Capítulo 8
#LunesDeNoah
PARTE 2
Verónica se sentó en la silla disponible de la mesa 27 y miró al hombre que la esperaba. Tenía el cabello más marrón que hubiera visto en la vida, con una brillantez de chocolate y una espesura atrayente. Sus ojos eran del mismo tono y tenía una barba bien cuidada enmarcando todo su mentón. Le sonrió al verla sentarse.
No dijeron nada por unos segundos, pero no resultó incómodo como con Dago. Al contrario, en ese lapso de calma se dedicaron un par de sonrisas tímidas. Finalmente, el hombre se inclinó hacia adelante y habló con voz gruesa pero baja:
—Creo que acabas de arruinar la velada para ese tipo.
Vero tardó en comprender, pero luego miró hacia la mesa donde Dago se quedó. Su compañera, una bonita mujer de cabellos rojos, estaba muy recta en su posición, tensa y lo miraba con seriedad mientras él hablaba. Vero sonrió.
—No era mi intención... pero no me molesta.
—Que te levanten la bandera roja es lo peor que puede pasar, el resto lo ve y de inmediato te verán con recelo.
—Suena a que eres un experto en estas dinámicas.
—No, pero creo que es sentido común. ¿Tú irías o no precavida a una mesa donde alguien ya dio una red flag?
Vero lo consideró.
—Buen punto. Pero se la merece, que se aguante.
—¿Se puede saber qué hizo? Para no repetirlo.
Vero miró los ojos chocolate del hombre y sonrió burlona.
—Tú también estás precavido —dijo como una afirmación—. Te da miedo que lo haga de nuevo.
Su tono era divertido y, por ello, no fue tomado como un ataque o una provocación. El hombre sonrió de lado.
—Hombre precavido vale por dos.
—De acuerdo. La levanté porque es un tipo de hombre que desprecio. Un machista, con mentalidad del siglo pasado, que cree que la mujer que llegue a su vida será para cuidar el hogar y dedicarse a él sin que pueda tener voz sobre ella misma. Estaba esperando una ama de casa que le diera dos hijos y le tuviera la cena caliente, que no aspirase a más, que no hiciera más con su vida que atenderlo. —El hombre asintió—. Y si eres de los que piensa así, no tenemos que hacer esto, es más, puedes levantar tú mismo la banderita roja y lo dejamos por las buenas.
—Yo no busco a una mujer para mantenerla. —Vero asintió, aliviada, pero él añadió—: Busco una que me mantenga a mí. Tener este gran aspecto no sale barato y mi mamá no puede pagarlo todo.
Verónica quedó helada ante la seriedad de sus palabras. Dejó las manos estáticas sobre la mesa, sopesando la posibilidad de usar de nuevo la bandera, pero reflexionando que esta vez a lo mejor no le convendría mucho y menos siendo tan rápido: no habían pasado ni cinco minutos.
La tensión creció en la mesa hasta que el hombre soltó una carcajada repentina, saliendo de un segundo a otro de su seriedad. Negó con la cabeza y estiró su mano a Vero.
—Solo bromeo. Soy Douglas, hago chistes malos para romper el hielo, es un gusto.
Vero se sonrojó, pero con una sonrisa divertida, accedió a darle la mano.
—Ramona. Aprecio los chistes malos que rompen el hielo.
—Y para tu información, no vivo con mi madre ni ella me paga nada —agregó.
—¿Tú solito mantienes ese gran aspecto? —citó Vero. Douglas asintió—. Que gran esfuerzo.
Douglas apretó los labios con una sonrisa y estiró la mano hacia una de las cajas sobre la mesa. En cada una había cuatro —para cuatro citas— y ya había una abierta, la de la cita anterior. En esta caja había dos pequeños pergaminos enrollados, uno con un número uno, y otro con el dos. Él extendió el del número uno a Vero.
—Damas primero.
—Que machista —bromeó.
—Caballeroso —corrigió, en el mismo tono.
