⁞ Capítulo 10: El Dios Brass y la Diosa Serina (I) ⁞
Quedaban pocas horas para el amanecer y Aidan todavía no había conseguido conciliar el sueño. Se revolvía sobre el colchón de su alcoba, perdido entre miles de preocupaciones. No había vuelto a saber nada del Príncipe de las Sombras desde el ataque a Lumiel y, sin embargo, sabía que quedaba poco tiempo para que volviera a actuar. Las secuelas que el Primordial del Fuego pudiera haberle ocasionado al hijo del Monarca de la Noche, habrían sido ya curadas gracias a los poderes del Dios Ombra.
Cosa distinta era la cuestión de Marina. Parte del insomnio de Aidan tenía origen en el sentimiento de culpabilidad que empezó a atormentarle después del accidente y que el Príncipe Wayra se había encargado de incrementar con fines honrados pero métodos poco adecuados.
La mente de Aidan revivía una y otra vez los acontecimientos: la presencia oscura y escurridiza de Kai le había cegado de rabia, perdió los estribos y casi abrasó a la Primordial del Mar. Si tan solo hubiera sido más precavido, quizá Marina estaría bien.
La trajo él mismo a palacio en uno de los corceles alados del desgraciado Conde Yuk. Nunca había estado tan nervioso, tan preocupado. Podía ver en el rostro de Enya que ella se recobraría, pero Marina parecía una luciérnaga cuya luz iba menguando poco a poco. Al llegar a casa, el Rey Kedro había dispuesto todo lo necesario para que la Primordial del Mar gozase de los mejores cuidados. Mejoraba, eso era cierto, pero no lo suficiente. Seguía teniendo fiebre a todas horas y no podía dejar de dormir.
Aidan se levantó de la cama y se pasó las manos por su pelo cobrizo en un gesto de angustia. Todo era culpa suya.
«Puedes curarla», le había dicho Wayra antes de irse a dormir. «Solo tienes que llevarla a cualquier río de Sandolian y dejar que se bañe en agua libre».
Miró por la ventana solo para comprobar que los primeros rayos del alba asomaban tras los picos de la Cordillera Suru. Oficialmente, el Príncipe de Pyros se había pasado toda la noche en vela. Suspiró con pesadez y salió de su cuarto vestido con una blusa sin mangas negra y unos pantalones del mismo color a la altura de las rodillas.
Varios guardias hicieron una reverencia al observarle avanzar por los pasillos del palacio a paso ligero. Aidan se veía cansado, agobiado y puede que un poco cabreado. Quería que Marina volviera a ser la misma doña perfecta irritante de siempre y entendía que su amigo primordial tenía razón. Así que se plantó frente a la puerta que conducía a la habitación de la chica con semblante decidido.
Maquio, el niño de quince años que luchó en la Plaza de Lava durante el ataque a Lumiel, había sido nombrado protector de la Primordial del Mar durante el tiempo que tardase ella en curarse. Custodiaba la entrada dispuesto a dar su vida por la joven. Aidan le instó con sus ojos ambarinos a hacerse a un lado.
—Alteza, no podéis pasar —dijo el chico con la voz algo temblorosa. No estaba acostumbrado a llevarle la contraria a la realeza—. Está descansando.
El otro sonrió de medio lado y decidió no tomarse esa impertinencia como una ofensa.
—Admiro tu coraje para contrariarme, pero tengo que hablar con ella.
Maquio dudó un instante para luego mantenerse firme.
—La Reina Chiska me ordenó que no dejase entrar a nadie. Dijo que la princesa debía descansar.
Aidan abrió los ojos como platos y se mordió el labio. No lo comprendía. No comprendía qué mosca le había picado a sus padres para que no permitieran que Marina marchase a Sandolian para recuperarse. Wayra tenía razón, aquello empezaba a asemejarse a un secuestro.
—O te apartas o te aparto —soltó con seriedad.
A Maquio le temblaron las piernas, pero a pesar de todo no se movió. El Primordial del Fuego se encogió de hombros y de un rápido movimiento golpeó al niño en el pecho con la suficiente presión para que cayera al suelo. Sabía que el muchacho podría haberse defendido y si no lo hizo fue por respeto a la condición social de Aidan.
—Lo siento —se disculpó—. Puedes decirle a mi madre que veré a Marina cuando me plazca y que si no está conforme, se puede ir a la mierda.
Acto seguido entró en la habitación. El panorama que le esperaba dentro no le apaciguó los ánimos. Tal y como ya sabía, había un ejercito de enfermeras encargándose de cambiar los paños de agua fría de la frente de Marina. Con la fiebre, la pobre princesa no hacía otra cosa que sudar y mojar las sábanas.
