⁞ Capítulo 12: La ira de Kai ⁞
Luchar contra Kai era una completa necedad. Tanto Sira como Daren sabían eso, por lo que no les quedaba más remedio que huir. Sin embargo, su oponente no pensaba permitirlo. La estrategia del Guardián de la Luna se basaba en detener los golpes de su enemigo y, dado que a él la oscuridad le fortalecía, pues Wayra le otorgó en su día el poder de las noches y sus constelaciones, sus inquebrantables bloqueos estaban frustrando como nunca antes al Príncipe de las Sombras.
Tratar de derrotar a Daren no era como enfrentarse a Enya. La genialidad con la que el chico se desplazaba entre las tinieblas y esquivaba sus ataques, hizo que Kai se diera cuenta de que había subestimado a los guardianes. A pesar de todo, el hijo del Rey Darco seguía siendo mucho más fuerte que los intrusos y contaba con el apoyo de las sombras, que pronto acudirían en su ayuda.
El joven asesino saltó con la agilidad de un trapecista y asestó un brutal golpe que fue interceptado instantáneamente por el escudo del guardián. El ruido de los metales colisionando resonó por el palacio.
Mientras tanto, Sira ponía su cerebro a funcionar en busca de la mejor escapatoria. Cruzar el espejo era arriesgado, pero ¿acaso contaban con una opción menos peligrosa? No, la alternativa era la muerte. ¿Entonces qué? ¿Lo hacía? ¿No lo hacía?
Del suelo se alzó su anterior adversaria, la sombra a la que había atravesado con uno de sus rayos, precipitándose sobre su hermano mayor.
—¡Daren! ¡Cuidado! —gritó Sira al tiempo que corría junto a él y juntaba sus manos para formar una bola de luz.
En una tierra sin sol, el mero efecto luminoso era capaz de cegar hasta al propio Monarca de la Noche. Cuando la princesa de Velentis invocó su magia, Kai sintió sus ojos abrasarse y los cerró con fuerza, profiriendo una exclamación de dolor. Mirar directo al sol es una sensación desagradable para cualquiera, pero sufrido por una vista inexperta y acostumbrada a la oscuridad, se convertía en una insoportable tortura.
Sira lanzó la bola. Kai movió la espada en el aire y la cortó antes de que impactara en cualquier parte.
Cerca de ambos, Daren dejó caer su escudo sobre la molesta sombra que se había unido al breve intercambio de golpes, destruyéndola para siempre gracias al poder del hierro qilunio. El monstruo vaporoso aulló de dolor y se desvaneció en el aire dejando tras de sí polvo cobalto.
—¡No escaparéis! —gritó Kai, arremetiendo contra Sira—. ¡Esta vez la Guardia de Élite perderá al menos un guardián! ¡Sea quién sea!
Ella esquivó el ataque de milagro y, sin pensarlo dos veces, lanzó la bolsa entera de las sales de viaje al espejo. Ya no era cuestión de tomar la mejor decisión, si no de tomar la que fuera. Quedarse allí más tiempo era una sentencia de muerte. Los ojos azules de Kai se posaron sobre el cristal que reflejaba su rostro airado y vio con sorpresa como este cobraba vida propia y se espesaba hasta formar una extraña y gelatinosa superficie. Ahogó una exclamación cuando el espejo dejó de proyectar la habitación para mostrar una estancia desconocida.
—¡No! —gritó—. ¡No, no!
No admitiría otra derrota; ansiaba su venganza. Quería matarles a cualquier coste y se abalanzó sobre ellos, preparado para atravesar el espejo si eso era necesario.
Sira dirigió sus ojos negros hacia el Príncipe de las Sombras y, dispuesta a evitar la temible tragedia que sería llevar al enemigo al Cuartel Secreto de la Guardia de Élite, dejó emanar toda la energía solar que custodiaba su alma. Su piel morena adoptó un tono amarillo y brillante. La oscura habitación que un día fueron los aposentos de la Princesa Nerida, resucitó sus tonos azules al sentir la poderosa luz estrellarse en las paredes. Y tras un segundo de vida y calidez en el que Kai cayó de rodillas y soltó su espada para taparse los ojos con ambas manos, Sira se apagó.
