II
RAÍCES
El argot es la lengua de los tenebrosos.
El pensamiento se conmueve en sus más sombrías profundidades: la filosofía social se sumerge en las meditaciones más dolorosas en presencia de este enigmático dialecto, a un mismo tiempo humillado y rebelde.
Allí es donde se encuentra el castigo visible. Cada sílaba tiene una significación marcada.
Las palabras de la lengua vulgar se presentan en el argot como contraídas y retorcidas por el hierro enrojecido del verdugo; y algunas parece que están humeando aún. Tal frase produce el mismo efecto que la marca de la flor de lis de un ladrón, a quien se desnuda de repente. La idea se opone siempre a dejarse expresar por esos sustantivos perseguidos por la justicia. La metáfora es algunas veces tan descarada, que se conoce que ha estado en la argolla.
Por lo demás, y a pesar de todo esto, y aun a causa de todo esto, esa jerga extraña tiene de derecho su habitación en el gran estante imparcial, en que hay un sitio para el ochavo oxidado como para la medalla de oro, y que se llama literatura. El argot, quiérase o no se quiera, tiene su sintaxis y su poesía: es una lengua; y si en la deformidad de ciertos vocablos se conoce que ha sido mascullada por Mandrin, en el esplendor de ciertas metonimias se descubre que la ha hablado Villon.
El siguiente verso, tan exquisito y tan célebre:
¿Do están las nieves de antaño?
es un verso de argot. «Antaño» —ante annum— es una palabra del argot de Túnez, que significaba el año pasado, y por extensión en otro tiempo. Hace treinta y cinco años aún podía leerse, en la época de la salida de la gran cadena de 1827, en uno de los calabozos de Bicêtre, esta máxima grabada con un clavo en la pared por un rey de Túnez, condenado a galeras: O challt al antaño chalaban «siempre» por a bar de Coësre. Lo que quiere decir: «Los reyes de otro tiempo iban siempre a hacerse consagrar». Para aquel rey, la consagración era el presidio.
La palabra décarede, que significa la partida de un carruaje pesado al galope, se atribuye a Villon, y es digna de él. Esta palabra, que echa fuego por las cuatro patas, resume en una onomatopeya magistral el admirable verso de Lafontaine:
Tiraban de un «coche» seis fuertes caballos.
Bajo el punto de vista puramente literario, pocos estudios serán más curiosos y más fecundos que el del argot. Es una lengua dentro de la lengua común; una especie de excrecencia enfermiza; un injerto malsano que ha producido una vegetación; una parásita que tiene sus raíces en el viejo tronco-galo, y cuyo siniestro follaje se arrastra por un lado de la lengua. Esto es lo que podría llamarse el primer aspecto, el aspecto vulgar del argot. Mas para los que estudian la lengua como deben estudiarla, es decir, como los geólogos estudian la Tierra, el argot se presenta como un verdadero aluvión. Según que se ahonda más o menos, se encuentra en el argot por bajo del antiguo francés popular, el provenzal, el español, el italiano, el levantino, esa lengua de los puertos del Mediterráneo, el inglés y el alemán, el romance en sus tres variedades, el romance francés, el romance italiano, el romance romano, el latín y, en fin, el vasco y el celta. Formación extraña y oscura. Edificio subterráneo construido en común por todos los miserables. Cada raza maldita ha formado una capa, cada padecimiento ha dejado caer una piedra, cada corazón ha dado un guijarro. Una multitud de almas criminales, bajas o irritadas que han atravesado la vida, y han ido a desvanecerse en la eternidad, están allí casi completas, y en cierto modo visibles, aun bajo la forma de una palabra monstruosa.
¿Se quieren voces españolas? El antiguo argot gótico las tiene en abundancia. Ahí están boffete, que viene de bofetón; vantane, después vanterne, que viene de ventana; gat, que viene de gato; acite, que viene de aceite. ¿Se quieren voces italianas? Spade, que viene de spada; carvel, barco, que viene de caravella. ¿Se quieren inglesas? Bichot, obispo, que viene de bishop; raille, espía, que viene de rascal, rascalion, pillo; pilche, estuche, que viene de pilcher, vaina. ¿Se quieren alemanas? Caleur, mozo, de keller; hers, amo, de herzog, duque. ¿Se quieren latinas? Frangir, romper, de frangere; affurer, robar, de fur; cadene, cadena, de catena. Hay una palabra que reaparece en todas las lenguas del continente con una especie de poder y autoridad misteriosa, la palabra magnas. Escocia ha sacado de ella mac, con que designa el jefe del Clan, Mac-Farlane, Mac-Callummore, el gran Farlane, el gran Callummore; el argot ha sacado meck, y después meg, es decir, Dios. ¿Se quieren voces vascongadas? Gahisto, el diablo, que viene de gaiztoa, malo; sorgabon, buenas noches, que viene de gabon, buenas noches. ¿Se quieren celtas? Blavin, pañuelo, que viene de blavet, agua que corre; menesse, mujer (en mal sentido), que viene de meinec, lleno de piedras; barant, arroyo, de baranton, fuente; goffeur, cerrajero, de goff, herrero; guedouze, muerte, de guennu-du, blanco negro. ¿Se quiere, en fin, la historia? El argot llama a los escudos molieses, en recuerdo de la moneda que corría en las galeras de Malta.