Vero rió y desenrrolló el pergamino. Lo leyó en voz alta:
—«Bajo la mesa hallarán un cartón color negro». —Douglas levantó el mantel y lo encontró en una especie de cajón entre las patas de la mesa. Era del ancho de la superficie de la mesa, pero de menos de dos palmos de alto—. «Póngalo en medio de ambos, de modo que no puedan verse».
Douglas lo hizo y dijo:
—Que romántico. —Una vez no podían verse, añadió—: ¿Y ahora?
—«Pasen al pergamino dos».
El cartón se sostuvo en pie gracias a las cajas de las instrucciones, que le hicieron apoyo a cada lado. Douglas leyó su pergamino:
—«La atención y las primeras impresiones cuentan, así que, ahora sin verse, respondan». —Soltó una risa—. Ay, siento que ya reprobé. —De nuevo leyó—: «Cuenten puntos. Hay cinco preguntas y el que más puntos tenga, podrá tomar la iniciativa para lo que siga en la cita».
Vero sonreía ampliamente, emocionada e inclinando un poco la cabeza para que él no viera nada de ella.
—Vale, ¿cuáles son?
—Primera: ¿de qué color son los ojos de su compañero?
—Responde —pidió ella, divertida—. A ver si me prestaste atención.
Hubo un silencio.
—Ay, vamos, soy olvidadizo.
—Responde, son las reglas.
Se oyó un suspiro.
—¿Negros?
—Error. Marrones. Como los tuyos pero más claros. Los tuyos son como el chocolate oscuro. Punto para mí. Siguiente pregunta, esto me gusta.
Douglas rió, un sonido profundo que hizo sonreír más a Verónica.
—¿Cómo está vestido tu acompañante? Ahora respondes tú.
Vero titubeó; en eso no se fijó. Pero razonó que no vio algo que resaltara mucho, así que debía ser ropa común. Con eso en mente, aventuró:
—¿Camisa negra de manga larga?
—¡Ja! Equivocada. Tengo una camisa gris y un saco azul petróleo. Y yo sí vi tu vestido amarillo, te llega más abajo de las rodillas, tienes los brazos descubiertos, vi tus pulseras, tintinean cuando te mueves y llevas una cadena oscura, no vi el dije, pero eso cuenta, punto para mí.
Vero se sintió halagada y a la vez vulnerable. Pero era una buena sensación, era muy divertido. Blanqueó los ojos aunque nadie la viera y en eso, vio que algunas mesas más tenían el cartón en la mitad, con la misma actividad.
—Es justo. ¿Siguiente?
—¿Color de cabello y cómo lo lleva arreglado? Sé que es oscuro, pero no me fijé en el peinado. ¿Cuenta como punto?
—«Oscuro» no es un color.
—Vale... ¿marrón oscuro?
Vero maldijo por lo bajo porque había atinado.
—Pura suerte. Cuenta como medio punto. El tuyo es un café antinatural, muy brillante y abundante. Parece que te tomaste un buen rato en el espejo para hacer que pareciera desordenado.
Douglas sonrió, satisfecho, pero se esforzó por no demostrarlo en su voz cuando respondió:
—Válido, punto para ti. Siguiente... ¿adivinar la edad de tu acompañante? ¡No! Esa pregunta es trampa cuando se trata de una mujer, cualquier respuesta es incorrecta.
Vero soltó una carcajada.
—Inténtalo. No me pongas muy pocos porque sonarás como un adulador.
—¿Ves? No hay respuesta correcta.
—Inténtalo —repitió.
—Tú primero.
Vero lo pensó.
—Bien. Creo que tienes entre veintinueve y treinta y dos, más o menos.
—¡Veintiocho! No cuenta como punto. —Vero chasqueó la lengua; bueno, la barba y el porte o hacían ver mayor—. Ahora yo... no sé, ¿veinticuatro?
—Veintiséis. No hay punto. Voy ganando. Tengo dos puntos y tú uno y medio. Esta es la decisiva. Suéltala.
