La Travesía ⚓

    — ¡Kanon!

    — ¡Épale, Grandulón! Las paredes oyen, y digamos que nuestra reputación no es la mejor.

    — Me importa un soberano pepino de mar —Aldebarán abrazó con fuerza desmedida al pirata—. ¡Han pasado demasiados años, hijo de puta! ¡Ya te estaba extrañando!

    — ¡Oye! Hay una niña presente.

    — Eso se puede arreglar... ¡María Luisa! Vete de aquí al tiro*. —La niña se puso de pie inmediatamente sin comprender lo que sucedía y salió corriendo del lugar—. Es una niñita muy obediente, ¿no crees?

    — Sí... Bueno, a lo que venía. ¡Sabía que podría encontrarte aquí sin problemas! Tú estilo de vida no ha cambiado mucho desde ese entonces.

    — La carpintería es buen oficio. Gracias por todo, amigo mío.

El muchacho de los cabellos azules sonrió, para después proseguir con su plan.

    — Aldebarán... —Kanon cambió su tono de voz y su expresión por una acorde a la situación—. Necesito de tu ayuda una vez más; la tripulación y yo necesitamos de muchas provisiones antes de zarpar a Tracia.

    — ¿Cambiaron el rumbo, Capitán? ¿Por qué razón?

    — Digamos que los vientos y las mareas no nos acompañaron. Además, hemos descubierto la verdadera ubicación de ese codiciado tesoro de Poseidón. Partiremos mañana por la mañana, y si los dioses lo quieren, llegaremos sin novedad al mediterráneo.

    — Tus dioses son muy caprichosos —comentó al cruzarse de brazos.

    — Hay que aprender a quererlos —bromeó el otro—. Un día te dan tronos y al otro te mandan a luchar contra el Kraken. Es algo hormonal.

    — Y dime, Kanon. ¿Has encontrado eso que tanto buscas?

El Capitán hizo memoria de todas las ocasiones en las que habían llegado a ese puerto por mera estrategia, y que estando bajo los efectos del alcohol, le había confesado a su gran amigo cosas que ni siquiera su tripulación sabía.

Eso de guardarse secretos entre camaradas era algo que iba en contra del Código Pirata, pero Kanon se paseaba los artículos de éste por donde se le daba la reverenda gana. Aun así se había mantenido por quince años en ese puesto, porque sus compañeros confiaban en él y en su imparable audacia a la hora de iniciar largas travesías y obtener riquísimos botines.

Aquella misión secreta guardada con recelo del resto, había sido motivo más que suficiente para que el Capitán se desvelase cien noches buscando respuestas y caminos, mientras escribía en su bitácora hasta alcanzar el no tan deseado calambre en sus dedos. Y el único que conocía parte de ésta historia era Aldebarán.

Finalmente, Kanon negó de forma pausada con su cabeza.

    — Estoy buscando algo que ni siquiera yo mismo sé lo que es con certeza —confesó y caminó firmemente hasta llegar a una pequeña silla, donde se sentó de forma desparramada—. Muchos creen que por eso he descuidado la búsqueda de ese maldito tesoro, pero no saben el cerebro que me he gastado tratando de hallarlo, resolviendo acertijos imbéciles, asesinando corsarios y marineros astutos, ¡rompiéndome los huesos una y otra vez!

    — Tranquilo, viejo, creo que estás un poco estresado. —Kanon le dirigió una mirada intimidante—. Yo también tengo algo que contarte... Y es que he decidido volver a Portugal.

    — Aprovechas que voy camino a Grecia, ¿eh? —El pirata se irguió—; Me duele el culo en esta pinche silla, es en verdad incómoda, Alde.

El hombre alto se carcajeó a viva voz por el comentario sincero del otro. Y Kanon continuó:

    — ¿Piensas dejar todo lo que has construido aquí? ¿Abandonarás estas tierras para llegar a un lugar con un futuro incierto?

    — No hace falta sermones otra vez, ya lo he meditado por muchos años. Siete largos años.

    — Okey, está decidido entonces, te vienes con nosotros. Pero...

    — El precio no es gratis. —Aldebarán sonrió.

🌅

En lo que quedaba de tarde y en el transcurrir de la calurosa noche, Kanon y su tripulación con ayuda de Aldebarán se hicieron de importantes provisiones para el ansiado viaje, llevando al interior del navío muchos kilos de comida y litros exorbitantes de vino, ron y cerveza, para salir del puerto africano durante la silenciosa madrugada con destino al puerto de Lisboa en favor a su fiel confidente.

