Siete
La muchacha cayó de rodillas a sus pies cubriendo sus ojos con sus las manos. Ni un quejido escapo de su boca. Ni la más mínima exclamación de dolor. Zamasu espero, pero ella ni lloro. Se limitó a quedarse ahí en un silencio que solo aumentaba el desprecio por ella en aquel dios que ofuscado, la levantó por la ropa y así vio en esas mejillas pálidas los hilos de sangre que nacían detrás de esos párpados.
-¿Qué pasa contigo?¿Acaso eres inmune al dolor?¿Acaso no te enfada este castigo? ¡Di algo! ¡Responde!
-Me duele...me duele bastante-le dijo Sora con una voz cortada-Pero es que ya no tengo lágrimas. Y no me enfada el castigo, solo me pone triste. Me lo gané. Lo ofendí y eso fue una osadía-le dijo con voz cándida y sólida a la vez- Sin embargo, oscuridad no es algo a lo que yo le tema o me privé de hacer lo que antes hacía. Disfrute estos días en que mis ojos vieron la luz y los colores en mi memoria se renovaron.
Zamasu la soltó. Esa respuesta lo desencajo. No sabía que hacer ¿Agredirla otra vez? ¿Matarla? Esa muchacha le daría las gracias por enviarla al paraíso ¿Cómo era posible que tuviera esa actitud? Confundido dió un paso atrás.
-Vete a limpiar-le dijo no menos brusco que antes.
-Si, encendere la chimenea y...
-¡Tú vete a limpiar! ¡Vete a limpiar y luego encierrate en tu cuarto! ¡No quiero verte! ¡No quiero escucharte! ¡Largo!
Sora extendió las manos hacia delante para buscar la puerta y Zamasu la miro hacerlo con una expresión de repudio. La muchacha alcanzo la entrada y con las manos en el muro se perdió en el pasillo. Terminó durmiendo en el piso, pues su cama seguía húmeda. Tenía frio, sus ojos dolían, no volvería a ver, pero tal como dijo no estaba enojada. Para ella fue como un préstamo que le hizo el dios Zamasu y él solo lo había terminado. Sora guardería la belleza de las luciérnagas en el bosque en su memoria y evocando eso se durmió.
Por la mañana se despertó temprano y fue hasta la cocina para comenzar su labor. Estar ciega nunca fue para ella un impedimento para hacer algo, además recordaba las dimensiones de la cabaña y donde estaba cada cosa lo que hacía todo sencillo, pero antes debía limpiarse. Habia una laguna no lejos y ella iba allí a bañarse porque ellos le prohibieron usar el baño de la casa.
Esa mañana Zamasu la vio salir descalza hacia aquel lugar y la siguió con intenciones no agradables, pero cuando la vio meterse desnuda en las frías aguas la espalda de la muchacha se robo su atención. Tenía marcas de azotes en todo su dorso y sus piernas, a la altura de los muslos estaban quemadas. No solo eso, sino que el pezon de su pecho derecho le había sido cortado, su vientre tenía marcas hechas con algún elemento caliente ¿Quién y por qué se enseñó con ella de esa manera? ¿Qué falta cometió esa muchacha tan pura para ser tratada de forma tan cruel? ¿Por qué le sorprendía? Era mejor pregunta.
Los humanos son seres crueles cuya vida en sociedad es la limitante para, en algo, reprimir esa conducta, pero aun así se matan entre ellos, padres ultrajan a sus hijos o los matan ,por solo dar unos ejemplo de sus terribles crímenes contra su prole, contra su propia especie. El maltrato sin duda era algo que ella conocía muy bien, tal vez por eso no lloró cuando le arrancó la vista.
Simplemente aquello no era lo peor que le habían hecho.
