Capítulo 7

#LunesDeNoah

PARTE 1

Cuando Montse y Vero leyeron el nombre de la cafetería interactiva, intercambiaron una mirada. Amigos con derechos... e izquierdos, rezaba el letrero.

—No sé si me emociona o me atemoriza —confesó Vero.

—Son nervios de emoción —aventuró Montse—. Es la primera vez que venimos a un sitio de estos, pero será divertido.

Los viernes eran noches de citas a ciegas en la cafetería y, por sorprendente que fuera, era un lugar muy concurrido. La verdad era que Vero, independientemente de lo que sucediera en su corazón respecto a Noah, no estaba interesada en hallar al amor de su vida allí, solo había ido porque sí sonaba divertido y algo que la sacaba de la rutina.

Luego de que Montserrat le dijera que era confirmado que Noah sentía algo por ella, teniendo como evidencia una supuesta reacción que tuvo cuando Zoe le insinuó que tendría una cita, Vero decidió no desistir del todo, pero tampoco quería forzar las cosas y crear otro momento incómodo como aquella noche en la cena improvisada que compartieron.

Vero no veía las relaciones como un segmento de vida con inicio y un camino marcado que podía llegar a un fin, ella las veía más como la suma de momentos e instantes, unos mejores que otros, pero que sumados daban algo bello. No esperaba una frase como «¿Quieres ser mi novia?» o formalidades similares, pero confiaba en que cada actividad que compartía con Noah ponía un ladrillo y cuando fuera un muro completo, simplemente habría un antes y un después sin que apenas se dieran cuenta.

Vero disfrutaba los momentos a solas con Noah. Los coqueteos, las miradas, las insinuaciones, incluso esas que le hacían dudar de las intenciones de él o de sus sentimientos, todos eran recuerdos bonitos, ladrillos, y si algo llegaba a pasar entre ellos, Vero no quería que eso cambiara, no quería que la chispa se perdiera.

Deseaba que siguieran siendo Vero y Noah, solo que siendo un poco más que amigos.

Suspiró y tomó el brazo de Montse de nuevo, impulsando a ambas a entrar a la cafetería. Al cruzar las puertas, le gustó lo que vio. El lugar era de techos altos, un salón muy amplio de pisos blancos relucientes, las paredes tenían un cálido verde pastel y la más grande tenía un enorme mural de un paisaje marino. La cantidad de mesas era incontable a primera vista, y cada una tenía un mantel de un color distinto, dando una imagen viva y alegre al lugar. Olía ligeramente a canela y el aire acondicionado daba una sensación de calidez que contrastaba con el viento helado de la calle.

Había mucha gente y esto hacía que no hubiera eco. Los cuchicheos eran pocos, y eso lograba que el ambiente fuera algo tenso para todos, pero era una tensión emocionante, una que se daba porque la gran mayoría no se conocían entre ellos, pero esperaban hacerlo. De por sí, la imagen del lugar ya subía las expectativas, de seguro porque al escuchar «cafetería interactiva», todos esperaban una simple cafetería con desconocidos, no un lugar tan hermoso que prometía tanto.

Vero pensó en lo curioso que resultaba que, aún con un salón lleno de adultos, la división recordara a la de una escuela primaria. De forma inconsciente, los hombres se iban haciendo a la derecha y las mujeres a la izquierda. Vero sonrió y Montse la haló con suavidad para llevarlas hacia el área femenina. Eran, a simple vista, las únicas que venían juntas.

—Me siento como en un baile de quinto grado —susurró Montse para que solo Vero lo oyera. Vero rió entre dientes; era justo lo que pensaba.

Varias personas siguieron entrando y cuando el reloj dio hora en punto, la puerta exterior se cerró y una voz resonó por un micrófono. Todos se dieron la vuelta en redondo, pues estaban dando la espalda al pequeño podio donde estaba el hombre de la voz.

—¡Bienvenidos, solteros y solteras!

—Qué feo suena eso —musitó Vero; Montse rio.

