Capítulo 21

Verónica recordaba con toda claridad aquella tarde en que estaba sentada en una de las mesas de la pastelería de Noah y se dio cuenta de que sentía algo más que amistad por él.

Recordaba la confusión, el preguntarse una, dos y tres veces si realmente su corazón palpitaba más fuerte cuando él estaba cerca por sentimientos románticos o si era mera coincidencia.

Luego hubo miedo y lágrimas y la sensación agria en el pecho de estar cometiendo un error. Con el paso de los días, Vero empezó a pensar que no era una equivocación abrir su corazón a una nueva persona y poco a poco su angustia fue mermando.

Sin embargo, en ese momento, mientras Noah terminaba de relatarle la promesa que ella le pidió hacer en una lejana noche —de la que no tenía memoria alguna—, sintió cómo todo el miedo regresaba de golpe a su corazón.

Noah hizo todo lo posible para que en su tono no se dejara traslucir el reproche o que sonara como una acusación, pero aún así, Vero vio claramente las últimas semanas en su cabeza, cada vez que él daba un paso atrás cuando ella quería dar dos adelante. Y se sintió terrible, no solo por saber que todo era su culpa... sino por entender el razonamiento de sí misma cuando pidió ese compromiso de no-enamorarse, a Noah.

Vero se mantuvo en silencio, removiendo sin cuidado alguno la yema del huevo que tenía al frente en su plato. De repente se le había quitado el apetito.

—No te culpo —dijo Noah tras unos segundos incómodos. Vero se dio cuenta de que estaba ausente en la mesa y le tomó un par de instantes ver de nuevo a su acompañante—. Lo entiendo. Sé que cuando se ha pasado por tantas malas amistades, es complicado confiar en una y luego...

—Pero tenía razón —respondió, interrumpiendo a Noah—. En aquel momento no sentía nada por ti y yo predije que...

Su voz se cortó. «Que me enamoraría», completó en su mente.

Lo predijo, lo sabía incluso cuando Noah era un mero desconocido. Y lo había considerado un error incluso antes de que fuera una realidad. Suspiró con dificultad, reflexionando.

Esa mañana, para el prometido y ansiado desayuno donde hablarían de su situación, Noah había llevado a Verónica a una bonita cafetería que conocía a unos minutos de su casa; sus desayunos eran deliciosos y su decoración muy placentera de ver; había macetas en todas las paredes, enredaderas —artificiales— en el techo y luces redondas de color amarillo. En cada mesa había un hermoso centro de mesa, ninguno igual a los demás y todos con flores reales.

En el de la mesa que ocupaban había girasoles y por eso Noah la eligió; le pareció muy apropiado... al menos hasta ahora, porque mientras Vero desviaba la mirada, sumida en sus pensamientos, uno de los girasoles parecía marchitarse en cámara rápida.

Noah se tensó, sabiendo que eso solo podía significar que el curso de los pensamientos de Vero era negativo. Se inquietó, pero decidió que haría todo lo posible para que las cosas salieran bien esa mañana; había atravesado tantos miedos personales que era absurdo dejar ahora que las reflexiones pesimistas de su florista acabaran con todo antes de que empezara.

El pastelero estiró la mano sobre la mesa y tocó suavemente la mano de Vero. Fue un gesto bonito, pero resultó mal cuando, por la sorpresa, Vero soltó de su mano el tenedor, que hizo un estrepitoso ruido contra su plato. Noah retiró la mano de inmediato, pero por algún instinto divino, Vero tomó sus dedos antes de permitir que se alejaran del todo.

—No pienses cosas terribles —dijo Noah con torpeza.

—¿Cómo sabes qué estoy pensando?

Noah en acto reflejo bajó la mirada al florero; Vero siguió esa dirección y vio el girasol marchito que empezaba a enderezarse de nuevo. Soltó una risita, aunque fue una tensa y resignada.

—¿Es gracioso? —preguntó él con suavidad y con una sonrisa algo incómoda en sus labios.

—Me ha pasado antes. Lo de que las flores me delaten. Usualmente la persona con quien esté hablando y que sabe que es por mi causa, me mira como a un fenómeno y busca la manera de irse.

—No me voy a ir a ningún lado —aseguró él con dulzura. Verónica evitó mirar sus ojos, aunque sus dedos aún se tocaban con los de Noah. Él movió un poco su propio plato, casi intacto, para dejar espacio a su mano hacia Vero y dijo—: ¿Qué estabas pensando?