Además de los orígenes filológicos que acabamos de indicar, el argot tiene otras raíces más naturales aún, y que salen, por decirlo así, del mismo espíritu del hombre.
En primer lugar, hay que notar la creación directa de las palabras, que constituye el misterio de las lenguas. Pintar con palabras que tienen figura, aunque no se sepa cómo ni por qué, es el fondo primitivo de toda lengua humana; es lo que podría llamarse el granito de su construcción. El argot abunda en palabras de este género, palabras inmediatas, hechas de una pieza, no se sabe cómo ni por qué, sin etimología, sin analogía, sin derivados; palabras solitarias, bárbaras, repugnantes algunas veces, que tienen una singular fuerza de expresión, y que viven. El verdugo, el taule; el bosque, el sabrl; el miedo, la fuga, taf; el lacayo, el carbin; el general, el prefecto, el ministro, pharos; el diablo, rabouin. Nada es más extraño que estas palabras que disfrazan y presentan la idea. Algunas, como el rabouin, son al mismo tiempo grotescas y terribles, y producen el efecto de un gesto ciclópeo.
En segundo lugar, viene la metáfora; porque lo más propio de una lengua que quiere decirlo todo y ocultarlo todo es la abundancia de figuras. La metáfora es un enigma en que se refugian el ladrón que medita un golpe y el preso que combina una evasión. No hay ningún idioma más metafórico que el argot. Trincar por el tronco, agarrar por el cuello; la nube, la capa; hacinar a uno, juzgarle; un ratón, un ladrón de pan; dardear, picar, llover, figura antigua y asombrosa, que lleva su fecha en sí misma, y asimila tras largas líneas oblicuas de la lluvia a las picas espesas e inclinadas de los lansquenetes, y que contiene en una sola palabra la metonimia popular: «llueven chuzos». Algunas veces, a medida que el argot pasa de la primera época a la segunda, las palabras pasan del estado salvaje y primitivo al sentido metafórico.
El diablo, cesa de ser el rabouin, y se convierte en el panadero, el que anda en el horno. Esta significación es más ingeniosa, pero menos grande; es una cosa, como Racine después de Corneille; como Eurípides después de Esquilo.
Ciertas frases del argot que corresponden a las dos épocas, y tienen a la vez el carácter bárbaro y metafórico, parecen un efecto fantasmagórico. Los muraos van a chorar queles a la luna (los ladrones van a robar caballos por la noche). Esto pasa por la mente como un grupo de espectros: no se sabe lo que se ve.
En tercer lugar, tenemos la modificación. El argot vive de la lengua, y la usa a su capricho; la emplea al acaso, y se limita muchas veces, cuando tiene necesidad, a desnaturalizarla sumaria y gravemente. A veces con las palabras usuales así transformadas, y complicadas con palabras de argot puro, compone locuciones pintorescas, en que se descubre la mezcla de los dos elementos precedentes, la creación directa y la metáfora:
Del estaripen me sacan
a caballito en un quel,
por toda la polvorosa
zurrándome el barandel.
El forio, es un jilí; la foria, es garticha, y la dugida juncal; el ciudadano es tonto, la ciudadana es astuta, la hija es bonita. Muchas veces, con objeto de hacer perder la pista a los que escuchen, el argot se limita a añadir indistintamente a todas las palabras de la lengua una especie de cola innoble, una terminación o una anteposición en cuti o en di. Por ejemplo: ¿Tite tipatiretice tibien tiestecuti guitisatidoti? (¿Te parece bueno este guisado?) frase dirigida por Cartouche a un carcelero para saber si le convenía la cantidad ofrecida por la evasión. Más recientemente se ha añadido la terminación en mar.
