Capítulo 8

Esa mañana, Joy completó su rutina en el jardín, asegurándose de que el Rowan estuviera cuidado y protegido. Aunque seguía marchitándose, notó que la situación había cambiado desde el día anterior: las flores caían, secas y sin vida, pero los frutos ya no se pudrían. Era un pequeño indicio de que algo estaba cambiando, una señal de esperanza en medio de la desolación.

«Todo estará bien», prometió, y sus dedos rozaron una de las raíces.

Joy sostuvo la canasta llena de flores mientras atravesaba la puerta del jardín.

Al entrar en la florería, notó que Marigold yacía dormida sobre la mesa de trabajo. Sin embargo, algo parecía fuera de lugar esa mañana: no vio a Tate disfrutando su café frente al escaparate de la tienda de tatuajes. Se preguntó si habría salido a ejercitarse o si tal vez se había quedado dormido.

Encogiéndose de hombros, Joy retiró el cerrojo de la puerta. Pero, entonces, divisó una figura sentada en el suelo al otro lado del cristal. Su corazón se aceleró y una oleada de preocupación la invadió. ¿Debería llamar a la policía? Sin embargo, un presentimiento la hizo entrecerrar los ojos. ¿Era posible que fuera...?

Al abrir la puerta, la figura se desplomó hacia adentro, cayendo a sus pies, y Joy reconoció a Tate.

—¡Casi me matas de un susto! —exclamó, llevándose una mano al pecho para calmar su respiración—. ¿Qué estás haciendo aquí?

Tate se levantó rápidamente y Joy no pudo evitar notar su aspecto desaliñado, con el cabello revuelto y sombras oscuras bajo los ojos.

—¿Acaso no dormiste? O peor... ¡¿dormiste aquí?!

—Dormir no era necesario. Y no, solo llevo esperando aquí dos horas —respondió de forma apresurada, ganándose una mirada boquiabierta de Joy—. Pero eso no importa. Tenía que venir porque... leí el libro.

Joy se tensó, su respiración se volvió entrecortada y su estómago se revolvió de angustia y desconfianza.

—¿Todo el libro?

Él asintió y ella tragó saliva con fuerza. Si no estuviera tan asustada, habría estado impresionada por su logro.

—¿Y...?

Tate no dijo nada, pero sus miradas se entrelazaron. Joy intentó buscar una pista en aquellos ojos tan honestos, pero no encontró nada, su expresión era inescrutable. Estaba a punto de ceder a su arrebato de impaciencia y sacudirlo por los hombros cuando él sonrió.

Él sonrió.

Incluso con su aspecto desaliñado, Joy se vio momentáneamente desconcertada por esa sonrisa, perdiendo la línea de sus pensamientos por un segundo.

—Es bueno.

—¿En serio?

—Sí, es un primer borrador con bastante sentido.

«Un borrador con bastante sentido», meditó.

—¿Y eso es... bueno? —continuó con inseguridad.

—Joy, no lo entiendes —replicó Tate, inclinándose hacia su rostro—. No suelo decirle a la gente que sus primeros borradores son buenos sin más razón.

—¿No?

Tate negó y sus ojos casi brillaban.

—Tenemos algo realmente bueno. La historia me atrapó por completo. No pude adivinar quién era el asesino hasta el final, jugaste conmigo en cada giro de trama. Y ese final... Fue impactante y conmovedor. Si esas características no comparten el estilo de tu mamá, no sé qué podría hacerlo. Ella estaría muy orgullosa de ti.

Joy sintió una oleada de alivio recorrerla y se dio cuenta de que había estado conteniendo la respiración. No solo desde que él había mencionado que había leído el libro, sino desde que había hecho aquella promesa desesperada de intentar cumplir el sueño de su madre. Joy había estado conteniendo la respiración durante tanto tiempo, viviendo en dolor y sin calma, que el alivio le hizo llenar los ojos de lágrimas.

Se dio la vuelta para ocultar su rostro y que él no pudiera ver sus lágrimas. Aunque debía haber intuido que estaba llorando, no intentó incomodarla ni invadir su espacio.

—¿Estás bien? —preguntó con suavidad.

Joy asintió y se secó el rostro con la manga de su blusa.

—Creo que el libro será un éxito —añadió Tate.

—¿Realmente lo crees? —Joy sorbió con la nariz y le lanzó una mirada de soslayo sobre su hombro.

—Por supuesto. Tengo que hacer otra revisión más minuciosa y deberás realizar uno o dos borradores más con las correcciones necesarias, pero confío en que ambos podremos dejarlo perfecto.

Joy sonrió para sí misma, sintiendo su corazón acelerado, sus dedos temblorosos y un nudo en la garganta. Pero, a pesar de todo, se sentía feliz. Había pasado mucho tiempo desde la última vez que había experimentado esa sensación.

—De acuerdo.

—¿Qué quieres hacer primero? —inquirió Tate—. Me refiero a que podemos trabajar en el manuscrito mientras avanzamos con tu terapia.

—Primero ve a dormir —suspiró ella—. Luego veremos cómo empezar.

Tate se despertó por la tarde debido al sonido incesante de un martilleo proveniente del techo. Abrió los ojos con un intenso dolor de cabeza y tuvo una extraña sensación de que todo lo que había sucedido la noche anterior y esa mañana había sido solo un sueño.

Decidió comenzar el día tomando una ducha. Mientras se miraba al espejo, recortó su barba y se vistió con unos jeans y una camisa azul.

