Juana de Arco y Gilles de Rais: La Santa y el Asesino
Las victorias que obtuvo Juana de Arco cambiaron el rumbo de la Guerra de los 100 años entre Francia e Inglaterra en favor de Francia, ella logró que se se hiciera un camino para reunificar al país, al mismo tiempo que hizo posible la coronación de Carlos VII en Reims, el cual se confirió el poder como soberano de Francia. Se sabe que a los 13 años, Juana comenzó a escuchar voces divinas que decían que le habían conferido la misión más importante: expulsar a los ingleses de Francia y propiciar la coronación del heredero legítimo al trono, Carlos VII. Todos estos logros y victorias logró concretarlas en cuestión de meses, siempre acompañada de su estandarte en vez de un arma y la fe, el propósito y la profunda convicción de que aunque ella estaba a cargo de las tropas contra los ingleses en Orleans, confiaba que Dios estaba de su lado. Aunque al principio se cuestiono de su capacidad, ella siempre se mostró capaz como cualquier otro soldado y fue para Francia un milagro cuando esta se encontraba empobrecida, dividida y perdida. Con su carisma y con un fuerte liderazgo fue cómo se mostró Juana de Arco cuando paso pueblo por pueblo en busca de hombres que quisieran luchar y levantar Francia del desorden en el que se encontraba.
Sin embargo, el destino le jugo una mala pasada en mayo de 1430, cuando fue capturada por soldados franceses aliados a Inglaterra y la vida de Arco terminó en manos de los ingleses quienes la condenaron por herejía a la hoguera, en la que murió calcinada.
Pero esta historia no es sobre Juana de Arco, sino sobre su "mano derecha" y confiable compañero fe armas llamado Guilles de Rais.
Los destinos de Juana de Arco y de Gilles de Rais se cruzaron en la corte del Delfín Carlos, quien antes, ya en su momento había sido convencido por Gilles de que realmente Juana era una enviada de Dios para salvar a Francia.
La corte y ellos mismos estaban convencidos de que debían de unir fuerzas para derrotar al enemigo, por lo que casi inmediatamente de Arco le concedió a De Rais un ejercito y el título de Mariscal de las tropas de la heroína santa de Francia.
Sin embargo, a pesar de que Gilles de Rais tenía al igual que Juana fuertes convicciones religiosas, este escondía ser un violento y sádico, pero esto sólo salió a relucir cuando De Arco murió en la hoguera.
Gilles se vio abatido al no tener ningún título ni ejército que liderar, por lo que terminó por renunciar totalmente a sus creencias religiosas y al final descendió en una espiral de locura que lo llevo a practicar alquimia, rituales satánicos, violaciones a menores, secuestros de hombres jóvenes de los alrededores, asesinatos, torturas y canibalismo.
En su afán por procurarse víctimas para sus sacrificios, servidores de Gilles de Rais como Henriet y Poitou recorrían los pueblos y las aldeas buscando niños y adolescentes a los cuales prometían que los harían pajes en los castillos del señor de Rais. Siempre en lugares lejanos, incluso en algunas ocasiones el propio Gilles con amabilidad acudía personalmente a las casas de los plebeyos para asegurar a los parientes de los niños un prometedor futuro. De las víctimas los padres no tenían más noticias y, si preguntaban, les respondían que estaban bien. Pronto la gente se alarmó y de Rais recurrió a los raptos. Pero la gran locura llegaba por la noche cuando él y sus esbirros se dedicaban a torturar, vejar, humillar y asesinar a los niños previamente secuestrados. Después de cada sangrienta noche, Gilles salía al amanecer y recorría las calles solitario, como arrepintiéndose de lo hecho, mientras sus secuaces quemaban los cuerpos inertes de las víctimas. El temor se apoderó de los habitantes de los pueblos. Los criados tuvieron que ampliar su campo de acción, con lo que el pavor se extendía más y más.
Una vez se aprovechó de unos niños que eran mendigos y que fueron a pedir limosna inocentemente a su castillo. Gilles los violó y desmembró, las víctimas fueron asesinadas por decapitación, degollamiento, desmembramiento o rotura de cuello. Una vez muertos, los abrazaba fuertemente y deliraba; en otras ocasiones se reía ante los últimos estertores del niño y muchas veces cortaba la vena yugular haciendo brotar la sangre. En algunas ocasiones cuando asesinaba a una de sus víctimas se arrepentía y juraba partir hacia Tierra Santa para redimir sus pecados, pero al poco tiempo volvía a cometer las mismas atrocidades.
Durante los ocho años de terror, Gilles parecía no vivir en un mundo real, rodeado de gran fastuosidad y como si no se diera cuenta de las brutales acciones que llevaba a cabo. Según contó en el juicio que se le hizo, junto con su grotesca corte, cortaban las cabezas de varios niños recién muertos y hacían competiciones para elegir los rostros más bellos. Las cabezas eran ensartadas en picas y las iban calificando. Se llegó a contar que estas calificaciones las firmaba el mismo diablo, ya que un brujo llamado Rivière podía invocarlo, o a uno llamado Barrón, al cual le ofrecían un sacrificio, como los órganos de un niño.
Pero llegó el momento de que todo esto acabara, y ese momento fue cuando el obispo de Nantes, Jean de Malestroit, investigó las desapariciones de Bretaña y vio que no eran casuales. Todo esto concluyó con el aprendimiento de Guilles y finalmente su juicio y condena.
En el juicio, altamente detallado y cuyos escritos del siglo xv aún existen, pasaba del insulto a los jueces al hundimiento más absoluto. Aparentemente las declaraciones de Gilles y sus cómplices fueron tan estremecedoras que los jueces ordenaron omitir de las actas las peores partes. Fue encerrado en una prisión acomodada por su condición de noble. Se declaró al principio inocente, pero en uno de los trastornos de personalidad que ya sufría de años atrás, rectificó y se declaró culpable, quedando el día 15 de octubre muy arrepentido de lo que había hecho. Finalmente, el día 22, ante los jueces eclesiásticos comandados por el obispo de Saint-Brieuc, documentó todos los asesinatos y las vejaciones que practicaba a los niños de entre 7 y 20 años, actuaciones pedófilas, rasgaduras, colgamientos del techo por ganchos, decapitaciones, etcétera. Dijo que hasta había bebido la sangre de los niños, incluso cuando estos aún estaban vivos, que «necesitaba aquel goce sexual» y que había escrito un libro de conjuros con la sangre de los supuestamente asesinados. Fueron confesiones tremendas, si bien declaró que sólo hizo "lo que otros hombres sueñan", y toda Francia se convulsionó ya que la gente no se creía que uno de sus héroes fuera un hombre tan vil. Se constató que había matado entre 80 y 200 víctimas, todas menores de edad, aunque probablemente fueran muchas más.
Finalmente, el 26 de octubre de 1440 Gilles de Rais, junto a dos de sus más perversos colaboradores, habiendo rechazado la gracia real —perdón de la pena que se le extendía por ser Par de Francia—, fue conducido al prado de la Madeleine en Nantes para ser ahorcado y quemado públicamente. Se comportó dignamente y arengó a los que morirían con él a pensar solo en la salvación. Su cuerpo fue bajado del cadalso antes de que las llamas lo alcanzasen, a diferencia de los de sus colaboradores, y fue enterrado en la iglesia de las carmelitas de Nantes.
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