Capítulo 52
Joy estaba triste.
Aquel no había sido un buen día. No había podido realizar su rutina habitual al quedarse en casa. Desde la conversación con Erin Acheron sobre su madre, se sentía muy ansiosa. Joy sabía que Erin no le había hablado del tema para inquietarla; lo decía por su bienestar, preocupándose por ella. Aun así, el temor persistía, pues Erin tenía razón y Joy sabía que tendría que enfrentar la despedida de su madre.
La tristeza de Joy se debía a que ya había tomado la decisión de dejarla ir.
Rodeada de silencio, Joy levantó la mirada y observó a su alrededor en la florería. Estaba sentada detrás de su mesa de trabajo, creando nuevos arreglos para el día siguiente. Los domingos por la mañana solían acudir muchas personas a la florería, por lo que le gustaba estar preparada.
Marigold jugaba a sus pies con un par de pétalos que habían caído de las macetas. Joy esbozó una leve sonrisa y continuó cortando espinas y tallos con cuidado. En ese momento, encontró un poco de paz. El ambiente de la florería, con la fragancia de las flores y el aroma a tierra húmeda, la hacía sentir en casa, recordándole momentos del pasado y llenándola de calma, incluso en medio de la tempestad de emociones que la embargaba.
Permaneció concentrada durante varios minutos hasta que levantó la mirada y contempló la fachada de la florería.
—Está nevando —susurró para sí misma.
Marigold saltó a la mesa de trabajo, y juntas contemplaron la nieve caer con lentitud al otro lado del escaparate. De pronto, Joy sintió una inexplicable nostalgia.
—Hay un poema antiguo —musitó Joy, mirando los ojos felinos de su compañera— que habla sobre dos amantes que se reencuentran en medio de una nevada. No recuerdo todo el poema, pero sé que empezaba con: «Iré a ti durante la primera nevada».
Una leve sonrisa se dibujó en su rostro mientras pensaba en Tate.
Lo extrañaba tanto que a veces le costaba conciliar el sueño. Incluso, se acostaba leyendo en voz alta, como si así pudiera sentirlo cerca, como si él estuviera escuchándola. Quizá debería dejar de lado sus miedos y nervios y simplemente llamarlo. Quizá así dejaría de extrañarlo tanto. O quizá, solo quizá, eso la ayudaría a comprender que él no volvería.
«Es suficiente», dijo la razón. «Tienes que dejar de esperar».
Joy suspiró al tiempo que se levantaba de su silla, limpiándose las manos con el mandil.
—¿Quieres cenar? —le preguntó a Marigold.
Ya había oscurecido, y con la nevada era poco probable que tuviera nuevos clientes. Se acercó a la puerta y giró el letrero a «Cerrado». Luego, limpió la mesa de trabajo y se agachó detrás del mostrador para ordenar unas cintas decorativas que Marigold había desordenado.
En ese momento, escuchó la campanilla de la puerta.
—Lo siento, ya está cerrado por...
Las palabras se quedaron atrapadas en sus labios mientras las cintas se deslizaban entre sus dedos, y su cuerpo se petrificó en el lugar... al ver a Tate frente a ella.
Tate.
Tate estaba allí.
«¿Esto es un sueño?», se preguntó en medio de la confusión. ¿O acaso se había desmayado, luego de que Marigold hubiera arrojado una maceta desde la repisa como venganza por el suéter navideño?
—Hola —dijo él con una sonrisa—. Lamento si te sorprendí, no era mi intención hacerlo.
«¡Oh Dios, es real!».
—Hola —respondió Joy, con el corazón atascado en la garganta.
—Ha pasado un tiempo.
—Lo sé, pero... ¿Qué estás haciendo aquí?
«¿Por qué volviste?».
Tate cambió su peso de un lado a otro, inquieto, y Joy notó por primera vez que había un bolso de viaje a sus pies.
—Vine porque tenía cosas que decirte —contestó, sin apartar su mirada de ella.
