Capítulo 4:

La mujer de los mandados

Dora Rivas vivía en una parte humilde de la ciudad. La casa era pequeña y en su garaje había un viejo y polvoriento automóvil. Unos malvones rosados decoraban el frente de la casa. El detective tocó la puerta varias veces, sin embargo nadie salió a recibirlo. Estaba por irse cuando vio a una mujer de cabello corto acercarse por la vereda. En sus manos sostenía una bolsa con las compras del día. Al verlo se detuvo en seco, un resplandor de miedo apareció en sus ojos claros.

— Disculpe, busco a la señora Dora Rivas.

— Sí, soy yo. ¿Qué necesita?

— Soy el detective Armando Rocha y estoy investigando el caso de los niños de la familia del Valle.

— ¡Oh! —La sorpresa pareció en cada arruga de su rostro. Sacando unas llaves de su bolso, agregó—: Pase... pase.

La entrevista con la mujer que se encargaba de comprar los comestibles a la familia del Valle no fue muy extensa.

— Ese día se me averió el auto, así que llegué un poco más tarde que de costumbre. De todos modos, era muy temprano. Los niños estaban desayunando. Me llevé a la Alicia conmigo. Eran como las 8 de la mañana, más o menos. Los niños estaban bien cuando me fui, anote eso. Y cuando volvimos, poco antes de la una, ya estaba hecho todo. ¿Sabe?

— ¿Notó algo extraño en la casa?

— No, nada —se apresuró a responder. El hombre la observó con atención.

— ¿La presencia de algún extraño? ¿Recuerda a alguien que deambulara por la zona?

— No.

— ¿Sabe si el señor o la señora del Valle tienen enemigos?

— ¿Enemigos? No, no —replicó, como si hubiera dicho algo absurdo.

— ¿Tiene alguna idea de quién querría hacerle daño a esos niños?

— No.

El hombre la observó con atención. Estaba sentada en una silla muy tiesa. Sus manos se entrelazaban con fuerza y temblaban un poco. La mujer parecía nerviosa, no obstante ¿culpable?

— ¿Quién lavó las tazas esa mañana?

— ¿Qué quién lavó las tazas? —repitió sin comprender. Parecía bastante desconcertada por la pregunta que evidentemente no esperaba—. Pues no sé... yo... no lo recuerdo.

— Le dijo a la policía que fue la niña mayor. Lo hizo antes de que se fueran a hacer las compras —tanteó el detective.

— ¡Ah! Sí... sí... pero no. Creo que fui yo... Sí, fui yo. Me debo haber confundido ese día, estaba alterada, ¿sabe?

Rocha asintió con la cabeza.

— ¿Nunca vio veneno en la casa?

— ¿Si... si vi? No. No vi, vi nada —tartamudeó la mujer. Un rubor apareció en su rostro. El detective se puso en alerta... parecía que mentía.

— ¿Alguna vez la niña mayor le dijo algo sobre maltratos en casa?

El rostro de la mujer pasó de un color escarlata a una palidez blancuzca.

— ¡Si está pensando que les pegaban a los niños, está muy equivocado! Mi amiga y su esposo nunca le pondrían un dedo encima. Adoraban a esos niños —replicó enojada y altiva.

— No se moleste, es sólo una pregunta de rutina —explicó el hombre, tratando de calmar los ánimos—. Le dijo a la policía que el matrimonio no tenía problemas entre ellos ni con nadie.

La mujer asintió enérgicamente con la cabeza. El interrogatorio era frustrante, sin embargo, su instinto le decía que la mujer ocultaba algo.

— Alicia, la hija mayor...

— Sí, ¿qué pasa con ella? —lo interrumpió.

— ¿Ella fue la que encontró a sus hermanitos muertos?

— No... no. Fui yo. ¡Me volví loca de dolor! Y no dejé que se acercara. Estaba muy afectada, anote eso... ¿Sabe? Parecía en shock. Creo que no se daba cuenta de lo ocurrido y pedía ver a sus hermanitos. La Alicia los quería mucho. Los cuidaba como una gallina a sus pollitos. Es una niña muy responsable. Incluso mantenía la casa en el mejor estado que se pueda imaginar.

Aquel comentario apoyaba lo dicho por la vecina.

— Me dice que era la encargada de cuidar a sus hermanitos... ¿Usualmente no iba a hacer las compras con usted?

Dora Rivas se puso visiblemente nerviosa.

