Emperatriz de los Ojos (final)

Yemash Naj continuó viendo la magia del altar de Neptuno. Sus ojos de pez no podían expresar la rabia de unos ojos humanos, pero sus labios apretados y la palidez absoluta que adoptó su piel azulada fueron suficientes indicios de la cólera peligrosa de la hija de Neptuno.

Se forzó a ver lo ocurrido después.

Haciendo eco a la furia del Mago dirigió con su cetro unas cadenas hacia los gemelos Piscis y los encadenó en una burbuja que envió al rincón más profundo y olvidado del mar, la Prisión de los Peces.

- Apenas puedo creer que ellos te ofendieran. Sé que no les agradabas, lo veía en sus ojos, pero jamás se habían atrevido a faltarte el respeto.

- Siempre lo habían hecho, pero a tus espaldas.

La Emperatriz desconfió. Como si lo que acababa de hacerle a los fieles Piscis la hubiera despertado del idilio y le hubiera abierto los ojos.

- ¿Qué has hecho realmente, Sheiveye? ¿Has estado tramando algo?

- No...

- ¡Me estás mintiendo! Lo veo en tus ojos, lo presiento ¿Qué es lo que no me quieres decir?

- Ellos cometen traición ¿y es a mí a quién interrogas?

- ¿No lo dirás por tu propia voluntad? De acuerdo...

Empleó por primera vez su poder de clarividencia para saber qué pensaba El Mago. La clarividencia era un don dañino que podía provocar mucho malestar físico al observado, por eso nunca se había atrevido, pero ahora estaba molesta con él como nunca antes, si su clarividencia no le había permitido saber, su intuición le decía que él podía estar provocando eso. La impotencia que sentía por la masacre de los peces oculares, por haber tenido que matar a su mascota y permitir la tortura y cárcel de sus dos mejores súbditos, le impidió tener más paciencia. El cetro lanzó un poderoso rayo acuático contra el Mago.

El Mago había empleado varias fórmulas mágicas y el propio amuleto prohibido para protegerse de la clarividencia de Yemash-Naj, pero no existía ninguna fórmula demasiado efectiva contra los poderes del cetro. Por un momento la magia del amuleto lo volvió humano para evitar que le afectara la magia oceánide, le devolvió su antiguo cuerpo, y se encontró ahogándose bajo el agua, con esa horrible sensación de muerte inminente que había olvidado y hecho sentir a los Piscis. Tenía que renunciar a resistirse o moriría.

- No me obligues a hacerte más daño, Sheiveye, ¿tengo que matarte para saber la verdad?

Apretó el amuleto para volver a respirar bajo el agua y permitió que ella le leyera la mente de una vez. Finalmente ella supo cuál era el problema.

- Hubiera sido tan sencillo hablar sobre eso, Sheiveye, preguntarme si era cierto que pensaba así sobre ti y explicarte que ese objetivo quedó en el pasado. Pero eres un humano orgulloso y lleno de rencor, no hubieras entendido nada de todas formas. Tu odio es absurdo, pero tu ambición es lo que más me molesta. Siempre me pareciste un humano humilde, incapaz de corromperse con esos pensamientos... Compartí mi Imperio contigo y querías más, ser dueño de todo cuanto existe. Llegaste a hacer ceremonias para Neptuno a mis espaldas.

- Nunca compartimos el Imperio: yo no compartía tus poderes, los poderes de Neptuno son demasiado fuertes para dos personas. Nunca cediste tus poderes y me hiciste quedar como un penoso acompañante ¿Acaso no hubieras hecho lo mismo en mi lugar? Mi única traición ha sido adelantarme por mi cuenta a algo que tú querías hacer.

Una lágrima extraña, que destacaba entre el agua que los rodeaba, una lágrima como de cristal o de hielo, cayó por la mejilla de Yemash-Naj.

- Pero yo...-murmuró, se quedó sin palabras.

