Capítulo 14
A Noah le gustaban las fiestas, pero no le gustaba bailar en ellas.
La fiesta de compromiso de Beverly fue una buena oportunidad para ver amigos —parientes de Bev— que hacía mucho no veía y luego de hablar, comer, escuchar los discursos de los novios y recibir halagos por el sabor del pastel que él había hecho, muchos se fueron a la pista de baile, con algunas excepciones, entre ellas, Noah, que permanecía solo en su mesa, bebiendo del vaso de whisky que los meseros, solícitos, llenaban cada pocos minutos.
Miraba de lejos a su hijo que bailaba con sus tías y sus primas más pequeñas. Cam era el mayor de los niños de la fiesta —que eran siete en total— y no se había sentado desde que empezó la hora de bailar. Se reía y saltaba y le daba vueltas a las niñas más pequeñas. Noah sonreía, encantado; había sacado el alma extrovertida de su madre, por fortuna.
Un cuerpo aterrizó en la silla a su lado y se vio obligado a desviar la mirada. Beverly lucía acalorada, sus mejillas rojas, su cabello recogido como mejor podía y una sonrisa de oreja a oreja. Tomó un vaso de agua de la mesa y sin preguntar de quién era, lo bebió de un sorbo.
—¿Por qué no estás bailando? —le reclamó—. Si dices que mi fiesta es aburrida, no te invitaré a la boda.
Noah rió.
—Sabes que no me gusta bailar.
—Pero con unos tragos encima todos quieren bailar.
—No he bebido lo suficiente entonces.
Beverly alzó su mano cuando vio pasar a un mesero y a una seña suya, le llenaron el vaso a Noah.
—Cuando esté listo para bailar, te lo haré saber —comentó Noah, tomando otro trago de amargo whisky. Arrugó la nariz, pero no se quejó.
—Tú y yo tenemos una charla pendiente —insinuó Beverly, mirándolo con diversión.
Ella también había bebido lo suyo, aunque en menor cantidad porque había bailado la mitad del tiempo. Noah estaba lo bastante lúcido como para saber de inmediato a qué se refería, pero fingió ignorancia.
—¿Ah, sí?
Beverly se cruzó de brazos.
—¿Cuál es tu rollo con la florista? Y más importante aún, si no hay rollo, ¿por qué? Y más importante que lo anterior, sí sí hay rollo, ¿por qué no estoy enterada?
La reacción de Noah fue una risotada por las palabras que usó y el tono de reproche amistoso mezclado con ebrio enredo.
—No hay nada que contar, Bev.
—Yo creo que hay mucho. Me conoces hace una eternidad, Noah, sabes que estúpida no soy. Y yo te conozco a ti y esa forma en que miras a esa mujer... vamos, no me trates de tonta. Puedes decírmelo ahora o soportar que te lo pregunte cada vez que nos veamos hasta que me digas. Paciencia me sobra y vergüenza no tengo.
Los ojos azules de Beverly estaban un poco irritados, fuera por el licor, o por el humo que el DJ insistía en soltar en exceso en la pista de baile... pero la mirada pícara y confiada no se podía disimular lo suficiente. Noah sabía que ella sería más que capaz de preguntarle por Verónica el resto de sus días. La persistencia era una de sus virtudes.
Noah se desabrochó el botón más alto de su camisa, abriendo un poco para sentir frescura, sin saber si fue espontáneo por el calor del salón o una reacción instintiva de su cuerpo al sentirse acorralado.
Bev era, de muchas maneras, la persona a quien siempre acudía cuando algo le sucedía, fuera bueno o malo. Era su persona de confianza, y, a decir verdad, ella no lo juzgaría por lo que fuera que dijera... bueno, eso esperaba, pero lo dudaba un poco ahora. Y en todo caso, podría intentar aconsejarlo. Eso le serviría, ¿no?
Respiró hondo, agarró su vaso y apuró medio trago de un tirón, sintiendo con más fuerza el efecto mareante del alcohol. Acercó su silla a la de Beverly, se encorvó un poco para hablarle más de cerca, e inició:
—La conocí hace casi un año, en mi pastelería...
🍩🍩🍩
Al otro lado de la ciudad, en un bar lleno de gente, música, tragos gratis hasta las diez de la noche pagando la entrada y luces de colores que dejaban el lugar en penumbra, Verónica se tomaba su décima copa en medio de risas con Montserrat.
Si bien lo de salir con Montse fue solo una excusa de Vero para no asistir de acompañante de Ralph a la fiesta de Beverly, cuando se lo contó a su amiga, ella creyó que el plan era buenísimo, así que lo llevaron a cabo. Uno de sus vecinos, Frank, amigo de ambas, las había acompañado, aunque había estado más de la mitad del tiempo en la pista de baile.
—Tendrás que bailar con él al menos una canción —dijo Vero, acercándose a Montse para ser escuchada. Ella rio—. No lo puedes evadir por siempre.