El argot, siendo el lenguaje de la corrupción, se corrompe muy pronto: además, como trata siempre de ocultarse, así que se ve comprendido, se transforma. Al contrario de que sucede en toda vegetación, en el argot, el rayo de luz mata lo que toca. Así, el argot va descomponiéndose y recomponiéndose sin cesar; trabajo rápido y oscuro que no se detiene nunca. El argot camina más en diez años, que la lengua en diez siglos. Así, el larton se convierte en lartif; el gail en gaye; la fertanche en fertille; el momignard en el momacque; los siques en frusques; la chique en égrugeoir; el colabre en colas. El diablo es primero gahisto, después el rabouin, después el panadero; el sacerdote es el ratichon, después el jabalí; el puñal es el veintidós, después el surin, después el tingre; los polizontes son railles, después roussins, después rousses, después comerciantes de lazos, después coqueurs, después cognes; el verdugo es el taule, después Carlitos, después el buchí, después el cojuelo. En el siglo XVII, reñir es darse para tabaco; en el XIX es darse de mojadas. Veinte locuciones distintas han pasado entre estos dos extremos. Cartouche hablaría en griego para Lacenaire. Todas las palabras de esta lengua están perpetuamente en fuga como los hombres que las pronuncian.
Sin embargo, de tiempo en tiempo, y a causa de este mismo movimiento, reaparece el antiguo argot y se hace nuevo. Tiene sus capitales donde se conserva. El Temple conservaba el argot del siglo XVII; Bicêtre, cuando era cárcel, conservaba el argot de Túnez; allí se oía la antigua terminación en anche de los antiguos tunecinos. Bebeanches, tú bebes; creyanche, él cree. Pero no por esto es menos ley el movimiento perpetuo.
Si el filósofo, para observarla, llega a fijar por un momento esta lengua, que se evapora sin cesar, cae en dolorosas y útiles meditaciones. Ningún estudio es más eficaz y más fecundo en enseñanzas. No hay una metáfora, ni una etimología del argot que no contenga una lección. Entre esos hombres golpear quiere decir hender; la astucia es su fuerza.
Para ellos, la idea del hombre no se separa de la idea de la sombra. La noche se dice la sorgue, el hombre el orgue. El hombre es un derivado de la noche.
Se han acostumbrado a considerar la sociedad como una atmósfera que les mata, como una fuerza fatal; y hablan de su libertad como hablarían de su salud. Un hombre preso es un enfermo; un hombre condenado es un muerto.
Lo más terrible para el encarcelado, en las cuatro paredes de piedra que le sepultan, es una especie de castidad glacial; al calabozo le llama el casto. En ese lugar fúnebre, la vida exterior se presenta siempre bajo el más grato aspecto; el preso tiene grilletes en los pies. ¿Creéis acaso que piensa en que se anda con los pies? No. Piensa en que se baila con los pies: así en el momento en que consigue limar los grilletes, su primera idea es que puede bailar, y llama a la lima la bailadora. Un nombre es un centro, profunda asimilación. El bandido tiene dos cabezas; la una que razona sus acciones, y le guía toda su vida; la otra, que tiene sobre sus hombros el día de su muerte: llama a la cabeza que le aconseja el crimen, la sorbona, y a la cabeza que expía, el troncho. Cuando un hombre no tiene más que harapos sobre el cuerpo, y vicios en el corazón; cuando ha llegado a esa doble degradación material y moral que caracteriza en sus dos acepciones la palabra miserable, es lo más propio para el crimen; es como un cuchillo bien afilado: tiene dos filos, su miseria y su maldad; así el argot no dice un «miserable»; dice un choré. ¿Qué es el presidio? Un brasero de condenación, un infierno. El forzado se llama un sarmiento. En fin, ¿qué nombre dan los malhechores a la cárcel? El colegio.
Todo un sistema penitenciario puede salir de esta palabra.
¿Se quiere saber de dónde han salido la mayor parte de las canciones del presidio, esos estribillos, llamados en el vocabulario especial las lirlonfas? Pues oíd:
Había en el Châtelet de París un subterráneo muy grande, que estaba ocho pies más bajo que el nivel del Sena. No tenía, ni ventanas, ni respiraderos; la única abertura era la puerta. Los hombres podían entrar allí, el aire no. Esta cueva tenía por techo una bóveda de piedra, y por suelo diez pulgadas de fango. Había sido enlosada; pero el enlosado se había podrido y abierto con el agua rezumada. A ocho pies por encima del suelo, una larga y gruesa viga atravesaba el subterráneo de parte a parte; y de esta viga caían, de distancia en distancia, cadenas de tres pies de longitud, en cuyo extremo había una argolla. En aquella cueva se encerraba a los condenados a galeras, hasta que salían para Tolón.
