Capítulo 20
Vero cerró distraídamente la caja de los pasteles, solo por ocupar sus manos con algo. Evitaba buscar a Noah con la mirada, aunque con el rabillo del ojo lo ubicaba a solo centímetros de ella. Suspiró, cansada.
—Necesito que te alejes —murmuró. Noah, obediente, alejó un poco la silla de ella, pero Vero se corrigió—: No de la mesa, Noah, de mi vida. Es decir... no alejarte de irte para siempre, solo... solo necesitamos distancia, yo no puedo estar yendo a tu pastelería a diario, ni quiero que tú vengas siempre. No más con eso. No quiero más de eso.
Verónica se levantó, ansiosa por algo de movimiento, algo que impidiera que cada célula de su cuerpo estuviera cien por ciento presente en ese momento. Necesitaba distraer ese nudo en su estómago que nace cuando se dicen cosas que no se desean decir. Tomó los platos que se habían ensuciado y los llevó al fregadero a unos pasos atrás. Escuchó el roce de las patas de la silla contra el suelo cuando Noah se levantó también y la siguió.
El pastelero estaba corto de palabras. No solamente porque era algo natural en él, al parecer, sino porque las cartas que se habían puesto sobre la mesa eran distintas a las que él esperaba al llegar al apartamento de Verónica.
No es que esperase exactamente los brazos abiertos y una concesión completa, ni mucho menos, no era tan estúpido luego de abrir los ojos; Noah, tras reflexionar cada paso de su amistad con Verónica y cada detalle que lo había llevado a enamorarse de ella, tuvo que admitir que le debía mucho a la florista, que si se ponía a hacer cuentas de los desplantes y esquinazos dados, los malos ratos y los rechazos que él consideró sutiles aunque no lo fueron, debía pedir perdón mil veces antes de declararse.
Y esa era su intención esa noche... al menos lo era cuando visualizó la velada como de ellos dos solos. Había planeado darle los postres, luego decirle como antelación que para él era difícil abrirse a una persona como ella, que una mezcla de inseguridades, experiencias pasadas y una promesa hecha en el ahogo de una botella de licor, hacían que no fuera nada fácil poder sentir libremente y demostrarlo como esperaba.
En su mente, quizás Vero le pediría explicación respecto a la "promesa" que a lo mejor no recordaba y él se lo contaría. Le iba a decir que juró no dejar que se enamorasen uno del otro porque sabía que para ella era muy importante su amistad... Vero reiría, quizás, o se enojaría, pero él pensaba terminar diciéndole que no fue capaz de cumplir nada y que su corazón lo guiaba siempre de vuelta a la mujer que le daba girasoles y sonrisas cálidas.
Por supuesto, Noah no esperaba la presencia de Montserrat, de Ralph, la incomodidad, las indirectas dadas y el claro —pero justificado— quiebre lleno de rencor que Vero al parecer estaba teniendo. Podía notar la duda de ella en su voz, el temor, la ira, incluso la vergüenza, pero no la vacilación. Sabía en un lugar del corazón, ese lugar donde están las verdades que no queremos ver, que estaba a nada de perderla y que lo que hiciera en los próximos minutos podría cambiar eso o llevarlo al ineludible fin.
Noah se acercó a Vero despacio y se detuvo a una buena distancia, no queriendo que se sintiera acorralada. El sonido del agua mientras Vero se ocupaba lavando tres trastes era lo único que los acompañaba.
—Lo siento... —empezó Noah.
No alcanzó a tomar aire para añadir algo más, porque Vero cortó el espacio entre ambos al decir:
—Me enamoré de ti.
Sonó a un susurro, pero a la vez a un grito, a una explosión, una catarsis. La declaración rebotó en las paredes y se escuchó como si esas cuatro palabras le hubieran arrancado todo el oxígeno a Verónica, como si las hubiera retenido por tanto tiempo que echaron raíces en su pecho y dejarlas ir resultara difícil, doloroso, una pérdida en sí misma.
No era una entera sorpresa para Noah, pero tampoco fue bonito el oírlo. Las palabras eran bellas, pero su tono al decirlas...
Arrepentimiento. Eso había en ese tono.
—Vero...