- Renunciaste a todos tus planes por amor. Yo también en algún momento, hasta que me di cuenta de que era una solución estúpida...

Yemash-Naj se llenó de odio y lo atacó con el cetro con un ataque electrizante como un rayo que lo dejó herido en el suelo.

- ¡Tan fácil es desaparecerte del Mar como al maldito humano que eres!

- No esta vez...

El Amuleto conjuró una fuerza mayor. Neptuno favoreció al Mago, cuya servidumbre había sido más leal que la de la propia Yemash-Naj. El cetro fue a las manos de Sheiveye y ahora, con el poder del Supremo Emperador decidió devolverle el ataque.«

Un peligroso destino

Yemash-Naj, la sirena de los ojos de pez, no fue capaz de seguir presenciando cómo ocurrió su propia condena a manos de Sheiveye.

- Esto ocurrió hace mil años-sentenció la adivina.

- No es posible...

- Has envejecido de una forma extraña a causa del hechizo. Sheiveye no fue capaz de matarte, sólo te quitó tu forma de sirena ¿Quieres ver cómo es él ahora?

Yemash-Naj se quedó indecisa. Sin esperar respuesta, la adivina le hizo ver en el altar cómo era el Rey de los Océanos actualmente.

Un anciano de barbas largas y deslumbrante cabello blanco. Si se hubiera quedado en su tierra lo hubieran identificado como un Mago o Druida por esa figura de anciano sabio. No había sido un mal Emperador en los primeros tiempos, pero ningún oceánide lo amaba y se volvió huraño y egoísta.

Cuando los humanos empezaron a dominar nuevas tecnologías los dejó ser dueños del Océano, les dio a su disposición a todos los peces que quisieran para alimentarse. A veces reafirmaba la autoridad del Océano con grandes tormentas, que sin embargo no eran bastantes para acabar con ellos, sólo les llevaban una parte de la furia que Neptuno sentía. La mala gestión de Sheiveye había hecho que los humanos se confiaran, que arrebataran y dañaran al mar cuanto quisieran, a fin de cuentas él también fue un humano y quería que su especie dominara al Universo aunque la mitología lo hubiese olvidado a propósito. Algún día los humanos serían dueños de todo y él se mostraría como el Emperador que los favoreció desde las profundidades.

Yemash-Naj había visto desaparecer especies enteras de la superficie marina. Para ella hubiera sido fácil crear varios Triángulos de las Bermudas para que los humanos no pudieran comunicarse y transferirse esas tecnologías nefastas unos a otros. Hubiera destruido cada barco, comandado infernales tormentas para que no pudieran volar por encima de ellos y fueran devorados por el mar. Hubiera desatado la furia de Neptuno en toda su extensión hasta que esas frágiles criaturas entendieran que no eran más que otro pequeño pedazo de la cadena alimenticia por más artilugios que usaran para beneficiarse.

- Nadie está por encima de los dioses. Tú eres adivina, dime cómo puedo recuperar a Ojo.

- Es simple. Estuviste mil años encadenada a su pecera de aire antes de olvidarlo por completo.

- Pero yo lo maté, quiero resucitarlo.

- Sheiveye lo hizo por ti. Alguno de sus hechizos falló cuando quería asesinarte: revivió al monstruo que yacía en las profundidades cuando quería enviarte al fondo del mar.

- Cuando Sheiveye llegó a mi reino con un amuleto prohibido, yo lo recibí y le di un hogar... ¿Y cómo él me agradeció? Quitándomelo todo. Un humano torpe con una magia tan poderosa... ¡Ah! ¿qué hice dejándole ser Emperador?-cubrió su rostro con sus manos desesperadamente.