Su espíritu se debilitó y empezó a marearse.
No lo entendía. Apenas había podido hacer uso de su magia debidamente. Ella era muy poderosa, fue la segunda guardiana, llevaba once años custodiando el poder del sol y era capaz de hacer cosas más grandiosas que brillar durante un mísero instante. ¿Qué le pasaba?
Una mano le agarró de la muñeca. Los párpados de Sira se entrecerraron. De pronto se sentía agotada, como si llevase toda la vida sin dormir. Su hermano aprovechó que Kai había quedado momentáneamente cegado para sacarla de allí.
Lo último que vio la Princesa de Velentis fue al joven de cabellos oscuros gritar de dolor. Entonces el espejo se la tragó y perdió el conocimiento. Por suerte para ella, Daren la trajo de vuelta a casa y tapó el espejo rápidamente con la bandera de La Alianza.
Intentó seguirles, pero cuando quiso cruzarlo, el cristal se tornó rígido de nuevo. El Príncipe de las Sombras gritó de rabia. Golpeó la pared de roca con el puño hasta hacerlo sangrar y rompió la cama en la que dormía cada noche.
Le habían humillado. Había sido vencido en su propio terreno y les odiaba por ello. Además, tendría que explicárselo a él, al Monarca de la Noche, y el Dios Ombra sabía que su padrastro no sería clemente con él. Le castigaría, le infringiría dolor hasta que su cuerpo no pudiera soportarlo mal.
Kai miró su reflejo. Sus ojos estaban inyectados en sangre, su pelo alborotado y lleno de suciedad. Observó la cicatriz que le recorría el cuello y tragó saliva reprimiendo las lágrimas. Otra vez no.
Se preguntó si el Rey Vend y la Reina Wina eran así de severos con sus hijos cuando no cumplían sus expectativas. Se preguntó si era normal en los reinos de La Alianza que un padre disgustado cortase con un hacha a su hijastro para darle una lección. ¿Sentiría Marina compasión por él si supiese que la cicatriz que lucía como herida de guerra era en realidad consecuencia del maltrato del Rey Darco?
Desechó ese peculiar pensamiento de su cabeza. ¿Acaso le importaba lo que aquella estúpida niña opinase de él? No, en absoluto. No debía pensar en la Primordial del Mar más de lo estrictamente necesario para averiguar qué le unía a ella y cómo podía destruir ese vínculo. Desde que la había conocido en Lumiel, su mente la evocaba a todas horas. Se sentía atraído por su belleza, pero también por la de Enya y no por ello divagaba pensando en su recuerdo. Las dos eran guerreras hermosas, pero también enemigas mortales. El problema era mucho más preocupante: Kai no podía matar a Marina. Su cuerpo no obedeció cuando le dio la orden de incrustar su espada negra en el pecho de ella. Quería hacerlo y algo se lo impidió. Sus extremidades se bloquearon.
Hacía tiempo que Kai creía que algo en él no andaba bien y conocer a la Princesa Errante se lo había confirmado. Miró el lienzo de la pared con el retrato de la Princesa Nerida, la sexta hija de la Reina Talasa, hermana mayor de su némesis. ¿Por qué no lo había destruido antes? ¡Por el Dios Ombra! Había crecido con el dibujo de una niña muerta colgando de la pared de su dormitorio. Pero es que le provocaba una extraña sensación de nostalgia mirar sus ojos azules. Le dolía ver a esa pobre desgraciada cuyo reino se interpuso entre el Dios Ombra y sus deseos de conquista.
«Ella tendrá las respuestas», pensó.
Apreció su reflejo una última vez. Luego dejó caer ambos puños sobre el espejo, destruyéndolo en mil pedazos. Nadie volvería a atravesarlo nunca.
