Capítulo 51

—Me hubiera gustado estar allí para ver su cara cuando renunciaste —dijo Evelyn casi emocionada mientras conducía hacia el aeropuerto de Londres-Gatwick.

Tate esbozó una suave sonrisa.

—Debí haber aprovechado mi oportunidad y golpearlo cuando renuncié —se lamentó.

—¿Estás segura de lo que hiciste? —preguntó, preocupado—. No quería que renunciaras por mí.

Ella le dirigió una mirada de soslayo.

—Tate, eras la única razón por la que seguía allí. Sabes cuánto odiaba trabajar para Sterling. No nos merecían. Además, ya somos libres. Podemos hacer lo que queramos: abrir nuestro propio negocio, ser consultores, empezar en una nueva empresa...

—Estoy algo nervioso.

—No te preocupes, estaré a tu lado siempre —Evelyn esbozó una amplia sonrisa, lo que le proporcionó a Tate un poco de calma.

Su amiga continuó hablando, compartiendo todas las posibilidades que se abrían ahora, mientras se dirigían desde su departamento hacia el aeropuerto.

El viaje había sido completamente improvisado. Tate había tomado una decisión drástica al renunciar, pero en lugar de sentirse perdido o arrepentido, había encontrado una sorprendente claridad en lo que realmente quería: regresar a Portree, estar junto a Joy y construir su vida a su lado, si ella se lo permitía.

Aunque el futuro era incierto y no podía predecir lo que sucedería, Tate estaba decidido a luchar por ella. Estaba dispuesto a enfrentar cualquier obstáculo y superar todas las dificultades que pudieran surgir en el camino.

Ahora más que nunca, se sentía preparado para enfrentar lo que fuera necesario. Si había algo que el viaje improvisado le había enseñado, era que a veces, tomar riesgos y seguir el corazón podía llevarlo a donde realmente pertenecía. Y en su corazón, sabía que pertenecía junto a Joy.

Evelyn estacionó el Volvo frente a la puerta de entrada del aeropuerto y le dio un abrazo fuerte.

—Avísame cuando llegues, ¿de acuerdo? —pidió, sosteniendo su rostro—. No tengas miedo. Eres muy valiente y estoy segura de que está es la decisión correcta.

Tate respiró profundamente, deseando tener la misma seguridad que Evelyn, pero en ese momento solo sentía nervios. Sin embargo, la idea de volver a ver a Joy aceleraba los latidos de su corazón. Cuando se encontraran, se prometió a sí mismo que le expresaría todo lo que sentía, aun si no tenía las palabras exactas.

Eran cerca de las 7 p.m. cuando Tate llegó a Portree. El invierno había cubierto de nieve los techos de las casas, y las luces de las decoraciones navideñas brillaban en el anochecer, creando un paisaje cautivador y festivo. Mientras se acercaba al puerto, vislumbró a Rae esperándolo en la estación de ferry, con una bufanda navideña alrededor del cuello para protegerse del frío.

Él sonrió al verla allí.

Dos días atrás, le había enviado un mensaje informándole sobre su intención de volver y pidiéndole que se encontraran. No habían hablado mucho durante esos meses en Londres. Rae había afirmado que no estaba enojada, pero Tate sabía que le había dolido un poco que se marchara. Por eso, verla allí, lista para recibirlo, aliviaba los nervios de Tate.

Al bajar del ferry, Tate respiró profundo y caminó hacia Rae, quien estaba apoyada contra la puerta de su Mustang con los brazos cruzados sobre el pecho.

—Creí que si regresabas irías directo a ver a Joy. ¿A qué debo el privilegio?

Tate tragó saliva, sintiendo la necesidad de explicar sus motivos. La verdad es que sí tenía una razón para verla allí. No tenía que ver con Joy, sino con ellos.

—Quería que habláramos —contestó con una leve sonrisa.

El silencio se hizo presente entre ellos mientras Raelynn entrecerraba los ojos, mostrando su curiosidad e intriga.

—Sube—soltó ella, abriendo la puerta del piloto.

Tate subió al Mustang con su equipaje, y ella arrancó el auto. Él la observó conducir en silencio. Rae se percató de su mirada y giró el rostro hacia él.

—¿Estás bien?

Él asintió.

—Renuncié a la editorial —respondió en voz baja—. Theodore quería manipular a Joy para beneficiar a la editorial. No podía hacerlo. Por más que me gustara el trabajo, no era correcto. Así que renuncié.