Ya le había dicho que no tres veces a su invitación a bailar, y aunque Frank no se notaba apenas afectado por el rechazo, Montse y Vero notaban la desilusión en sus ojos ante cada negativa.
—No lo evado. Es que no quiero dejarte sola.
—Claro, finjamos que te creo.
Desde que Montse y Frank se habían conocido, una chispa surgió entre ellos, pero hasta el momento seguía sin encenderse ni resolverse. No solo porque al verlo por primera vez Montse estaba saliendo de una complicada relación de casi siete años, sino porque, para ella, era demasiado importante el detalle de que era mayor que él por casi una década.
La brecha de edad estaba dentro de su lista de imposibles cuando se refería a temas del amor. Aún así, de vez en cuando compartían miraditas o sonrisas coquetas que no tenían intención de llegar a nada. Y esa noche, especialmente, Montse evitaba sus invitaciones a bailar, porque la idea de estar muy pegada a él al ritmo de la música en uno de esos escenarios que hacen que las parejas se olviden de que están acompañados... la inquietaba. No, mejor no.
Montse y Vero miraban a Frank en la pista de baile. Sus movimientos animados eran coordinados con la chica —de su edad, recalcaba Montse mentalmente— que era su pareja. Y él sonreía; le gustaba bailar, al parecer y no le importaba con quien.
—Viéndolo desde acá no se ve tan niño —dijo, inclinándose hacia Vero.
Su amiga rio, porque sin duda ese comentario venía del alcohol en sus venas.
—No es un niño, Mon, vamos, tiene veintitantos.
—Veintiúno.
—Lo que sea. No es un niño. Y, sin duda, no te mira como lo haría un niño.
Montserrat soltó una carcajada cómplice antes de beber de un solo trago su cóctel azulado. En eso, Frank regresó a la mesa, con una gran sonrisa y sudor en su frente. Tomó un largo trago de su agua de limón y al sentirse satisfecho, un sorbo más pequeño de su cerveza.
—¿Otra ronda? —les preguntó, señalando sus copas. Ellas asintieron—. ¿Tienen intenciones de bailar?
—Yo no —dijo Vero.
—Ni yo.
—Entonces subamos. En el piso de arriba hay menos ruido y más espacio. Yo ya no bailaré más.
Ni Vero ni Montse se negaron, así que recogieron sus cosas de la mesa que ocupaban y siguieron a Frank a través de la multitud. Había sido él quien eligió el bar, así que no fue sorpresa que conociera sus instalaciones tan bien. Él pidió una ronda más de camino a las escaleras y andaba despacio, abriendo la vía, mirando cada dos segundos hacia atrás para asegurarse de que sus vecinas y amigas no se perdieran de vista.
Al fondo del lugar —que se sintió una distancia eterna desde el lugar donde estaban— había una hilera de escaleras negras y metálicas. Eran anchas, así que la gente subía o bajaba sin problema de estrellarse con otros. Ya en ese lugar el volumen de la música era menor, y a medida que subían los quince escalones, se acallaba más y más, al tiempo que la frescura llegaba a sus rostros, ahora alejados de docenas de cuerpos sudorosos.
El segundo piso tenía el mismo aspecto del primero, solo que sin la música retumbando ni la pista de baile entre las paredes. Las sillas seguían siendo metálicas, las mesas plateadas con granos de café visibles bajo un cristal en la superficie, las paredes adornadas con letreros en neón con frases como Rock & Roll, Freedom y More sex, less work.
Tomaron una mesa en el centro de las pocas disponibles y pronto llegó la ronda de tragos. Frank lucía agitado —por su reciente actividad física—, pero más tranquilo en ese lugar.
Frank se inclinó sobre la mesa y tocó ligeramente la mano de Vero. Ella lo miró.
—¿Todo bien contigo?
—Sí, ¿por?
—Mon me dijo que estabas algo desanimada. —Vero miró mal a Montserrat, que se sonrojaba al verse en evidencia. Frank notó de inmediato ese gesto y se apresuró a añadir—. No quiero ser entrometido, lo siento. Y en todo caso, ni se te nota, yo te veo bien, solo preguntaba por... —aclaró la garganta— cortesía... y por chismoso. Perdón.
Lo dijo tan apresurado, que a Vero le pareció tierno y destensó su entrecejo.
—Está bien, Frank.
—Y no le dije nada del motivo —se defendió Montse—. Se dice el milagro, pero no el santo.
—Es cierto, no me dijo más —corroboró—. Pero si quisieras hablar, soy una tumba para los secretos.
Verónica tomó un poco de su cóctel, arrugando la frente por la amargura del sabor y se inclinó sobre la mesa, resignada.
—Eres un hombre, ¿no?
Frank rio, pero asintió.
—La última vez que revisé, sí. ¿Es eso? ¿Problemas con hombres?
Vero resopló, como si la sola idea de pensar en hombres le resultara fastidiosa. Montse rio entre dientes.
—Los hombres son ciegos y estúpidos —dijo Vero con resentimiento.