—Y odio eso —continuó—. Hay billones de personas en el mundo y rara vez me cruzo con buenas, de corazón noble y que logren quererme como amiga, del modo en que deseo que me quieran y me valoren. Y tú eres una de esas personas y no sé en qué momento, no sé cómo, mi corazón se tropezó y se estrelló contigo. No me di cuenta, maldita sea, y cuando un día simplemente te miré a los ojos y lo supe, me odié. Me reprendí y lloré y me dije que era estúpida, que no podía quererte así porque eso a lo mejor implicaba perderte a largo plazo.
Vero no le había contado eso ni siquiera a Montse, ni siquiera se permitía a sí misma pensar en ese momento en que se odió al notar sus sentimientos, en el que, pegada a su almohada, lamentó estar arruinando todo. Nunca se había sentido tan expuesta.
»Luego creí que podría funcionar, que podrías corresponder y me dejé llevar. Me dije "no puede ser tan malo" y durante mucho tiempo creí que sí era posible, que lo que veía en tus ojos era lo mismo que tú debías ver en los míos... Creí que sería bueno... pero acá estamos. —Vero apagó la llave del agua, pero dejó sus manos húmedas un rato más dentro del fregadero—. Y no te lo digo para que te sientas comprometido o culpable con nada, es solo que necesito distancia contigo y no quiero mentirte con excusas del por qué. No quiero que las cosas se pongan raras entre nosotros, pero justo ahora, lo son y lo serán por un tiempo. No sé por cuánto. Solo sé que eres mi amigo, que no quiero perderte y que para convencer a mi corazón de no amarte más, necesito que estés lejos una temporada.
Vero se sintió vacía al sacarlo todo. Estaba avergonzada, con una sensación de humillación en el pecho, pero el alivio que se esparcía en ese espacio dejado, podía con su bochorno y lo superaba. Cada una de sus palabras estaba teñida de verdad y sabía que su discurso ponía su relación con Noah al borde de un precipicio, que él podía tomarlo bien o muy mal y las cosas podían desviarse en varios caminos diferentes, pero era eso o saltar ella misma, a voluntad, del precipicio y lastimarse más.
No se arrepentía de decir nada de lo que dijo.
Noah respiró hondo, aunque nada hizo eso con el palpitar alocado de su corazón. Entreabría la boca para hablar, pero la lengua se le enredaba y de todas maneras, cada palabra que se cruzaba por su mente, sonaba inapropiada. ¿Debía decir «perdón», o «estoy enamorado», o «es tu culpa por hacerme prometer cosas», o «soy idiota, quiéreme»?
Así que Noah se acercó y se permitió tocarle el hombro, algo entre el temor y el consuelo. Un tanteo. Esperó a que ella le negara el tacto, pero Vero se quedó quieta, así que él se acercó más y con suavidad la giró para que quedaran frente a frente. Vero no levantó la vista y Noah la abrazó. Rodeó sus hombros con sus brazos que parecían enormes a su alrededor.
Verónica suspiró cuando recibió a Noah, porque luego de sus palabras, no podía tomar ese abrazo como otra cosa que una despedida, un gesto de cariño entre amigos que saben que todo va a cambiar porque uno de los dos ha metido la pata. Se permitió envolver la cintura de Noah y apretarlo, como si entre más fuerza pusiera, fuera posible retenerlo más tiempo. Y funcionó. Al menos, el abrazo no se disolvió cuando los tres segundos protocolarios pasaron. Vero los contó en su mente. Cuatro, diez, dieciséis, veintidós.
Y Noah no la soltaba.
Cuando llegó al segundo cuarenta y cinco, la fuerza de Noah empezó a menguar y ella sabía que no le quedaba mucho, que no llegaría al cincuenta con él en sus brazos.
Noah se alejó, solo un poco, aunque sin soltarla. Quiso mirarla a los ojos, pero los de Vero estaban pacientemente cerrados, esperando que él se fuera e incapaz de mirarlo. Con imaginarlo dolía suficiente.
Sintió las yemas de los dedos de Noah en su mejilla, luego su palma se extendió, hasta que abarcó toda la mitad de su rostro y alcanzó a tocar un poco de su oreja. Vero sonrió con los labios apretados; le gustaban sus manos y había acertado a su suposición fantasiosa de que su palma era capaz de abarcar su cara. Aunque no importara ya.
El corazón de Noah nunca había corrido tan rápido, aunque Vero no lo notó porque solo era capaz de escuchar el suyo propio, que amenazaba con salir volando o simplemente detenerse.