—Lo siento —replicó luego de una breve pausa.

—Tenías razón: Sterling es un hombre tóxico. Si no hubiera sido esto, tarde o temprano, me hubiera pedido algo deshonesto. La decisión no fue difícil. Además, no sé cuánto tiempo hubiera podido permanecer en Londres.

—¿Por qué lo dices? —aventuró Rae, echándole una mirada de soslayo—. Pensé que eras feliz en Londres, con tu nuevo trabajo.

Sí, Raelynn estaba resentida con él. Ella era su familia. Tate la conocía bien y sabía identificar aquel rastro de ironía y sarcasmo en su voz, aunque ella intentaba ocultarlo. Había escuchado muchas veces su tono pasivo-agresivo durante la adolescencia. Y también sabía que para contrarrestarlo, debía mostrarse sincero y vulnerable.

—La verdad es que me estaba volviendo loco. No era completamente feliz. De nuevo, tenías razón: dejaría que el trabajo me consumiera y terminaría desperdiciando mi vida. Además, extrañaba tanto a Joy que a veces sentía que no podía respirar. ¿Te has sentido así? —preguntó con una sonrisa amarga—. Es una locura. No sabes si quieres seguir viviendo para volver a ver a la persona que amas o si quieres morir para terminar con el sufrimiento.

Su prima irguió una ceja despacio.

—Siempre fuiste el más dramático y romántico —comentó—. Lo sacaste de nuestra madre.

Tate se estremeció al escucharla. Entonces se produjo una pausa. Los ojos de Rae se tornaron serios ante su vacilación.

—Sobre Imogen... —comenzó Tate.

Ella era la razón por la que Tate le había pedido a Rae que se encontraran. Los últimos meses a solas le habían hecho reflexionar sobre Imogen, sobre la relación entre ellos que no había vuelto a ser igual, y sobre cómo nunca habían hablado de su pérdida. Desde su conversación con el padre de Joy, aquella noche en la cocina, no había podido dejar de pensar que era una deuda que tenía consigo mismo y con Rae. Si quería arreglar su relación, debía enfrentar esa conversación.

—¿Qué? —intervino Rae. De repente, su voz era defensiva y herida—. ¿Es eso sobre lo que quieres hablar? ¿Ahora quieres hablar de ella? ¿Luego de todo este tiempo?

Tate suspiró, sintiendo el ambiente tenso y asfixiante que los rodeaba. Había esperado que esta conversación no sería sencilla, pero enfrentar el dolor del pasado junto a Rae era mucho más complicado de lo que había imaginado.

—Tú te pareces tanto a mamá... —murmuró Rae, rompiendo el silencio—. Y sé que casi nunca te refieres a ella así, ni lo piensas, pero eso era lo que ella era: nuestra mamá. Y ambos eran iguales. Ninguno podía hacer las cosas fáciles —lo acusó—. Mamá tuvo que enfermar para admitir que siempre había tenido tanto miedo de fallar que, sin darse cuenta, había desperdiciado su vida en un trabajo que la consumió —suspiró, haciendo una pausa—. Eras su hijo, Tate. Tanto como yo.

Tate se sintió impactado por las palabras de Rae y un nudo se formó en su garganta. Sus ojos se llenaron de lágrimas y rápidamente se los frotó con el dorso de la mano.

—Lo sé.

Tate se sintió abrumado por una mezcla de emociones mientras escuchaba a Rae. Por supuesto, él siempre había considerado a Imogen como su madre. Ella siempre lo había amado y él la había amado más que a nadie. Pero Tate ya había perdido a su madre biológica y, tal vez, en lo más profundo de su ser, el pensar en Imogen como su madre le daba miedo. No quería enfrentar la posibilidad de perderla también.

—Fui injusto y cruel con ella. Debí venir cuando enfermó, despedirme de ella y quedarme a tu lado cuando murió, pero fui cobarde y egoísta —musitó con melancolía—. ¿Me odias por eso?

Raelynn no respondió, pero se detuvo en un semáforo. El ambiente en el auto se volvió tenso y doloroso mientras las miradas de Tate y Rae se encontraban en medio del silencio. Las emociones parecían palpables en el aire, como si estuvieran nadando en una maraña de recuerdos y sentimientos no expresados. El corazón de Tate latía con fuerza, esperando una reacción de Rae.

