Capítulo 7
Tate, sin poder dormir como en las últimas dos noches, se levantó temprano y comenzó a hacer su maleta. Había comprado un boleto de Edimburgo a Londres y necesitaba llegar a la capital antes de las 14:00 p.m. Prepararse para alcanzar el ferry temprano era la mejor opción.
Muy pronto estaría en casa. Entonces volvería a su cotidiana y aburrida vida y olvidaría ese descabellado plan.
Nada habría cambiado. Nada. A excepción del hecho de que su mayor sueño en la vida nunca se cumpliría y tendría que soportar a Olivia Rivers restregárselo en su cara por el resto de sus días. Porque probablemente obtendría el ascenso que él había perseguido durante años, por publicar a un hombre que abusaba de los adverbios en todos sus libros.
Tate golpeó repetidamente una camisa contra la cama, tratando de liberar la frustración que sentía.
—¿Por qué estás haciendo una rabieta?
Raelynn apareció en la entrada de su habitación. Tate observó su expresión juzgadora, antes de aclararse la garganta y recuperar la compostura.
—No es una rabieta —contestó, y soltó su camisa.
Sin perder más tiempo, Tate continuó empacando sus pertenencias.
—¿Te marchas ya?
Tate asintió, su cuerpo aún tenso y los dientes apretados. Se esforzó por no golpear de nuevo la ropa.
—Es más rápido de lo que habría imaginado —continuó Rae—. ¿Te rendiste tan pronto?
—Sé reconocer una batalla perdida.
—Lástima —dijo ella, soltando una larga exhalación dramática—. Mi madre estaría muy decepcionada.
Tate buscó su mirada.
—Deja el chantaje emocional. Sé que tampoco apoyabas que estuviera aquí.
—Eso no es del todo cierto —se quejó Rae, cruzando los brazos sobre su pecho—. Sí quería burlarme de ti, pero no que fracasaras.
—Bueno, da igual, ya es muy tarde. No creo que Joy quiera volver a verme.
—¿El último intento fue tan terrible?
Tate asintió, tragando el nudo en su garganta.
—Me equivoqué, fui pretencioso y condescendiente, y lastimé a Joy sin pretenderlo —admitió con pesar.
Había cometido un error y había arruinado cualquier oportunidad de que Joy lo ayudara. Pero, más allá de eso, había sido cruel. No tenía derecho de decirle qué hacer, y mucho menos utilizar las palabras de su madre para intentar manipularla. Había sido un idiota y él no solía comportarse así con sus autores. Su actitud paciente, amable y honesta era lo que lo diferenciaba de Olivia.
Hubo una pausa y un silencio descendió entre ellos, prolongándose durante varios segundos.
—A decir verdad, creí que lo conseguirías, que serías más convincente.
—¿Cómo? —cuestionó Tate—. Ella dijo que había dejado atrás su vida como escritora.
Raelynn entró en la habitación y se sentó sobre la cama, junto a su maleta.
—Por supuesto que lo hizo. Tiene miedo y tú apareciste de la nada para presionarla con conflictos que ha intentado ignorar por meses. La empujaste a una encrucijada, ¿cómo querías que reaccionara?
Tate se sintió incómodo por sus palabras y comenzó a sentirse mal por lo ocurrido con Joy.
—Mira, tal vez dijo la verdad y su carrera ya no le importa, pero eso no quiere decir que quiera permanecer en casa el resto de su vida. Hay anhelo en sus ojos cuando otras personas hablan de sus aventuras o cuando platicamos de mis viajes al exterior para tatuar. Y sé que necesita ayuda porque lleva meses sin salir de casa.
—¿No ha pedido ayuda?
Rae negó con la cabeza.
—No lo hará para no molestar a nadie. Su padre la ama, pero está ocupado en Londres. Y Joy tampoco sería capaz de pedírselo a los vecinos o a mí porque no quiere ser una carga. De hecho, cuando ella regresó a Portree, todos en el vecindario conocíamos lo que había sufrido y estábamos dispuestos a ayudarla. Por eso, mamá organizó a los vecinos para formar un grupo de apoyo y visitarla cada día, acompañarla si decidía salir y estar preparados para auxiliarla en caso de una urgencia.
Raelynn hizo una pausa y Tate observó su rostro. Parecía estar a punto de decir algo más, por lo que decidió no interrumpirla.
—Mamá siempre creyó que tú también podrías ayudarla. Pensaba que Joy aceptaría tu apoyo a cambio del libro. Creo que lo consideraba un trato justo.
