La Emperatriz de los Ojos p.1
Una sirena nada por las aguas de un mar inhóspito. Ella es de las últimas que quedan de la especie. Nació en las orillas de la playa, de una caracola blanca besada por la espuma del mar.
Su cuerpo es mitad humano y mitad pez, como ya suele conocerse sobre estos míticos seres, pero su parte humana cada día ha desaparecido más. Primero su piel oscura, que de ser bronceada por el sol de la costa se volvió verdosa. Luego su cabello dejó de ser negro para volverse del color de las profundidades del mar. Finalmente sus ojos dejaron de ser humanos, su forma se atrofió lentamente hasta adoptar la de dos pequeños peces incrustados lateralmente bajo sus cejas, dos peces cuyas aletas y colas sobresalían como pestañas, cuyas escamas hacían la parte clara del ojo y que con su único ojo cada uno formaban la visión de ella.
Dos literales ojos de pez...
Ella no quería continuar perdiendo su esencia. Quería volver atrás, a los tiempos donde podía tener la belleza de una humana con cola de pez y no de un ser mitológico desconocido. Las algas le habían dicho que el remedio era lento y doloroso. Pero ella tomó el riesgo.
Fue al Mar de los Ojos, en donde moraban los tenebrosos peces oculares, unos peces gigantescos como tiburones con forma de ojos humanos, ojos de todo color atípico, con rojas ramas de capilares como los ojos hinchados, con pupilas insondablemente negras y normalmente contraídas. Globos oculares sin pestañas, cejas ni párpados, con aletas delgadas como de seda. Era peligroso acercarse a ellos demasiado, sus pupilas se dilataban y succionaban a los peces más pequeños, eran muy agresivos.
La sirena pasó esquivando con cuidado a los peces oculares, no le preocupaba que se fijaran en ella: no era un pez pequeño, su cuerpo era de casi dos metros de largo y extrañamente la respetaban. Llegó a la cueva submarina.
El oráculo esperaba por ella. La adivina la vio entrar sin sorprenderse.
- Eres puntual como tu destino, sirena. Te conozco: has venido por las respuestas que hace años debiste exigir.
Sus ojos de pez se fijaron en la forma de la adivina: era una humana con piel de escamas y sus saltones ojos parecían demasiado brillantes para la oscuridad de la cueva y podían iluminar todo su entorno y a ellas dos.
La sirena mordió de forma leve su grueso labio inferior, temerosa del poder prodigioso de la adivina, nerviosa de sus palabras.
- No eres adivina, pero supones que la solución a esto va a ser más difícil que el problema.
- ¿Por qué me estoy transformando?
- Has sido engañada y confinada como La Innombrable a las profundidades del océano. Recuerdas cuando te sentaste en la costa a buscar la caracola que te concibió, pero no recuerdas cuando la encontraste y fuiste Emperatriz de La Tierra, tus poderes eran tan ilimitados como tu belleza, pero necesitabas un esposo y un heredero.
Conociste a un astuto mago y te enamoraste de él, lo rescataste de la furia de los humanos que odiaban y temían su magia, y lo trajiste para ser tu Emperador. Se convirtió en un tritón, grande y poderoso, aunque no te llegaba a los talones en poder. Te dejaste seducir, aunque el reino entero te aconsejó que no continuaras a su lado. Le cediste muchos poderes... Y él los usó en tu contra, te manipuló y deshizo tus poderes y tu destino.
- Pero, ¿cuál era mi destino?
- Reinar sobre todas las cosas y destruir a tu antojo.
- No, yo no soy enemiga de los humanos, siempre quise ser una de ellos...
- Eso dijo Lorelei y acabó muriendo por la ingratitud de un humano.
- Un humano no define a la colectividad.
- Ingenua, todos son culpables de que el Mar ya no sea un reino próspero. Tanta culpa tiene el que daña a nuestros hermanos peces, como el que ve lo que ocurre sin impedirlo. Todos son culpables de que seamos un reino de segunda.
- Pero nos temen. Temen que el Mar deje de darles todo lo que necesitan para vivir, temen que se vire en su contra y los ahogue. Nos temen a los habitantes de las profundidades porque no conocen ni a una pequeña parte de nuestras especies.
La adivina sonrió negando con la cabeza. Un sentimiento de ironía hizo parpadear sus brillantes ojos.