Fueron semanas de navegación en aguas ya conocidas desde hacía tiempo para "El Dragón del Mar", aunque para Aldebarán era una experiencia nueva y estremecedora pues, sin haber navegado en tanto tiempo de manera consciente sobre olas salvajes y vientos casi huracanados, no logró evitar las incontrolables náuseas y el enclaustramiento de saberse viviendo —a su parecer— en un débil pedazo de madera rodeado de aguas traicioneras.

No obstante, en una noche que prometía ser tan tranquila como las demás que la habían antecedido, ocurrió lo impensable para el Capitán y compañía.

Todos estaban en el interior del casco de la nave jugando con naipes y bebiendo a la luz de las lámparas de aceite de ballena, armando un sinnúmero de desmadres entre cánticos de viejos marineros, música y anécdotas graciosas que arrancaban de los participantes unas estrepitosas risas.

Volaron sillas y jarras por los aires; ropas y calzados de todo tipo, hasta que Kanon dio la orden de arreglar, en lo posible, la cagada que estaba quedando en su querido barco.

Y al pasar las horas, los ocupantes del navío volvieron en sí y el Capitán vio la oportunidad perfecta para confesar al fin ciertas cosas. Obviamente no confesaría situaciones realmente secretas como la vez que estando muy borracho se acostó con Sorrento, o que había mantenido por un tiempo roces subidos de tono con Kasa a escondidas de los demás, o que en una ocasión mientras estaban en una ciudad de paso por el Caribe, una prostituta muy astuta le había robado todo su dinero sin que éste pudiera impedirlo.

En fin, era una confesión distinta.

    — Creo que es momento de colocarnos serios —empezó, y llamó la atención de sus compañeros—. Viendo que el final de nuestra travesía se acerca, es hora de confesar mi secreto mejor guardado en estos quince años.

    — ¿Por fin nos dirá que estaba buscando esposa, cierto? —preguntó Kasa de modo triunfal, creyendo que la respuesta no podía ser otra cosa que una afirmación.

Kanon le miró molesto y aproximó sus manos hacia uno de los tantos bolsillos que tenía en su ropaje, extrayendo la brújula de la que nunca se despegaba.

    — Este objeto es la única posesión personal que siempre he llevado conmigo desde que tengo memoria, y por tanto, lo más valioso después de ustedes y el barco.

Sus camaradas le oían en silencio, atentos a sus palabras.

    — Es de oro puro, y cuesta centenares de dinero, diamantes, cofres de joyas, etc., pero para mí es invaluable. Tiene una particularidad que la hace inútil en la práctica, pues no marca el norte magnético, y cada cierto tiempo apunta en una dirección diferente. Yo..., muy pocas veces utilicé un mapa para trazar nuestros viajes, puesto que el rumbo lo definía la brújula.

    — ¡¿Qué?! —Io tenía una mueca de indignación—. ¡Fuimos timados!

    — Espere, Capitán —Thetis calló tratando de procesar la información—. Acaso quiere decirnos que todo este tiempo... ¿Estuvimos navegando según las indicaciones de una brújula malograda?

    — Pero... ¿Cómo es posible? ¿Usted está loco? —cuestionó Krishna—. ¡¿Por qué no intentó, no sé, arreglarla?!

    — En Grecia traté de encontrar al hombre que la fabricó antes de mi huida, pero nadie sabía nada de él, y siendo un niño huérfano pocas veces fui escuchado por las personas. La única pista que tengo es el nombre que se encuentra grabado en el interior de ésta, y ni siquiera en China lograron repararla. Si los chinos no pueden, ¿entonces quién?

Io y Baian intercambiaron miradas confusas entre ellos primero y luego con el resto de los presentes. Para Aldebarán la situación se estaba volviendo algo incómoda e intensa, y sentía miedo de que el resto de los piratas se tomasen a mal las decisiones que su Capitán había tomado a espaldas de la tripulación. Pero por sobre todo eso, estaba el miedo latente de que se armara una revuelta y amarrasen a Kanon en el mástil del barco para sacrificarlo. Sin embargo, poca importancia tenía el hecho de haberse enterado de las costumbres de su Capitán después de quince años.

    — A veces tengo sueños relacionados con la brújula y con la persona que he estado buscando. Por alguna extraña razón, cada vez que intento indagar más allá, sólo soy capaz de vislumbrar un reflejo mío que intenta advertirme algo que nunca logro escuchar... Este objeto nos ha guiado a muchas victorias y a un par de fracasos, pero hay sitios realmente fantásticos que aún no han sido capaces de ver todavía, y estoy seguro de que se trata del Tesoro de Poseidón.

    — ¿Quiere que tengamos confianza en sus premoniciones o algo así? —Isaac parecía incrédulo ante las palabras de Kanon—. Esos son engaños de los demonios del mar, o de los mismos dioses. 