Tate consideró sus palabras. Sonaba como una estrategia de Imogen y tal vez ella tenía razón, pero él no estaba seguro de ser capaz de llevarla a cabo.
—No creo que sea una buena idea. —Frunció el ceño—. Además, no sabría cómo ayudarla. No soy experto en psicoterapia.
—¿Y eso qué? No creo que necesites ser experto en psicoterapia para ayudar a alguien.
Rae tenía un punto, pero olvidaba algo importante.
—Pero a Joy no le agrado y soy un desconocido. Incluso si pudiera ayudarla, no creo que acepte mi ayuda.
—Para mí, luces como un buen candidato —refutó ella con una suave sonrisa—. Quizás debería intentar esto como último recurso.
Tate sostuvo su mirada y se dio cuenta de que Rae estaba hablando en serio, realmente creía que podía ser parte de la red de apoyo para Joy. Ni siquiera él tenía tanta confianza en sí mismo.
—¿Por qué Joy te importa tanto? —cuestionó.
La pregunta pareció tomarla por sorpresa, pero se recuperó rápidamente. Se humedeció los labios antes de responder.
—Joy es mi amiga. Es una chica dulce y amable que haría lo que fuera por ayudar a otros, aun con sus propios problemas. A veces puede ser testaruda y cortante, pero solo son máscaras contra sus miedos. Sabe que su condición debido al trauma que vivió está limitando su vida. Tal vez esté satisfecha por ahora, pero temo en lo que pueda convertirse por ese miedo. Es demasiado joven para vivir una vida tan solitaria.
Raelynn tenía razón. Aunque no estaba convencido de su capacidad para ayudar a Joy, sabía que era demasiado joven para enfrentar sola un destino tan cruel.
—Incluso si me ofrezco a ayudarla, lo más seguro es que Joy se rehuse y siga sin querer entregarme el libro.
Tate apartó la maleta de la cama y se recostó mirando el techo, mientras repasaba toda su conversación en su mente. Unos segundos después, Rae se acostó a su lado. Ambos permanecieron en silencio hasta que ella giró su rostro para mirarlo.
—¿Recuerdas lo que decía mi mamá cuando éramos pequeños?
—¿Que no saltáramos en la cama porque íbamos a rompernos la cabeza?
Los labios de Rae se estiraron.
—Decía que eras un amuleto de cambio y que siempre intentabas algo hasta que conseguías lo que querías.
Tate tragó saliva, conmovido por el recuerdo.
—No eres un hombre que se da por vencido con facilidad, ni siquiera cuando las circunstancias no lucen bien a tu favor. Si fuera así, no habrías venido hasta aquí con un plan descabellado para cumplir un sueño.
Tate suspiró y sintió cómo su corazón se aceleraba en anticipación a la decisión que estaba a punto de tomar.
—Ella va a odiarme.
Un brillo travieso atravesó los ojos verdes de Raelynn.
—Es muy probable, pero, si logras convencerla, ambos saldrán ganando.
Había sido una mañana agitada para Joy, con los cambios en el Rowan y los pensamientos persistentes sobre la noche anterior.
En ese momento, mientras recortaba las espinas de unos cardos recién recolectados, Tate entró en la florería, se plantó frente a ella y comenzó a hablar antes de que Joy pudiera decir una palabra.
—Sé que dijiste que me marchara y renunciara a ti, pero no puedo. Te necesito. Y no voy a irme hasta que aceptes que también me necesitas para cambiar nuestras vidas.
Ambos se miraron; Joy, boquiabierta, y Tate, con la respiración agitada.
Erin Acheron se levantó desde detrás de una estantería, donde había estado inspeccionando unas macetas, y la realidad se hizo evidente para ambos: no estaban solos.
—¿Amigo tuyo? —preguntó, irguiendo una delicada ceja plateada igual que su cabello.
Las mejillas de Joy se tiñeron de rojo por la vergüenza. Aun así, mantuvo la compostura.
—Erin, él es Tate Graham. Es primo de Raelynn. Se mudó aquí hace un par de días.
Los ojos de Erin brillaron con un destello de interés genuino, una mirada que Joy solo había visto en contadas ocasiones. Sintió curiosidad y quiso preguntarle, pero se contuvo, consciente de que no podía hacerlo en presencia de Tate, quien ya lucía incómodo frente a ellas.
—Oh, sí, percibí el cambio en el viento —replicó Erin, y se acercó a Tate para ofrecerle su mano—. Erin Acheron, mucho gusto.