Noah, sin soltar a Vero, movió su propia silla para quedar ubicado a su lado y no frente a ella.

Cada contacto entre ambos aún era tentativo y nervioso, indeciso; cuando se vieron aquella mañana no supieron si era apropiado saludarse formalmente, con un beso o con una mera sonrisa, así que se dieron un incómodo abrazo antes de subir al auto. Ahora era igual. Tener a Noah cerca, con su rodilla chocando con la de ella, pero aún así tan lejos, teniendo en cuenta la conversación, era como estar parado en una cuerda floja y lo que se dijera a continuación definiría si caían juntos hacia un solo lado o por separado en direcciones opuestas del vacío.

—Que la yo borracha tenía un buen punto.

—Ahora que te lo he dicho, ¿recuerdas esa noche?

—No. —Vero rio—. Tengo una gran laguna que empieza al poco que llegamos al bar y termina cuando me despierto en la mañana y veo tu nota en mi mesita de noche. Pero eso no importa, creo que tenía razón.

—Tenía miedo —corrigió Noah. Vero levantó la mirada—. No razón del todo... o bueno, sí tenía razón, pero con base en el miedo.

—Tú también temes —acusó en voz baja, más que un reproche era un apunte necesario—. De no ser así, no me habrías hecho caso.

—Es verdad. Pero los últimos días me han hecho darme cuenta de que del miedo no se vive, no cuando te quita algo que te hace feliz.

Vero sintió de repente un corrientazo de náuseas; se sintió atrapada aunque no era por la cercanía de Noah, sino por el revoloteo de sus pensamientos. Ver los ojos del hombre a su lado le recordaba con vívida claridad lo mucho que lo quería, lo mucho que le importaba y, sí, lo mucho que la rompería el perderlo.

Haber tenido y perdido tantos amigos y amigas en su vida, hacía que la incertidumbre fuera una terrible adversaria. Cada vez que dejaba entrar a alguien a su corazón, su primer pensamiento era «¿dolerá cuando se vaya?», y se daba cuenta estando con Noah que el solo hecho de imaginarlo lejos era doloroso.

Él era un punto de apoyo inmenso, una fuente de sonrisas, calidez y comodidad, era una batería de buena energía y buenos pensamientos. Como amigos funcionaban muy bien, hablando y riendo a diario, pero ¿y si como pareja era diferente? ¿Si no hallaban la sincronía romántica?

Vero tomó aire, dispuesta a sincerarse y abrir su corazón.

—Eres la primera persona a la que le he contado de mi don con las flores y se lo ha tomado... con normalidad, Noah.

—Sí me asusté al comienzo, eh.

—No tanto como crees. Yo he visto la extrañeza en ojos ajenos, he visto hasta el temor de mí, como si sentir conexión con las flores fuera igual que poder parar el corazón de alguien y matarlo. La gente no lo entiende.

—Yo tampoco.

—Pero lo aceptas. Ves más allá de mi don, me ves a mí. Mi don para ti es una cualidad de mi personalidad, no mi personalidad entera, ¿entiendes?

—Pues... creo que sí. —Noah entrecerró los ojos—. Pero, ¿qué tiene eso que ver con...?

—Tiene todo que ver. Porque cuando te pedí esa promesa, aunque no me acuerdo ahora, sé cuál fue el motivo. Sé que no quería que esa sensación hermosa de saber que podía conservar una amistad como la tuya pese a mis extrañezas, se perdiera o quedara como un recuerdo.

—No tiene por qué ser así si somos más que amigos.

—¿Y si sí es así? Las relaciones acaban, es ley de vida.

—¿Cómo que ley de vida?

—Bueno, no de vida, pero la mayoría no funcionan. Por eso todos tenemos ex parejas.

—Y también hay otros como Bev que se están casando para toda la vida.

—Existen los divorcios.

—Pero nadie se embarca a un matrimonio pensando en el divorcio.

—Pero pasa. Ese es el punto. El optimismo y los buenos deseos no bastan para que un matrimonio funcione. Hay muchas variables a tener en cuenta y tomarlas todas es tomar un riesgo que puede no salir bien. ¿Y dedicar semanas, meses, años, a alguien... para que al final no funcione?

—O puede que sí funcione.

—¿Pero cómo saberlo?

—No se puede. De eso se trata, es arriesgarse esperando lo mejor y...

—¡Pero las probabilidades son pocas, Noah, y un matrimonio es muy importante...!

