Epílogo
Un par de meses después, Noah vería un video y pensaría única y exclusivamente en Vero.
Se acordaría del mensaje que recibió unos minutos antes de irse a dormir la noche anterior donde ella le deseaba buenas noches y terminaba con un «te quiero», uno de varios que le decía a diario y que él respondía con un «te quiero más».
Cuando esas palabras se expresaban en un mensaje, iban acompañados de un emoji; él enviaba uno de corazón, ella añadía uno de girasol. Cuando se lo decían frente a frente, había una mirada dulce entre ambos y a veces un beso para reafirmar las palabras.
Los besos... a Noah le encantaban los besos. No solo porque se sentía más cercano a Vero, sino porque solían ser el final de varios contactos físicos sutiles previos entre ambos.
Ella le tocaba el hombro, él pasaba sus dedos con delicadeza por el cabello de Vero; si caminaban lado a lado, sus antebrazos no se separaban, si estaban sentados, sus rodillas se buscaban una a la otra. Noah había aprendido en qué lugar exacto de la cintura de Vero encajaba su palma y ella había descubierto la inclinación exacta que debían tener sus pies para poder alcanzar la boca de él con la suya.
Dedos enredados en cabello, yemas de los pulgares presionados en la piel, roces de labios con los párpados ajenos. Juntos habían reunido cada dato existente respecto a la comodidad del otro y nunca dudaban en buscarse para sentirse.
Y la sincronía que desarrollaban era tan perfecta, que en ocasiones parecía que eran una sola persona. Vero solía entrar primero a cualquier lado a donde fueran juntos y siempre sostenía la puerta mientras Noah entraba; a veces, él se quedaba sin algún ingrediente para sus postres y pasteles, y ella no dudaba en ir al supermercado a conseguirlo sin que él se lo pidiera.
Noah, por su parte, le cedía su chaqueta cuando hacía frío, llevaba a Vero hasta la puerta de su apartamento cuando tenían una cita nocturna y, cuando supo que las galletas saladas que vendían en una pequeña tienda cerca de la florería de Vero eran sus favoritas —aparte de las que él horneaba—, empezó a comprarlas para tener siempre un paquete en su casa y que cuando ella lo visitara, comiera las que quisiera.
Verónica no dejó de darle girasoles cada vez que notaba que los anteriores estaban perdiendo su brillo. Le llevaba los más bonitos, los que siempre palpitaban en sus manos cuando los tomaba pensando en Noah. Y él, a cambio, y sin tácito acuerdo, le llevaba postres nuevos y sus favoritos en cada ocasión que se veían. Cada uno daba una parte de sí mismo al otro; no solo regalaban flores y dulces porque sí, sino porque para ellos esas cosas eran, respectivamente, importantes, su vida entera, su pasión.
Los girasoles y los postres representaban, sencillamente, una muestra más de amor.
Aún con todo, lo más bonito de su relación, era el tiempo que compartían. Fue tan bueno como Vero siempre había esperado, porque no se perdió la camaradería que tenían, la confianza, la tranquilidad de su amistad. Aún hablaban por horas de nada importante y se veían con tanta frecuencia como podían. Solo que ahora, sumado a eso, compartían un poquito más.
Vero se quedaba algunas noches hasta tarde con Noah en su apartamento arriba de la pastelería y, en ocasiones, no se iba sino hasta el otro día; se acostaban en la cama con el televisor prendido y con los brazos enredados suspiraban uno frente al otro, se susurraban palabras de cariño y se sonreían a cada vistazo dado.
A veces pedían comida rápida y se sentaban en la alfombra de la sala de Noah a comer, o a veces cocinaban pastas, que eran las favoritas de Vero. O compartían la velada con Montse y con Frank, en el apartamento de ellas, tomando una cerveza y comiendo chucherías. O en ocasiones salían al cine, o a un restaurante nuevo, o a uno de los que ya conocían; un par de veces fueron al teatro, o a comer helado a las diez de la noche.
No importaba realmente el plan, estando juntos lo disfrutaban todo.
