Un Par de Locos

El muchacho que había llegado a la cafetería sin anunciarse correctamente, fue guiado de forma repentina por un joven de cabello largo y sedoso hacia una mesa vacía. Y aunque no le ofreció carta, si le nombró una serie de cosas para beber mientras esperaba sentado. O eso pretendió.

    — Buenos días, tardes, noches —habló el mozo—. Mi nombre es Shiryu. ¿Qué le gustaría servirse ahora? ¿Té o café; café o té? ¿Leche con chocolate; café con leche; un manjar? ¿Agua tal vez?

Mareado por la rapidez con la que el camarero del restaurante le dictaba las opciones, Seiya atinó a responder con cierta duda en su pedido:

    — Un técito, supongo.

    — Está bien —El muchacho anotó en su libreta y gritó—: ¡Una piscola* a la mesa tres!

    — ¡¿Una qué?! Pero si yo pedí...

    — ¡Bienvenido a Peor es Nada! Mi nombre es Ichi, por favor, disfrute de su trago y del show.

    — ¡¿Show?! ¡¿Trago?! Qué carajo pasa, no entiendo nada.

Las luces del recinto fueron apagadas repentinamente dejando un solo foco encendido, el cual apuntaba hacia un gigantesco escenario de cortinas rojas aterciopeladas del que no se había percatado al ingresar. La música de una orquesta clásica retumbó con fuerza en el local, y una melodía de la obra "El Lago de los Cisnes" se hizo escuchar cuando un chico de cabellera rubia en mallas salió desde atrás de las cortinas para bailar.

Seiya —agobiado por la información que su cerebro intentaba procesar sin éxito— bebió de la piscola sin titubear hasta el fondo, logrando provocar un mareo para nada placentero y un gas sonoro que salió desde lo más profundo de su estómago hacia el exterior por la boca, aunque éste no consiguió llamar la atención de nadie para su gran alivio.

Intentó levantarse de su puesto para salir de ese extraño lugar antes de que algo más sucediese. Sin embargo, y en plena maniobra, fue atrapado por un grupo de bailarinas de ballet que se adentraban en el recinto rumbo al escenario bajo la expectante mirada de las personas presentes. Y de pronto, en medio de la bulla de los aplausos y de la música, Seiya se vio arriba del bendito escenario siendo parte de un show del que jamás había sido testigo y mucho menos partícipe.

Los danzarines ejecutaban extravagantes pasos al ritmo de las contagiosas melodías, moviéndose con agilidad de izquierda a derecha y viceversa, mientras el joven intentaba huir de aquel revoltijo de gentes en trajes ajustados, lujosos y elegantes.

No obstante, nada salió como él lo esperaba, puesto a que fue sostenido por muchas personas que le hicieron girar sin piedad y volar por los aires hasta casi obligarlo a devolver —involuntariamente— el alcohol que se hallaba digiriéndose en su sistema. Y de repente, cayó en brazos del protagonista de la obra, quien le miró sorprendido y curioso.

    — ¿Acaso tú eres mi Odeth? —le preguntó incrédulo.

    — ¿Quién chingados es Odeth? —Seiya estaba molesto e intentó una vez más huir—. Suéltame, todos están locos en este lugar.

    — Yo estoy loco por ti, mi bello... ¿Cisne rojo?

    — No manches, estás demente, rubio.

El muchacho al fin logró zafarse del agarre del bailarín al propinarle un golpe en los brazos. El joven rubio le gritó varias veces a mitad del acto, para así evitar que siguiera corriendo ante la atenta mirada de los espectadores que lloraban emocionados por la desgarradora escena al creerla parte de la obra escénica.

Seiya se abrió paso entre las mesas en dirección a la salida, y el protagonista de la obra se lanzó de rodillas al suelo con actitud dramática, alzando los brazos hacia el cielo y llevando sus manos hacia su pecho en gesto de dolor. Entonces gritó con amargura antes de que las cortinas se cerrasen para concluir el aparente acto final:

    — ¡Odeth! ¡Vuelve a mí!