Aidan se aproximó a ella y se le encogió el corazón. Dormía con expresión de sufrimiento y su cabello rubio estaba suelto y húmedo. La última vez que la visitó no parecía debatirse entre la vida y la muerte.
—¿Por qué luce tan demacrada? —le preguntó a una de las doncellas—. Creía que las fiebres eran leves.
La mujer inclinó la cabeza hacía Aidan y, sin mirarle a los ojos, le explicó que durante la última noche Marina había empeorado.
Aidan, al igual que Bianca y Wayra, volvió a llegar a la conclusión de que la Primordial del Mar no tendría por qué estar pasando por semejante tortura. Si pudieran llevarla próxima a las aguas, su mejoría sería abismal.
—Marchaos, por favor —ordenó.
Las enfermeras dudaron, pero el rostro de Aidan no parecía dispuesto a tolerar reproches. Sabía que era cuestión de minutos que alguna de aquellas mujeres alertara a su madre o a su padre de su conducta impulsiva, aunque le daba igual. Sentía la enorme urgencia de ayudar a Marina, de terminar con su dolor, y había decidido hacía pocos segundos que ese sería el último amanecer en el que la Princesa Errante despertaría en semejante estado.
Cuando las doncellas salieron de la alcoba, cerrando la puerta tras de sí y dejando a ambos primordiales a solas, Aidan se sentó en el borde de la cama junto a Marina y la miró en silencio. Respiraba con dificultad.
—Sirenita —la llamó. Ella gimió y se revolvió sobre la almohada—. Estoy esperando con ansias a que vuelvas a meterte conmigo, ¿es que no me piensas recibir con una mueca de disgusto?
La joven entreabrió los ojos. Pareció tardar un poco en reconocerle, quizá se imaginaba que la presencia del príncipe era un sueño. Le sonrió con dulzura y Aidan sintió un extraño cosquilleo en el vientre.
—¿Qué haces tú aquí? —preguntó en susurros.
—Te voy a llevar al mar.
Levantó una mano y le acarició el pelo mojado con ternura. El Primordial del Fuego sonrió al ver a Marina tratar de incorporarse a duras penas. Unos grandes surcos oscuros rodeaban su clara mirada y la piel sudorosa brillaba a la luz de las velas. Se percató de que ella no había rehuido su contacto; permitía sus caricias.
—No. —Negó levemente con la cabeza—. No me puedes sacar de Pyros, lo ha dicho la reina.
—Bueno, mi madre puede decir lo que le dé la gana...
—Aidan, no...
—Oye, si lo que quieres es caerle bien siempre puedes decir que te secuestré y que estabas tan débil que no pudiste impedirlo —bromeó.
Marina frunció el ceño y se quedó mirándolo con una especie de sonrisa forzada. Se encontraba mal y no era capaz de ocultarlo. Aidan no pudo evitar compadecerla.
—Todos pensamos lo mismo, sirenita. Si estuvieras en cerca del agua, te recuperarías enseguida.
—No es tan simple...
—Pero ¿qué demonios te pasa? ¿Por qué es tan importante para ti obedecer a todo el mundo? —espetó el otro molesto—. En unos minutos vendrán mis padres, tenemos que irnos ya. Tengo las sales de viaje, solo un salto a través del espejo y...
Marina no le dejó terminar. Alzó el brazo rápidamente y lo colocó justo delante del chico. Él distinguió con claridad unas especie de cicatriz sobre la piel, suave, casi imperceptible. Tenía la forma de un fénix.
—¿Desde cuándo tienes la marca de Pyros? —preguntó Aidan sujetándole la muñeca mientras analizaba con sus ojos amarillos la piel de Marina.
La chica retiró el brazo con lentitud. Había algo en el contacto de Aidan que hacía que se le erizara el vello y le avergonzaba que él pudiera darse cuenta. Debía ser cosa de la fiebre, pues desde que volvió de Lumiel no había vuelto a controlar sus emociones con la misma maestría de antes.
—Resulta que cuando la Reina Flora me entregó a tus padres, ellos me marcaron —dijo acariciando la cicatriz—. Lo peor es que yo no recuerdo cuándo lo hicieron y, sinceramente, eso me hace sentir muy vulnerable.
Él la miró confuso. Intentó decir algo, pero no le salieron las palabras.
—Sé que tú no lo sabías —continuó ella—, porque la reina me ha repetido mil veces que no debo hacerte responsable de nada. Dice que de haberlo sabido, te habrías opuesto.