A pesar de su entrada vergonzosa, Tate reaccionó y extendió su mano para devolver el saludo.
—Tate Graham. El gusto es mío.
—Así que eres el sobrino de Imogen... —Erin realizó un lento examen visual de pies a cabeza—. Había imaginado a alguien diferente.
Tate no respondió, pero su sonrisa amable persistió. Sin embargo, sus ojos revelaron su confusión. Eso hizo sonreír a Joy. Erin regresó su mirada a Joy y apuntó una maceta con flores blancas.
—Me llevaré las orquídeas, Joy querida. Sabes que a Litha no le gustan los cardos por las espinas. Detalle muy curioso, ya que no pueden lastimarla.
Joy asintió y se apresuró a preparar las orquídeas. Cuando le dio el paquete, también le entregó tres frutos del Rowan.
—Para protección —dijeron ambas al unísono, compartiendo una sonrisa.
Erin se despidió de Joy, pero se detuvo junto a Tate en su camino a la salida.
—Bienvenido a Portree, Tate Graham —musitó con aire enigmático—. Estoy muy segura de que encontrará el pueblo acogedor y.... mágico.
Luego se marchó.
—Eso fue extraño —musitó él cuando estuvieron solos.
Joy frunció el ceño y lo miró de forma casi acusadora.
—No tan extraño como tú entrando en la tienda y recitando la confesión romántica más famosa de Marchena Pons.
Él sonrió casi con suficiencia.
—En primer lugar, mi tía amaba la literatura romántica de Marchena Pons, así que, cada tanto, me gusta honrarla de esa forma —afirmó, cruzando sus brazos—. Y, en segundo lugar, sabía que entenderías la referencia.
Joy bufó y decidió seguir recortando las espinas de sus flores.
—¿Por qué sigues aquí? —le preguntó cuando sintió su mirada—. ¿Viniste a romper mi corazón un poco más?
—Esa nunca fue mi intención —aseguró Tate con tono compungido—. Reflexioné sobre lo que ocurrió y cometí un error. Lamento haberte lastimado. No volverá a ocurrir.
Joy reflexionó sobre la disculpa de Tate y decidió aceptarla. Joy se dio cuenta de que no encontraría nada bueno si seguía aferrándose al rencor. Además, sus ojos azules reflejaban sinceridad.
—Pensé que ya te habrías ido.
«Creí que te habías rendido», pensó. Pero eso habría puesto a Joy en un aprieto, ya que había pasado toda la mañana pensando en cómo comunicarse con Tate para hablar sobre el libro.
—Vine a hacer una nueva oferta. La última.
Joy tragó saliva.
—Te escucho.
Tate levantó una ceja, mostrando incredulidad.
—¿Así de fácil? Creí que llamarías a la policía por mi insistencia.
—Lo estoy pensando.
Él esbozó una sonrisa y se acercó hasta que estuvieron cara a cara. La seriedad en su rostro hizo que el corazón de Joy comenzara a latir con fuerza.
—Déjame publicar el libro y, a cambio, seré tu apoyo mientras enfrentas tus miedos. Rae me contó que tus vecinos también te respaldan, pero yo me ofrezco a ser un apoyo constante. Estoy dispuesto a hacer lo que sea necesario. Sé que pensarás que es una locura, pero soy una persona que no se rinde, y prometo estar a tu lado mientras te recuperas. De esta manera, podrás tener una nueva vida en la que tú decidirás si deseas salir o no, si deseas renunciar a todo o empezar de nuevo. Te ayudaré a tomar decisiones basadas en tus propios deseos y no en el miedo. Además, te prometo que aprenderé cómo ayudarte, incluso si no tengo todas las respuestas en este momento...
—Lo haré.
—No lo arruinaré. Solo te pido que confíes en mí como... —Tate se frenó—. ¿Qué dijiste?
El tiempo pareció detenerse y Joy se dio cuenta de que había llegado a un punto de no retorno. Se sentía inquieta. Respiró profundamente y apretó la tela de su mandil entre sus dedos.
«Mamá, espero que esto sea lo correcto».
—Acepto tu oferta —murmuró con un nudo en la garganta.
La expresión de Tate pasó de la perplejidad a la sorpresa y finalmente a la esperanza.
—Pero tengo condiciones —se apresuró a decir al ver la sonrisa que se asomaba a sus labios masculinos.
—Por supuesto. Te escucho.