- Puedes volver a tomar tu Reino-dijo inmutable la adivina-. Los glaciares antiguos se están derritiendo y los humanos no quieren percatarse de que están cavando su propia tumba, no vendría mal que tú terminaras de cavarla por ellos inundando todas las costas y zonas bajas. Imagínalo solamente: Sheiveye ya está débil, su lado humano cada día muere un poco y solo el poder del cetro lo mantiene con vida. Su poder de hecho es lo que mantiene a los humanos multiplicándose como una plaga. Todos esperamos el fin de la Era Humana, incluso Neptuno, que te traicionó y se puso a favor de ese humano, hoy se arrepiente de haber concedido poderes a ese adulador. A fin de cuentas, ya Neptuno no respeta la autoridad del Rey, ¿o me hubiera permitido de lo contrario hablar contigo?

Los ojos de pez de Yemash-Naj miraron a la adivina con repentina furia.

- ¡Tú! Tú fuiste la sacerdotisa que hizo a todos dudar de mi autoridad.

- Neptuno habló a través de mí: Condena al autor del mensaje y no al mensajero.

- ¡Impostora! ¿Qué te traes entre manos? ¿Tú también quieres mi reino? ¡Quieres que enfrente a Sheiveye y lo mate, o que él me mate!-las manos escamosas de Yemash-Naj empezaron a ahorcarla.

- ¡No quiero tu Reino! Soy una simple servidora de Neptuno.

Todavía quedaba demasiada indulgencia en el corazón de la Emperatriz, y perdonó a la adivina momentáneamente.

Yemash-Naj se marchó veloz a recuperar a Ojo y vengarse de Sheiveye. En su nado las aguas se revolvían, la magia que quedaba en ella aún asustaba al mar y a los peces. La clara agua de la superficie se fue enturbiando hasta quedar del color de los ojos del humano que la traicionó. Un fenómeno terrible se empezó a conjurar desde ese día, cada partícula del agua empezó a ser dañina bajo el gran odio de la Emperatriz Suprema. Yemash-Naj descendió a las más oscuras profundidades y agitó más las aguas hechizadas del Triángulo de las Bermudas. Ojo se había vuelto más poderoso devorando todo tipo de objetos y humanos durante milenios, de no ser por el poder del cetro de Neptuno, hubiese abarcado más espacio en los Mares. Yemash-Naj no recordaba haber estado encadenada a aquel monstruo descomunal, hasta que se dio cuenta de que ella misma había aumentado su tamaño al acercarse, hasta ser más mucho más alta que Ojo, estando en el fondo del mar sus largos cabellos azules rozaban la superficie del agua ¡Y todo este tiempo ella había sido prisionera por no recordar su pasado! ¡y había roto sus cadenas y huido sólo por temor!

Dispuesta a recuperar cuanto le pertenecía llegó con su mascota al Palacio, por el camino los peces oculares la fueron siguiendo hasta formar un Ejército.

Los hermanos Piscis fueron liberados por la Reina en el recorrido y juraron lealtad absoluta hacia toda decisión que ella tomase. Sus poderes habían aumentado en cautiverio, pero la fidelidad al trono jamás cambió un ápice.

Sheiveye estaba sentado en su trono, con su expresión imperturbable y regia de siempre. Sus inteligentes ojos azules brillaron al ver a su reina otra vez. Para sorpresa de Yemash-Naj, no la odiaba y más bien sintió nostalgia al verla.

- Mi Emperatriz me recuerda, lo veo en el odio de sus ojos hechizados. Has vuelto y con todo el ímpetu de una guerrera ¿A qué vienes? ¿A destronarme? No te preocupes, te devolveré cuanto te he quitado.

- Maldito cobarde...

Sheiveye le dedicó una extraña mirada y con el cetro le devolvió su forma de sirena de tamaño normal, pero ya Yemash-Naj no conservaba su apariencia juvenil, su cabello de rizos negros era plateado y algunas ligeras arrugas le cubrían el rostro.

- Señora mía, si yo te devuelvo cuanto te pertenece, ¿estaremos en paz?

