Capítulo 3:

Entrevistas

La casa vecina era un rancho de adobe muy parecido a su compañero. Al atravesar la cerca de madera de su entrada, recibieron a los detectives dos niños que correteaban a una gallina. A sus gritos acudió una mujer joven que lucía un delantal blanco, donde se estaba secando las manos. Era regordeta y de cabello castaño claro.

— ¡Basta! ¡Damián! ¡Julián! ¡Dejen a la gallina en paz! —En ese momento notó la presencia de los dos hombres.

La mujer descendió dos escalones y se dirigió hacia ellos con autoridad.

— ¿Si? ¿Venden algo? No tengo plata.

— No, no. Soy el detective Ugarte, de la policía. ¿No sé si se acuerda de mí, señora?

— ¡Oh! Sí, ahora lo recuerdo —replicó la mujer. Sus niños alborotaron entre su falda, hecho que provocó algunos gritos más y amenazas que, al parecer, nunca cumplía.

— Son unos diablillos y Julián grita más que un cerdito —rió contenta y luego añadió—: ¿Quieren pasar?

Se dirigieron dentro de la casa. Allí el caos era enorme. El lugar no estaba tan limpio como el que acababan de dejar, había juguetes rotos y ropa esparcidos por todos lados. Ugarte le presentó a su compañero a la dueña de casa y ambos le explicaron que venían por el caso de los niños asesinados en la casa de al lado. La expresión en el rostro de la mujer cambió por completo. La tristeza la invadió.

— ¡Fue una horrible tragedia! Los niños solían jugar con los míos. Eran amigos.

— ¿Podría contarnos todo lo que recuerda de ese día?

— Sí, sí... claro. Déjeme pensar... pasó hace largo. Me levanté temprano, Julián tenía una toz de los mil demonios y Carlos no dejaba de quejarse porque tenía que trabajar. Cuando se fue lo oí saludar al vecino, supongo que se largaba también en ese momento. Después... todo como siempre, nada raro.

— ¿Vio a alguien extraño ese día? —indagó Rocha y, recordando lo que había dicho más temprano la mujer, añadió—: ¿Algún vendedor?

— No.

— ¿Segura?

— Por cierto que sí.

— ¿Vio a los niños?

— Como dije antes a la poli, no vinieron a jugar. Eso fue raro. Los dos mayorcitos siempre venían, todos los días.

— ¿La niña de ocho y el niño de seis?

— No, no. Alicia nunca venía pa jugar. No podía, tenía muchos quehaceres. Su má dejaba a los más pequeños a su cuidado. Nunca salía de casa. Tampoco iba a la escuela, la dejó cuando su má empezó a trabajar. Pa ayudar... Era como yo a su edad pero más responsable. Tenía seis hermanitos que alimentar, la má trabajaba mucho —explicó la mujer, rebuscando recuerdos en su memoria. Luego sonrió—. La Alicia es una niña muy responsable... aunque muy triste.

— Una niña demasiado pequeña para tantas tareas —opinó Rocha.

La mujer se encogió de hombros, parecía un poco sorprendida por el comentario.

— Es así aquí... pero no se quejaba. Le gustaba ayudar —apuntó y luego, como retomando el hilo de otra pregunta, dijo—: Venían a jugar el Matías y el Nicolás. Pero ese día no. Ya le dije. Ese día no vinieron.

— Entonces ese día no vio a ninguno de los niños.

Negó con la cabeza.

— Cuando salí a colgar la ropa vi al Matías asomado a la ventana. Como a las diez y media, lo sé porque vi el reloj cuando entré. Estaba cocinando un pastel pa mi Carlos y no quería que se quemara —manifestó la joven mujer.

— ¿Cómo sabe que era Matías? —preguntó Rocha. Acababa de notar que estaban lejos como para que la mujer distinguiera desde allí con claridad a alguien dentro de la casa vecina.

— Lo supongo, pues. Por su pelo largo pensé que era la Alicia, pero ella no estaba esa mañana, así que debió de ser el niño mayor.