—Si tuvieras que adivinar por la apariencia, ¿a qué crees que se dedica tu acompañante? Para simplificarlo, solo responde: ¿lo ves con una profesión creativa (pintor, diseñador, escritor, cantante, artista de cualquier arte, cocinero, etc...) o con una profesión analítica (abogado, médico, arquitecto, ingeniero, etc...)?
Para sorpresa de ambos, respondieron al tiempo y rápido, como si no tuvieran que pensarlo mucho:
—Eres analítico.
—Eres creativa.
—Punto —accedió Vero.
—Punto —repitió Douglas.
Retiraron el cartón, y con agrado vieron que ambos tenían una sonrisa de oreja a oreja luego de la actividad. Era difícil quitar el gesto y esa era una sensación agradable.
Vero vio a Douglas y reparó en su ropa, tal como él la describió, en su rostro que no demostraba veintiocho sino un poquito más, en sus ojos, cuyo color sí adivinó, y supo la inteligencia tras la dinámica: ahora lo veía más, admiraba más sus rasgos físicos y eso lograba interés inmediato.
—¿A qué te dedicas?
—Soy abogado penal.
Vero consideró en su mente la historia que había llevado con Montserrat y aunque no disfrutaba muchísimo de mentir, usó lo que habían arreglado:
—Tejo suéteres —añadió ella—. No sé qué tan creativo sea, pero sin duda no es analítico. Y eso me deja como la ganadora —celebró.
Douglas asintió.
—Así es. Eres dueña del resto de la cita, Ramona.
Al oír el nombre, se sintió mal. A Vero le pareció ver cierta ilusión en los ojos de Douglas y saber que no solo le mentía, sino que sabía que eso no iba a ningún lado, la hizo sentir culpable. Él había ido a Amigos con derechos... e izquierdos con el propósito de hallar a una mujer para una posible relación, pero Vero no.
—Te seré sincera... —empezó, empujada por su remordimiento.
—Oh, no, eso nunca es bueno.
Vero sonrió como pidiendo disculpas.
—Me agradas muchísimo, eres divertido y amable...
—¿Pero?
—Pero yo vine hoy con una amiga solo para divertirnos, en realidad no estoy buscando pareja... —Se sonrojó y bajó la voz para evitar que otras mesas la oyeran—. Lo siento.
Al contrario de lo que Vero esperaba, Douglas se echó a reír casi con júbilo.
—¿Es en serio o simplemente no te gusto?
—Es en serio.
—Me alegra —dijo al fin. Vero enarcó las cejas. Douglas se inclinó de nuevo sobre la mesa—. Yo llegué acá por accidente, es que vi un anuncio en Facebook en un grupo de un chico que publicaba que tenía una reserva para esta cafetería y que no la usaría, que si alguien quería tomarla. Puso «es una cita a ciegas con una cafetería» y yo asumí que era algún tipo de local alternativo y nuevo, único, que buscaba clientes. Estaba cerca, me gustan los lugares especiales y me dije «¿por qué no?» y luego llegué y entré y de repente estaba en una cita con una mujer. Me dio vergüenza irme, así que el plan era quedarme y ser gentil, comer y luego decir que nadie me interesó.
En otras circunstancias, Vero habría pensado que era algo inventado para afrontar mejor el rechazo, pero era una historia tan rara que no podía ser falsa.
—Creo que nadie te creería si dices «fui a una cita a ciegas por accidente» —replicó, risueña—. Suena a excusa de persona infiel cuando la atrapan.
—Estoy saliendo con alguien, en realidad, y ya le he contado en un mensaje lo que pasó. Como me conoce, sabe que es factible que sí haya sido por accidente, así que solo se reirá de mí y luego lo contará en reuniones familiares.
Vero rió, pero se sintió muy aliviada.
—Si te parece, podemos decir que nos quedamos en esta cita. Así me ahorro otros dos posibles desastres y tú no deberás fingir más.