Se les llevaba hasta ponerlos debajo de la viga, donde a cada uno esperaba una cadena oscilando en las tinieblas. Las caconas, es decir, los brazos colgando, y las argollas, es decir las manos abiertas, cogían a aquellos miserables por el cuello. Se remachaba el hierro, y se los dejaba allí. La cadena era demasiado corta, y no podían echarse; permanecían inmóviles en la cueva, en aquella oscuridad, bajo aquella viga, casi colgados, haciendo esfuerzos inauditos para alcanzar el pan o el cántaro, con la bóveda sobre la cabeza y el lodo hasta media pierna; corriendo sus excrementos por sus muslos, rendidos de fatiga, doblándose por las caderas y por las rodillas, agarrándose con las manos a la cadena para descansar, sin poder dormir más que de pie, despertándose a cada instante porque les ahogaba la argolla: algunos no volvían a despertar. Para comer, subían con el talón a lo largo de la pierna hasta la mano el pan que se les arrojaba en el lodo. ¿Y cuánto tiempo estaban así? Un mes, dos meses, seis meses; uno estuvo un año. Aquello era la antecámara de las galeras; y se entraba allí por haber robado una liebre al rey. ¿Y qué hacían en aquel sepulcro-infierno? Lo que se puede hacer en un sepulcro, agonizaban; y lo que se puede hacer en un infierno, cantaban; porque cuando ya no queda esperanza, queda aún el canto.
En las aguas de Malta, cuando una galera se aproximaba, oíase el canto antes que los remos. El pobre cazador furtivo Survincent, que había estado en el subterráneo del Châtelet, decía: «Las rimas me han sostenido». Inutilidad de la poesía. ¿Para qué sirve la rima? En aquel subterráneo nacieron casi todas las canciones del argot. Del calabozo del gran Châtelet de París salió el melancólico mote de la galera de Montgomery: Timalumisen timalumison. La mayor parte de estas canciones son lúgubres; algunas son alegres; una es tierna:
Aquí ves el teatro
Del dios vendado.
Por más que se haga, nunca se podrá borrar del corazón del hombre el amor.
En ese mundo de acciones sombrías se guarda el secreto. El secreto es de todos; el secreto para esos miserables es la unidad que sirve de base a la unión. Romperle, es arrancar a cada miembro de esta comunidad terrible alguna cosa de sí mismo. Denunciar en el enérgico lenguaje del argot es: Comer el pedazo. Como si el denunciador se llevase un poco de la sustancia de todos, y se alimentase con un trozo de carne de cada uno.
¿Qué es recibir un bofetón? La metáfora responde: Es ver las estrellas. Aquí interviene el argot; y dice: candelillas, humazo; y el lenguaje usual francés da al bofetón (soufflet) por sinónimo humazo (camouflet). Así, por una especie de penetración de abajo arriba, la metáfora, esa trayectoria incalculable, hace subir al argot desde la caverna a la academia. Poulaillier, diciendo Enciendo mi candela (camouflet), hace escribir a Voltaire: Langleviel La Beaumelle merece cien bofetones (camouflets).
Las investigaciones sobre el argot traen un descubrimiento a cada paso. El estudio profundo de este extraño idioma nos lleva al misterioso punto de intersección de la sociedad regular con la sociedad maldita.
El ladrón tiene también su carne de cañón, la materia robable, vosotros, yo, cualquiera que pasa; el pantre (pan, todo el mundo).
El argot es el verbo hecho presidiario.
Y realmente asusta que el principio pensante del hombre pueda ser llevado tan abajo, y arrastrado y oprimido allí por las oscuras tiranías de la fatalidad; que pueda estar sujeto por desconocidos vínculos en ese precipicio.
¡Oh, pobre pensamiento de los miserables!
¡Ah! ¿No acudirá nadie al socorro del alma humana que yace en esa sombra? ¿Será su destino esperar en ella para siempre el espíritu, el libertador, el inmenso jinete de los pegasos y de los hipogrifos, el soldado de color de aurora, que desciende del azul entre dos alas, el radiante caballero del porvenir? ¿Llamará siempre en vano a su auxilio la lanza de luz del ideal? ¿Está condenada a oír llegar espantosamente en el espesor del abismo al Mal, y a entrever cada vez más cerca, bajo las aguas repugnantes, esa cabeza de dragón, esa boca arrojando espuma, esa ondulación serpenteante de garras, de hinchazones y de anillos? ¿Será preciso que viva allí sin un resplandor, sin esperanza, entregada a esa aproximación formidable y vagamente sentida del monstruo, temblorosa, con el cabello suelto, retorciéndose los brazos, encadenada para siempre a la roca de la noche, sombría Andrómeda, pálida y desnuda en las tinieblas?
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