Ugarte apuntó que el niño mayor también tenía cabello largo, aclarando un poco mejor para su amigo los dichos de la mujer.

— ¿Vio algo más?

— No.

— ¿Tiene veneno para ratas? —preguntó Rocha inesperadamente.

La mujer se sobresaltó visiblemente y reaccionó mal, de manera agresiva.

— ¡Qué dice, hombre! Yo no les di veneno a unos pobres niños... No puedo creer que...

— Nadie insinúa que usted se los dio, señora. Sólo queremos saber si tiene veneno para ratas... Quizá le robaron un poco —intervino Ugarte, intentando calmarla.

— No... no... Nunca compré. Tenemos dos gatos.

Justo en ese momento, entró un hombre rollizo y bajo. Parecía mucho mayor que la mujer. Fue presentado como el esposo de esta y también fue indagado. No obstante, el señor Ortiz no tenía nada que decir. No se había enterado de lo ocurrido hasta esa noche, cuando volvió de un bar a donde había ido a pasar el tiempo con amigos luego del trabajo.

El sillón

El viaje de vuelta a la ciudad, al detective Rocha le pareció más corto. Su mente trabajaba sin descanso en dar una posible solución a los hechos ocurridos en la casa de la familia del Valle. Aquellos niños lo necesitaban. Tenía que encontrar a su asesino. Ugarte le proporcionaba detalles, quería saberlo todo, hasta lo más insignificante.

Cuando llegó a su minúsculo despacho y se sentó en su sillón, pudo trabajar más tranquilo. Sacó un anotador y escribió allí todo lo que había oído, visto o le había llamado la atención. El detalle más significante que chocaba contra sus principios era el hecho de que habían dejado solos a cuatro niños muy pequeños, durmiendo y durante toda una mañana. Incluso a un bebé de tres meses. Era una combinación peligrosa para cualquier tragedia doméstica, no obstante ¿lo era para un asesinato?

La idea dio vueltas por su cabeza un rato. ¿Quién mataría a niños inocentes? ¿Con qué motivo? Aquello lo llevó a tomar el bolígrafo de nuevo. Anotó:

-Sospechosos: la madre, el padre, la mujer de las compras, los dos vecinos, un desconocido.

-Motivos: la madre (agotamiento por los cuidados maternos). Sufría de depresión. El padre (problemas económicos). Ambos esposos parecía adorar a sus hijos.

La mujer de las compras (locura asesina). Poco probable, ¿por qué mataría a los pequeños y dejaría viva a la hija mayor? Sus vecinos (locura, motivo oculto) Lo mismo que antes. Demasiado arriesgado.

-Coartadas: la madre (firme), salió a las 5, 30 y volvió a su casa a las 13 de la tarde, aproximadamente. El padre (firme), salió a las 5, 40 y volvió a las 15 en punto. La mujer de los mandados (firme), salió con la niña mayor a las 8 de la mañana y volvió poco antes de las 13 de la tarde. Los vecinos: el hombre (firme), estuvo en el trabajo desde las 6 de la mañana hasta la noche. La mujer (débil), estuvo todo el día en casa.

-Tiempo: vieron a los niños por última vez a las 10, 30. Los encontraron muertos poco antes de las 13 horas.

El detective estuvo pensando en todos estos puntos. Descartó a la madre y al padre, porque sus coartadas eran impecables. También descartó a la mujer de los mandados, ya que según Ugarte había proporcionado tickets de compra con horarios. El vecino fue descartado, varios amigos y colegas del trabajo afirman que estuvo con ellos. La vecina era otro tema... era la única persona que podría haber cometido el asesinato con tiempo suficiente como para limpiar sus huellas... Sin embargo, ¿por qué lo haría? No parecía tener algún problema psiquiátrico. Ella tenía dos hijos que evidentemente adoraba, ¿por qué motivo mataría los ajenos? Faltaba un motivo evidente...

El otro hecho que descartó fue la presencia de un desconocido. Ugarte le había dicho que entrevistaron a toda la gente de por allí y ninguno recordaba a un desconocido deambulando por aquellos andurriales. Además, estaba el perro. Este hubiera hecho un escándalo bastante grande como para que su vecina y sus niños se dieran cuenta de que algo pasaba, sin embargo no fue así.