Lo que se detuvo fue el mundo entero, el tiempo y el espacio, cuando Noah se acercó y la besó, su boca suave contra la de ella.
Vero se hubiera caído hacia atrás si los brazos de Noah no la estuvieran sosteniendo. Tomó aire abruptamente, sin abrir los ojos y sin dejar de sentir ese contacto cálido en sus labios. Su mente estaba solo en Noah, aunque en medio estaba la confusión, el miedo y la dicha. Ejerció más presión en sus brazos, aunque Noah no lo notó, como tampoco notó al principio que Verónica dejaba caer una lágrima llena de tensión, de sorpresa, de incertidumbre.
La florista estaba demasiado aturdida para contar, pero de haberlo hecho, habría llegado a quince segundos. Eso fue lo que duró el beso.
Sin embargo, ella, deseosa de no salir de ese momento de su existencia, no abrió los ojos. Noah sí lo hizo, y la miró, su mejilla húmeda, sus párpados apretados, no con la tranquilidad de hace unos segundos, sino completamente reacios a abrirse... por miedo.
Noah soltó su abrazo, y ubicó sus dos manos en los hombros de Vero. Ella usó ese nuevo espacio para subir sus propias manos a la cara y taparla, como si así pudiera congelarse y no moverse jamás.
—Vero —llamó él en un susurro.
—¿Por qué hiciste eso? —dijo Vero, a través de sus manos que aún cubrían su rostro.
Sonaba adolorida, un nudo en su garganta, sus palmas humedeciéndose sin que Noah las viera.
—Mírame. —Sonó a súplica, pero Vero negó con la cabeza—. Mírame, Vero.
—No quiero. Si lo hago, me dirás "te besé para reforzar la amistad" o alguna estupidez así.
Pese a todo, Noah rio por lo bajo... aunque Vero lo dijo muy en serio.
—No voy a decir eso. Lo prometo.
Vero bajó sus manos lentamente y abrió los ojos. Le tomó unos segundos enfocar su entorno, y cuando lo hizo, vio a Noah a escasos centímetros de ella. No había querido mirarlo, enfrentarlo, pero esta vez lo hizo porque ya nada de lo que dijera o hiciera podía ser peor, nada podía llegar a ser más bochornoso. Todo ese episodio en sí era surrealista.
Los ojos de Noah eran tan nobles como siempre. Tan dulces como sus postres, tan cálidos como su voz, tan sólidos y fuertes como sus manos.
—Perdóname... por todo —empezó Noah, vacilante pero imparable—. Por decirte que eras una gran amiga... por alejarme cada vez que sentía que te acercabas mucho... por intentar hacer que creyeras que no te quería, cuando en realidad te quiero más de lo que soy capaz de decir. Lo lamento por... por no querer ver, por tratar de convencerme de que lo que siento acá en el pecho por ti es amistad... por hacerte sentir mal, por ser idiota.
Vero no se había dado cuenta, pero a medida que Noah hablaba, ella se alejaba paso a paso hacia atrás, como si temiera que lo que escuchaba fuera solo producto de su imaginación.
Noah dio un paso adelante, impidiéndole tomar distancia.
—Si lo estás diciendo por lo que dije...
—Me enamoré de ti, florista.
Vero no parpadeó, no se movió. Dejó sus palabras a medias, no ofreció una sonrisa, ni señal alguna de que hubiera escuchado. Pero sí que había escuchado, aunque no lo creía completamente.
—Tú... no te escuché —mintió, aunque no por malicia, sino por ingenuidad—. Dilo de nuevo.
La voz de Noah resonó más segura cuando repitió:
—Me enamoré de ti. Y no por lo que dijiste hace diez minutos. Sino por los girasoles que me has llevado, por las horas que has pasado conmigo, por las risas que me has regalado, por ser mi conejillo de indias, por las muecas que haces al probar mis postres, por la mirada que me das cada vez que digo algo gracioso. Por esa vez que te dije que me quemé un dedo en el horno y llegaste a las dos horas con una hoja de aloe para aliviarme, por las flores que se mueven como locas cuando les hablas y aun me sorprende. Por el color y la vida que parece llenar mi pastelería cuando cruzas la puerta con un sombrero diferente, con un vestido colorido, con un peinado distinto.
»Y si bien no me justifico por actuar como lo he hecho, sí tengo mis motivos. Que no diré ahora porque arruinaría el momento, pero que te diré después, Vero. El punto es que... no eres una gran amiga.