—¿Y tu trabajo en la editorial?
—Renuncié.
Los ojos de Joy se abrieron como platos y dio un paso más cerca, sintiéndose perpleja.
—¿¡Renunciaste!? —exclamó—. ¿¡Por qué!?
—Es una larga historia —replicó Tate con premura—, pero en resumen: Sterling quería que te manipulara para beneficio de la editorial, y yo no iba a hacerlo.
Joy lo miró boquiabierta, sintiéndose un poco aturdida.
—No lo entiendo, ¿Porque quería... ?
—Eso no es importante ahora —intervino con firmeza.
El corazón de Joy latía con fuerza, sintiendo que todo estaba sucediendo tan rápido y, de forma extraña, no podía clasificar todas sus emociones en ese momento. Una mezcla de sorpresa, alegría y temor se entrelazaba en su pecho, haciendo que se sintiera casi abrumada.
—¿Entonces qué quieres decirme?
La mirada de Tate se desvió hacia la ventana, como si buscara palabras en el paisaje nevado. La atmósfera en la habitación se volvió tensa mientras el silencio se prolongaba, y Joy se preguntó qué estaba pasando por la mente de Tate en ese momento. Finalmente, él se volvió hacia ella, y sus ojos reflejaban una mezcla de emociones. Quiso decir algo, pero las palabras parecían atrapadas en su garganta. Joy esperó pacientemente, sin interrumpir, permitiéndole el espacio para expresarse cuando se sintiera listo. Aunque eso no calmará su alocado corazón.
—Quiero decir muchas cosas, pero... —empezó Tate, pero se detuvo y soltó una respiración profunda—. No soy escritor como tú, no sé cómo decir las cosas de forma bonita o poética, no voy a hacerte llorar ni este será el momento más memorable de tu vida, pero lo que quiero decir es que quiero estar contigo.
»Sé que te defraudé al marcharme. Tomé una decisión que creí que era la correcta porque era la opción segura y tenía miedo. Sin embargo, este tiempo separados me hizo darme cuenta de que no era feliz, de que no hubiera podido ser completamente feliz, y de que a quien quiero es a ti.
Joy separó los labios, sintiendo un alivio y al mismo tiempo una sensación de presión en el pecho. Escuchar aquellas palabras, directas y sinceras, la conmovió profundamente. Pero también la llenó de una mezcla de emoción y vulnerabilidad. El alivio se entrelazaba con la inseguridad, con sus miedos.
—¿Y si ya no puedo llevar una vida normal de nuevo? ¿Aún así me querrías?
La mirada de Tate se entrecerró, cargada de tristeza y frustración.
—Jamás te etiquetería de alguna forma. No creo que seas normal o no; para mí, eres es solo una persona. Y no hay nada que no haría por ti. Me quedaré a tu lado.
El corazón de Joy estaba seguro de sus palabras. Se sentía feliz, completa, pero el miedo aún se agitaba en su vientre, empañando su razón. Quiso ignorarlo, deseó que desapareciera, pero era difícil.
«Se cansará de ti y volverás a quedarte sola», dijo aquella voz oscura en su cabeza. «Tu corazón no lo resistirá y tu mente se desgastará».
—¿Estás seguro? —preguntó con una pizca de inseguridad en su voz—. Porque podría seguir mejorando, y entonces podrías pensar que ya he superado todo, pero luego podría llegar un día en el que todo lo que quiera sea esconderme bajo las sábanas. Podríamos estar juntos, disfrutando de nuestras salidas como siempre, y de repente, enfrentar una recaída. No soy la chica con la que podrás asistir a citas, ni la que exhibirías en eventos o con quien disfrutarías de viajes emocionantes. Soy la chica que guarda muchos miedos.
