37. Ecos de guerra.

XXXVII
ECOS DE GUERRA.

Killian.

Insistí mucho para que Kalena desistiera de su idea de acompañarnos en el trecho y permaneciera en el Ministerio de Guerra, pero no hubo forma de convencerla en que cediera.

Podía parecer alguien dócil, pero era obstinada cuando tenía un objetivo en mente.

Decidí entonces que lo mejor era detenernos en un asentamiento cercano a descansar.

Después de un día a caballo en el frío invernal, ella no puso reparos en una comida caliente y ropa limpia.

Nos acomodamos en un burgo abandonado, los restos que quedaban de una ciudad que había sido situada demasiados veces quizás en los periodos en que Escar todavía disputaba el poder de las ciudades exteriores.

No éramos la primera caravana militar que lo utilizaba de paso, y eso quedaba claro por las provisiones que encontramos.

Lo más importante para una buena parte de los soldados pareció ser el par de barriles de vino añejo.

Se realizó una fogata en el patio de armas y la siraytza les permitió su velada de descanso.

La energía en el lugar era asfixiante, el peso de las almas solo comparable al asfixiante peso de las profundidades.

Estaba claro que no era un asentimiento que guardara memorias felices, y las sombras parecían ver muy útil el susurrarme las más macabras al oído.

Me acomodé en la torre sobre el patio, desde donde me llegaba la algarabía de los soldados abajo y suponía que también podría tener una buena vista si fuera capaz de tener alguna.

Decidí realizar una carta para sellar un nuevo testamento, la línea sucesoria era clara, pero no quería a mi tío tomándose más atribuciones de las que le correspondía y estaba claro que no soltaría Puerto Kanver por buena voluntad.

Sin embargo, apelaba a su última gota de honor para no empezar una guerra de sucesión en su casta que dejara a sus tierras aun más expuestas en tiempos de crisis en el imperio.

──¿No vas a bajar? ──preguntó una voz áspera.

Reconocí la voz de Kaiser en el momento, aunque su esencia mucho antes, olía a pino, a mar y a esa fragancia impregnada de las islas, como si llevaran el invierno y lo salvaje en la sangre.

──Me temo que mi aire lúgubre solo arruinaría su celebración.

──Es mal augurio celebrar antes de una batalla ──reflexionó Kaiser.

──Pensé que yo era el tipo melancólico aquí.

El silencio me permitió escuchar el crepitar del fuego, ante el mutismo de Kaiser proseguí a terminar mi tarea.

Deslicé mis dedos hasta el fin de la hoja, donde terminaba mi texto, y estiré mis manos en busca del sello, al encontrarlo solo quedó marcar la hoja con mi firma.

Luego esperaría un momento más hasta sellar la carta.

──¿Lo enviarás tú?

──De hecho, quiero que conserves esto ──indiqué──. Eres el único que tiene más interés en esta carta que yo ──medité mis palabras──. En caso de que lo necesites, quiero que se lo des a Keira, es un testamento que la nombra mi heredera y le da derecho sobre las tierras de Kanver.

Permanecí un momento con el brazo extendido, creí que Kaiser no aceptaría, al final mis manos quedaron vacías y tuve un peso menos encima.

──Ella no me perdonará si algo te pasa, así le entregara el beneplácito para nombrarla siraytza del imperio o del continente.

Reí ante la imagen de Keira como reina absoluta, hasta entonces reparé en que no tenía una imagen clara de mi melliza, a veces la evocaba como alguien parecida a mi madre, aunque en carácter siempre fue un reflejo del barón Kalter Vaetro.

──Quiero que tú única prioridad sea recuperar a Keira en el campo de batalla, quizás no tengas otra.

──Casi suena como si te despidieras, Vaetro.

No me sorprendí al notar que así era, no sabía si era por la energía visceral que envolvía el lugar, la tragedia que la impregnaba como podredumbre, quizás las sombras ya me habían desquiciado por completo, o tal vez el cansancio enturbía mis pensamientos, como fuese, no parecía contraproducente el guardar precaución.