Kai salió de la habitación, una vez más, sin deshacerse del retrato.
—¡¿Pero vosotros dos estáis mal de la cabeza?! —exclamó Wayra echo una furia—. Estaba preparando a los hipogrifos para viajar mañana a Sandolian, quizá no recordéis que tenemos una comparecencia ante los reyes de La Alianza, y de repente he sentido que ambos estabais en verdadero peligro. ¡Mis dos hermanos! ¿Cómo se os ocurre viajar al Reino de las Sombras? ¿Es que no os queda nada de inteligencia en esas cabezas huecas? ¿Habéis matado ya todas vuestras neuronas?
Ni Daren ni Sira se atrevieron a rebatirle. Cuando el Primordial del Viento estaba enfadado era mejor dejarle desahogarse hasta que se cansara. Además, tenía tanta razón que no encontraban argumentos para contradecirle.
—Fui a ayudarla, Wayra —dijo Daren en un murmullo tras escuchar veinte insultos diferentes emanar de los labios de su medio hermano—. Yo también sentí que ella estaba en peligro, por eso atravesé el espejo.
—¡¿Y por qué no me llamaste?! ¡¿Te parece buena idea lárgate tú solo al Palacio del Rey Darco?! —El joven príncipe se paseaba por el cuartel nervioso, lamentándose por lo que podría haber ocurrido.
—Es que no sabía que acabaría allí. Pensé en la mansión del Conde Yuk al echar las sales, igual que hizo Sira, pero el espejo nos condujo a ambos a Meridia. ¡Algo salió mal!
—¡Claro que sí, idiotas! ¡El Conde Yuk está muerto y su morada destruída! Quedó el ruinas después de que Enya y Marina se enfrentasen a Kai —ladró iracundo—. El Príncipe de las Sombras se clavó un trozo de cristal mientras luchaba. Probablemente fuera del espejo que buscabais.
—Por eso hemos acabado en su palacio... —comprendió Sira—. Chicos, siento muchísimo haberos preocupado, ¡ha sido un accidente!
Su hermano mayor no se contentó con su respuesta.
—¡Si te hubieras esperado un poco para pedir autorización a Aidan, nada de esto habría ocurrido! —La miró tan enfadado que Sira agachó la cabeza cohibida y se mordió el labio—. ¿Tan importante era conseguir el polvo cobalto? ¿De qué narices va el conjuro del grimorio para que no hayas podido ni esperar unas cuantas horas?
Daren y Sira se miraron mutuamente. Ella se pasó los dedos por el pelo en un gesto nervioso y habló tan bajito que Wayra tuvo que preguntarle otra vez para entenderla.
—Es una poción curativa.
El Primordial del Viento la miró fijamente, su rostro siendo un complejo mosaico difícil de interpretar.
—¿Y dónde estaba la prisa? ¿Es que no son suficientes las que hace Marina con hierbas?
—No la había —reconoció ella—. Me anticipe. Creí que esto sería algo grande, más poderoso. Quería progresar cuanto antes y fui impulsiva. Lo siento.
Daren la miró compasivo. No era propio de Sira actuar de aquella manera. Ella era lista, espabilada y tremendamente paciente. En cierto modo, entendía su cambio de actitud. A todos les había afectado una barbaridad el ataque a Lumiel. Esperaban otra ofensiva del Monarca de la Noche. Lo lógico era pensar que pronto las sombras se manifestarían en Sandolian y Velentis. Todo el mundo estaba asustado, incluyendo la princesa. No por ser la Guardiana del Sol era inmune al miedo.
—¿Cómo sabemos que Kai no puede llegar al Cuartel Secreto? ¡Lo ha visto! ¿Y si conoce el conjuro de las sales de viaje y lo emplea para venir aquí? —siguió con su verborrea el primordial, ignorando los sentimientos de su hermana.
—Yo diría que estaba alucinando cuando nos vio usarlas... —intervino Daren.