Zamasu se le quedó mirando, él era un dios y ese cuerpo solo le provocaba repulsión, pues era un lienzo sucio que ejemplificaba la conducta humana. Se había dejado llevar por la ira. Él solo mataba a los humanos, no los torturaba porque eso era de mal gusto ¿Por qué iba a atormentar a esa mujer? Dejarse llevar por la ira y los bajos impulsos era cosa que hacían los humanos. Él era un dios.Caminó hacia ella internadose en las aguas y le puso la mano en el hombro, Sora no pareció sorprenderse. La vistió dándole un traje parecido al que llevaba antes solo que algo más elaborado y luego,
tomándola por el brazo, se teletransporto. Llegaron a ese lugar donde se conocieron y allí le dió un pequeño empujón en la espalda.
-¡Lárgate!-le dijo- Donde te encontré te dejo, tal y cono estabas.Vuelve a tu vida. Olvida que alguna vez me conociste y me serviste.
-Puedo volver a mi vida-le dijo Sora-Pero no puedo ni quiero olvidar nada, mi señor...
-¿Y por qué no?-inquirió Zamasu.
-Porque creo que conocer a los dioses no es algo que muchos tengan la oportunidad de hacer...Y que alguien tan miserable como yo lo logrará, fue una fortuna. Gracias por esos días en que me permitió ver el mundo de nuevo...
-¿Me agradeces? ¡Después de que te quite la vista! ¿Eres idiota o que pasa contigo? ¡Deberías odiarme! ¿Es que así te comportas para para provocarme? ¡Contestame!-le exigió y la tomo por el brazo.
-Los dioses brindan dones y los quitan a su voluntad. Cada cosa que nos otorgan nos la dan esperando que le demos un buen uso. Nunca hemos sido abandonados a nuestra suerte...
-¿Tú que sabes de lo que hacen los dioses?-la interrumpió Zamasu- ¿Crees que a los dioses les importan vidas como la tuya? Lo único que hacen es observar sus mundos y mirar con piedad sus civilizaciones decadentes... ¡Pueden estarse matando entre ustedes! ¡¡Y ellos solo miran!! Miran cuando podrían usar su poder para erradicar el mal, miran cuando les podrían corregir a tiempo ¡Miran nada más!
-Es usted entonces un aprendiz de dios...-señalo Sora de la forma más cándida y segura posible hasta entonces.
La respuesta de Zamasu fue una bofetada que la arrojó al suelo e iba a darle otra, pero se detuvo.
-Apuesto que no es capaz de decirle a su maestro que no aprueba esa forma de hacer las cosas. Pero creo también que él debe tener mucha fe en usted si lo encogió para ser su sucesor-le dijo poniéndose de pie para alzar sus párpados cerrados hacia él- Esa misma fe que usted debería tener en nosotros los humanos... Perdonenos sino empleamos los ojos para admirar la belleza que nos rodea, perdonenos por ignorar que todo lo que realmente necesitamos esta puesto aquí...el sol, el agua, la tierra perfumada, las frutas los animales y nosostros mismos para hacernos compañía. Perdonenos por ser incredulos de lo divino, perdonenos por sucumbir ante los placeres que ensucian y no valorar los que nos ennoblecen. Sé que no es mi deber y mucho menos debería tener la osadia de pedírselo, pues los mortales no deberíamos cuestionar a los dioses...aceptaré mi castigo, si dispone uno para mi, después de esto, pero es que tengo que decirlo, mi señor Zamasu. Perdonenos somos como niños y nos sentimos perdidos, temerosos, débiles...y en el afán de sobrevivir muchas veces somos insensibles ante lo sublime. Por favor...no aniquilen a mi especie.
-¿Por qué? ¿Por qué haces esto? ¿Crees que con tus súplicas es suficiente para mostrarme la nobleza de los humanos?-le pregunto sin reflexionar en lo que dijo-¡¿Crees que puedes persuadirme de cambiar mis planes?! ¡No eres más que una..!
Iba a darle una estocada con su espada de ki, mas detuvo su brazo en el aire. No pudo seguir avanzando hacia ella. Se quedó mirando ese rostro tranquilo y grácil como toda ella. Retrocedió con la mano derecha temblando y una pregunta que gritaba en su mente:
¡¿Qué hago contigo?¡ ¡ ¿Qué demonios hago contigo?¡
¡¡¿Qué?!!
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top