El sentimiento de amor que ya creía muerto en ella revivió con esa actitud de reconciliación.

- ¿Por qué pretendes engatusarme de nuevo? La vejez y la experiencia nos han cubierto, no volveré a caer en tus trampas.

- No soy yo quien esta vez te quiere hacer trampas, mi Señora querida. Te dejé escapar y esperaba que mi hechizo te hubiese hecho olvidar todo, pero has vuelto y con más rencor que antes por la razón equivocada. No es a mí a quien hay que destruir. Sé dónde estuviste, el espíritu de Neptuno me lo ha dicho. Toma -le devolvió el cetro, que leyó un secreto deseo en el corazón de la Emperatriz y le dio a ambos la forma de su juventud.

Yemash-Naj se sorprendió del cambio.

- A veces eres tan vanidosa: las canas no nos quedaban mal-dijo Sheiveye, aunque también esbozó una sonrisa de pura vanidad al recuperar su antigua apariencia.

Yemash-Naj estaba indecisa. Había venido a matarlo y recuperar su trono y él se había rendido tan fácilmente. Antes de volver a confiar en él necesitaba estar segura de que no le mentía, creía firmemente que sí y que no había cambiado un ápice, pero cuando lo sometió nuevamente para leer sus pensamientos se convenció de que podía darle una segunda oportunidad. Esta vez él no se resistió, se quitó el amuleto protector y cayó desvanecido después de ser víctima de la clarividencia de Yemash-Naj.

Ella había decidido no matarlo ya. Sheiveye estaba arrepentido: la larga soledad de un milenio gobernando sin ella le había causado gran pena y si ella no hubiera escapado él mismo la hubiese liberado para volver a reinar con ella y borrar el amargo pasado. Pero algo mas más le confesó su alma: corrían peligro, debían aliarse si querían salir con vida.

El poder de clarividencia recuperado gracias al cetro le proporcionó una visión en que la adivina se transformaba mientras ella la ahorcaba y le decía:

- ¡Quiero lo que me perteneció siempre!

- ¿Quién eres?-le preguntaba Yemash-Naj.

- ¡Tu hermana! ¡La bisnieta de Lorelei! ¡La verdadera heredera! ¡Una reina que nunca hubiera arriesgado todo por un humano!

Vio el brillo de un tercer ojo en su frente y la verdadera forma de Ashtar-Isa, la antigua diosa desheredada, como ella bisnieta de Lorelei y descendiente de los Atlantes, que se había recluido miles de años atrás en Sumeria y luego en Egipto.

Desterrada por Neptuno en favor de su hermana, fue acogida por los dioses celestes y buscó la forma de recuperar sus poderes marinos y el favor de Neptuno.

Ninguno de los tres, ni Ashtar-Isa, ni Sheiveye, ni Yemash-Naj sabían que los viejos dioses supremos, como Neptuno, Júpiter y Plutón habían muerto físicamente y que sólo eran sus espíritus antiguos a los que le rezaban y ofrecían regalos, espíritus llenos de ambición y odios dinásticos que los poseyeron a ellos, los únicos tres dioses y reyes que quedaban a la sombra del mundo humano cada vez más poderoso y auto destructivo.

Y ni Yemash-Naj ni Ashtar-Isa habían sabido que su conversación llegó pronto a oídos de Sheiveye.

Sheiveye despertó.

- Es tu trono, Yemash-Naj-dijo al recuperarse un poco.

- Es nuestro Trono, Sheiveye: compartiré mis poderes contigo. Y ustedes, mis fieles amigos, deberán comprender que él es mi Emperador.

Los hermanos Piscis, como guardianes de la reina, desconfiaron. La Emperatriz impidió que se acercasen.

- Sé que su condena ha sido injusta, pero también sé que nunca lo aceptaron, Piscis. No me importa qye contradiga las Leyes, es el Emperador, les guste o no.