  🎭  

Media hora más tarde, el niño de 13 años se encontraba definitivamente perdido y sin consuelo alguno de personas amigables que pudieran al menos darle unas indicaciones, pues estaba caminando sin dirección definida en mitad de un jardín gigante en extensión y proporciones. Las flores, rocas y plantas parecían ser del triple de su estatura "normal", por lo que el cielo en verdad le parecía estar demasiado lejos de su alcance. Y era mejor no mencionar a los posibles bichos que allí podrían estar habitando.

El sólo hecho de pensar en aquello último lograba erizarle la piel sin problemas. No quería toparse por nada del mundo con arañas, cucarachas, mariquitas, orugas u otros insectos en su ya de por sí accidentado camino. Le rezaba a todas las deidades del amparo que conocía por un poco de misericordia hacia su menudo e insignificante ser incomprendido.

Del otro lado y escondidos en el paisaje, un par de ojos verdes muy atentos seguían su indeciso andar. De sus labios salía abundante humo blanco que alcanzó al muchacho haciéndole toser.

    — Oye, tú.

Le llamó y Seiya volteó en dirección a la voz profunda, cuyo dueño se perdía en medio del espeso humo.

    — ¿Yo? —preguntó aturdido.

    — Sí, tú. El chiquillo que camina desorientado.

El nombrado se acercó dudoso hacia el aparente hombre que intentaba entablar una conversación con él. Al principio no logró distinguir nada, pero cuando el humo se disipó, vio a un hombre en apariencia joven de melena larga y azul índigo, que sentado sobre una gran seta fumaba de un narguile con tranquilidad.

    — ¿Qué pasa conmigo? —Volvió a preguntar el niño.

    — ¿A dónde vas?

    — Yo... No lo sé, señor. ¿Podría...?

    — ¿No sabes? ¿Y por qué caminas si no sabes hacia dónde ir? Deberías esperar a que alguien venga a buscarte, o si no te perderás aun más.

    — ¿No recomiendan acaso caminar siempre?

    — Depende de la situación. Caminar así por aquí es una mala señal. Dime, ¿quién eres? ¿De dónde vienes?

    — No estoy seguro, señor. Ahora no sé si me llamo Seiya u Odeth —comentó con un toque de fastidio.

    — ¡¿No estás seguro?! ¿Qué clase de hombre eres tú, Seideth?

    — ¡No soy un hombre! Soy un niño inocente, y estoy vagando en este mundo de mierda por culpa de un estúpido conejo al que intenté perseguir. ¡Lo único que quiero es encontrarlo para que me ayude a regresar de una vez a casa!

    — ¿Conejo dices? ¿Niño? Un niño como tú no habría tomado una piscola del modo en que lo hiciste.

Seiya quedó perplejo; vaya dato perturbador. No se atrevió a preguntar el porqué ese hombre desconocido tenía conocimientos de ese insignificante detalle por miedo a recibir una respuesta que realmente le atemorizara. ¿Y si lo estaban siguiendo para secuestrarlo y vender sus órganos?

    — Escucha bien la pregunta, niñato. ¿Quién eres tú?

    — ¡No, usted escúcheme a mí! La verdadera pregunta es: ¡¿Quién es usted?!

    — ¿Quién soy yo? —El hombre de cabellera azul pareció desorientarse con la pregunta del muchacho—. Yo soy quien deseo ser cuando deseo serlo.

    — ¿Ah?

    — A veces soy y a veces no soy, pero yo tengo esa libertad y tú no.

    — ¿Y por qué? ¡Eso es injusto!

    — Injusto es dejarle a un niño ser algo que evidentemente no es. Eso es una ilusión, y tú un hombre no eres. No puedes cuestionarme eso, y no es algo de tu incumbencia el que yo sea o no sea. No estás a mi altura para hacerlo.