—Vale, espera, espera. —Sin querer le tapó la boca a con las manos y ella se sobresaltó—. ¿Por qué? Esto es una tontería. Todos los nacidos en Pyros tienen esa marca. A las niñas se las hacen en los brazos y a los niños en la espalda. Es una muestra de lealtad al Dios Brass.
—Pero yo soy meridiense y la elegida de la Diosa Serina —rebatió Marina zafándose de su agarre—. Cuando me hicieron esta cicatriz fue para asegurarse de que serviría a ambas divinidades con el mismo sacrificio. ¡Querían evitar que me convirtiese en una traidora!
—¿Y qué? Comprendo que te moleste la desconfianza, pero es solo un dibujo, tampoco es que haga daño a nadie...
—En teoría.
Aidan suspiró y la miró con el ceño fruncido.
—No lo entiendo, sirenita, ¿qué intentas decirme?
El sonido de la guardia acercándose al cuarto de Marina interrumpió la conversación. El tintineo de las espadas chocando contra las armaduras de los soldados al correr resonaba por el palacio en un eco ensordecedor. Los dos se miraron, conscientes del poco tiempo que tenían para terminar de explicarse un millar de cosas sin sentido.
—¡Joder! ¿Es que no se puede tener ni un minuto de intimidad? —gritó Aidan echo una furia.
—Coge las sales.
El príncipe se había situado de pie frente a la puerta, preparado para enfrentarse al primer soldado que osase abrirla. No obstante, Marina no estaba para tonterías, así que se levantó de la cama tambaleándose y se acercó al espejo de su habitación. Ni si quiera estaba cubierto. Era grande y redondo, con un marco de oro que lucía relieves de figuritas de dragones.
—Pero... —Aidan la observó confuso. Para estar atormentada por unas peligrosas fiebres, Marina se veía preciosa con el pelo sucio y mojado—. Creía que no querías irte.
—No puedo salir de Pyros —repitió ella como si Aidan fuera tonto—, pero me muero de ganas por escapar de este condenado palacio. ¿No se te ocurre algún sitio al que ir? ¿Un lugar de la tierra del fuego con algo de agua? ¿Eso es posible?
El Primordial del Fuego esbozó una siniestra sonrisa, sacó las sales del bolsillo y las lanzó al espejo sin pensar.
Cuando la Reina Chiska llegó a la alcoba, Marina y Aidan acababan de cruzar el vidrio y no quedaba ni rastro de ellos.
Al otro lado se extendía una nube de vapor interminable sobre un largo pasillo iluminado por bolas de cristal amarillas. A Marina le costó unos minutos distinguir dónde se hallaba, pues la niebla le impedía ver con nitidez. No obstante, atraída por la encantadora sensación del agua en estado gaseoso impactando contra su piel, pronto pudo adaptar su mirada azulada al entorno.
Estaban en una gruta.
—Bienvenida al interior de la Sierra Ikaru —dijo Aidan.
Llevaba a Marina agarrada de la muñeca, conduciéndola de un leve estirón por el amplio y solitario corredor. El ambiente era pesado y no se veía un alma con vida próxima a ellos. Nadie les molestaría en aquel lugar.
—¿Estos son los baños termales de Ikaru? —preguntó ella mirando a su alrededor con curiosidad.
—Sí.
El Primordial del Fuego giró a la derecha y cruzó un enorme arco de piedra. Marina no pudo reprimir una exclamación de sorpresa cuando se encontró ante una inmensa piscina natural cuyas cálidas aguas emanaban vapores y dificultaban la visión de la estancia. A penas había decoración, pues el lugar al completo era el vivo reflejo de la naturaleza.
—¿Sabes cuál es su leyenda? —preguntó Aidan caminando por el borde de la piscina y sentándose sobre él con las piernas cruzadas—. Dicen que las termas fueron un obsequio de la Diosa Serina al Dios Brass para demostrar que, a pesar de que la lógica nos lleva a creer que sus elementos son incompatibles, el agua y el fuego pueden trabajar juntos para crear escenarios tan maravillosos como este. —Se acomodó el cabello cobrizo con las manos y luego echó el cuerpo hacía atrás para descansar sobre sus antebrazos—. Nos recuerda que somos aliados, no enemigos.
La Primordial del Mar asintió en silencio y se situó junto a Aidan, cuidándose de no tocar el agua caliente. Apoyó su espalda en la pared más próxima y cerró los ojos. Estaba muy cansada, cada paso que daba le restaba una cantidad abrumadora de energía, pero se sentía extrañamente cómoda en aquel recinto.
