Capítulo 18

La vida es caprichosa y sus caminos enrevesados.

Noah y Vero no se vieron esa noche, pero se pensaron a cada minuto... no del todo como algo romántico. Él iba ansioso y con miedo, ella iba ansiosa y furiosa, pero el destino decidió —por fortuna o desgracia— no enfrentarlos en esa ocasión.

Si tan solo alguien hubiera sabido de ambas versiones simultáneas, se habría desternillado de risa. Había cuatro vías por las que los taxis de Noah y de Vero podían transitar hacia sus respectivos destinos, pero tres de ellas estaban cerradas por arreglos —una por la ruptura de un tubo de acueducto, las otras dos por daño estructural—, de modo que en algún punto de la carrera, ambos taxis se cruzaron lado a lado sin que ninguno de los pasajeros se diera cuenta. Así que pasada la una de la madrugada, Noah estaba en el edificio de Vero, y ella estaba en la pastelería de él, los dos buscándose y el destino empecinándose en perderlos.

Tras estar seguros de que esa visita en la madrugada no llevaría a ningún lado, cada uno se fue con sus acompañantes y, una vez más, no hubo fuerza mágica que los juntara. Llegaron a la cama con el regusto de una misión que no se completa, pensaron en el otro antes de dormirse y, a decir verdad, ninguno tenía muy claro lo que había sucedido esa noche, ni de si sus precipitadas decisiones eran las correctas.

🍩🍩🍩

Como los amantes de corazón torpe no podían detener la vida por más enamorados que estuvieran, al día siguiente, Vero y Noah estaban en sus respectivos negocios trabajando con juicio y resaca. Ella se había tomado el café más cargado de su vida, pero él solamente tomó agua por montones, un buen desayuno y bajó a la cocina a hornear.

Si bien el dolor de cabeza los distraía de otros asuntos, no era suficiente para cegarlos de lo que había ocurrido la noche anterior. Lo bueno era que ambos seguían aferrados a sus revelaciones emocionales derivadas del licor, lo malo era que, una vez más, sus convicciones tiraban en direcciones opuestas.

Noah deseaba encontrar las palabras justas para declararse finalmente. Vero deseaba encontrar la valentía justa para cerrar su corazón a Noah, un hombre que ya había demostrado que no la merecía. Uno tímido, y la otra digna, parecía que nunca estarían en la misma página.

El destino podría haberse aferrado a ese cambio de opiniones del mismo modo que se aferró antes a dejar que Noah ignorase a Vero, pero en esta ocasión, el pastelero tenía una fuerte convicción y no hay voluntad más grande que aquella que rebate al destino mismo.

Tras entregar un par de ramos de nomeolvides a unos clientes, Vero regresó a la trastienda y arrugó el entrecejo por la ligera punzada de dolor en su cabeza; bebió agua —pues parecía que todo su cuerpo estaba reseco—, comió un bocado de un tazón de fruta que Montse le dio antes de salir a trabajar y tomó su celular. Como invocado por magia, el teléfono sonó; el nombre de Noah apareció en la pantalla.

Vero pulsó en «contestar».

Buenos días, Vero —dijo Noah.

Sonaba animado y la florista no supo si era por su resaca o por su reciente resolución a sacarlo de su corazón, pero le pareció fastidioso escucharlo feliz.

—Hola, Noah. ¿Cómo amaneciste?

Un poco... bueno, con algo de resaca. ¿Y tú? ¿Saliste en fin con Montse?

Resultaba evidente que sí, considerando que no la encontró en su casa en la madrugada, pero la charla casual era necesaria.

—Sí. También tengo un poco de resaca, pero estoy bien.

Podrías tomar agua con limón.

—Ya tomé, gracias.

Hubo un silencio en la línea. A Noah le pareció notar cierta distancia en el tono de Verónica, pero se convenció a sí mismo de que solo era su mente jugándole en contra por los nervios generales a sincerarse con ella.

Oye, estaba pensando que podrías venir hoy en la tarde. Tengo varias muestras para el pastel de Bev, pero solo le voy a presentar tres para que elija, podrías venir y ser mi conejillo de indias de pastel matrimonial.

En su lado de la línea, Noah cerró los ojos, sintiéndose de repente estúpido por el tono casi suplicante, inseguro y patético que había usado.