Seiya comenzó a impacientarse con la prepotencia del hombre que, hasta hacía unos minutos, había actuado con relativa calma. No obstante, en medio de su molestia notó que algo extraño comenzaba a sucederle, pues un lado de su cabellera empezó a tornarse de un color tan blanco como lo era el humo que salía de su boca con insistencia.

    — ¡¿Altura?! —arremetió Seiya con inseguridad—. ¡Yo debería medir un metro y algo, no unos centímetros! Además, usted ni me ha dicho su nombre, sólo se dedica a fumar como un pinche vicioso y a mirarme con desdicha desde arriba de la seta.

    — Correcto, pendejo, la seta es la respuesta. Un lado te hace grande y el otro diminuto como una oruga. Es cuestión tuya saber ahora cuál lado es qué cosa.

Y sin más frases que añadir, el hombre de cabellera blanca desapareció ofuscado en medio del humo dejando a Seiya totalmente mudo y petrificado en su lugar. No comprendió absolutamente nada, pero a pesar de lo ocurrido instantes atrás, Seiya siguió las palabras del otro con decisión y probó de ambos lados de la seta para poder salir pronto de ese espantoso sitio.

Tal y como lo dijo el desconocido, un lado le hizo más pequeño aún y el otro le hizo crecer hasta su tamaño "real", aunque el mayor olvidó darle la advertencia de que aquella seta podría provocarle un par de alucinaciones de proporciones galácticas.

🐛

Caminando con una sospechosa sonrisa de felicidad y con un preocupante sentido del equilibrio, el niño llegó hasta un sector del bosque donde el camino se dividía en muchos senderos. Pensó inútilmente cuál de todos debía seguir, y se sentó en medio del lugar para iniciar un canto desafinado lleno de alegría, olvidándose por un rato del objetivo principal de su breve descanso, hasta que frente a sus ojos se materializó otra alucinación cósmica que le hizo parar de golpe su incesante tararear.

Una sonrisa amplia y socarrona apareció de la nada en plena oscuridad sin un dueño visible, al tiempo en que ésta también iniciaba su propio canto risueño, logrando despertar por fin de los efectos siderales de la seta al muchacho turbado.

Éste se incorporó asustado para buscar al responsable de tal cantar, pese a que lo tenía, aparentemente, frente a él.

    — ¿A dónde vas, chiquillo despistado? —le preguntó la sonrisa del nuevo desconocido.

    — Lo ignoro... Yo también quisiera saber hacia dónde voy.

Otro hombre de cabellos cortos y rubios se dejó ver cuando el niño le respondió. Entonces vio que su figura no era del todo humana, sino que tenía rasgos felinos como las orejas, la cola esponjada, los colmillos y las pupilas afiladas, y hasta unos bigotes largos y elegantes.

    — Lo sé, es perturbador —le sonrió al joven.

    — Oye, ¿acaso eres un hombre o...?

    — Para nada, me estás ofendiendo. No me confundas con los humanos idiotas. Yo soy el gato Aioria, un ser superior por supuesto. Ahora dime, ¿necesitas ayuda?

    — Oh, madre mía. ¡Al fin alguien medio cuerdo! —exclamó con regocijo—. Sí, necesito saber hacia dónde se fue el conejo blanco.

    — ¿El conejo blanco dices? Puede que se haya ido por allá —Apuntó hacia la izquierda y Seiya estuvo a punto de emprender el rumbo en esa dirección cuando el hombre-gato prosiguió—; o puede que haya ido por allá. O por allí, o...

    — ¡No, no, no! Necesito saber en serio hacia dónde fue. ¡Tengo prisa!

    — ¡Tranquilo, apurón! —respondió con sorna—. Da lo mismo qué camino tomes, todos llevan a lugares similares. En todos te toparás con un par de locos, pero será milagro hallar al conejo que buscas. Si quieres indicaciones más específicas es mejor que vayas por allí. A veces los locos más locos son los dueños de la verdad...