— No, pero algunas veces la llevaba.

— ¿Y dejaban a los niños solos toda la mañana?

— No, claro —replicó ruborizándose—. Suelo avisar a la vecina, para que les eche el ojo, pero pensé que nos tardaríamos una hora como mucho; pero fue más... Había mucha gente... Y... y la Alicia necesitaba algunas cositas... La llevé a comprar zapatillas. Su madre me lo había encargado hacía tiempo, ¿sabe?

Le hizo otras preguntas de rutina, tratando de tomarla desprevenida, por si lograba contradecirse en algo. No obstante, la mujer mantenía sus dichos. Al detective siempre le parecía que mentía e intentaba desviar la conversación cuando se nombraba a sus amigos o a sus hijos. Pensó que culparía a los vecinos, pero cuando le expuso la teoría de que la vecina era la persona que más oportunidades había tenido de hacerlo, se rió. Dijo que nunca la creería capaz de algo así. Era una mujer cariñosa e inofensiva, incapaz de hacerle algo a un niño. Incluso malcriaba a sus niños por no ponerle límites.

Cuando iba saliendo de la casa de Dora Rivas, el detective notó que en la esquina había un taller mecánico. Le preguntó a la mujer si allí había llevado su auto y ella le dijo que sí, que siempre lo llevaba allí. Luego, Dora entró a su casa y el hombre se dirigió a su auto. Lo puso en marcha y estaba pasando frente al taller mecánico cuando tuvo una súbita idea. No perdía nada averiguando si realmente había tenido una avería en el auto.

Secretos

Pronto Rocha estuvo frente al dueño del taller. Era un sujeto enorme, con unos brazos tres veces más grandes que los suyos. Consultó sobre un problema que tenía el auto de un amigo inexistente y dijo que Dora, su vecina, lo había recomendado. El mecánico se alegró, le dijo que conocía bien a la señora Rivas, que siempre les llevaba el auto.

— ¿Recuerda la última vez que se averió? —tanteó el detective, sin mucha esperanza.

— ¡Oh, sí! Lo recuerdo bien porque estaba muy nerviosa. Tenía que ir a algún lugar. Con Esteban, mi ayudante, estuvimos ocupados toda la mañana hasta que al fin lo arreglamos. Le dimos prioridad absoluta. Eso hacemos con nuestros clientes. Usted lo trae y nos hacemos cargo de sus problemas.

— ¿Toda la mañana? —indagó, perplejo, pasando por alto el comentario comercial.

— Sí, sí. Habremos terminado como a las doce y media... más o menos. Ese fue el único auto del día. Cerramos a la una.

El detective Rocha le dio las gracias por la información y le aseguró que traería el auto de su amigo al día siguiente...

El hombre estaba en shock. Toda la coartada de Dora Rivas se derrumbaba por completo ante sus ojos. Sin embargo, no entendía por qué había mentido. Aquella coartada con dos testigos la hubiera dejado tan bien parada como la anterior. Dora Rivas seguía descartada como sospechosa pero... ¡¿Por qué le mintió a la policía?! No tenía sentido.

Llamó a Ugarte para decirle lo que había descubierto. El hombre se sobresaltó y al principio tampoco comprendía nada... Habían comprobado con los tickets de compra su coartada, no obstante sólo había pedido que los enseñara, nunca se quedó con ellos. Lamentando su falta de atención, recordó que no había visto las fechas. Obviamente eran de otro día. De todos modos, al igual que su colega, no entendía por qué había mentido. Era una mentira sin sentido.

Cuando cayó la noche en el despacho, el detective Rocha se hallaba sumido en una oscuridad casi absoluta. No obstante, sus ideas parecían más claras. Había llegado a una conclusión. Este era un caso simple, tan simple que habían pasado por alto un detalle: la gente solía mentir. A veces las mentiras eran actos egoístas, cosas que el interrogado no quería que se supiera de él mismo. Secretos sucios. ¿Dora había realmente matado a esos niños poco antes de la una? ¿Por qué dejó viva a la mayor? Otras veces se mentía para proteger a alguien. Dora Rivas sabía la verdad. ¿Estaba encubriendo a alguien? Quizá su querida amiga, la madre de los niños, sí volvió a casa esa mañana. Sin embargo, la mujer no diría nada.

¿Alguien más sabría la verdad?... ¡Qué ciego había sido! Comprendió que a la mañana siguiente necesitaba volver a la casa de la familia del Valle. 

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