El video que Noah miraba y que lo hizo pensar en su novia, hablaba de los cinco lenguajes del amor: palabras de afirmación, regalos, actos de servicio, contacto físico y tiempo de calidad.
En el video decían que cada persona tenía un lenguaje del amor principal y otro o varios, secundarios.
Noah reflexionó al respecto y sonrió cuando se dio cuenta de que ellos los tenían todos. Se sintió completo y feliz al saberlo.
—¿De qué te ríes? —le preguntó Vero, un poco adormilada y semi recostada en su brazo.
—No me rio. Solo sonrío.
—¿Por qué sonríes?
—Un video que estoy mirando.
Con la mano que rodeaba a Vero, la reafirmó con más fuerza y ella se acurrucó más cerquita de Noah.
—Tengo sueño, pero me lo muestras mañana.
Era cerca de media noche y habían pasado la velada mirando series en la sala de Noah. En ese momento estaban acomodados a duras penas en el sofá más grande y aunque el sentido común era levantarse e ir a la comodidad de la cama, Noah escuchó a Vero tan plácida, que decidió que se quedarían ahí. Soltó el teléfono y con la mano que quedó libre libre tomó una manta que tenían en el otro sofá y la pasó sobre ambos.
Vero apenas se inmutó con el movimiento.
—¿Ya te dormiste?
—Ajá —murmuró.
El silencio en el apartamento era absoluto porque ya estaba apagado el televisor y Noah ya había dejado el celular a un lado definitivamente. Solo la respiración de Vero sonaba en sus oídos, y el palpitar de ambos retumbaba en el espacio que quedaba en medio.
—¿Quieres dormir acá en el sofá?
—No me quiero mover —susurró. Elevó su cabeza un poco y entreabrió los ojos; su rostro estaba a centímetros del de Noah, y le sonrió—. ¿Estás incómodo?
—No. Mi sofá es suficientemente grande para los dos.
Vero elevó su mano hasta la mejilla de Noah y lo acarició dos segundos antes de besarlo con delicadeza. Sonrió sobre sus labios y se recostó de nuevo.
—Te quiero, pastelero.
Noah miró a Vero, que ya tenía los ojos cerrados y retozaba envuelta en sus grandes brazos. Habían pasado tan solo meses de su primer beso, pero en su pecho siempre vibraba la sensación de haber estado queriéndola toda la vida. Era un nivel de confianza y de fortaleza emocional que no había sentido con nadie antes.
—Yo te amo, florista.
Noah se lo demostraba a diario con actos de cariño, pero era la primera vez que lo decía en voz alta. Vero abrió los ojos, no con sorpresa, sino con dicha, como si fuera un hecho mundialmente reconocido, pero fuera placentero escucharlo de todos modos.
—Si te digo lo mismo ahora, parecerá que lo hago por presión —murmuró. Noah rio—. Así que no lo haré.
—No necesitas decirlo... no ahora.
—Ni mañana tampoco, porque...
Noah blanqueó los ojos, sin dejar su sonrisa en los labios.
—Está bien, cuando quieras —interrumpió.
—... ya sabes que te amo desde hace mucho.
Detrás del sofá había una mesita y sobre esta había un florero con rosas. Ya estaban marchitas por el tiempo que llevaban ahí, pero cuando Vero dijo que amaba a Noah, las rosas revivieron lentamente hasta quedar como nuevas.
Ella ni se enteró por estar adormilada, pero Noah se fascinó igual que cada vez, ampliando su sonrisa y preguntándose en algún lugar de la mente cómo era esa magia posible. No es que le importara, él ya no lo había aceptado, pero no dejaba de sentir curiosidad; por fortuna, tenía toda una vida... o al menos un largo tiempo, para entenderlo.
Se inclinó y la besó una vez más.
Existían cinco lenguajes del amor, pero en ese momento Noah se dio cuenta de que ellos compartían seis. El sexto era la magia, las flores, el don de Vero y la forma en que él lograba conectarse con ella con las flores en medio. Era hermoso e inexplicable.
Y nunca antes tuvo una certeza tan grande como la que sintió en ese preciso instante de que estar con Vero era justo donde debía estar, donde era plenamente feliz.
FIN
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