    — Mi recomendación es que deje de drogarse con el veneno de las mantarrayas —dijo Kasa.

    — ¡¿Por qué no te vas a la...?!

Kanon notó que la flecha de la brújula comenzaba a girar sin control en todas las direcciones, y supo que algo no andaba bien en los alrededores. Entonces, una explosión interrumpió de modo ensordecedor la discusión que se llevaba a cabo hasta esos minutos.

Los piratas se levantaron de sus puestos con rapidez y subieron a cubierta, dándose cuenta de que unos gigantescos corsarios y sus hombres armados se preparaban para abordar la nave y secuestrarla en medio de la mismísima nada.

Varios disparos se escuchaban provenir de babor y estribor, tomando por sorpresa a los ocupantes del "Dragón del Mar", quienes se armaron hasta los dientes en un santiamén listos para contraatacar sin vacilación. Cuando el Capitán Kanon intentó salir del casco para comandar a sus camaradas en la batalla, fue abruptamente detenido por Aldebarán, el cual lo llevó de vuelta al interior pese a las quejas y exigencias de su amigo.

    — ¡¿Qué estás haciendo, cabeza de alcornoque?! ¡Yo debo estar afuera...!

Una sonora cachetada por parte de Aldebarán hacia Kanon se hizo sentir con fuerza en la cámara, siendo más que suficiente para mandar unos metros más atrás al pirata y dejarlo en un estado de shock momentáneo, otorgándole la oportunidad de explicarle el porqué de sus acciones:

    — ¡Ellos son corsarios que trabajan para el Reino de Portugal y no tendrán piedad con nosotros si demostramos ser muy temerarios! Debes rendirte y entregar el barco de la manera más sometida que puedas interpretar.

    — ¡¿Estás bromeando?! ¿Has perdido el cerebro o qué? ¡Antes muerto que sometido! ¡Traidor hijo de...!

    — ¡Kanon, escúchame, tengo un plan! Nos llevarán a Lisboa, mantendrán tu barco en custodia y nos convertiremos en unos prisioneros, aunque yo comprobaré mi inocencia, y ustedes recibirán la condena por piratería. —El Capitán le miraba con una evidente mueca de horror y desprecio—.  Pero tengo un plan para salvarlos a ustedes antes de que los ahorquen, ya que conozco el sistema y las instalaciones del castillo, y por ende las de la Corte.

    — ¡Nos conducirás directo a la muerte, imbécil!



    — "¡Nos rendimos!" —gritó Camus levantando los brazos, colocándose de pie en el acto sobre la cama ante la mirada sorprendida del Rey.

    — ¡O-Oye, no arruines mis...!

    — ¡¡Y entonces el barco explotó en mil pedazos gracias a los millones de explosivos traídos de China por los corsarios!!

    — ¡¿Qué dices?! —Milo tenía una cara de espanto demasiado épica.

Camus empezó a saltar con entusiasmo sobre el lecho del Rey como un niño con exceso de azúcar en la sangre. Reía en demasía al tiempo en que Milo intentaba agarrarle de los tobillos para detenerlo, pero sus intentos fueron en vano.

    — ¡Camus, detente! D-Debe ser una broma, esto no puede terminar a...

El Rey fue silenciado de modo súbito por el peso del muchacho, quien le empujó de lleno al blando colchón de su propia cama, dejándole sin aire en los pulmones, y cayendo cuan sacos de papa.

El francés no paraba de reír estando sobre el cuerpo de Milo y, por unos segundos, el Rey temió haberse interesado en un loco. Sin embargo, no pudo evitar contagiarse de la risa ajena aunque fuese sólo un poco, ya que se sentía medianamente confundido por la situación.

De pronto, en un despiste de Camus, Milo tomó sus muñecas  y cambió la posición en la que se encontraban, ubicándose él encima suyo, pero ni eso logró callar al joven esclavo. El Rey se vio cautivado por el sonido melodioso que llegaba a sus oídos y también se vio pensando en un montón de situaciones eróticas que poco tenían que ver en ese momento.

    — Désolé —dijo el joven un tanto más tranquilo, aún con la sonrisa en los labios.

    — ¿Qué has dicho?

    — Ah, he dicho "lo siento". Creo que lo dije en francés, no me di cuenta.

Camus se incorporó levemente cuando Milo se alejó unos centímetros de él, esperando a que éste le diera una explicación.

    — Y sobre lo anterior... Fue una pequeña broma.

    — ¿Pequeña dices? Mereces la horca y mucho más.

El rey griego suspiró agotado.

Vaya noche...

*Al tiro: De inmediato.

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