Decir eso dolía, pero Joy quería ser honesta. Su voz tembló ligeramente mientras dejaba escapar sus preocupaciones, como si una parte de ella temiera que esas palabras alejaran a Tate. Sin embargo, también sabía que la verdad era crucial entre ellos, que la base de su relación debía ser la sinceridad y el entendimiento mutuo. Con sus ojos cristalinos, Joy miraba a Tate, esperando que él comprendiera la magnitud de lo que estaba compartiendo. Aquella vulnerabilidad la hacía sentir expuesta, pero a la vez, liberada de la carga que llevaba dentro.
—Joy...
Tate se acercó un par de pasos, pero se detuvo como si no estuviera seguro de poder tocarla. Aun así, su mirada no la abandonó.
—Eres el ser humano más increíble que he conocido. Eres divertida, inteligente, compasiva, cariñosa y talentosa. No quiero una versión de ti «normal» o «curada». Te quiero a ti. Eres como eres por todo lo que has pasado. Desearía poder retroceder en el tiempo y evitar la tragedia que viviste, pero no puedo. Todo lo que puedo hacer ahora es estar a tu lado mientras atraviesas este camino.
»En cuanto a las recaídas, no me importan. Si quieres encerrarte en nuestra cama todo el día, haré lo que pueda para estar allí contigo. Si tienes un ataque de pánico en medio del supermercado, dejaré todas nuestras compras en el pasillo y te llevaré a un lugar donde te sientas segura. Estuve contigo los últimos meses, aprendí cómo ayudarte. Puedo seguir haciendo eso por ti y más. Haré lo que sea necesario para recuperar lo que teníamos antes de que me fuera porque te amo y sé que mi corazón debe estar junto al tuyo y...
—¿Tú me amas?
—Es lo que he intentado decir desde el principio —replicó, perplejo—. ¿Lo ves? Lo he dicho todo mal y ahora tú...
—También te amo.
Esas simples, pero poderosas palabras, aplacaron sus miedos y Joy empujó aquellos pensamientos inseguros fuera de su mente. Fue como si todo se quedara en silencio y solo pudiera escuchar el latido de su corazón. La mirada de Tate se fundió con la suya, y en ese instante, supo que era verdad, que él estaba allí para quedarse.
«Es el amor lo que te ha atraído hasta aquí».
Su madre tenía razón. El amor podía ganarle al miedo. No se trataba de eliminar los miedos por completo, sino de encontrar a alguien dispuesto a enfrentarlos a su lado.
—Te amo —repitió Joy con más fuerza.
La mirada de Joy era un reflejo de su alma, una mezcla de miedo y esperanza, de inseguridad y determinación. Quería que él supiera que, aunque no fuera la chica perfecta, tenía un corazón genuino y un amor profundo y sincero para darle.
El rostro de Tate se iluminó con una sonrisa cálida, y su cuerpo se relajó al sentir a Joy acercándose. Sin poder resistirlo más, ella avanzó hacia él, sintiendo su corazón latir con emoción. Tate abrió los brazos, creando un espacio acogedor para ella, y la envolvió en un abrazo apretado y reconfortante.
En ese momento, el mundo pareció desvanecerse a su alrededor, dejando solo el calor y la seguridad que encontraban en los brazos del otro. Se aferraron el uno al otro como si sus vidas dependieran de ello. Sus palabras se transformaron en susurros llenos de confesiones. Tate murmuró «te amo» una y otra vez contra su frente. Los susurros se desvanecían suavemente como el viento, pero el peso de sus palabras resonaba en lo más profundo de sus almas, sellando un pacto silencioso que unía sus corazones.
Tate había afirmado que ese momento no sería el más memorable de sus vidas, pero Joy sabía que se equivocaba. Aquellas palabras, sus lágrimas de felicidad y las emociones compartidas quedarían grabadas en su memoria para siempre. Además, de alguna forma, él sí era un escritor, y al regresar por ella, le estaba ofreciendo la oportunidad de coescribir su futuro juntos. Un libro de aventuras, con días buenos y malos, con alegrías y tristezas, con miedos y esperanza, pero, sobre todo, con amor. Y Joy tenía claro que eso era más que suficiente para querer empezar una nueva página en blanco a su lado.
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