Capítulo 49
El invierno había llegado a Portree y con él, la encantadora atmósfera navideña se extendía por cada rincón del pueblo. Los tejados, las calles, los árboles y hasta la fuente de la plaza central se veían adornados con el blanco manto invernal. Las luces brillantes, las guirnaldas rojas y doradas y las coronas de hojas verdes en las puertas conferían un toque festivo y acogedor.
Joy paseaba por el centro, cautivada por la algarabía y el espíritu navideño que se respiraba en el aire. Los villancicos resonaban en cada esquina, y las delicias navideñas como el chocolate caliente y las galletas recién horneadas se ofrecían generosamente. Pero lo que más disfrutaba era la calma que se mantenía presente en medio de la festividad. A pesar de la emoción, la gente caminaba sin prisas, deleitándose en los preparativos para la cena navideña.
Ajustándose la bufanda alrededor del cuello, Joy continuó su paseo por las nevadas calles de su vecindario. Aún quedaba un tiempo para el atardecer, por lo que los comercios de los vecinos seguían abiertos.
Al llegar frente a la acogedora casa de té, saludó a Erin Acheron, que disfrutaba de una taza de té caliente en uno de los sillones. A través del cristal del escaparate, Joy pudo ver también a Litha, con las piernas cruzadas en el aire, siempre llena de energía.
Siguió su camino, saludando amistosamente a los vecinos que encontraba en su trayecto. La agencia de tours de Gaia estaba decorada con entusiasmo por la familia, y Joy los saludó con una sonrisa.
No podía resistirse a detenerse en la tienda de Isla y Moira, quienes le ofrecieron más chocolate caliente con amabilidad. Luego, compartió un rato agradable con Mairi y Douglas y su esposa, quienes estaban sumergidos en el espíritu navideño. La anciana emocionada por una nueva pintura y Douglas orgulloso de la cuna que habían construido para su próximo nieto.
En momentos como ese, Joy se sentía profundamente agradecida por su lugar en la comunidad. Todos esos rostros amables constituían su red de apoyo, haciéndola sentir segura y animándola a salir y explorar cada día.
Finalmente, llegó a su hogar, donde se aseguró de que la decoración navideña se mantuviera impecable a pesar de la nieve. Sabía que Raelynn la regañaría si algo estaba fuera de lugar. Recordó con cariño cómo ambas habían decorado la fachada juntas hace tres días, antes de que su amiga partiera hacia Londres para una feria de tatuajes.
Joy entró a la florería y encendió las luces, recorriendo el lugar con la mirada. Al quitarse el abrigo y la bufanda, caminó entre las estanterías de flores. Marigold, su fiel compañera felina, la recibió al atravesar la puerta de flores y la acompañó hasta la cocina. La gata se frotó entre sus piernas y maulló, dando la bienvenida a su dueña, antes de saltar al mostrador de la cocina para observarla mientras guardaba las compras.
Hacía algunas semanas, Joy había empezado a ir sola al supermercado. Aunque no era una tarea sencilla, había adquirido mucha práctica. Todos en el vecindario se habían ofrecido al menos una vez a acompañarla, incluido su padre. Los días en que él la visitaba, siempre se aseguraba de acompañarla durante sus salidas. Así fue durante semanas, hasta que una mañana, Joy sintió el impulso de ir sola.
En su primera intentona, no lo logró. Apenas llegó a la entrada de Co-op Food antes de sentirse inquieta y volver apresuradamente. Sin embargo, en el segundo y tercer intento, pudo comprar un par de productos antes de sentirse ansiosa. Poco a poco, cada vez pudo pasar más tiempo en el supermercado sin sentir la necesidad de huir. Ahora, la mayoría de las veces hacía sus compras sola.
Aunque seguía llevando a cabo las mismas tareas que al inicio de su terapia, Nora, su terapeuta, le había dicho que la repetición le brindaba calma. Por eso, Joy continuaba visitando los mismos lugares. Aunque aún no podía explorar todo el pueblo, había ampliado su área de salida con la ayuda de Rae, su padre y los vecinos. Al principio, se desesperaba por la lentitud de su progreso, pero finalmente entendió que cada paso que daba afuera la hacía más fuerte. Aprendió a ser amable consigo misma, reconociendo que dar lo mejor de sí misma en cada paso era lo que realmente importaba.
—¡Miau! —maulló Marigold con fuerza.
—Ya sé, tienes hambre.
Joy acarició las orejas de Marigold y ajustó el cuello alto de su suéter navideño con temática gatuna. La gata había protestado al principio, pero cedió al darse cuenta de que todos parecían adorarla aún más con su espíritu navideño.
