Capítulo 53
Joy sostenía a Marigold en brazos mientras esperaba a que Tate dejara su equipaje en la habitación. Una vez que él se unió a ella en el estudio, se acercó para acariciar las orejas de la gata, quien respondió con un suave ronroneo de satisfacción. La presencia de Tate la hacía sentir increíblemente consciente, y no pudo evitar lanzar una mirada fugaz hacia él. Sus ojos recorrieron las líneas masculinas de su rostro, sus mechones de cabello largo y desordenado, la barba cuidadosamente recortada y la forma de sus labios.
Aunque lucía igual que la última vez que lo había visto, seguía provocando que su respiración se volviera irregular.
Y él la amaba.
Él había dicho esas palabras tantas veces que Joy había llegado a pensar que su corazón no podría soportarlo. Incluso si nunca hubiera podido decirlo en voz alta, Joy habría podido verlo en su rostro, en sus ojos.
—¿El viaje de regreso fue bueno? —preguntó Joy mientras Marigold saltaba de sus brazos y escabullía entre las estanterías.
—Sí. Raelynn me trajo desde la estación de ferry y hablamos un poco sobre Imogen.
Tal vez fue algo en el tono de su voz o en su expresión, pero Joy supo que aquel encuentro había sido importante para él. Había un rastro contradictorio de calma y melancolía en él. Joy no pudo evitar preguntarse si estaba bien.
—¿Te sientes mejor ahora?
Él asintió. —Creo que ahora ambos estaremos bien.
Joy se sentía aliviada por él. Después de todo, Raelynn era su familia. Y ella podía entender que se hubieran alejado a causa de la pérdida de Imogen. Lo mismo había sucedido con su padre y ella, pero comunicarse había sido la mejor solución. Hablar sobre el dolor podía ser difícil, pero podía sanar. Ahora su relación, poco a poco, volvía a hacer lo que había sido antes.
—Mi padre también ha venido a visitarme varias veces en los últimos meses —dijo Joy con una sonrisa—. Cuando vuelva de visita, podrás conocerlo un poco más.
—Si voy a quedarme contigo, haré lo necesario para agradarle.
Las mejillas de Joy se tiñeron y su corazón comenzó a palpitar con rapidez. Era la forma en que Tate la miraba. No, era la forma en que la seguía mirando desde que ella había entrado en la florería. Sus ojos reflejaban emociones contradictorias, matices diferentes. La observaba con añoranza, dejándole saber cuánto la había extrañado. Con cariño, como si ella fuera algo precioso, único y especial. Y con deseo, porque era incapaz de contener la pasión que sentía hacia ella.
Joy se mordió el labio inferior mientras los latidos de su corazón se aceleraban y su estómago se revolvía de expectación. Entonces se dio la vuelta y lo abrazó, presionando su rostro sonrojado contra su cuello. Tate la rodeó de inmediato, correspondiendo al abrazo.
—Te extrañé —susurró ella, disfrutando la firmeza de su cuerpo—. ¿Tú me extrañaste?
—Más de lo que podría expresar —contestó Tate, enredando los dedos en sus rizos.
Joy tragó con fuerza, pero agregó en un susurro:
—Tal vez podrías mostrarme... cuánto me extrañaste.
Podía escuchar el latido de su corazón resonando en sus oídos y sentir el calor del cuerpo de Tate contra su mejilla a través de su camisa, y no sabía qué era más abrumador. Especialmente cuando sus músculos se tensaron al escuchar su declaración.
Levantó su mano y la posó sobre su pecho, ascendiendo con lentitud para rozar su cuello y su mandíbula con la punta de sus dedos. Tate permaneció inmóvil, con una mirada expectante. Entonces, Joy se presionó contra él, levantándose de puntillas y acercando su cabeza hacia abajo para juntar sus bocas. Depositó apenas un ligero beso sobre sus labios antes de separarse y estudiar su expresión.