Noah vio que de repente los dos girasoles de la mesa murieron, quedaron marrones y sus hojas secas, los tallos colgando lánguidamente del borde del florero. Fue demasiado drástico como para que él pudiera evitar abrir mucho los ojos, enderezarse en su lugar, asustado, y echar una rápida ojeada a los demás comensales por si alguno había visto eso. Nadie parecía prestarles atención.

Noah soltó la mano de Vero y la puso en su hombro.

—Respira. —Vero notó que se había movido mientras hablaba y su trasero estaba a nada de caerse de la silla, o de salir corriendo, lo que pasara primero. Su corazón bombeaba fuerte y se obligó a acomodar bien el cuerpo en su lugar, a tomar aire, sintiendo consuelo en la gran mano de Noah, ahora en su brazo—. No te estoy pidiendo matrimonio, Vero, tranquila.

«No me está pidiendo matrimonio, pensó Vero, estoy actuando como loca porque sí».

—Vale, lo siento. —Vero se enderezó con más calma y destensó sus piernas, que estaban ejerciendo tanta fuerza contra el suelo, que las plantas de los pies le dolieron—. Perdón, lo siento.

Noah, pese a todo, sonrió un poco.

—Lo que pase en este instante, o mañana o en unas horas, no será algo que nos persiga por el resto de nuestras vidas. No tenemos que planear un futuro de cincuenta años ya mismo.

Vero buscó los ojos familiares de Noah y su miedo se disipó lentamente.

La mirada de Noah siempre fue un lugar seguro, un espacio donde ella se sentía feliz. En ese momento no solo percibió esa calma que él le transmitía, sino que también notó el cariño con que él la miraba, el amor correspondido, el temor de avanzar, pero la valentía de querer hacerlo. Una sonrisa se fue dibujando en sus labios, pero cuando Vero sintió que iba a ser una de esas sonrisas de oreja a oreja y que sería raro en ese momento, apretó los labios y la disimuló.

—¿Cuál es el plan entonces?

Noah ladeó más el cuerpo y mudó sus dedos a una caricia muy suave a la mejilla de Vero, que se sonrojó ligeramente ante el contacto. No por pudor o vergüenza, sino por plena dicha, por pura y cruda calidez.

—Podemos ir sin plan —respondió—. No nos acabamos de conocer, Vero, ya somos amigos, tenemos confianza; ya conoces mi lugar trabajo, yo conozco el tuyo. Hemos pasado más tiempo juntos del que paso con cualquier otra persona. Yo me siento feliz y cómodo contigo; cuando hablamos en mi cocina, cuando compartimos una galleta, cuando te visito en la florería. Dar un paso más no significa que las cosas deban cambiar entre nosotros. No hay ninguna etiqueta de formalidad que debamos meterle a nuestra relación; seremos los mismos, haremos lo mismo... pero mejor.

Vero suspiró, entre aliviada y enamorada. Ser ellos mismos, pero en un nivel superior; eso era justo lo que ella esperaba cuando fantaseaba con el momento de estar con Noah como más que amiga.

—Me gusta como suena. Mejor. Suena excelente.

—Aún hablaremos en mi cocina, pero te pediré un par de besos entre ingredientes mientras horneo. Aún iré a la florería, pero no solo te llevaré un postre, sino que te saludaré con otro beso. Puedo invitarte a cenas nocturnas que no acaben incómodamente en mi auto conmigo metiendo la pata, puedo ser romántico... bueno, algo así, no soy un experto.

—Tú trayéndome postres gratis es todo el romanticismo que necesito.

—Maravilloso, porque hornear es algo que se me da muy bien.

Vero sonrió, aún sintiendo los dedos de Noah vagar distraídamente entre su mejilla y su hombro. Lo miró a los ojos y se acercó solo un poco; él no se movió. Vero carraspeó y luego susurró:

—Este es el momento en el que me besas.

—Ah, claro, claro...

¿Realmente no iba a hacerlo si no se lo pedía? Bueno, al menos hornea bien, pensó Vero.

Los labios de Noah no tardaron nada en llegar a los suyos y Vero pensó en la bonita ironía de que Noah no fuera un experto en el ámbito romántico, pero fuera tan buen besador. Su boca era suave, y para ser Noah un hombre tan grande, poseía la delicadeza de una pluma.

Estaban en un restaurante a media mañana, así que el beso acabó pronto, y cada uno en su cabeza empezó a contar los segundos hasta que llegara el siguiente.