A modo de respuesta, Douglas levantó la mano para llamar la atención del anfitrión y cuando este se acercó, él le informó que deseaba continuar la velada con ella. El anfitrión sonrió como si acabara de ganarse la lotería y quitó la placa con el número de la mesa, para dejarla fuera de la dinámica. A los pocos segundos, una mesera les llevó una bandeja con algunos dulces y dos tazas de café.
—Que buen servicio —murmuró Douglas, bebiendo un poco. Luego la miró—. Bueno, tenemos casi una hora, así que cuéntame. No estás buscando pareja, ¿por qué? ¿tienes novio? ¿resaca emocional por un ex?
Vero suspiró al pensar en Noah. Luego consideró que Douglas creía que ella era Ramona y que no volvería a ver a esa Ramona jamás, así que no perdía nada usándolo como confesionario, y de paso aligeraba el tiempo.
—No exactamente, pero estoy interesada en un hombre.
—¿Y por qué no ha caído a tus pies? Eres encantadora.
A Vero le encantó el tono cariñoso, no coqueto, con que lo dijo.
—Me da señales confusas. Estoy casi segura de que le gusto, pero hay algo que lo detiene y hasta que no sepa qué es, no puedo avanzar más. He intentado varias veces sacar el tema, pero nunca obtengo respuestas. ¿No está interesado en una relación? ¿No supera a su ex? ¿No soy su tipo? ¿Malinterpreto todo? No lo sé. Es frustrante.
—¿Y por qué no preguntas directamente?
Vero frunció el ceño.
—Le pregunté «¿te gusto?» y me dijo «eres una gran amiga».
Douglas frunció los labios.
—Bueno, la verdad esa es una respuesta muy clara.
—Eso creí, pero entonces, ¿por qué me sigue coqueteando? ¿por qué parece que me mira con amor y con deseo y luego me dice que soy una amiga? Tiene más amigas, y no creo que las mire a todas así... estoy segura de que no las mira a todas así.
—¿Y si sí es así? Puede que sea coqueto por naturaleza.
—No es. No, tenemos amigas en común, y él no es así. En general, tiende más a ser tímido. A veces parece tener la capacidad romántica de un adolescente, con sus temores y nerviosismos constantes. Lo conozco hace casi un año y sé que se intimida solo conmigo, no con todas las mujeres que conoce. No, no es un Casanova.
—¿Y si es eso? Lo intimidas, eres mucha mujer para él. Se siente pequeñito y le da miedo que lo rechaces.
—No creo que sea tan estúpido como para creer que lo rechazaré, teniendo en cuenta cómo lo trato. Ahí es donde todo es confuso. Él hace que lo quiera, que lo desee, que lo piense a todas horas... —Vero desvió la mirada, suspirando—, me hace sentir querida e importante, cómoda, feliz y cuando parece que será algo más, él va para atrás.
Douglas la miró con ternura y a la vez con algo de compasión. La forma en que hablaba de ese hombre era tan pura y dulce, que le dieron ganas de buscarlo y golpearlo por no corresponderle a esos ojos brillantes y a ese buen corazón.
—Los hombres somos estúpidos a veces —dijo él, intentando consolarla. Vero lo miró de nuevo, casi sorprendida, como si hubiera olvidado que estaba ahí—. Y somos ciegos otro tanto de veces. Quizás él sí piensa que no le corresponderías o que no convendría porque te quiere mucho como para querer dañar las cosas si da un paso más.
Vero entendía. Ella misma no había sido capaz de ser brutalmente honesta por ese resquicio de temor de que las cosas salieran mal y perdiera la amistad de Noah; ella no solía tener muchos amigos reales, encontrar a Noah fue una fortuna de una en un millón y temía dañarlo al sentir algo más. En un punto de su amistad, semanas atrás, había decidido dejar los sentimientos extra de lado porque prefería conservar la amistad, pero él empezó a ser más coqueto con ella y un día casi se besan y desde entonces abandonó la idea de desistir.