—Esperamos que esta sea una velada maravillosa para ustedes —continuó el anfitrión—. Nuestro método de citas tiene una efectividad del ochenta y nueve por ciento, así que tenemos fe en que la gran mayoría tengan una segunda cita después de hoy con su persona elegida. —El corazón de Vero latía con la emoción que se siente antes de subirse a una montaña rusa. ¡Qué divertido sonaba!—. Así funciona: las damas tomarán asiento en una mesa de su elección, y los caballeros tomarán una balota de la caja cerca de la entrada. —Varios ojos fueron a ese lugar—. Cada balota tiene un número que corresponde a una mesa; esa será su cita inicial. Tendrán veinte minutos en esa mesa; en cada una hay instrucciones de lo que deben hacer. Cuando suene la campana, las damas se pondrán de pie y tomarán una balota, y se hará el mismo procedimiento. Esto se hará cuatro veces, cuatro citas. Sin embargo, si en una de esas citas sienten que ahí es, pueden decirlo y continuar su cita con la misma persona, la mesa sale de juego y podrán quedarse solos lo que resta de la velada. Eso sí, debe ser una petición de acuerdo mutuo. Por otro lado, si las cosas salen mal, cada mesa tiene una bandera roja, cualquiera de los dos puede tomarla y ondearla, eso termina de inmediato con la interacción. Pero esperemos que no pase —añadió, bonachón, antes de gritar—: ¡A buscar el amor!

Hubo varias risitas por lo bajo y una música suave empezó a sonar a volumen bajo. Las mujeres se esparcieron por la sección de las mesas mientras los hombres iban hacia la caja a tomar una balota. Montse y Vero se ubicaron en mesas vecinas, en el centro del salón.

—Si algo sale muy mal —murmuró Vero—, levanta un brazo y haz un puño sutilmente, esa es la señal y entonces diremos que hay una emergencia en casa y nos vamos pitando. Recuerda, eres Jessica.

—Sí, Ramona. Todo anotado.

Se soltaron los brazos para sentarse, ambas en lados opuestos de sus mesas para poder tener vista una de la otra. Se sonrieron con picardía y emoción y entonces los hombres empezaron a zigzaguear por las mesas, mirando la placa del centro donde estaba el número. Frente a Montse se sentó un hombre alto, de contextura ancha y cabello grisáceo, aunque era joven, de seguro era tinte o canas prematuras.

Vero esperó y un hombre bien vestido llegó a ella. Tomó asiento y mostró la balota con el número 25, como si quisiera probarle a Vero que no se había equivocado. Sonrió con gentileza y un par de marcas de expresión se acentuaron en los costados de sus mejillas.

—Hola —le dijo—. Mi nombre es Dago. Que bonita eres.

Vero asintió.

—Gracias. Me llamo Ramona. —Se miraron a los ojos, los de ella marrones y los de él negros como la noche. Luego... desviaron la mirada, incómodos. Vero aclaró la garganta—. Creo que acá dice lo qué debemos hacer.

Vero ya tenía la tarjeta en su mano, cuando sintió que él estiraba la suya y se la quitaba. No fue brusco, pero sí fue extraño.

—Déjame, yo lo hago.

—Yo sé leer.

Dago rió con gentileza, como si eso fuera un hecho, pero fuera irrelevante. Vero notó que Dago le echó una leída en silencio al folleto completo antes de leerla en voz alta:

—«En la mesa encontrarán dos caramelos, cuando los destapen, uno será rojo y el otro será verde. El que tenga el rojo deberá contar dónde estaba hace cinco años, y el del verde deberá decir dónde se ve en cinco años más. Honestidad ante todo, y mucha suerte».

Vero tomó los dos caramelos antes que él, ambos con envoltorio negro. Dejó uno frente a Dago y destapó el otro. El suyo era rojo. Vero miró a Dago, esperando a que hablara, más él, con un gesto gentil, inclinó la mano dándole la palabra.