La falta de pruebas era otro motivo que le daba dolor de cabeza, tampoco habían encontrado rastros del veneno en ningún lado. Era como si los niños se hubieran dormido y jamás hubieran despertado... No obstante, había veneno en sus sistemas.

No tenía sospechosos, ni motivos claros, ni problemas con el tiempo, parecía como si todos fueran inocentes... ¿Lo eran?

Cuando habló más tarde con Ugarte llegaron a la conclusión de que se habían topado con la pared de un callejón sin salida. Rocha había llegado a la misma conclusión que la policía. Aquello representaba una dura derrota para el detective privado que le gustaba jactarse en su interior de su eficiencia como descubridor de misterios ocultos...

Pasaron dos semanas y cada vez se sentía más derrotado. Recordaba cada cosa que le habían dicho como un disco rayado. Cada vez que se sentaba en el sillón de su despacho entraba en trance, sin embargo no podía encontrar la pieza del rompecabezas que faltaba para aclarar aquel caso. Estaba seguro de que algo había pasado por alto. La única persona que no había entrevistado había sido a Dora, la mujer de los mandados. No le pareció relevante, con la excepción de que había salvado a la niña mayor al llevársela con ella. No obstante, en ese momento le causaba cierta inquietud. Tenía que hacerlo.

Tomó el celular y marcó el número de Ugarte.

— ¿Si?

Ni siquiera se presentó sino que comenzó a indagar a su colega de inmediato.

— ¿Qué saben de Dora, la mujer que hacía los mandados a la familia del Valle?

— ¿Qué quieres saber de ella?

— Todo... ¿Si es soltera, casada, con algún amante? ¿Antecedentes? Cualquier cosa que sepas.

— Es una mujer de unos 45 años, sin antecedentes. Soltera y sin pareja. Nunca fue amante del señor del Valle, si es eso en lo que piensas...

— Qué más.

— Vive en la ciudad y conoce a la familia del Valle desde hace unos diez años. Le tienen mucha confianza y cariño. Amiga íntima de la señora del Valle. Quiere a los niños como si fueran suyos... Lloraba desconsoladamente cuando llegamos. Estaba en un estado de histeria peor que el de la madre. Abrazaba a la niña y no la soltó en todo el tiempo. No quería que entrara a la casa ni que la interrogáramos...

— Un momento... ¿Nadie interrogó a la niña mayor?

— No, no lo encontramos necesario ya que había estado todo el tiempo junto a la mujer. Además que estaba callada, como en shock. No queríamos traumatizarla más.

— Bien... Y supongo que averiguaron todo lo posible sobre esa mujer. Podría saber las cosas más íntimas de aquella familia.

— Sí, pero no dijo nada que no supiéramos. No había problemas en la pareja, ni amantes, ni enemigos que planearan una venganza y que ella pudiera conocer. No había problemas mentales en la familia, con excepción de la depresión que sufría la señora del Valle. Algo que dijo que nunca antes le había pasado. Sin embargo, iba al médico con regularidad y tomaba la medicación para tratarlo. Tampoco problemas de adicciones. Era una familia normal.

— Problemas mentales —susurró el detective Rocha como para sí mismo, luego agregó—: ¿Intentó justificar la depresión de su amiga?

— Ahora que lo mencionas... sí. Fue extraño, sin embargo, ella nunca podría haber sido.

— Lo sé... Me gustaría hablar con aquella mujer.

— ¿Sospechas de ella?

— No sé qué pensar... Podría haberlo hecho poco antes de llegar su amiga y haber fingido todo lo demás...

— Sería muy buena actriz, entonces... parecía muy afectada —opinó el detective Ugarte—. Además, ¿por qué dejaría viva a la niña mayor? Sería su único testigo.

— De todos modos, quiero hablar con ella. ¿Tienes su dirección?

Ugarte le proporcionóel número y la calle que deseaba y, luego de prepararse para salir, fue enbúsqueda de Dora.  

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