a llenarse de tallos espinosos. A Marina le pareció que había una diminuta rosa a punto de florecer justo frente a Ilan. Las rosas de Ilan era bonitas, pero estaban vivas y tenían muy mal genio; el clásico enemigo con apariencia inocente que en realidad era letal. Los otros tres volvieron a callarse.
—Sois muy pesados, ¿es mucho pedir que actuéis como adultos durante unas pocas horas? —suplicó Ilan—. Repasemos lo que ya deberías saber, Enya. El grimorio está dividido en cuatro secciones: una en el idioma de los ghouls, que fue la que estuvo traduciendo el Monarca de la Noche el día que matamos a su ghoul en Handros y cuyo contenido todavía no hemos investigado porque presentimos que es extremadamente peligroso. La segunda sección está en el idioma de los kitsune: Sira y Wayra han decidido posponer la investigación de este apartado para después de terminar el que están descodificando ahora. La tercera, en la lengua de las selkies. De ahí salieron los tatuajes que llevo encima, así que podemos deducir que su contenido tiene cierto riesgo.
»Sira cree que sería pertinente investigar esta sección tras terminar con la parte de los kitsune y la de las brujas. Esto nos lleva a la sección cuarta que, valga la redundancia, está redactada en el idioma de las brujas. De aquí, como mencionaba antes, salieron las sales de viaje y los talismanes. Ahora sabemos por Sira y Wayra que todavía hay ocho conjuros más. Estas últimas semanas han descodificado cuatro: el Tintajero, el reloj blanco, el catalejo que Aidan no para de tocar y la capa. ¿Alguna pregunta?
Aidan levantó la mano.
—Habla. —Un instante después, Ilan añadió—: Alteza.
—En primer lugar, me gustaría mencionar que los nombres de los conjuros son patéticos. Tienes que currártelo más Ilan, deben de parecer místicos. —Antes de que el Guardián del Bosque le mandase bien lejos, preguntó—: ¿Por qué nos explicas todo esto tú y no Sira y Wayra que son los responsables de la traducción del grimorio?
—Imagino que por razones de tiempo —respondió Enya—. Velentis organiza el Decimoséptimo Aniversario de la Alianza y los príncipes tienen que asistir a muchos actos. Si esperamos a que puedan encontrar un rato libre, todo se pospondría demasiado.
—Correcto —ratificó Ilan—. Sira ha estado en contacto conmigo y me ha mantenido informado de casi todos los progresos. Tengo constancia de que Daren también está al día. Con Bianca hablé anoche. En fin, que solo faltáis vosotros tres.
—Somos los prescindibles... —se lamentó Aidan.
Ignorando el dramatismo del Príncipe de Pyros, Ilan retomó sus explicaciones. No estaba siendo del todo sincero. Era cierto que los príncipes de Velentis estaban ocupados con el aniversario de La Alianza, pero Bianca no. Ella había aprovechado ese extraño momento en el que Marina y los demás estaban en otra parte para escabullirse a la biblioteca real del Palacio de la Llamarada y revisar unas anotaciones relacionadas con la ciudad de Mermui, señalada en el verdadero mapa que conducía a la Tristeza del Océano. Aquella ciudad estaba en Meridia, casi colindando con Pyros. Era interesante que Bianca recopilara toda la información disponible sobre ella antes de partir.
—La Capa Intangible. —Ilan levantó el trozo de tela azul oscuro que tenía sobre las manos—. ¿Qué te parece el nombre, Aidan? Espera, no contestes. Me da igual. Por ahora solo tenemos esta, pero Sira ha ordenado que se fabriquen tres más para cuando partamos en la búsqueda de Krih. Su utilidad es espléndida: la tela es capaz de hacer que cualquier objeto la traspase sin dañar aquello que cubre. Lo hace incorpóreo.
Se anudó la capa al cuello. El largo tejido cubrió prácticamente todo su cuerpo, dejando únicamente a la vista la cabeza. El Guardián del Bosque pidió que le lanzasen algo. Aidan no se hizo de rogar y en un par de segundos agarró una copa de metal que había sobre la mesa y se la lanzó con pasotismo. La capa se tragó la copa; desapareció justo en el momento que debía rebotar en el pecho de Ilan. Luego se escuchó un ruido, como si el metal hubiera colisionado con el suelo del cuartel. El muchacho de mirada verde se hizo a un lado sonriente: tras él estaba la copa que había arrojado Aidan, volcada sobre la piedra.