Al salir de la habitación, notó el aroma del café que impregnaba el piso, lo que le dibujó una ligera sonrisa en su rostro. A Raelynn siempre le gustaba un poco de café por las tardes.

Tate se sirvió una taza, se sentó en una de las sillas altas junto a la barra y bebió un sorbo con cuidado mientras revisaba su celular. Tenía varios correos del trabajo y un par de mensajes de texto, pero nada tan importante como para quitar de su mente la novela de Joy.

El título provisional era El último testigo, y Tate no había mentido al afirmar que el borrador era bueno. Se podía percibir el esfuerzo que Joy había puesto en él, pero lo que destacaba aún más era el estilo de su madre impregnado en la historia. Joy había logrado capturar la esencia que Gwendolyn Chapman destilaba en sus obras, como si su madre la hubiera guiado en cada paso del proceso de escritura.

«¿Cómo lo consiguió?». Tate no podía estar seguro. Era posible que, al ser hija de Gwendolyn Chapman, Joy hubiera aprendido de cerca el estilo de su madre. Tal vez había tenido acceso a antiguas notas y esbozos de escenas para esta última novela. Sea cual fuera la razón, el resultado era impresionante.

Si lograban publicarlo, Tate estaba seguro de que sería un éxito en ventas. Tenía confianza en su instinto y creía en el talento de Joy. Estaba decidido a asegurarse de que todos reconocieran su habilidad y que su carrera fuera redimida.

En ese momento, el ruido del martilleo volvió a captar su atención y Tate decidió investigar de dónde provenía. Siguió el sonido hasta el final del pasillo, por una estrecha escalera de madera que desembocaba en un techo plano. A diferencia del resto de la casa, esa parte no había sido remodelada y el techo mostraba irregularidades y parches en ciertas zonas. Fue allí donde Tate encontró a Rae, golpeando con un martillo una sección del techo justo encima de la alcoba que él estaba usando.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó con curiosidad.

—Hay varias goteras en esta zona y el clima es impredecible. Podría llover en cualquier momento.

Tate asintió y observó con atención. Rae estaba aplicando un sellador negro en una sección del techo y luego lo golpeaba con el martillo para asegurarlo. Aunque no estaba completamente seguro de si esa era la forma correcta de reparar una filtración de agua, decidió no decirle a Rae que estaba haciendo algo incorrecto.

—Creí que no ibas a despertar hoy —comentó ella, deteniéndose para inspeccionar su trabajo.

—Estuve leyendo hasta el amanecer y luego fui a ver a Joy.

—¿Al final llegaron a un trato?

Tate asintió.

—Me alegro —Rae musitó con un tono de preocupación en su voz.

Él se preguntó si Rae se sentía tan preocupado e inquieto como él. Ahora que había llegado a un acuerdo con Joy, sentía la presión de que algo pudiera salir mal. Además, de alguna manera, se sentía en desventaja. Rae tenía una buena relación con Joy y la conocía bien, mientras que Tate todavía tenía muchas preguntas sin responder.

—Quería hacerte algunas preguntas sobre Joy.

Rae asintió distraídamente con la cabeza. Tate tomó un momento para considerar sus palabras antes de hablar. No quería sonar brusco ni entrometido en la situación.

—Ella quiere hacer la presentación del libro de su madre y estoy dispuesto a apoyarla, pero siento que aún me faltan piezas que no entiendo sobre lo que le sucedió. No estoy seguro si debo preguntarle directamente, ya que no quiero incomodarla.

Rae suspiró, dejó el martillo a un lado y se levantó. A pocos metros de distancia, había unas sillas de playa plegables. Ella tomó una y se sentó, invitando a Tate a unirse a su lado. Desde allí, podían contemplar claramente el puerto y el extenso mar. Tate no se había dado cuenta al principio, pero la vista resultaba cautivadora. Rae insistió en que se sentara a su lado antes de empezar a hablar.

—¿Qué quieres saber sobre Joy?

—Joy dijo que está haciendo terapia, pero no me dio muchos detalles.

Tate no había querido presionar ese tema, pero si quería aprender lo que más pudiera.

—Joy hace terapia desde hace un año, cuando dejó el hospital luego del atentado. Nora Tomlin es su psicóloga. Es una mujer amable y ha sido comprensiva con Joy. Ha intentado guiarla de la mejor forma para que Joy pueda desenvolverse sola.

—¿Cómo la conoces?

—Una vez acompañé a Joy a su terapia porque tenía que llevar a un amigo o persona cercana. Ella me lo pidió —explicó Rae con una ligera sonrisa—. Tal vez puedas acompañarla en algún momento.

Tate era consciente de que para lograr eso, Joy debía confiar en él, pero aún era demasiado pronto para esperar esa confianza.

—Esperaré a que Joy se sienta cómoda conmigo.

—Es una buena idea —coincidió ella—. ¿Qué más quieres saber?

Tate hizo una pausa silenciosa que se prolongó lo suficiente como para captar la mirada contemplativa de Rae.

—Sobre el atentado... —titubeó.

—¿Sabes algo de lo que sucedió el día que murió su madre? —continuó Rae—. Primero dime lo que recuerdas.

Por supuesto, lo que había sucedido ese día era digno de ser conocido y recordado por toda Inglaterra. Sin embargo, hablar sobre ello no resultaba sencillo.

Rae debió haber captado algo en su expresión porque soltó un suave suspiro.

—Hablar de esto puede ser difícil, pero tienes que conocer cómo Joy llegó a ser lo que es ahora.

Tate asintió, inhaló profundamente y comenzó a narrar lo que recordaba como una historia de horror.

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