Después de servirle la merienda a Marigold, Joy abrió la puerta del jardín, dejando que una ráfaga de aire frío se colara por su vestido. Se detuvo un momento para calzarse unas botas antes de dirigirse al invernadero. Con el cambio de estación, tenía que revisar las flores con mayor frecuencia para asegurarse de que estuvieran en buenas condiciones. Afortunadamente, el invernadero era moderno y avanzado, lo que facilitaba el control de la temperatura y las condiciones adecuadas.
Joy revisó los últimos brotes que había plantado antes de recoger su cesta y acercarse al Rowan, un árbol que seguía floreciendo sin una pizca de nieve en sus ramas. Se inclinó para recoger los pequeños frutos mientras le contaba a Marigold sobre su visita al centro.
—La decoración navideña en el pueblo es hermosa como cada año —dijo, acariciando las raíces—. Me encantaría que pudieras verla.
Una ráfaga de viento agitó las ramas del Rowan y levantó los pétalos caídos, algunos rozaron sus mejillas y cabello, arrancándole una sonrisa.
Tras recoger los frutos del Rowan, Joy regresó a la cocina y los lavó con calma. Disfrutaba del silencio y la simplicidad de su vida. Había vuelto a acostumbrarse a su rutina diaria. Cuidaba del invernadero al amanecer, luego trabajaba en la florería durante la mañana y el mediodía. Por las tardes, cumplía con su salida diaria. Y por las noches, se quedaba leyendo en el estudio o se frustraba peleando con una hoja en blanco mientras intentaba escribir.
Cada día era igual. Esa tarde no era una excepción...
Hasta que tocaron el timbre de la puerta.
Las orejas de Marigold se pusieron en alerta y Joy se quedó paralizada, observando el pasillo que conectaba con la florería. Abandonó la cocina y se apresuró a cruzar frente a las estanterías. Su corazón latía con rapidez mientras desbloqueaba las cerraduras y abría la puerta.
«¿Tate?».
La llama de esperanza que había nacido en el pecho de Joy se extinguió al ver a Erin Acheron, sosteniendo una tarta frente a ella.
¿Por qué había pensado que sería él? ¿Por qué seguía esperando?
«Tienes que parar. Es suficiente», le dijo la razón a su corazón.
—Joy, querida, nos quedó tarta de manzana y canela —explicó con una sonrisa—. Aunque por tu expresión, no creo que estés feliz por la tarta. Puedo deducir que no me esperabas a mí. Lamento decepcionarte.
Joy calmó sus latidos y tragó con fuerza. Dejó entrar a Erin y cerró la puerta detrás de ella.
—¿Acaso soy tan transparente? —soltó, sin pensar.
—No tan transparente como yo —intervino Litha y apareció sentada sobre su mesa de trabajo—, pero sí con tu añoranza sobre «Quien-Tú-Sabes». De hecho, todos nuestros vecinos «No Muggles» también lo saben.
—Litha, basta —replicó Erin con una sonrisa apenada—. Disculpala, descubrió la caja de libros de Sydonie en el ático y ahora está obsesionada con Harry Potter.
Joy suspiró con tristeza. Si pretendía que no extrañaba a Tate y trataba de no pensar o hablar de él, tenía que dejar de esperarlo.
Ya habían transcurrido meses desde su partida. Los primeros días sin él habían sido muy difíciles. Joy se había sentido demasiado triste como para salir. Se había sentido sola, sin importar quiénes estuvieran a su lado. Se atormentaba a sí misma por su decisión de no haberle pedido que se quedara o de haber aceptado su propuesta de tener una relación a distancia.
Sin embargo, en sus momentos de lucidez, había entendido que negarse había sido la mejor decisión. Una relación a distancia habría representado muchos desafíos y podría haber arruinado su amistad para siempre.
El tiempo había ayudado a apaciguar la nostalgia, y había comprendido que no podía rendirse. No podía perderse a sí misma porque había perdido a Tate. Así que se enfocó en recuperar su normalidad, incluso si tenía que obligarse a no pensar en Tate. Poco a poco, lo había conseguido.
Ahora, todo estaba bien. Aunque su tonto corazón aún lo esperaba.
—¿Quieres hablar sobre Tate? —preguntó Erin, siguiendo a Joy hasta la cocina.
La joven negó con la cabeza y se ofreció a prepararle un té.
—Tal vez hubieras sabido que terminarías con el corazón roto si hubieras dejado que lo invitaremos a beber té —soltó Litha, ocupando una silla detrás del sillón.