—También se comenta que estas aguas son tan ardientes que solo tú puedes bañarte en ellas por ser el elegido del Dios Brass —murmuró.
—Por ahora eso es verdad. —Aidan sonrió de medio lado. Marina tenía peor aspecto que en toda su vida y aun así tuvo la impresión de que era la primera vez que la veía feliz—. No hemos estado a solas desde el ataque. Tenemos mucho de que hablar.
Ella le miró todavía con aspecto somnoliento. No le había contado a nadie de su conexión psíquica con Kai y tragó saliva nerviosa.
—Muy bien —dijo con sus ojos azules fijos en el suelo—. ¿Empezamos por el principio?
Él alzó las manos aceptando su propuesta y después se descalzó sus zapatillas de tela para hundir los pies en el agua.
—Anoche le pedí a tu madre que me dejase viajar a Sandolian —comenzó Marina—. Yo no sabía que tenía la marca del fénix, ni llegaba a entender de dónde venían estas condenadas fiebres, pero, al igual que tú, sabía que si me bañaba en algún paraje natural acuático, mi magia me curaría. Le prometí a la Reina Chiska que volvería a Pyros en cuanto me recuperase. Ella dijo que no podía permitirlo, que lo hacía por mi bien. Me contó que, cuando llegué a las tierras de Brass hace cinco años, me hizo esto. —Alzó el brazo con la cicatriz del fénix y esbozó una mueca de disgusto—. El sello de Pyros es mucho más que un símbolo y es por culpa de él que tengo estas tortuosas fiebres que no me dan un segundo de tregua.
—¿Qué? —Aidan la miró sorprendido—. Si solo es una cicatriz. Yo también la tengo y estoy perfectamente.
La joven negó con la cabeza y sonrió con desgana.
—Te equivocas. Esta marca conecta a todos los pyritas con su dios.
El príncipe abrió la boca para decir algo, mas enseguida se corrigió a sí mismo cuando entendió lo que significaban esas últimas palabras.
—Tu diosa es Serina, no Brass.
—Exacto. Tu elemento me debilita y el mío me fortalece. La marca absorbió parte del fuego con el que me quemaste hace una semana. Es el motivo por el que tengo la temperatura corporal tan elevada. —Se rascó la cicatriz en una vano intento por deshacerse de ella—. Si fueran Ilan, Sira o Daren quienes estuvieran en esta situación, probablemente ya habrían muerto. No obstante, sospecho que ni Enya ni Bianca enfermarían, pues son pyritas de nacimiento y esa marca es parte de ellas.
—Tú aguantas porque eres una Primordial, ¿no? —comprendió Aidan—. La marca quiere el fuego, pero tu cuerpo meridiense y siervo de Serina lo expulsa. Tienes las magia de dos dioses opuestos batallando dentro de ti.
—Como Bianca, pero, a diferencia de ella, mi persona no puede tolerarlo. Yo soy el océano; no puedo ser al mismo tiempo el fuego.
Ambos pensaron en la última incorporación de la Guardia de Élite. La joven de cabellos blancos y ojos grises se veía a sí misma poco valiosa, pero todos sabían que la complejidad de su ser y la peculiaridad de su carácter eran prueba de que en su interior se escondía un enorme poder. Probablemente tardarían en descubrir de qué se trataba, pero Marina sospechaba que cuando lo hicieran, sería un punto de inflexión para el mundo de Eletern. Posiblemente Bianca era como aquellas termas sagradas, una combinación inimaginable de fuego y agua.
—La Guadiana del Hielo siempre ha sido un enigma —comentó el chico chapoteando con los pies en el agua—. Ella nació diferente al resto de pyritas, repudiada por el Dios Brass y adoptada por la Diosa Serina. Aunque si lleva la marca igual que el resto de nuestro reino y el fuego no la hiere, tan repudiada no debe de ser...
Marina esbozó una astuta sonrisa y volvió a cerrar los ojos, cansada de pensar.
—Al final resulta que eres listo —murmuró.
—No demasiado. —La miró de reojo, posándose sus ojos ambarinos en la piel rosada de las piernas de Marina que todavía se estaba curando—. Estás enferma porque yo te quemé. Fui imprudente.
Ella tardó unos segundos en contestar. Por un momento el muchacho creyó que se había quedado dormida.
—Aidan, vivo en Pyros. Hay fuego por todas partes, era cuestión de tiempo —susurró—. No es tu culpa.
El príncipe hizo una mueca y, aprovechando que su homóloga del mar se dejaba arrastrar al mundo de los sueños, se quitó la camisa y hundió su cuerpo en las termas para darse un buen baño.
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