Verónica rio en medio de los nervios, una risita entre histérica y divertida, eso logró destensar el ambiente, pero no supo qué decir de inmediato. Después de esperar tantas veces escuchar algo similar de Noah, y luego de resignarse a no hacerlo, que el momento llegara resultaba abrumador. Sorprendente y bonito, pero abrumador.
—Yo... yo no sé qué decir... —admitió—. Sé que tengo mucho que decir, pero no tengo nada ahora.
Noah tragó saliva. Sabía que merecía reprimendas de Vero, reproches, quizás discusiones. Había arriesgado mucho al besarla repentinamente, pero no se hacía ilusiones de que todo fuera perfecto como si los meses de estupidez no hubieran existido.
—Está bien, no hay prisa...
Así que lo hicieron, esperaron. Y cuando pasaron dos minutos, la mera estancia en presencia del otro resultó incómoda. Vero no decía nada, Noah no sabía a dónde mirar y sin duda eso no era lo que ninguno esperaba de una declaración romántica.
Vero había reclinado su cuerpo contra el mesón junto al fregadero y Noah, lentamente, había dado dos pasos atrás, sus brazos cruzados. Hasta el zumbido de una mosca habría hecho eco en ese momento.
Por fortuna no hubo moscas, sino las llaves de la puerta sonando contra la cerradura cuando Montse regresó. Vero se preguntó si solo habían pasado quince minutos —como le pidió a su amiga que se ausentara— o si había pasado mucho más y Mon había sido generosa. En todo caso, parecía una eternidad desde que salió con Ralph y Vero debía admitir que una interrupción nunca se sintió tan oportuna.
Los dos entraron en silencio y cada uno miró a su compañero. Se podía notar la incomodidad y en ambas mentes se hicieron teorías. Ralph pensaba que Noah le había dicho de nuevo que era solo una amiga; Mon creía que Vero lo había mandado a volar.
Como fuera, nadie pensaba que eso hubiera salido bien.
Por unos largos instantes, se miraron en silencio los cuatro. Incluso Chocolate, la perrita de Montse, estaba desde el sofá mirando, en silencio, tensa.
Ralph rescató el momento, aclarando la garganta.
—Bueno, una maravillosa velada. ¿Nos vamos?
Noah salió de su estupor y asintió. Miró a Vero, como si quisiera decirle algo, pero ya no estaban solos y la verdad, ya no tenía nada más qué decir.
No tenía claro en qué punto quedaba su ¿amistad? con la florista. ¿Habían avanzado en algo? ¿Todo quedaba pendiente de la respuesta de Vero? Aunque... ¿respuesta a qué? Él no pidió nada... bueno, pidió perdón. No sabía si Vero estaría molesta, frustrada, contenta o dichosa. Y no parecía el mejor momento para preguntar.
—Sí —murmuró Noah. Tomó su chaqueta del respaldo de la silla donde la había dejado y asintió—. Sí, ya es tarde.
—El segundo fue mi favorito —dijo Montse, incómoda también. Todos la miraron sin entender, así que ella aclaró—: El pastel. Querías una opinión. El segundo fue mi favorito para la boda.
Vero y Noah asintieron precipitadamente, como si hubieran olvidado por completo el motivo de la visita nocturna.
—Sí, el mío igual —secundó Vero, sin recordar realmente el sabor de nada—. A Beverly le encantará.
—Gracias... —Noah se acercó a su hermano—. A ambas. Entonces... que tengan buena noche.
Noah miró una vez más a Vero, y notó que ella lo observaba fijamente, aunque con duda y vacilación, como si estuviera recapitulando la última media hora e intentando dilucidar qué fue real y qué no.
Los hermanos Reyes cruzaron la puerta y esta se cerró con un chasquido que apenas y pudo romper el silencio. Montse se acercó a Vero para bombardearla de preguntas, pero ella pasó de cualquier intención y se lanzó hacia la puerta. La abrió y casi gritó:
—¡Noah!
Ambos hermanos iban ya hacia el segundo tramo de escaleras, los dos giraron, pero Ralph hizo bien al echarle una mirada a su hermano y susurrar un «te espero abajo», dejándolos solos. Noah subió los escalones y quedó en el segundo, dándole a Vero un poco de ventaja en altura.