—Ha pasado a través de ti. —Parpadeó Enya.
—Así es. —Ilan se acercó a ella—. Atraviésame con tu espalda.
Aquella petición no fue tan fácil de obedecer. La Guardiana del Rayo dudó. Sus hojas, siempre envainadas a su espalda, estaban muy afiladas y si la capa dejaba de funcionar podía herir severamente a Ilan. No obstante, el muchacho parecía totalmente seguro de sí mismo. Así que desenvainó a Trueno. Sujetó la empuñadura de la espada con fuerza y la levantó. En lugar de atacar, simplemente aproximó la punta del arma al hombro de Ilan y presionó. No pudo evitar ahogar un grito cuando vio que su espada entraba dentro de la capa y salía detrás de Ilan con total fluidez. Él no mostraba signos de molestia.
—¡Esa capa es mejor armadura que cualquiera de las nuestras! —exclamó emocionada—. ¿Sientes algo?
—Nada —rio Ilan—. La idea es que todos tengamos una de estas algún día. Son costosas de crear, requieren muchos ingredientes escasos para llevar a cabo la fórmula, pero serían una gran ventaja para nuestros ejércitos contra Darco.
Enya envainó su espada, analizando la hoja antes de guardarla. Ilan se quitó la Capa Intangible y la dejó bien anudada al cuello de un maniquí de hierro qilunio que había en una esquina de la sala.
—Pasemos al Tintajero.
Cogió de la mesa una botellita repleta de un líquido negro brillante. Llevaba un corcho sobre la apertura y del cuello caía una etiqueta que decía: Tinta Mensajera. Debajo del frasco habían un puñado de papeles gruesos y amarillentos. Se los ofreció sin dar explicaciones a Marina. Buscó una pluma entre los cajones de un armario y luego miró a la Princesa Errante.
—Escoge cualquier cosa que haya en esta habitación.
—¿Cualquier cosa?
—Sí.
—¿El brazo de Aidan valdría?
—¡Oye! —se quejó el aludido.
—Sí, es perfecto.
Ilan abrió la mano y esperó pacientemente a que el príncipe apoyase su extremidad en ella. El muchacho de cabellos cobrizos fruncía el ceño y les miraba a ambos boquiabiertos. Traspasar a Ilan con una espada le resultaba indiferente, pero ser él mismo quién experimentará un nuevo conjuro... Bueno, no se iba a acobardar delante de los demás, así que subió la manga de su blusa negra y mostró el brazo. Lo presionó levemente para remarcar sus músculos y, sin poder controlarlo, miró de refilón a Marina. Para su disgusto, ella no pareció impresionada por su cuerpo de infarto.
Ilan metió la punta de la pluma en el bote de tinta hasta impregnarla lo justo y necesario para poder escribir. Utilizó de superficie el propio brazo del Primordial del Fuego, rayando sobre su piel con cuidado. Aidan abrió los ojos como platos: la tinta no dejaba rastro, su piel parecía intacta. Cuando el Guardián del Bosque terminó de escribir, apoyó la pluma sobre una mesa y sonrió.
—¿Ahora qué? —inquirió Enya—. ¿Hay que hacer algún ritual para que la tinta se haga visible?
—Negativo, querida amiga. —Ilan disfrutaba como un niño viendo a sus compañeros tratar de resolver los misterios de los nuevos conjuros—. Marina, comprueba los papeles que te he entregado.
La Primordial del Mar agachó la mirada y reprimió una risa. Giró la hoja. Era como si la tinta con la que Ilan había pintado el brazo de Aidan hubiera rayado directamente en el papel de Marina. En él se podía leer escrito en la lengua sandoliana: «No tenses tanto los músculos, estás poniendo una cara ridícula».