—Salvo que lo sepas con total certeza como para jugarte la vida de todos nosotros, este ya no es un lugar seguro. Tenemos que buscar otra sede. —Wayra volvió a enfocar su vista en Sira—. Imagino que tampoco habrás hecho lo que te pedí, ¿verdad?
Ella frunció el ceño algo confusa.
—Ni siquiera sabes de qué te hablo... ¡Los talismanes! —Wayra bufó y soltó una carcajada irónica—. De verdad, Sira, ¿qué has estado haciendo además de perder el tiempo con el condenado libro de hechizos?
—Bueno, hermano, ya basta —le cortó Daren al ver como el rostro de Sira se contraía en la viva expresión de la tristeza. Se había esforzado muchísimo al continuar con el trabajo de Ilan, matándose por estar a su altura. No era justo desvalorarla por cometer su primer error en once años al servicio de la Guardia de Élite—. Comprendemos tu disgusto, pero afortunadamente los dos estamos bien y eso es lo más importante, ¿verdad?
Wayra se mordió la lengua y miró hacía otro lado. Intentaba controlar su mal carácter porque en el fondo sabía que Sira ya había recibido suficiente castigo topándose con el mismo Príncipe de las Sombras y creyendo que no iba a salir viva de allí. No obstante, no podía evitar molestarse. Entre Aidan ocultando información sobre la profecía de Pyros, Chloé y él urdiendo un plan para engañar a los reyes y ahora Sira haciendo el idiota con las sales de viaje, la Guardia de Élite estaba perdiendo la esencia de sus valores: nobleza, lealtad y valentía.
—Lo siento —repitió Sira mirando directamente a los ojos de su hermano—. Aunque tú tampoco estás siendo un ejemplo a seguir estos días.
—¿Qué estás insinuando?
—Nosotros no nos escondemos nada, al menos hasta hace poco no lo hacíamos. —Se encogió de hombros mosqueada—. ¿Para qué quieres los talismanes?
Wayra suspiró. Su hermana tenía razón, ellos tres siempre eran sinceros unos con otros. Chloé era hija única, Aidan perdió a su hermano mayor y Marina a sus seis hermanas. Que los príncipes de Velentis siguieran juntos era un acontecimiento excepcional dentro de las familias reales de Eletern. Sabían la suerte que tenían de permanecer juntos durante tantos años y por eso no dejaban que nada se interpusiese entre ellos.
Pero Wayra creía que ponerles al tanto de su cuestionable decisión de engañar a los reyes y al mundo entero sobre el verdadero destino del mapa de Ilan, era sinónimo de obligarles a soportar una carga muy injusta. Lo que Chloé y él querían hacer podría considerarse traición y ya habían demasiadas personas implicadas.
—No te lo puedo contar —dijo en tono severo.
Sira se sintió decepcionada. Le miró dolida y negó con la cabeza.
—Da igual. —Caminó hasta la mesa y sujetó el grimorio con ambas manos—. Hechizaré los brazaletes solo para compensar mi error de hoy. Te los llevaré a tus aposentos antes del anochecer.
El medio hermano les miró con tristeza. Tampoco sabía qué ocultaba Wayra, pero se daba cuenta de que su sospechosa forma de actuar llegaba en un momento muy inoportuno: con Kai amenazándoles, no podían existir fisuras en la Guardia de Élite.
El Primordial del Viento agradeció a su hermana las molestias y después se marchó. Ahora, además de inventarse un destino para el mapa de Ilan, tenía que encontrar una nueva sede para la guardia. Suspiró con pesadez y se preguntó si estaba tomando las decisiones correctas.
Ya no tenía nada claro.
Os dejo por aquí el árbol genealógico de la familia real del Velentis. Por orden de edad, el mayor es Daren, luego Wayra y, por último, Sira. En próximos capítulos os muestro al resto de familias (incluyendo las de los guardianes, que veo que hay curiosidad por conocer el origen de Bianca jejeje).
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