En verdad, evitaríamos enfrentar a Ciro, por lo que teníamos preparada una emboscada, luego de eso la idea era viajar hasta Escar, mientras Kaiser y Keira se plantaban en el sur.

Con la capital tomada y el sur controlado, acorralar al cuervo sería fácil, Valtaria nunca arriesgaría sus muros para salvarlo.

Aun así, no podíamos cantar victoria antes.

Kaiser apoyó su mano sobre mi hombro, un apretón pesado, al parecer la muestra de afecto más cercano que me concedería.

──Apuesto por ti, Vaetro, y será mejor que no me hagas perder la apuesta porque iré a buscarte hasta las garras de Iverna.

Sonreí.

Fue difícil conciliar la noche, no para los guerreros, que temprano habían terminado el jolgorio y el silencio pronto reinaba en el patio de armas.

Quizás fuera porque Blak se movía como un fantasma entre las ruinas del lugar, podía sentirlo inquieto, su presencia intranquila mientras recorría pasillos, salones y tejados.

Intenté apaciguar el vínculo entre nosotros, como siempre, no funcionó, y me pregunté si no era al revés, si mi mente desbocada no era la razón de la inquietud salvaje de Blak.

Giré en la cama, en busca de una posición que me ayudara a conciliar el sueño, fue inútil y crucé mis brazos detrás de mi cabeza, boca arriba, aceptando la noche que pasaría en vela.

Las sábanas de algodón sisearon con el movimiento.

──Killian.

La voz de Kalena sonaba suave y apagada, supuse que había estado durmiendo, su presencia era relajante.

Me recordaba a la brisa que mecía las hojas en los días de verano en Kanver, era imperceptible para muchos, para mí era todo lo que tenía, no podía ver un paisaje de vívidos colores, pero la suave brisa era una compañía constante.

──Estás inquieto.

Se acercó hasta que su cuerpo tibio se pegó al mío, apoyó una mano sobre mi pecho y su cabello rozó uno de mis brazos, cerré los ojos mientras aspiraba la esencia exquisita que desprendía su piel.

Me embriagaba, podía fundirme en su perfume a rosas y su seductora voz ronca.

Kalena ermaneció quieta y luego de un momento supe que estaba poniendo su mejor esfuerzo por no caer rendida.

──Duerme, naaz zelenskà ──dije antes de estirar mi brazo para buscar su rostro.

Delineé su mejilla y rocié sus labios.

──¿Por qué naaz zelenskà? ──ignoró mi pedido.

──Ya lo sabes.

──Me dijiste qué es, no por qué.

──Te lo diré... ──Tuve que pensar un momento.

──¿Y bien? ──insistió.

Humedecí mis labios, dudé, sin darle una respuesta, quizás porque no creía poder explicarlo en el modo que necesitaba que lo comprendiera, tal vez porque me gustaba tenerla a la expectativa.

──Es una orden, barón.

──Cuando estemos en Kanver, te diré por qué.

Ella me besó en los labios, primero apenas un roce, luego su lengua buscó la mía, solo entonces sostuve su nuca para permitirme besarla a mis anchas.

Mis manos se deslizaron debajo de su delicado albornoz y el suspiro que le arrancó terminó por derretir cualquier indicio de cordura.

Su cabello acarició mi rostro cuando la tuve encima de mí, a horcajadas, besó el pulso debajo de mi oreja y tragué con fuerza.

Inhalé su perfume buscando intoxicarme.

──¿Me permites tenerte esta noche, Kalena? ──No me importó lo grave que la necesidad volvía mi voz.

La sentí sonreír contra mis labios, luego los guió hasta mi oído.

──Y siempre ──susurró como una promesa.

¿Qué les pareció el capítulo?

No me digan que no son hermosos juntos😩💘😩💘😩💘😩💘😩

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