Los ojos de Tate brillaban con una intensidad ardiente, revelando la pasión que ardía en su interior. Reflejaba una mezcla de lujuria y fascinación, transmitía una conexión magnética y una necesidad incontrolable. Era una mirada que dejaba claro que ella era su mayor deseo y que estaba dispuesto a hacer todo lo necesario para satisfacerlo.
—Sabes lo que me estás pidiendo, ¿verdad? —preguntó, apartando un rizo de su mejilla.
Joy se mordió los labios y acarició su pecho de forma distraída, pero completamente intencional y provocativa.
Ella lo había echado mucho de menos. Habían pasado semanas separados y Tate ni siquiera la había besado aún; por supuesto que sabía lo que quería. Y... ahora él lo sabía, porque su expresión se endureció, esta vez con un deseo que la atravesó por completo. Un calor posesivo inundó sus ojos.
Joy sintió la tensión en el aire.
—Tate...
Y entonces su boca descendió, capturando los labios de Joy en un beso ardiente y húmedo. Sus ojos se cerraron mientras disfrutaba de todas las sensaciones y de los recuerdos que revivían con su caricia. El aroma de su ropa y su colonia la envolvía, pero debajo de eso, él seguía ahí. Su piel. Su sabor. Tan familiar y seguro.
Fue como volver a casa.
Sus besos borraron la distancia entre ellos. Sus dientes mordieron su piel, su barba rozó su barbilla y su lengua se deslizó y enredó con la suya en un reencuentro. Una reunión de cuerpos y almas mientras sus manos tiraban de la ropa en un intercambio de jadeos y gemidos.
Joy se quitó el abrigo mientras Tate deslizaba sus manos bajo la falda de su vestido y sostenía su cuerpo contra el suyo. Ella desplazó sus brazos alrededor de su cuello, besándolo más profundo. Su lengua se movió contra la de él con una audacia de la que no sabía que era capaz.
Con un gruñido, Tate rodeó su cintura con un brazo y empezó a moverse, dejándola sobre el escritorio que ella usaba. Sus cuerpos eran como piezas entrelazadas que finalmente caían en su lugar. Él encajaba a la perfección en la V de sus piernas y sus dedos se hundieron entre sus rizos, como siempre lo hacía. El peso de Tate sobre ella era tan excitante. Joy sintió un remolino de lujuria en su vientre y sus piernas se envolvieron alrededor de su cintura. Sus caderas se tensaron contra las suyas y dejó escapar un gemido mientras él se frotaba contra ella una y otra vez, con la dura longitud de su erección a través de su ropa.
Tate desabrochó su vestido por detrás y Joy le quitó la camisa. Su bralette fue lo siguiente mientras su vestido resbalaba hasta enrollarse en su cintura. Él acarició su piel desnuda mientras se besaban. Sus ojos absorbieron sus curvas y sus manos apretaron sus pechos. Tate inclinó la cabeza y tomó uno de sus pezones en su boca y lo succionó con avidez. El placer caliente se disparó a través de Joy, extendiéndose a través de su vientre y más abajo.
Después de lamer y chupar el delicado brote hasta el punto máximo, se movió hacia el otro y le dio el mismo trato tortuoso pero reverente. Joy se agitó contra la dura superficie del escritorio, necesitando que se detuviera y, al mismo tiempo, que nunca parara. Su espalda se arqueó, buscando su toque. Las manos de Tate se deslizaron hasta sus caderas, apretándola contra él mientras su boca trabajaba sobre su piel.
—Quiero complacerte —suspiró él, lamiéndose los labios.
Tate usó su boca para empezar un viaje lento y deliberado entre sus pechos, alrededor de su ombligo y hasta el borde su vestido alrededor de sus caderas. Entonces se agachó entre sus piernas y posó su boca en la parte interna de su muslo. El roce de su lengua le cortó la respiración y su aliento caliente envió más fragmentos de calor por su piel.
