HOPE

Durante varias noches he tenido pesadillas. Despierto sudando. Luego vuelvo a dormirme y los malos sueños se repiten. No puedo soportarlo. Visualizo que en los sótanos de tu casa hay catacumbas de tortura. Veo a toda tu familia maldecida con una enfermedad progresiva que los hace sufrir cada minuto. Como los Usher de Alian Poe, no pueden ver la luz ni escuchar ruidos. Los sentidos de cada uno se han sensibilizado a tal punto que cuando los insectos pisan, ustedes oyen golpes terribles, y ante el roce de la seda más suave, lloran de dolor.

El sueño es recurrente. He visto a tu madre en silla de ruedas, encerrada en la más absoluta oscuridad para no ser quemada por los rayos de luz, y a tu padre gritando con desesperación por los dolores de cabeza.

También te veo a ti, Hope, deambulando por tu casa como un muerto andante, ojeroso y lleno de amargura. Por eso ya no duermo. Prefiero permanecer despierto y escribir.

Mamá parece muy preocupada por mi salud, pero yo le digo que todo está bien.

Príncipe, quiero alejar de mi mente los pensamientos que te ensucien.

Estoy sentado en la más romántica banca de la escuela. Detrás de ella se forma un arroyuelo sobre el que los pajarillos brincan de un lado a otro a la sombra de un enorme eucalipto.

Levanto la cara y te veo a lo lejos. Hope. Estás ahí, fuera: de las aulas.

La escuela ha regresado a la normalidad después de la pelea colectiva que ocurrió la semana pasada, tú también pareces más tranquilo. Has vuelto a ser el mismo chico enigmático y bello que fue conmigo por el libro...

Corro hacia ti. Paso la esquina del edificio y disminuyo la marcha. Vas hacia mi banca preferida. No hay descanso; deberías estar en clase de educación física. Tus compañeros juegan básquetbol, bastante lejos.

Tomas asiento ensimismado en tus pensamientos. Ves fijamente hacia un punto, señal de que no ves nada en especial y comes con lentitud las frituras que sostienes en la mano.

Estás peinado de una forma extraña. Como si hubieses querido parecer diferente sin dejar de ser tú. A la hora de deportes, deberías usar tenis y buso, pero en cambio traes ropa de calle.

Parece que te hubieras equivocado de fiesta.

Camino hacia ti con cautela.

Al verme, te pones de pie. Tu tranquilidad se esfuma. Guardas en el morral la bolsa de papas y te volteas de espaldas, simulando que arreglas tus útiles.

Me muevo despacio.

Tomo asiento en la banca frente a ti. Estás parado a unos centímetros de distancia, pero no me diriges la vista.

Sabes quién soy.

–Hola –susurro, te ves más que lindo hoy.

–Gracias.

–¿Aceptarías platicar un rato conmigo?

–No. Estaba a punto de irme. Tengo clase de educación fisica.

–¿Con esa ropa? Además, ¿no te parece que ya es un poco tarde? Sé sincero, Hope. No entrarás a tu clase o ya estarlas ahí.

Te quedas callado.

–Voy a estudiar química. Al rato tengo exámen. Hace muchos días que no te veo. ¿Dónde has andado? ¿Todavía te permiten estar en la escuela con tantas faltas?

–Sí. Tengo que ponerme al corriente. Por eso me harán exámenes extra.

–Te parece si estudiamos juntos?

Tragas saliva. No me miras. Pareces nervioso.

–Puede ser.

–¿Por qué no te sientas?

–Quiero acabar con esto pronto..

(¿Acabar dices? Y yo quiero empezar).

–Me desesperas –te digo con suavidad–. Cuando cambias tan bruscamente de actitud. Aunque me gustas y te quiero, hay momentos en los que no sé qué pensar de ti.

Agachas la cabeza. Te ves triste. Desubicado. Tomas asiento despacio.

–La respuesta es no –dices apenas.

–Y ¿cuál es la pregunta?

–La que sea. La que quieras hacerme.

–Yo no quiero preguntarte nada.

–Entonces a qué viene todo esto?

–Vamos a estudiar química, ¿no?

–Mmh.

–¿Tu libro?

Haces un gesto de cansancio y te agachas para sacarlo. Ahí está. Lo tomo. Lo hojeo.

–Como me gustaría –susurro–, poder ayudarte en tus problemas...