El corazón de Vero, por su lado, dio un brinco. Se preguntó cuánto tardaría su cuerpo en dejar de hacer eso ahora que estaba decidida a no humillarse más mendigando amor. A su pesar, sonrió, imaginando ir a verlo y probar sus postres una vez más.

Pero su voluntad fue mayor.

—No creo poder... pero gracias, Noah.

El pastelero quedó helado; era la primera vez que Vero le decía que no. No pensó que ella estuviera enojada, obviamente, pues en su mente, no le había dado motivos.

Oh... ¿y qué tal mañana?

Vero resopló para sí misma. Su dignidad peleaba duramente con sus sentimientos. ¿Es que nunca podrían estar de acuerdo ambas partes de sí misma?

—No estoy de humor, Noah.

¿Algo pasó?

«Tú pasaste», quiso responder.

—Es solo... —Vero suspiró—. Nada, solo me di cuenta de que paso demasiado tiempo en tu pastelería.

Siempre eres bienvenida.

—Lo sé. —El corazón de Vero brincó de nuevo, aunque esta vez no de emoción, sino porque se estaba dando cuenta de que su convicción de alejar a Noah de ahí era más grande de lo que había pensado. Y era doloroso, del modo en que solo los amores que nunca se dieron pueden doler—. Pero mi mamá me enseñó a que debo ser más recatada con las visitas a mis amigos —añadió una risita falsa—, para no hartarlos, ya sabes.

No eres una amiga cualquiera —replicó él, bajando su tono, desconcertado—. No aplica contigo.

—Tengo un cliente, Noah, debo colgar. Gracias por llamar.

No esperó respuesta y le colgó. Tomó una profunda bocanada de aire y sus manos temblaron. ¿Había hecho lo correcto? Sentía un frío recorrerle la espalda, pero no supo si seguía siendo la resaca o si era la fea sensación de estar equivocándose.

Vero regresó a la parte delantera de la florería y acomodó un par de cubetas con flores. Aún su corazón palpitaba con fuerza y entonces miró los pétalos de los girasoles a su izquierda.

—Incluso ustedes se equivocan —les dijo en voz alta, sin mirar a ningún girasol en especial—. Noah y yo no conveníamos.

Cada vez que Vero planeaba ir a la pastelería de Noah, un impulso la llevaba hasta los girasoles y cuando tomaba uno o dos para él, sentía la placentera energía de sus flores recorriendo sus venas, igual que siempre que hacía algo y sus amigas con pétalos lo aprobaban. Ese corrientazo —dependiendo de si era doloroso o delicioso— era la forma en que ellas se comunicaban con Vero y desde que descubrió su don, siempre la habían guiado correctamente.

Cuando había conocido a Noah, Vero supo que sería un gran amigo, pero cuando empezó a cultivar sentimientos románticos por él y sus flores la alentaron con pequeñas señales desde los girasoles, estuvo segura de que estarían juntos algún día... y ahora dudaba de que hubiera recibido bien el mensaje; a lo mejor malinterpretó todo desde el comienzo. No sería la primera vez.

Vero tocó los girasoles; no sintió nada. Era como si las mismas flores dudasen de qué decirle ahora, quizás hasta se avergonzaban de ilusionarla y por eso se quedaban calladas.

No habían pasado ni quince minutos desde que Vero colgó la llamada de Noah, cuando el teléfono sonó de nuevo y una vez más, el nombre de él apareció en la pantalla.

Vero dudó, pero constestó un segundo antes de que Noah colgara.

—¿Hola? —Vero imprimió tanta naturalidad en su voz como pudo.

Hola, soy yo otra vez.

«Lo sé, tengo tú número».

—Sí, dime.

Noah hizo algo que hasta ahora no había hecho casi en absoluto: tomó la iniciativa por completo.

Estaba pensando... si no quieres venir, ¿podría yo ir a tu casa? Llevaré los postres. Es decir... si quieres, no es que esté insistiendo de forma acosadora, no es que no esté respetando tu voluntad, eh... emmm... puedes decir que no, y ya está, no insisto más. Es solo que pensé que tienes razón, vienes mucho... ¡No es que me moleste que vengas mucho! Por mí, quédate a dormir en la cocina. Es decir, no quiero que duermas en la cocina, no hay camas allí, la cama está en el piso de arriba, en la habitación... ¡No es que te esté invitando a la cama! O sea, si necesitaras posada, te ofrecería mi cama, pero no es que mi cama te esté esperando... yo dormiría en el sofá...