Él la torturó al tomarse su tiempo antes de apartar el encaje por sus muslos y poder contemplarla sin barreras. El deseo carnal en sus ojos, llenos de promesas, hizo que a Joy se le secara la garganta. Tate acomodó sus piernas sobre sus hombros anchos y Joy no pudo pensar en nada excepto en su boca mientras se movía sobre ella con avidez.
«Oh, dulce Jesús...»
Joy tembló y su cuerpo se arqueó del escritorio mientras la lengua y los labios de Tate pellizcaban, lamían y calmaban en todos los lugares correctos, retrocediendo cuando se acercaba demasiado al orgasmo y luego llevándola de regreso a la cima. Joy enterró los dedos en sus mechones ondulados y tiró con fuerza cuando él empujó dos dedos en su interior, sin detener los movimientos y caricias de su lengua.
Los dedos de Tate presionaron con fuerza dentro de ella, aplicando la presión suficiente para prolongar la sensación que recorría su cuerpo. A Joy le tomó apenas unos segundos encontrar su liberación y gimió su nombre, pero Tate no se detuvo, continuó lamiendo hasta que ella estuvo casi al borde de nuevo.
No se sentía justo que solo ella sintiera placer. Joy también quería hacerlo sentir bien. Adorarlo. Demostrarle cuánto lo había echado de menos.
—Tate...
—¿Qué necesitas, cariño? —preguntó él, levantándose para mirarla con ojos oscuros.
Los sentimientos se atascaron en su garganta. Joy no respondió, pero bajó del escritorio y se sacó el vestido, aún arremolinado en sus caderas, deslizándolo por sus piernas, y sintió la mirada de Tate recorriendo su figura desnuda. Aprovechó la distracción y empujó su hombro hasta que Tate se sentó en la silla detrás de él.
Sus ojos se encendieron cuando Joy se arrodilló frente a él y lo acarició a través de sus jeans, como si adivinara su intención. Joy nunca había intentado hacer esto con una de sus citas en la universidad. Sinceramente, nunca se había sentido tan audaz ni deseosa de experimentar, pero ninguno de esos chicos la había tentado tanto como el hombre frente a ella.
Tate era irresistible y sensual y le quitaba la capacidad de pensar, haciendo que se rindiera a los impulsos de su cuerpo. Por eso era su turno de explorar, de deleitarse con su piel desnuda sobre sus músculos que parecían cincelados en mármol. Joy arrastró su boca sobre cada contorno, sobre cada línea dura, saboreando la leve sal de su piel con pequeños movimientos de su lengua. Luego tomó un pezón plano en su boca y Tate siseó mientras ella chupaba, mordisqueaba e incitaba con su lengua. Luego hizo lo mismo con el otro lado, antes de bajar, dejando un camino de besos húmedos entre los músculos de su abdomen. Su mano también descendió y se cerró alrededor de su dura erección, acariciándolo primero con cautela y luego con curiosidad. Cuando acercó su boca y pasó su lengua por la punta rígida, Tate se tensó.
—Joy... —gruñó, echando la cabeza hacia atrás y enterrando las manos en sus rizos rebeldes.
Se sintió alentada por la reacción en su cuerpo, por sus gemidos y por lo fascinante que encontraba todo. La anticipación encendió fuego en su vientre y continuó aprendiendo lo que le gustaba para obtener ese gruñido sexy y masculino de su pecho.
Entonces envolvió sus labios alrededor de él.
Empezó despacio, usando una suave succión hacia arriba y hacia abajo. Sus uñas se hundieron en la parte interna de sus muslos, lo suficiente para hacerlo gemir, mientras aumentaba el ritmo de su boca. Joy sintió que los músculos de Tate se contraían cada vez que lo tomaba profundamente o cuando usaba sus dedos y sus labios al mismo tiempo. Ella gimió con suavidad cuando sintió una gota de placer contra su lengua, y lo habría llevado hasta el final, pero él gruñó y agarró sus hombros. La atrajo entre sus brazos y volvió a acomodar su cuerpo sobre el escritorio.