–Tú eres un problema –dices apenas–. Mi único problema...

–Hope, lo mismo pienso de ti. Ese alboroto tan vergonzoso en que estuvimos envueltos, no tenía por qué haber ocurrido. ¡Fue tan difícil soportar que Jungkook te insultara así! Era innecesario que te faltara al respeto. Ni tú ni yo merecemos este tipo de disgustos. Por eso estoy aquí. Sanemos de una vez nuestra relación.

Me miras con interés. Después apartas los ojos y agachas la cabeza.

–Déjame en paz, ¿sí?

–¿Por qué no entraste a tu clase de deportes?

Silencio.

Un par de pajarillos brincan y conversan a nuestras espaldas. Me duele mucho una rodilla.

–No debo hacer ejercicio. Tengo un pequeño quiste en la articulación. ¡Y necesito estudiar química!

–¿Cómo?

–Ah, lo olvidaba.

Te alargo el libro; vas a tomarlo pero lo sujeto. Al ver que no lo suelto, me miras.

–Yo estoy contigo, Hope. En las buenas y en las malas.

Lo suelto, me miras. Me arrebatas el texto y te pones de pie.

–¡No voy a jugar más a esta tontería! –gritas y los pajarillos detrás de nosotros levantan el vuelo. Echas el libro a tu mochila. ¿Dónde estuvo el error? Me pongo de pie también.

–¿Quieres que te explique cuáles son “mis malas”? ¡Que estás todo el tiempo sobre mí!, ¡que no puedo quitarte de mi camino! Que me sigues y me acosas con tus detalles divinos y yo no tengo corazón para desilusionarte; ¡pero me eres aborrecible! ¿No te das cuenta, tonto?

Te detienes, asustado de tus propias palabras.

–Sigue.

Estás petrificado, como si acabases de cometer el peor error de tu vida.

Llevas tus manos a la cabeza y te dejas caer en la banca otra vez.

–Dios mio... ¡Disculpa! No quise hablar así –pero has hablado y yo estoy muriendo por dentro–. Taehyung, lo siento... Ya debes imaginarte por lo que estoy pasando. Discúlpame... No sé lo que digo ni hago –murmuras y yo no sé qué hacer ni qué decir; te tapas la cara con ambas manos.

–¿Por qué? –pregunto–. Eres encantador un minuto y malvado al otro. Dices cosas lindas y luego insultas. Siempre justificas esas variaciones hablando de problemas que son obvios. El otro día me dí cuenta de algunas cosas.

Me analizas. Abres la boca para decir... No. Nada. Sigues viéndome con tus ojos expresivos y yo noto que en realidad sientes desamparo y soledad.

–Perdóname –tu voz suena suave, clara, conmovedor–. Créeme. Yo te estimo mucho aunque me contradiga. Luego, ¿sí? Luego hablaremos. Como bien dices, cuando me visitaste, te diste cuenta de algunas cosas, pero hay otras... Quiero explicarte con todo detalle lo que ha pasado en mi vida y en mi casa...

–Ya era hora.

Te muerdes el labio inferior sin dejar de verme.

–Además, me gustaría decirte sobre aquello que... ¿recuerdas? No sé si todavia está en pie... eso que me propusiste –haces una pausa; a lo lejos se escuchan los gritos de tus compañeros que juegan básquetbol–. Si deseo ser...

Te miro para ayudarte.

–Dilo.

Una indefinible tristeza baña tu rostro. Con la mano izquierda alzo tu cara con suavidad. Me observas un instante más.

–Déjame en paz –murmuras y te aparta–. Por favor.

Tomas tus cosas.

–¡Espera! –me ves por sobre tu hombro cuando comenzabas a retirarte, y alzo la voz, para que sostengas tu promesa–. ¿Platicamos a la salida de clases?

Haces una casi imperceptible mueca de martirio. Miras tus manos que juguetean con algo pequeño. Asientes y escucho salir de tu boca el susurro de una frase corta:

–De acuerdo.

Estar enamorado, amigos, es encontrar el nombre justo de la vida.

Es recobrar la llave oculta, que abre la cárcel en que el alma está cautiva.

Es levantarse de la tierra, con una fuerza que reclama desde arriba. 

Es advertir en unos ojos, una mirada verdadera que nos mira.

Es sospechar que para siempre, la soledad de nuestra sombra está vencida.






















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