Todos, incluso Aidan, estallaron en carcajadas. Cuando algo tenía gracia el Primordial del Fuego era el primero en reconocerlo. Sabía que su intento de pavonearse frente a Marina había sido patético y no le importaba reírse de sí mismo. Especialmente si con sus tonterías había conseguido que la Princesa Errante también lo hiciera. Pocas veces Marina reía libremente, su vida parecía una historia triste sin final.
—El Tintajero realmente es solo esta tinta y papeles encantados. —Ilan levantó el frasco para mostrárselo a los otros—. Se puede usar cualquier cosa con tal de escribir en ella: una pluma, un palo, un pincel o incluso un dedo. Lo que quiera que se dibuje o redacte, ya sea en sobre el suelo, una pared, vidrio o el brazo de Aidan, se plasmará en los papeles mágicos.
—Es una forma extraordinaria de comunicarse, nos vendrá de maravilla para el viaje —dijo Marina—. ¿Funciona a cualquier distancia?
—No lo sabemos todavía. Siria hizo algunas pruebas con Wayra. Él se quedó aquí con las hojas y ella fue a sus aposentos de la Fortaleza de Marfil. Asegura que funcionó.
—Pero entonces no han salido de Velentis —observó Enya—. ¿Recibirías un mensaje mío en el cuartel si lo mando desde Pyros?
Era una buena pregunta. Ilan, sin embargo, fue más allá en sus pensamientos. Imaginó que por alguna casualidad del destino Aidan, Marina, Bianca y él conseguían llegar a Meridia. Una vez cruzada la frontera, en territorio de Kai, las cosas podrían ponerse realmente feas. ¿Y si necesitaban ayuda? Comunicarse desde las tierras oscuras con el Tintajero podría ser de vital importancia. Nadie sabía que iban a cruzar la frontera, por tanto, si lo conseguían, estarían desamparados. Salvo que hubiese una milagrosa manera de confesar la verdad a distancia y notificar su paradero a la Guardia de Élite para que acudiera en su ayuda...
—Averigüémoslo. —Ilan se guardó el frasco de tinta en un bolsillo. Miró a los demás—. ¿Conocéis algún espejo en Pyros que esté cerca de Meridia? Cuanto más lejos del cuartel, mejor.
Enya sonrió y miró a Aidan con malicia en los ojos.
—¿Te acuerdas de Juriho Helb?
—¡Por el Dios Brass, a ese cretino no se le olvida ni queriendo...! —Aidan rio con fuerza, recordando cómo años atrás Enya y él derrotaron a Murgog, el mostruo verde—. Creo que vivía en Nermyr, ¿no? Es una ciudad bastante próxima a Meridia.
—Una vez estuve en su casa. Recuerdo perfectamente el enorme espejo de su recibidor...
Aidan miró a Enya, sonriente. Entendía lo que quería decirle. Incluso después de que la propia hija del Conde Eléctran siendo una preadolescente le rebanara la cabeza a Murgog y salvara la vida de Aidan y de la mitad de los soldados que fueron a esa expedición, Juriho Helb se negó a reconocer su valía. Siempre que podía verbalizaba que Enya estaba donde estaba por ser hija del Capitán de los Ejércitos de Pyros. Ella había desperdiciado mucho tiempo intentando ganarse el respeto del militar. Aprendió que no se puede hacer cambiar de opinión a quien no quiere ser convencido.
—Ve con Ilan a casa de Juriho —concedió el Primordial del Fuego—. Si no me equivoco, en todos estos años el muy imbécil no te ha visto personalmente como Guardiana del Rayo. Será muy satisfactorio ver su cara de idiota tratando de asumir que estás en un rango mucho más elevado de lo que él estará jamás.
Enya sonrió. No sabotearía la carrera militar de Juriho como intentó hacer él con ella, pero disfrutaría viéndole tragarse sus palabras.
Se dividieron. Ilan y Enya recorrieron el laberinto de grutas de las Minas de Qilun de vuelta al único espejo de la montaña dejando a Marina y Aidan solos en el Cuartel Secreto con los papeles mágicos.
¿Funcionaría el Tintajero desde tan lejos? ¡Qué más daba! Lo importante era ver la cara de Juriho cuando la viese atravesar el espejo de su casa. ¡Le iba a dar un susto de muerte!
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top