—Bien. —Vero se lo pensó. De su historia falsa solo tenía un nombre y una profesión, no esperaba que hubiera una pregunta así. Decidió decir la verdad, entrecerrando los ojos para recordar—. Hace cinco años estaba viviendo con mis padres, trabajaba en una zapatería y tenía un novio con el que duré unos meses. Era muy unida a mi hermana, aunque ella se fue al exterior un tiempo después. Tenía el cabello rojo, una mala decisión porque no me lucía.

Vero, pese a todo, sonrió ante los recuerdos, sin embargo, su añoranza se cortó cuando vio a Dago y notó en su gesto que no le prestó ni un cuarto de atención. Era de esas personas que te podían mirar fijamente y aún así ni enterarse de que estabas ahí. Vero miró disimuladamente el reloj, apenas llevaba cinco minutos con él.

Cuando ella calló, él supo que era su momento de hablar.

—Que bonito —dijo sin sentirlo—. A ver, yo en cinco años me veo casado. Con uno o dos hijos pequeños esperándome en la casa cuando llegue de trabajar. —Listo, este hombre no es para mí, pensó Vero—. Tendré un bonito apartamento donde viva con mi esposa, quizás tendré un perro, me gustan los labradores. Espero tener un ascenso para entonces, y así podré tener a mi familia en las mejores condiciones.

—Dices «tendré», no «tendremos». ¿Por qué? Tener esposa es hacer un equipo.

Dago frunció la frente, como si la pregunta fuera demasiado estúpida.

—El hogar lo crea un hombre para cobijar a su familia.

—El hogar lo crean quienes lo componen —objetó Vero, viendo con cierto agrado que Dago se incomodaba—. Tu esposa será una persona autónoma que decidió compartir la vida contigo, no un adorno para llenar el cuadrito de «Familia perfecta».

La boca de Dago se torció hacia un lado y en su rostro apareció una sonrisa despectiva.

—Ah, eres una de esas mujeres.

Verónica se inclinó hacia adelante, apoyando ambos codos en la mesa y mirándolo desafiante.

—¿De cuáles mujeres?

—De esas de hoy en día que creen en el machismo y dicen que se las oprime por tenerlas en un buen hogar. —Su tono asqueado enfureció a Vero, pero no respondió—. Les cuesta un mundo simplemente aceptar que el hombre está para liderar y formar el hogar, y que ellas están para mantenerlo bien en cada aspecto. Feministas —escupió la palabra—, que creen que son mejores que los hombres.

Toda gentileza de Dago se había esfumado, ahora su tono era brusco y austero. Vero se dijo que él sería el tipo de hombre que la gritaría ante el primer desacuerdo que pudiera haber, pero que ahí no lo hacía porque apenas eran recién conocidos. Ese tipo de hombre como novio...

—Así que no estás buscando al amor de tu vida acá, estás esperando encontrar a una sirvienta a la cual llevar al altar.

—Espero encontrar a una buena mujer que pueda ser parte del hogar como Dios manda, para...

Vero quitó los codos de la mesa, y, aún sentada, se envaró. Su padre siempre le dijo que no creyera a las personas que hacen o dicen cosas cuestionables para luego poner el nombre de Dios por delante y así justificarlo.

—Para ser madre de tus hijos y dedicarse únicamente al hogar, mientras tú, hombre proveedor de las cavernas, llevas el sustento a casa y llegas cada noche a darle un beso a los hijos que no ves nunca por estar trabajando, pero que tu esposa tendrá bonitos para ti, pues, aunque quisiera, no podría hacer más sino estar pendiente de ellos y de cocinarte para que recibas la cena caliente. Déjame adivinar, no sabes ni hacer un arroz, prender una lavadora o planchar una camisa, porque claro, eso es trabajo para tu futura mujer, ¿correcto?