—¡Litha! —la regaño Erin.
A pesar de todo, la actitud directa y franca de Litha le arrancó una sonrisa a Joy.
—Está bien. Además, Litha tiene razón.
Erin se sentó en una de las sillas junto al mesón y Litha la imitó. Cuando hacía cosas cotidianas, Litha casi parecía una adolescente normal y no un espíritu protector.
—¿Estás sola? —aventuró Erin, mirando alrededor de la casa—. Pensé que tu padre seguía aquí.
—Se fue ayer en la noche. Tuvo que regresar a Londres.
—Esta vez se quedó más tiempo de lo usual.
—Sí, quería pasar tiempo con mamá —respondió Joy, tragando con fuerza—. Y... se despidió de ella.
Durante los últimos meses, su padre había regresado a visitarla en varias ocasiones. Solía quedarse un par de días, pero en la última visita se había quedado tres semanas completas. Durante esa estancia, Joy había sido testigo de la magnificencia del Rowan en todo su esplendor. Era impresionante, como si su madre hubiera estado tan feliz que el Rowan apenas podía contener sus emociones. Sin embargo, esta visita había sido diferente. Su padre había hablado con su madre cada noche hasta que Joy lo encontró llorando en el jardín. Al día siguiente, él se había marchado.
—Sé que es difícil despedirse de quienes amamos, pero es la mejor decisión.
—¿A qué... te refieres? —titubeó Joy.
Su mirada preocupada se entrelazó con la de Erin. De repente, un aire de seriedad invadió el ambiente. Litha se agitó inquieta y saltó de su asiento para perderse tras las puertas del jardín. La tensión en la habitación era palpable mientras Joy esperaba a que Erin hablara.
—Joy, cumpliste la promesa que le hiciste. Ya no hay nada más que até a Gwennie aquí. Debe descansar y tú no puedes seguir aferrándote a los muertos. Eso no te hace bien.
Joy sintió un nudo en su garganta y su voz salió entrecortada mientras luchaba contra la emoción que amenazaba con abrumarla.
—Pero si ella se marcha, me... me quedaré sola.
La idea de perder a su madre otra vez era inconcebible. Había sido su apoyo incondicional en los días más oscuros, la persona que la había sostenido y ayudado a sobrevivir cuando todo parecía desmoronarse a su alrededor. Solo pensar en la posibilidad de dejarla ir rompía el corazón de Joy en mil pedazos.
Un estremecimiento recorrió su espalda, y una sensación de angustia se apoderó de ella. Las lágrimas amenazaron con brotar, pero Joy se contuvo, quería ser fuerte. En ese momento de fragilidad, Marigold maulló y saltó a sus brazos, como si hubiera entendido perfectamente que su dueña necesitaba consuelo. Joy la abrazó con ternura, sintiendo su suave ronroneo vibrar en su pecho.
—No estás sola, Joy. Tienes a tu padre, a Rae y a todos nosotros. No debes tener miedo. Nunca te abandonaremos —prometió Erin, acercándose para sostener su mano con delicadeza—. Pero debes dejar ir a tu madre y seguir adelante. Sé que es una decisión difícil y que llevará tiempo, pero reflexiona acerca de esta conversación. En tu interior sabes que es lo correcto.
Joy bajó el rostro mientras la punzada en su pecho se intensificaba. Sabía que Erin tenía razón, pero enfrentar la realidad era abrumador. En su corazón, siempre había sabido que este privilegio, esta segunda oportunidad de tener a su madre de regreso, llegaría a su fin en algún momento. Aun así, no estaba segura de si estaría preparada para decir adiós cuando ese momento llegara.
Los sentimientos encontrados la embargaban. Por un lado, anhelaba la paz y tranquilidad que implicaría dejar partir a su madre y permitirle descansar en paz. Quería liberarla del vínculo que la mantenía atada a este mundo y permitir que su espíritu encontrara su camino.
Pero por otro lado, el miedo y la tristeza la abrumaban. La idea de enfrentar otra pérdida, de dejar partir a su madre nuevamente, le provocaba una profunda angustia. No quería enfrentarse a la soledad que la acecharía cuando su madre ya no estuviera físicamente presente.
Era difícil lidiar con todas estas emociones.
—Mamá dijo que siempre se quedaría conmigo —murmuró, sintiendo sus ojos brillar con lágrimas no derramadas.
Erin esbozó una sonrisa cálida.
—Y siempre lo estará —afirmó, colocando una mano sobre el corazón de Joy—. Aquí.
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