Noah y Vero se miraron a los ojos. Él, de algún modo, pudo ablandar su propia mirada y hacer que pareciera la de un cachorro regañado. Vero no se afectó por ello, seguía conmocionada.
—¿Vero? —dijo Noah, al no escuchar que ella dijera... algo.
La florista sacudió la cabeza.
—¿Cuáles son los motivos? —Noah enarcó sus cejas—. Dijiste que habías actuado como idiota por unos motivos, ¿cuáles son?
Noah frunció los labios. Contarle la historia de su promesa que ella posiblemente ni recordaría, no era la mejor manera de acabar la noche. Se rascó la nuca, incómodo.
—Pues... podemos hablarlo después. Hoy ya es tarde y...
—¿Es por algo que yo hice? —interrumpió. Noah la miró compungido y su silencio fue una confirmación. Vero asintió, como si solo estuviera rellenando espacios de preguntas en su mente, pero no necesitara una explicación completa por el momento—. Bien, lo hablamos después. Me lo dirás todo.
—Sí.
—El resto... el resto de cosas que dijiste...
—Todo es verdad.
Las palabras resonaban en la cabeza de Vero. Está enamorado de mí. Por mis girasoles... y un montón de cosas más que dijo y en las que pensaré más tarde. Frunció el ceño.
—Si es cierto que tú...
—Lo es.
—Entonces estoy enojada contigo.
—Lo entiendo —murmuró Noah—. Yo también estoy enojado conmigo.
—Tenemos que hablar... de día y con más calma. Con más tiempo.
Todo el intercambio de palabras era directo, serio, casi como una transacción laboral y no como si estuvieran hablando, entre líneas, de que estaban enamorados uno del otro.
—Cuando quieras. Voy a pedirte perdón todas las veces que haga falta, porque quiero tenerte a mi lado... —Noah dibujó una sonrisa ladeada—, como más que una gran amiga.
Vero sonrió pese a todo durante unos instantes. Bajó su mirada al suelo y luego regresó a Noah, que la observaba atontado. Vero se enfocó en sus bonitos ojos y con una paciencia extraordinaria, acercó su rostro al de Noah; él no se movió, pero su corazón sí se aceleró.
El beso se dio en medio de un poco de duda, pero tras dos segundos, fue más confiado e íntimo. Noah envolvió la cintura de Vero y ella subió sus manos al cabello de él, aprovechando totalmente esos centímetros de altura que la aventajaban. Había en ese pasillo un silencio fabuloso, uno que permitió que ese beso se volviera mágico, dulce, eterno.
Vero y Noah se perdieron unos segundos en ese toque, lo encontraron reconfortante, cálido y anhelado, mejor que como había sido en sus imaginaciones; ambos concordarían después en que ese, y no el anterior, debía contar como su primer beso real.
Cuando Vero alejó su rostro, Noah sonrió.
—Sigo molesta contigo —susurró sobre sus labios.
Noah asintió, incapaz de responder. Vero se acercó y le regaló otro beso pausado y tímido, antes de soltarlo y retroceder hasta su puerta. Miró al pastelero, que se había quedado en el segundo escalón bajando, quieto, dichoso. Le dedicó media sonrisa suave antes de abrir.
—¿Quieres desayunar conmigo mañana? —preguntó Noah de repente.
—Sí. —La respuesta salió tan fuerte y firme, que Noah pensó que era eso lo que Vero estaba esperando para dar por cerrada la noche—. ¿A dónde?
—Paso por ti a las ocho —dijo a cambio.
Vero asintió, ya incapaz de dejar de sonreír y entró al apartamento. Noah se quedó dos segundos más allí, pero pronto bajó las escaleras, con una sonrisa igual de imborrable en los labios.
Cuando Montse miró a Vero, anticipó por su gesto que las cosas habían salido bien. Aún así, se acercó a ella, hambrienta de detalles de lo ocurrido.
—¿Qué pasó?
Vero la miró, ausente, como si no estuviera mentalmente en ese apartamento desde que besó a Noah, como si su alma siguiera en aquel pasillo, colgada a su cuello y envuelta por sus grandes manos. Estaba flotando en su propia nube de algodón de azúcar. Le pasó el brazo sobre los hombros a Montse y, con tono enamoradizo y triunfante, dijo:
—Noah y yo ya no somos grandes amigos.
Cuéntenme qué les pareció ► ♥
Mil gracias por leer
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