Los Piscis asintieron con cierta altanería, despreciaban al Mago aún y ahora con motivos, luego de un milenio de encierros y torturas.

- Nunca volveré a lastimarlos- Sheiveye se dirigió a los Piscis, luego habló con Yemash-Naj-. No podemos compartir los poderes del cetro: Las consecuencias serán terribles.

- Tú eres el único humano que me importa. Y a ti no te deberían preocupar los otros humanos después de haber sufrido tanto por ellos. Tenían en ti a un talentoso mago y quisieron matarte, te desterraron.

- Lo sé, ya no tengo tanta empatía por los humanos, he nacido para traicionar y destruir. Tu especie ha mermado por mi culpa y yo debería pagar cuanto hice...

- Y ya has pagado con la soledad tus crímenes. A partir de ahora yo mermaré a tu especie.

- Divina es tu generosidad conmigo que después de todo no has querido matarme, cuando es bien sabido que en las Leyes del mar, luego de una ofensa grave los ojos que perduran no perdonan.

- No debería perdonarte, al menos por dignidad, pero he sentido por unos instantes cómo has muerto en vida, Sheiveye, creo que ese ha sido tu peor castigo, sin mí el trono te ha sido una pesada responsabilidad. Reinemos juntos y destruyamos a nuestro antojo. Tú serás como siempre, mi única excepción, a nadie más perdonaré: ni dioses, ni peces, ni tritones, ni sirenas, ni humanos.

- Bendita sea la voluntad del Mar embravecido. Así sea-Sheiveye recitó un antiguo conjuro de perdón a los dioses del Mar.

Sólo por su fervor y el amor constante de la Reina hacia él, los Piscis aparentaron perdonarle la vida que hubieran deseado arrancarle durante un largo milenio. Pero en el fondo, conspiraban y se miraban con la misma idea: Matar al Emperador humano.

La adivina apareció y reveló la forma verdadera que mostró en la visión de Yemash-Naj. El ejército de Ojos Oculares y el gran Ojo afuera del palacio la miraron, venía con un séquito de tritones y sirenas resucitados. Los Emperadores salieron juntos.

El cielo y las aguas se oscurecieron de una forma jamás vista por la raza humana. Parecía que el mundo iba a acabar ese día.

Bajo el comando de los Emperadores, comenzó la gran guerra por los Mares. Las aguas se tiñeron de un rojo profundo cuando los peces oculares mataron por órdenes de su Emperatriz. Y cuentan que aún continúan las sangrientas batallas que forman maremotos y hacen retemblar cada capa subterránea y submarina. No hay posibilidad de que las hermanas hagan una alianza pacífica, ni de que el Mago Humano tenga poderes regulares y no conserve absoluto poderío junto con su Emperatriz. Quizás los Piscis intervengan para asesinar al Rey y sean ellos mismos asesinados por la Emperatriz. Si todos murieran o uno de ellos, habría una catástrofe tanto como si sobrevivieran. Aunque ganara Ashtar-Isa, la especie humana está perdida si mueren los emperadores, la Atlántida emergerá y con ella los viejos semidioses volverán a poblar la Tierra. Es una guerra por y para los seres del mar, una contienda imparable y fratricida donde dos hermanas que no se conocían luchan entre sí por el mando y un humano apoya a una de ellas traicionando a toda su especie.

Se dice que el día que Yemash-Naj gane, porque lo hará sola o con la ayuda del Mago, ocurrirá el segundo y último Diluvio Universal, el Mar y sus habitantes dominarán todo. Y el día en que menos lo esperemos, el Ejército de la Emperatriz de los Ojos hará la peor matanza de la historia. Ningún conjuro podrá salvar a muchos de ser devorados por los peces oculares que enviará Yemash-Naj a las costas de todo el planeta.

El Dies Irae de las deidades del Mar será el peor Apocalipsis posible, el destino más peligroso de la humanidad.

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