- Mis palabras no valen nada. Mejor será que lo veas por ti misma. Atiende a ese burbujeo que sale del altar de Neptuno: tendrás ante tu vista hechizada el pasado y el futuro.
Las cejas de la sirena se arquearon en una expresión que oscilaba entre la duda y temor. La adivina se admiraba de esas expresiones de confusión: El Mago la había cambiado en todos los sentidos.
La Tirana de los Ojos
"La Adoratriz de Neptuno, Suprema Sacerdotisa de los Mares y Diosa de los Ojos, Cuyo Nombre es Sagrado, Su Majestad Oceánide"-decía la placa de su trono de corales, lingotes de oro y piedras preciosas.
Distintos pueblos la habían adorado desde tiempos primitivos y tenían mil nombres para ella. Su Sacro Nombre estaba en una lengua olvidada por los humanos, la lengua oceánide, pero nosotros que no pertenecemos al culto podemos conocer su nombre, aunque sea difícil de pronunciar, en caracteres romanos sería: Yemash-Naj Kahli Maatgea. Nótese la similitud de sus nombres con la de distintas diosas de panteones religiosos que no tienen relación entre sí.
Yemash-Naj adornaba su torso de humana con una corta y ajustada túnica azul de esmeraldas y zafiros de poderosa magia. Sus brazos estaban engalanados con pulseras y brazaletes de oro. Su presencia era como un rayo de luz en la oscuridad del fondo marino, imposible de ignorar, súbita y hermosa.
Se sentaba en su trono y a su diestra se hallaba el príncipe humano, con los ojos del color del mar, pero no de los mares transparentes y celestes, sino de un azul ultramarino, y con el cabello del color de las arenas, de barba rubia y bien recortada. Tenía una expresión amable en el rostro, y era un hombre robusto, pero no perfecto, aunque no distrajeran de su belleza su nariz ligeramente aguileña y sus pequeños labios. Todo su aspecto daba impresión de carisma y madurez, era bastante callado, sus ojos hablaban más que sus labios y con una mirada inteligente, llena de elocuencia. El Mago era un hechicero en toda la extensión de la palabra.
La Emperatriz esbozaba una sonrisa de satisfacción al verlo a su lado, integrándose a su mundo.
Podía verse en su mirada lánguida el profundo amor que le tenía, mientras los ojos de él parecían devolverle esa misma expresión de enamoramiento absoluto. Sentados en sus tronos, se tomaban a veces las manos.
Esa tarde acudieron los gemelos Piscis. Dos tritones, los más importantes del Imperio, quienes miraban con gran recelo al príncipe, no lo reconocían como Emperador, sino como acompañante de la reina, demasiado débil y extraño para ser un digno Emperador de los Mares. Yemash-Naj era inigualablemente poderosa y controlaba su magia a la perfección, él no parecía un mago tan experimentado, había sido salvado mientras huía de la Inquisición.
Los gemelos Piscis, entre el horror y la indignación, explicaron a la Emperatriz que estaba ocurriendo una masacre en contra de sirenas y tritones por los peces oculares, que ellos emplearon su magia para detenerla, pero no había sido suficiente.
La Emperatriz, boquiabierta, se levantó de su trono y tomó su cetro.
- Debo parar esto de inmediato... ¡Traigan al Ojo! Les haré pagar -dijo con furia.
La mirada del Mago parecía compartir el sentimiento de ella, su expresión era indignada, pero sus pupilas estaban contraídas y sus labios apretados confesaban otro tipo de indignación.
- Yo te acompañaré-dijo a la Emperatriz.
Ella le miró enormemente enternecida, sus ojos se llenaron de lágrimas que no dejó salir ante sus súbditos y le dijo:
- No, no es necesario: La Sala del Trono necesita un ángel guardián.
Absteniéndose de demostraciones de afecto, se marchó al Mar de los Ojos.
Los peces oculares la respetaban a ella, pero no a las sirenas y tritones carentes de poder y habían intentado atacar incluso a los gemelos Piscis. No se sabía la razón de los ataques, normalmente esto ocurría cuando se les acercaban mucho y los moradores del mar no acudirían sin razón a ese peligroso sitio.
Al llegar, Yemash-Naj encontró una horrible escena.
Cuando nadaba velozmente hacia el lugar escuchó gritos aterrados de hombres, mujeres, llantos de niños. Luego en el camino fue encontrando pedazos desmembrados de cuerpos: cabezas, colas, brazos, torsos.
(Continuará)
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