Aunque era una idea muy tentadora.
—¿Y entonces estamos destinados a esto? ¿Eterno coqueteo y nada más?
Douglas se encogió de hombros.
—Puede que sí, si sigues esperando que él tome la iniciativa. Escucha, los hombres somos seres simples, parecemos complicados, pero en realidad es fácil llevarnos por cierto camino, especialmente porque llevamos la contraria con facilidad. ¿Quieres que se dé cuenta finalmente? Haz todo lo contrario a lo que haces ahora. En este momento lo tienes en una zona cómoda y de ahí no se va a mover porque es más fácil ese camino, más tranquilo.
»Pues ponle las cosas turbulentas. Si te coquetea tres veces, finge que no te diste cuenta en dos de ellas e ignóralo, o trátalo como tratarías a un buen amigo, ponlo celoso si encuentras la ocasión, actúa un poco desinteresada, haz como que la ciega eres tú y que no tienes idea de que le gustas. Pídele opinión sobre qué usar en una cita, incluso si la cita no existe, crea a un hombre hipotético y pídele consejos para lidiar con él. Haz que se enoje con él mismo por no ser ese hombre hipotético y llévalo al punto en que no aguante más y deba declararse.
—Suena algo manipulador.
—Yo lo veo como estrategia. La otra opción es sencillamente llegar a su casa, estamparle un besote y ver que pasa.
Vero imaginó que llegaba a su pastelería, lo seguía hasta la cocina para probar algún postre, y cuando Noah se girara, ella se lanzaba a sus labios sin darle tiempo a pensarlo. Se preguntó si su piel sería tan cálida como parecía cada vez que salía de entre los hornos de su gran cocina, si sus labios eran dulces como el azúcar o si sabrían a alguna masa de galleta.
¿Noah le correspondería o se asustaría y la alejaría al instante, por el motivo que fuera?
Noah podía decirle que en realidad solo podían ser amigos, pero también podía empujarla contra la mesa enorme de la cocina y besarla hasta que se quedaran sin aire.
Las probabilidades eran blanco o negro, y a Vero le asustaba ese plan que, si bien era más simple, también más arriesgado.
—No voy a hacer eso —musitó ella, como un eco de sus pensamientos—. Puede salir muy mal.
—O muy bien.
—Le temo a los riesgos, no.
Douglas rió.
—Entonces aplica la estrategia. Es casi infalible.
—¿Casi?
—Sí, bueno, puede que en lugar de explotar y declararse, se contraiga y decida que con ese hombre hipotético serás más feliz, así que te dejará en paz.
Vero enarcó ambas cejas.
—No puede ser... —Se lamentó—. Que complicado.
—El plan del besote siempre es una opción —añadió Douglas, sonriente—. No te lamentes, Ramona. Sea el plan que elijas, te saldrá bien. Si él se decide, tendrás una pareja que te gusta mucho. Y si no, podrás buscar a alguien que pueda apreciar todo lo que eres.
Vero le sonrió, agradecida con las palabras de aliento, aunque infeliz con las posibilidades. El plan de Douglas parecía muy enrevesado, pero ¿y si surtía efecto? Noah podía necesitar un empujoncito de él mismo y eso podía conseguirse sacándolo de esa zona cómoda en la que Vero solo se ilusionaba como tonta cada vez.
—El plan del besote será el de emergencia —dictaminó luego de unos segundos de silencio, envalentonándose al decirlo en voz alta—. Pero mientras tanto, la estrategia es la opción.
Douglas sonrió, satisfecho.
—Así se habla, Ramona.
¡Muchas gracias por leer!
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Ahora, ENCUESTA. Si Vero pone la estrategia en práctica, Noah reaccionará:
1. Le dan celos y explota
2. Le teme al éxito y le deja vía libre
3. Igual vamos a llorar
Ahre ♥ Voten por su fav (esto no influye en lo que escribiré, solo quiero saber qué creen que hará Noah jasjas) ♥
Los amo ♥
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