A Vero se le aceleró el corazón y, con las mejillas sonrojadas, tomó el banderín rojo del extremo de la mesa y lo elevó tanto como su brazo le permitió, luego lo ondeó con dureza sin quitar los ojos de la mirada colérica de Dago; sin duda él tenía ganas de golpear algo o a alguien. Varias personas la observaron, primero a ella, luego a su acompañante que tenía la mandíbula apretada y la fulminaba también con la mirada.

En cuestión de segundos, el anfitrión se acercó con su sonrisa amplia, una que de seguro tenía ensayada para intervenir en momentos incómodos; gajes del oficio. Traía en sus manos un trozo grande de acrílico negro con una base, similar al que ponen en los restaurantes con el menú vertical en mitad de la mesa, pero enorme, lo suficiente como para que, al ponerlo sobre la mesa en medio de ambos, Dago y Verónica pudieran estar juntos, pero sin mirarse las caras.

De repente ya no era una mesa de dos, sino dos cubículos aislados en cada extremo.

—Lamento que no haya funcionado —dijo el anfitrión en tono alto, justo para que los dos escucharan—. Pero no se desanimen, ¡la noche es joven! Quedan tan solo cinco minutos y tendremos otro intento.

Verónica sonrió por cortesía y tuvo ganas de estirar el pie bruscamente a ver si golpeaba accidentalmente a Dago en la pantorrilla.

Pensó en Montse e imaginó que se estaba riendo de verla, y de repente a ella también le dio risa. No sabía si tener una primera cita a ciegas terrible era lo mejor que le podía pasar —porque sería una anécdota divertida— o un mal presagio.

Vero despreciaba a las personas como Dago, hombres manipuladores que esperaban tener mujeres dóciles, serviles y sumisas a su lado, solo para poder tener control sobre sus vidas y su trayectoria. Hombres que sabían minar la autoestima y la dignidad de una mujer con sutileza para que llegado el día, pudieran ser malos esposos y ellas no lo recriminaran o no los dejaran porque sencillamente no conocían nada más allá de esa relación. Hombres machistas, hechos para violentar de cualquiera manera a una mujer.

Desde que era niña su padre le dijo que debía huir de hombres así y que debía perseguir la estabilidad emocional y económica antes de pensar en la idea de formalizar una relación con quien fuera. Solía repetir hasta el cansancio que no debía entrar a un lugar sin antes saber que tenía la manera de salir.

Vero siempre lo tuvo presente, y eso, sumado a que Montserrat había salido de una relación de ese estilo tiempo atrás y ella la vio afectada, rota y reducida a unos cuantos escombros inseguros por un hombre de esos, la hacían alejarse ante el primer indicio de peligro sutil, como su corta conversación con Dago.

Una campana sonó y más rápida que ninguna, Vero se levantó para ir hacia la caja de las balotas, no sin antes girarse y mirar mal a Dago —ya el anfitrión había quitado la pantalla de acrílico—, ganándose un odio extremo de vuelta.

Montse la alcanzó.

—¿Un pervertido?

—Peor, un henry.

Montse rió y asintió, comprendiendo. Henry era el nombre de su ex pareja y desde que todo resultó mal, entre ellas solían referirse a hombres como él, con su nombre.

—El mío es un encanto —confesó Montse.

—¿De verdad?

Montserrat blanqueó los ojos.

—Claro que sí, no entiendo por qué su ex lo dejó, aunque me contó con lujo de detalles sobre esa relación. Intuyo débilmente que no la ha superado.

Rieron juntas y ya esa risa compartida fue suficiente para que haber ido valiera la pena. Tomaron una balota y se lamentaron de que no tuvieran mesas cercanas —Montse sacó la 5, Vero la 27—, pero aún así se fueron animadas hacia su segunda cita. 

¡Gracias por leer!

Finjamos que hoy es lunes. Los amo ♥

Este capítulo me parece muy divertido y la segunda parte es MEJOR ajsjasa ♥

¿Qué les pareció? ♥

Nos leemos pronto. Tomen awita, usen tapabocas, no le crean a los hombres y aléjense de los henrys. Los amo x2

Ohh, y el meme feo de hoy:

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