El muchacho se desesperó otro poco ante los acertijos sin sentido que oía, aunque tomó en cuenta las "indicaciones" del hombre-gato, quien desapareció de su vista al son de la melodía que entonó en un principio.

¡Es que nada tenía sentido en realidad!

Del otro lado de la senda vio aparecer una casa pintoresca con un patio realmente llamativo. En éste había una mesa muy larga que estaba lista y dispuesta para una aparente merienda con muchos invitados, ya que en ella se hallaban un sinnúmero de tazas de té y alimentos típicos para una deliciosa y reparadora cena de media tarde.

El chiquillo sintió su estómago rugir con ganas cuando percibió los dulces olores de la comida, por lo que se aproximó hacia ese jardín sin cuidado alguno. Entonces notó la presencia de tres personas: dos hombres de apariencia joven y un niño que dormía con descaro sobre los platos vacíos frente a su puesto.

"Estos han de ser los locos que mencionó Aioria" pensó y dudó por un segundo, pero tarde fue para él cuando los hombres que allí estaban le vieron llegar sin avisar. Y más fue la sorpresa de éstos cuando Seiya sin pedir permiso se sentó en una de las tantas sillas desocupadas que componían la mesa.

    — ¡No hay espacio! —le habló el hombre de cabellera lila—. ¿No ves que están ocupadas?

    — ¡¿Cómo?! ¡Pero si ustedes son solamente tres y aquí hay asientos para veinte personas!

    — Catorce en realidad —dijo el otro hombre de melena larga y rubia, cuyos ojos permanecían cerrados desde que le vio.

Seiya evitó los comentarios innecesarios y observó con más atención a las tres personas que se hallaban en ese lugar, frente a sus ojos. Tenían un aspecto muy extraño, pues sus vestimentas poco o casi nada tenían que ver con el ambiente tan aristócrata que se respiraba por cada rincón de esa casa y jardín. Pero los extraños tampoco se quedaban atrás, si bien aparentaban estar cada uno en su propio mundo, no dejaban de escrutarle de forma constante aunque fuese con la mente.

    — Y bien extranjero, ¿no piensas presentarte? Estás en una casa ajena, por si no lo has notado —inició el hombre de las cejas raras—. Y has interrumpido la hora del té.

    — ¡Inaceptable! —pronunció el niño dormido, quien se levantó de golpe moviendo todas las cosas de la mesa—. Vaya mierda de invitado.

    — ¡Kiki!

    — ¡Se-Seiya! Mi nombre es Seiya. ¿Ustedes son...?

    — Mū, el reparador de sombreros. Esta garrapata se llama Kiki, y él es...

    — Shaka, señor de la merienda, guardián de la etiqueta, las buenas costumbres y los modales. En mi casa nadie toma nada sin levantar el meñique —sentenció mientras abría sus ojos.

Los platos, tazas y pastelillos que estaban sobre la mesa se elevaron de manera misteriosa por los aires, dejando a Seiya bastante impactado ante la visión de las cosas que flotaban en cuan sesión de espiritismo, mientras Mū intentaba detener a Kiki por alguna razón que él no acababa de comprender del todo. Puesto a que el niño también se elevó junto a las cosas, y reía como quien había hecho una travesura memorable, parecía ser el único culpable del comportamiento irreal de los objetos.

Shaka se mantuvo sereno a pesar de la embarrada mágica que ocurría frente a sus parpados cerrados. La guerra sólo involucraba a un Kiki rebosando hiperactividad y a un Mū que —parado sobre la mesa— no podía controlar la situación.

Fue entonces cuando Seiya supo que ese día no tendría fin nunca jamás en la vida, a no ser que hallara de una vez por todas al "conejo blanco" que siguió hasta la madriguera un día en que simplemente debió quedarse con Marin.


*Piscola: Cóctel chileno hecho con pisco y una bebida gaseosa.

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