—Luego vas a tener que decirme si aprendiste a hacer eso en un libro —dijo él con voz áspera mientras terminaba de desvestirse.
Joy sonrió porque él tenía razón. Ella había tenido mucho tiempo para leer y había descubierto un interés inesperado en las novelas de romance adulto.
Un recuerdo iluminó su mente. Una memoria de una noche solitaria en la que había leído una escena erótica muy excitante y sensual. Joy podía recordarlo porque había tenido que tocarse a sí misma para encontrar alivio.
—No es lo único que he aprendido —susurró.
Y dicho esto, giró su cuerpo y quedó doblada sobre el escritorio. Su vientre y sus pechos permanecieron aplastados contra la madera, sus caderas se elevaron y apoyó sus pies sobre el suelo. Luego echó su maraña de rizos sobre su espalda y dirigió una mirada a Tate sobre su hombro, que pretendía que fuera seductora.
Entonces su respiración se cortó.
Tate estaba detrás de ella, mirándola fijamente mientras se acariciaba a sí mismo con movimientos lentos y profundos. Joy también lo miró, no pudo evitarlo. Había algo cautivante en él. Además, la forma en que sus ojos se oscurecían cuando estaba excitado le estaba haciendo perder la cabeza.
—¿Estás segura?
—¿No quieres tenerme así?
—Sí, pero no creo que pueda ser gentil —respondió él, trazando un camino con sus dedos sobre su espalda.
Joy sintió una deliciosa opresión en el estómago y se mordió el labio. Un suave estremecimiento recorrió su cuerpo, no solo por su toque, sino por la forma honesta con la que había respondido.
¿Y su voz?
Joy apretó su labio con más fuerza.
Le ardía el cuerpo y pensar en cómo estaba expuesta hacía sonrojar sus mejillas.
¿Realmente estaba segura de esto?
En el libro, la posición le había parecido diferente y exótica, al menos para ella, pero no había contado con que apenas pudiera respirar y su corazón palpitara alocado contra su esternón pegado a la madera.
Tate continuó el descenso de sus dedos por su columna, sensibilizando su piel aún más y haciéndola arquear la espalda, en busca de su toque. Su cuerpo se sentía muy sensible, y jadeó de forma entrecortada cuando él la penetró con dos dedos. Todos sus músculos se contrajeron y perdió la capacidad de pensar, solo podía sentir la manera en que estaba tocándola, cómo movía sus dedos.
—Aún no has respondido, Joy —dijo, deteniendo sus caricias solo para torturarla—. ¿Estás segura?
—Sí —susurró, levantando las caderas para incitarlo a continuar.
—¿Condones?
—En el cajón con llave.
Joy había tomado la precaución de cerrar ese cajón con llave, considerando que su padre solía usar el estudio cuando se quedaba con ella. Por muy comprensivo que su padre fuera, no quería tener que explicarle por qué tenía una caja de preservativos en su escritorio.
Tate se movió detrás de ella y Joy esperó mientras él buscaba en el cajón y rasgaba el envoltorio de un condón. Un par de latidos después, Joy sintió los labios de Tate flotando sobre uno de sus hombros para depositar un suave beso sobre su piel. Ella le dirigió una breve mirada y se estremeció cuando él colocó las manos a sus costados y las deslizó hacia abajo hasta aferrar sus caderas. Joy había pensado que estaba preparada, pero nada podría haberla preparado. Cuando él empujó profundamente dentro de ella con un solo movimiento, su voz se quebró en un grito, que intentó amortiguar con el dorso de su mano. Cada parte de ella se tensó ante la repentina y pesada plenitud.
Tate no le dio tiempo de acostumbrarse antes de comenzar a moverse.