Vero, muy a su pesar, soltó una risa que quiso tapar poniendo su mano sobre el teléfono para que él no la escuchara. Noah era tonto y, para hablar, a veces, no tenía habilidad suficiente; esa torpeza era uno de los rasgos que a ella le gustaba. Era torpe y horneaba delicioso, y cuando hablaba así de torpe ofreciendo pasteles que horneaba, le ponía las cosas muy difíciles a Vero.

Y Noah colgó la llamada.

La risa de Vero se cortó y miró el celular, extrañada, pensando que su burla lo había enojado. Esperó unos segundos por si la llamada llegaba de nuevo, pero no pasó e intentó recordar todo lo que Noah dijo.

Finalmente, sonó de nuevo, pero quien habló no fue Noah, sino Ralph, como lo hizo saber con su saludo:
—¡Hola, florista! Soy Ralph.

—Hola, ¿cómo estás?

De maravilla, tengo un don especial para no sufrir resacas.

—¿Pasó algo con Noah?

Colapsó en el suelo, nada preocupante.

—Por Dios, ¿está bien?

Sí, solo es resaca y pendejitis, ignóralo. En fin, creo que te estaba diciendo si podía ir a tu casa, solo retomo la llamada para saber si sí o si no. Es que en caso de que digas que no, iremos al cine, aunque muchas ganas no tengo, así que me harías un favor si dices que sí. Y probé dos de los pasteles de matrimonio y créeme, vale la pena si es gratis, ¡incluso pagaría por eso! —Vero entonces escuchó el tono de Ralph más lejos, como si no hablase con ella sino con su hermano cuando añadió—: Porque no le vas a cobrar, ¿cierto? Menos mal, ya sería el colmo.

—¿Me cobrará? —preguntó Vero, risueña.

No, todo gratis. Una ofertaza. ¿Qué dices?

Vero se llenó de dudas una vez más.

—No sé, realmente yo...

—No me hagas ir al cine con Noah, por favor. No se queda callado en toda la función, quiere comentarlo todo en cada escena.

Vero quiso ceder... pero al mismo tiempo no quiso. Podía ceder... a medias... en un punto donde no la perjudicase tanto.

—Montse estará en casa, iba a ser noche de chicas —dijo apresuradamente—, pero ella puede ayudarnos a elegir el pastel, si a Noah le parece.

Hubo silencio en la línea. O no era lo que Ralph quería oír, o había tapado el teléfono para preguntarle a Noah y que Vero no escuchara. La florista esperó unos segundos.

¡Perfecto! Dice Noah que estará en tu casa a eso de las seis, ¿te parece?

No, no le parecía. Vero había cancelado planes antes por Noah, había cerrado o abierto su florería a deshoras, pero parte de su plan de alejarlo, era dejar de anteponerlo a él y sus horarios sobre todo.

—De hecho, cierro mi florería hoy a las ocho. Recibiré un pedido y el proveedor viene tarde. Será mejor que no...

¿A las nueve está bien? —Ralph la interrumpió, de seguro consciente de que diría que no a último segundo—. Noah no tiene toque de queda.

Vero suspiró.

—Bien, a las nueve entonces estaremos en el apartamento.

Maravilloso. Fue un gusto hablar contigo, florista.

Antes de que pudiera arrepentirse, Ralph colgó y Vero no quiso ni por un segundo reflexionar sobre el hecho de que Noah colgó la llamada y luego no le habló más.

Marcó de inmediato el número de su amiga.

Hola, ¿cómo sigue la resaca?

Tenaz y persistente, gracias. Mon, te necesito esta noche.

Acepto, ¿qué hay que hacer?

Vero sonrió ante la inmediata disposición.

—Solo estar en el apartamento conmigo a eso de las nueve. Noah irá a... darnos pasteles.

Montse emitió un mmmm lleno de preguntas, extrañada de la petición.

—¿Debo preguntar...?

—Mejor no, ni yo misma estoy segura de nada... pero dime que sí, por fa, no quiero estar a solas con Noah.

De acuerdo. Ahí estaré. Y hablaré toda la noche si es que no quieres cruzar palabras con él. Y no los dejaré solos ni un segundo, seré más invasiva que una chaperona de hace dos siglos.

Vero rio, destensando los hombros.

—Te debo una.

La anotaré en la cuenta.

Hola, amores ♥

Ya estamos cerquita del final. Serán 20 o max 21 caps, entonces falta poco ♥ Gracias por su cariño y paciencia ♥

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