—Eso depende —respondió Frank.
—¿De qué?
—¿Es el pastelero?
Verónica abrió mucho los ojos y por reflejo miró a Montse, que a su vez la observó con sorpresa.
—¡Yo no dije nada!
Frank sonrió tan ampliamente que casi parecía una burla.
—Es verdad, no me lo dijo.
—¿Cómo sabes que hablo de Noah?
—Se les olvida que hay otra persona más chismosa y observadora que yo.
Mon y Vero se miraron, y, al tiempo dijeron su nombre en un susurro:
—Nicolas.
Nico, el hermano menor de Frank —por un par de años—, solía ser más carismático y magnético que él. Y a veces, sin darse cuenta, Vero terminaba contándole cosas personales en sus charlas ocasionales. Era el efecto Nico, solía decirle, ese que hace que cualquier persona lo tome como confesionario y confidente. Vero se preguntó qué tanto le había contado a Nico sobre su situación con Noah, y qué tanto sabría entonces Frank al respecto.
Si ya lo sabe, pensó Vero, a causa de su creciente ebriedad y familiaridad con los dos amigos que compartían mesa con ella, no pierdo nada desahogándome con Frank.
—¿Recuerdas a Noah? —preguntó Vero a Frank—. Del cumple de Montse, estuvimos en su pastelería.
—Sí, lo recuerdo.
—Pues, verás... lo conocí hace casi un año en medio de una crisis...
🍩🍩🍩
Cuando Noah dio por terminado su relato y desahogo con Beverly, se tomó otro whisky y esperó a su respuesta. Y espero. Y esperó. Pero Bev se limitaba a mirarlo... o al menos sus ojos estaban sobre él, pero a saberse dónde estaban sus pensamientos.
Luego de una larga pausa, Beverly pareció regresar a la tierra y esta vez sí mirarlo con fijeza.
—Resumiendo... —dijo Bev—. Encontraste una mujer, no solo bonita por dentro y por fuera, sino trabajadora, gentil, amante de todo lo dulce, que te regala girasoles y que te corresponde unos sentimientos que apenas y demuestras con miraditas como un colegial...
Hizo una pausa.
—Sí... —susurró Noah, sintiendo que ese resumen no acabaría bien.
—Y le dijiste "eres una gran amiga".
—Sí.
Beverly había hablado con el cuerpo inclinado hacia Noah, y al escuchar la respuesta, se recostó contra el espaldar de la silla, laxa, casi agotada, resopló y arrugó la frente hacia él, luego blanqueó los ojos.
—Hombres —dijo, más para sí misma, como si eso lo explicara todo.
—¡Me callé antes de tiempo! —explotó Noah, ansioso de defenderse—. ¡Entré en pánico! Iba a decir "eres una gran amiga, pero te quiero como más que eso", pero ¡me quedé callado antes! Y luego ella se rio y estaba feliz de que le dijera eso...
—¡Pues claro que dijo que estaba feliz! ¡Pobrecita! Obviamente le gustas y la friendzoneaste, ¿qué esperabas? ¿que te rogara cariño o se pusiera a llorar? ¡Claro que no! Debiste decirle, aún cuando ya habías metido la pata, Noah.
—Lo sé, es solo que...
—¡Y en todo caso! —interrumpió Beverly—. ¿Qué te pasa? Tú no sueles ser... —Bev meneó su mano hacia enfrente, arriba y abajo, señalando a Noah como si no hallara un adjetivo adecuado— así de tonto con las mujeres. Si lo hubieras sido en nuestra época, Cam ni existiría. Yo no me intereso en estúpidos.
Pese a todo, Noah se rio ante su sinceridad, y luego dio una mirada a su hijo que seguía bailando y saltando en la pista. Negó con la cabeza.
—Además, hace unos días iba a decirle... no sé qué, pero algo, y llegaste tú a la florería y lo tomé como una señal del destino de que no...
—No inventes, Noah, el mundo no conspira contra tu corazón.
Bev sacudió la cabeza, como si toda la conversación fuera increíble, absurda.
—Es complicado.
—¡No lo es! Te gusta alguien, miras si te corresponde. Si te corresponde, salen juntos. Si salen juntos y funciona, ya tienes una pareja y trabajas cada día para no arruinarlo. ¿Qué es lo complicado?
Noah pensó en lo bonito que sería que todo fuera tan fácil como Bev lo resumía en cuatro líneas. Se movió en su silla para reacomodarse, pero el movimiento fue un poco brusco y sintió que su cabeza daba vueltas; parpadeó lento un segundo, intentando recobrar la estabilidad en su mirada. Luego se dirigió de nuevo a Bev:
—La única cosa que no tenía que hacer, era enamorarme de Verónica.
—¿Qué? —exclamó Beverly, a la defensiva—. ¿Quién demonios te dijo eso?
Noah suspiró, abatido.
—Ella misma me lo pidió.
🍩🍩🍩
Muchas gracias por leer ♥
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