Unos cuantos empujones lentos y penetrantes pronto dieron paso a un ritmo duro y rápido que la dejó sin aliento, pero nubló todos sus sentidos, de nuevo dejando solo sensaciones placenteras y adictivas. Joy ahogó más gemidos, mordiendo su piel, mientras se acostumbraba a la sensación de tenerlo llenándola por completo y sin contenerse. Como había dicho, él no fue gentil. Estaba penetrandola con tanta fuerza que hacía que todo su cuerpo se estremeciera, sus piernas temblaran y sus pezones se frotaran contra la madera.
—¡Oh, Dios! —gimió cuando Tate levantó una de sus piernas y la dobló sobre el escritorio, para cambiar el ángulo de sus embestidas.
Parecía imposible, pero Joy pudo sentirlo aún más profundo dentro de ella, tocando lugares que hacían explotar estrellas detrás de sus ojos. Era la primera vez que hacían esto. Era rudo, desinhibido, casi salvaje. Joy nunca había estado tan excitada en toda su vida, ni siquiera aquella noche que había estado leyendo la escena erótica a su lado.
Cuando se acostumbró al ritmo de Tate, empezó a empujar contra él, encontrándose con sus embestidas e instándolo a ir más rápido. Tate gruñó y una de sus manos se movió desde su cadera para masajear la humedad donde sus cuerpos se unían. Joy jadeó y cerró los ojos mientras sentía el orgasmo construirse en su cuerpo.
—Tate... por favor... —suspiró.
En ese momento, no estaba segura ni de lo que decía. Podían haber sido incoherencias y no le habría importado. Ya nada importaba, solo la forma en que estaba consumiendola con todo su cuerpo.
Tate empujó más duro y uno de sus dedos apretó su clítoris, llevando su placer más y más alto, hasta que un último grito abandonó su garganta. El placer recorrió todas sus terminaciones nerviosas en oleadas, dejándola delirante y pérdida.
Entonces se rindió y dejó que él buscara su propio placer. Tate volvió a apretar su cintura con ambas manos, clavó los dedos en su piel casi con demasiado fuerza, y empujó con abandono, penetrando en ella una y otra vez hasta que por fin el orgasmo se apoderó de él, tensando su cuerpo para liberarse en el de ella. Él se estremeció y un gruñido escapó de sus dientes apretados, un sonido tan masculino que casi la hizo tener otro orgasmo.
Unas cuantas embestidas erráticas más y se derrumbó sobre ella; su cara enterrada en sus rizos alborotados, su cuerpo estremeciéndose con lo último de su liberación. Joy no se movió, ni siquiera se quejó por su peso. No tenía fuerzas para nada, apenas respiraba. Aunque era difícil con Tate sobre sus pulmones.
Él debió haberse dado cuenta porque se levantó y salió de ella con cuidado. Luego tomó su brazo, giró su cuerpo y atrapó su boca en un beso contradictorio, tan rudo como dulce. Joy envolvió sus piernas a su alrededor, disfrutando de la calidez mientras él se apoyaba en sus antebrazos y seguía besándola. Un par de mechones salvajes habían volado sobre sus mejillas y Tate los apartó para despejar su rostro. Joy sonrió en medio de sus besos y deslizó sus dedos por su cuello, luego descendió por los músculos de sus hombros y sus brazos. No le importaba que su piel estuviera sudada, lo único que deseaba era grabar en su memoria cada detalle de él en ese momento íntimo.
—Te amo —murmuró Joy porque se sentía correcto.
La mirada de Tate brillaba con una mezcla de luces y sombras, reflejando una profundidad en sus emociones que resultaba cautivadora. Joy sintió cómo su corazón se aceleraba. La intensidad de la intimidad que compartían era abrumadora, demasiado fácil y perfecta.
—Yo también te amo —respondió Tate contra su boca antes de sellar sus labios como una promesa.
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