—Ya se enfrió el desayuno —murmuró Vero, mirando su plato.

Noah vio de reojo al mesero que pasaba y lo llamó para pedirle que por favor calentara de nuevo sus platos. El chico no hizo comentario alguno y se llevó ambos hacia el pasillo que daba a la cocina. Mientras esperaban, Noah no regresó su silla a su lugar, sino que permaneció lo más cerca a Vero que podía sin resultar invasivo.

—De verdad las mataste —dijo entonces, mirando el florero.

Vero también miró y sus cejas bajaron a los lados. Pobrecitas. Sus hojas no se habían caído, pero tenían un aspecto que dejaba claro que con tocarlas un segundo, se desharían en polvo.

Noah estiró una mano para tomar uno de los girasoles y la flor viró bruscamente por un instante, retomando su color amarillo. Noah se aterró y la soltó de inmediato; el color desapareció del girasol.

—¡¿Qué fue eso?! —Casi gritó, mirando su propia mano como si fuera ajena. Luego miró a Vero, con los ojos desorbitados—. ¿Es contagioso tu don?

Vero frunció el ceño. Jamás había pasado algo así.

—No que yo sepa. Tómala de nuevo. —Noah la miró como si le hubiera pedido que metiera la mano a una pecera con pirañas. Vero ladeó la cara—. ¡Vamos! Así sea contagioso, el girasol no te va a morder.

Aún con la frente fruncida, Noah estiró la mano y tocó el girasol con delicadeza. Nada pasó. Sintió ligero alivio y lo tomó con más confianza; nada pasó. Seguía tan marchito como su compañero en el florero.

Vero estiró la mano y rodeó la de Noah que tenía el tallo desfallecido. La flor empezó a recobrar su color, luego su textura sedosa en las hojas, y finalmente su postura erguida y brillante. No era Noah quien lo hacía, sino Vero, pero él lo encontró más fascinante que nunca.

La florista sonrió complacida y aunque el girasol ya estaba completamente vivo, no soltó la mano de Noah. Cuando el mesero regresó con el desayuno, los vio en esa extraña posición y arqueó sutilmente una ceja, pero dejó los platos sin decir nada y se fue.

—¿Por qué se movió cuando yo lo toqué? —preguntó Noah, tentado de tocar el otro girasol aún marchito para ver si se movía de nuevo.

—Yo creo... —Vero tomó el otro girasol, y aunque sí empezó a recobrar vitalidad, no revivió por completo... no sino hasta que ella misma guió la mano de Noah para que tocaran la flor al tiempo. Entonces sí se puso tan brillante y suave como si estuviera recién cortada—, que me están diciendo que hacemos buen equipo.

La sonrisa de Noah se expandió en sus labios.

—Les agrado —respondió con un tinte de orgullo—. Recibir su aprobación es casi tan importante como recibir la de los suegros. Me siento honrado.

Vero rio, pero asintió complacida.

Las flores habían sido parte importante de su vida desde que tenía memoria y uso consciente de su don; eran sus silenciosas consejeras y amigas y hasta el día de hoy no habían fallado en reconocer —incluso antes que ella— lo mejor para su bienestar. Era como si las flores fueran la conexión interna con su corazón y por eso acertaban con lo que su interior deseaba.

En ese momento deseaba a Noah. Quería su compañía, su mano en la suya, su sonrisa cada mañana y sus postres infaltables. El fantasma del temor seguía vagando en las paredes de su alma, pero decidió que no dejaría que eso la detuviera. Se dejaría llevar como le gustaba hacerlo, pensaría con el instinto emocional, no con el lógico. Besaría a Noah y lo haría suyo, lo haría parte de ella con la certeza de que él le correspondería, de que de ahora en adelante solo habrían pasos hacia adelante, ni uno solo hacia atrás.

Compartirían una de esas conexiones que se hizo más fuerte por tardar tanto en darse. Y ambos lo sabían, conocían el peso de sus sentimientos ahora, eran conscientes de que pese a que solo hacía unos cuantos minutos habían decidido dar el paso oficialmente, llevaban meses queriéndose y abriendo sus corazones al otro.

Vero estaba enamorada de Noah y sus pasteles, y Noah amaba a Vero y a sus flores.

Y que bonito se sentía ese amor tan dulce. 

AAAAAAh, holis, amores ♥

¡Capítulo final, por fin! Nos queda el epílogo y ya nos despedimos ♥


♥ Los amo ♥

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