—Este iba a ser el último libro de mi madre antes de retirarse —confesó. Tate abrió los ojos como platos y Joy lo detuvo cuando iba a hablar—. Déjame terminar, por favor.
Él asintió, aunque sus ojos estaban llenos de preguntas.
—Mi madre planeaba dar la noticia de su retiro y presentar el libro aquí, en Portree, donde expuso el primer libro de Cazadores de pistas, años atrás. Quería cerrar el ciclo volviendo a donde todo empezó. Ese fue su último deseo, y quiero cumplirlo. Necesito hacerlo, porque hice una promesa. Si el libro se publica, quiero presentarlo aquí.
—Pero tú... no puedes salir... —De repente, los ojos de Tate se iluminaron con un destello de comprensión—. Por eso aceptas mi ayuda.
Joy asintió e hizo una breve pausa.
—Sé mi apoyo durante la terapia para mejorar mi condición. Lo he intentado, pero no puedo hacerlo sola. Tampoco puedo pedírselo a nadie más. Quiero a mis vecinos, son mi red de apoyo y sé que puedo contar con ellos, pero no me gusta molestarlos —expuso, mostrándose vulnerable—. Pero, si te doy el libro, me deberás un favor, y este es el precio. Tú obtienes el libro y yo realizo la presentación para cumplir mi promesa. Ambos salimos ganando. Un trato justo. ¿Aceptas?
Joy mantuvo su mirada desafiante mientras los dos permanecían inmóviles, con sus corazones latiendo rápidamente.
—Acepto.
—Eso significa que tendrás que quedarte en Portree conmigo.
—Lo sé.
Su voz firme y sus ojos profundos convencieron a Joy de que su promesa era verdadera.
—Además, un porcentaje de las ventas deberá ser donado a fundaciones de salud mental. Y solo asistiré a la presentación del libro aquí. Nada de medios de comunicación. Tampoco habrá un tour ni otros eventos públicos.
El silencio se prolongó durante varios segundos, y Joy podía percibir cómo Tate analizaba cada detalle. Su expresión concentrada revelaba el trabajo de su mente, como si los engranajes estuvieran girando en su interior. El estómago de Joy se revolvió por el nerviosismo.
—De acuerdo —accedió Tate—. Hay unos detalles que debo confirmar con la editorial, pero estoy seguro de que tus condiciones serán aceptadas. Cuando tenga el contrato final, podrás revisarlo. ¿Eso es todo?
Joy se mordió los labios.
—Hay una última condición antes de que hables con la editorial... —Tate se tensó, pero mantuvo una expresión neutral—. Debes leer el libro y ser muy honesto al respecto. Si no está a la altura de las otras novelas de la serie, no lo publicaré. No me arriesgaré a manchar la imagen de mi madre.
Aunque le dolía admitirlo, era la verdad. Joy era una escritora especializada en libros infantiles, experta en relatar cuentos y fábulas; ese era su fuerte, no las novelas de crimen. Aunque su madre le había enseñado todo lo que sabía y la había guiado para terminar ese último libro, Joy no podía estar segura de su verdadero valor. Había trabajado arduamente enfrentando noches de insomnio, autocrítica implacable y lágrimas; sin embargo, existía la posibilidad de que no fuera suficiente.
La expresión de Tate se suavizó: sus labios se curvaron en una sonrisa comprensiva y sus ojos adquirieron un brillo casi tierno.
—Leeré el libro y seré sincero —prometió—. ¿Puedes enviarme una copia?
Así que él nunca se había tragado su mentira de que no había terminado el libro. Qué astuto.
Joy le pidió que esperara y desapareció por la puerta de flores hacia la escalera que conducía al segundo piso. Allí, entró en el estudio y buscó en un armario, hasta que encontró una carpeta de cuero oscuro.
Cuando regresó a la florería, le entregó la carpeta a Tate.
—¿Por qué tienes una copia impresa? —inquirió, luego de revisar el contenido.
Joy decidió ser sincera con él.
—Tu tía fue la única que leyó el manuscrito, pero no alcanzó a decirme nada antes de.... —La voz de Joy se apagó con tristeza.
Él comprendió.
—Puedes confiar en mí, soy muy bueno en lo que hago. Entiendo cuán importante es este privilegio, así que haré mi mejor esfuerzo.
Joy asintió y se abrazó a sí misma, sintiendo que un nuevo presentimiento nacía en su pecho. Pero, esta vez, no era negativo, sino uno lleno de esperanza y emoción.
—Gracias.
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