—Hubo momentos en que sí —admitió Rae sin vacilar—. Pero me di cuenta de que si te odiaba, iba a quedarme sola y me arrepentiría por siempre.

Tate sabía que se lo merecía. De alguna manera, había tenido sus sospechas. Sin embargo, había sido un cobarde para enfrentar la situación o hablar de lo que había sucedido. Desde el principio, se había considerado a sí mismo un cobarde.

—Lo lamento —se disculpó, sintiéndose avergonzado y decepcionado de sí mismo—. Me siento culpable por no haber estado aquí para las dos, por no despedirme. Tenía mucho miedo de verla sufrir, de enfrentar la pérdida. Creí que podía evadir el dolor enfocándome en el trabajo. Pensé que podía honrarla convirtiéndome en ella. Necesitaba esa seguridad para poder seguir adelante, para no tener tanto miedo. Pensé que eso era lo que ella quería, pero no es así, ¿verdad?

El semáforo cambió a verde, pero Rae no movió el auto. Miró fijamente a Tate y, con un suspiro, negó lentamente. Ella aparcó el Mustang a un costado de una calle desierta antes de volver a hablar.

—Luego de la muerte de Gwendolyn y de abandonar su trabajo para pasar sus últimos meses conmigo, dejó de importarle lo que sucedería con la editorial. Durante ese tiempo, reflexionó mucho sobre su vida y el legado que nos dejaría. Tenía mucho miedo de abandonarnos y de que no fuéramos felices. Realmente estaba muy preocupada de que estuvieras perdido, y lo confirmó cuando no viniste. Nunca te culpó, pero sí se preocupó. Por eso tuvo una última brillante idea y dejó esa carta para unir a dos personas que ella amaba y que estaban rotas.

—¿Quería que conociera a Joy? —preguntó Tate, sorprendido.

—Quería que la apoyaras. Joy necesitaba escribir ese libro para sanar sus heridas y tú necesitabas ese libro para encontrar paz en ti mismo. Sin embargo, lo que mamá realmente quería era que regresaras, tuvieras una nueva perspectiva de vida y enfrentaras nuevas cosas que te harían tener menos miedo. Y lo consiguió, cambiaste. Tomaste decisiones que nunca hubieras tomado y sé que tu tiempo aquí te hizo feliz. Eso es todo lo que ella quería.

Tate reflexionó sobre sus palabras y sintió el remordimiento agitándose en su pecho.

—Nunca debí marcharme —se lamentó.

—No puedo decirte lo que debiste o no debiste hacer, Tate. Todos cometemos errores, pero lo importante es cómo enfrentamos las consecuencias y cómo decidimos seguir adelante. Nuestros miedos nos hacen equivocarnos, pero también nos enseñan —sentenció Rae de forma alentadora.

Tate asintió, sintiendo un nudo en la garganta. —Gracias, Rae. Gracias por escucharme y por ser honesta conmigo.

El abrazo fue reconfortante, un momento de conexión profunda entre hermanos que había sido mucho tiempo necesario. Tate sintió que podía respirar con mayor facilidad, y el peso que había llevado en sus hombros disminuía poco a poco.

—Me enamoré de Joy —confesó, dejando caer sus barreras, vulnerable.

Finalmente, Rae se separó del abrazo y esbozó una sonrisa.

—Lo sospeché cuando dijiste que no podías respirar sin ella. Pero... ¿Qué es lo que realmente quieres, Tate? ¿Por qué volviste exactamente? ¿Tienes un plan? ¿Un nuevo plan?

—No tengo un plan.

—Pero tú eres un hombre de certezas. ¿Vas a arriesgarte a lo incierto?

Tate consideró su respuesta, y en ese momento, una ola de emoción lo embargó. Se dio cuenta de que no había más en qué pensar. Había reflexionado sobre eso durante los últimos días, y la respuesta siempre era la misma. Sus sentimientos eran claros, y no había dudas en su corazón. Estaba decidido, y esa determinación lo llenaba de una sensación de esperanza y anhelo.

—No tengo un plan —repitió—. Y sí, no sé lo que me deparará el futuro. Pero lo que sí sé es que quiero estar con Joy. No es que no sienta miedo cuando estoy con ella, pero a su lado, siento que soy capaz de enfrentarlo todo.

Rae meneó la cabeza, con una ligera risa.

—Realmente eres todo un romántico —soltó, volviendo a arrancar el Mustang—. Reza para que Joy te acepte de vuelta o dormirás en el sillón.

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