Capítulo 47

—El libro es un éxito, ¿Puedes creerlo, mamá?

Joy estaba recogiendo los frutos del Rowan ese atardecer, mientras Marigold correteaba por el jardín, persiguiendo una mariposa.

—Ahora, puedes cerrar este capítulo —continuó Joy, casi con solemnidad—. Yo cumplí mi promesa.

Una sonrisa alegre estiró sus labios mientras varias emociones se mezclaban en su interior. Se sentía satisfecha y orgullosa, feliz y libre, en calma. A pesar de todos los miedos que guardaba, había sido valiente y había conseguido volar muy alto. Ahora su vida nunca sería la misma.

Joy acarició las raíces del Rowan y se levantó con la canasta de frutos en sus manos. En ese momento, sintió que alguien la observaba y alzó el rostro. Fue entonces cuando vio a Tate, mirándola desde la ventana del estudio.

Aunque no podía ver su rostro con claridad, Joy tuvo un presentimiento. Sus miradas se sostuvieron en la distancia y el viento parecía llevar susurros que anunciaban noticias. No sabía si eran buenas o malas, pero Joy era lo suficientemente sensible para entender que habría otro cambio.

A su lado, Marigold soltó un par de maullidos.

—Sí, lo sé. Algo sucederá muy pronto.

Joy tragó con fuerza y entró a la casa. La luz del día empezaba a menguar, y muy pronto, empezaría a anochecer. Dejó los frutos en su mesa de trabajo y se aseguró de cerrar bien la florería antes de subir. Al llegar al estudio, encontró a Tate sentado en su sillón favorito, sosteniendo un libro en sus manos sin leerlo realmente. Reconoció esa postura, ya que solía imitarla cuando se sentaba a reflexionar sobre algo importante.

Él giró el rostro hacia ella al percibir su presencia, y Joy se acercó despacio. Tate apartó el libro que sostenía y ella se acomodó en su regazo, buscando su atención como si fuera un gato cariñoso. Él la abrazó con ternura y apoyó su frente contra el hombro de Joy, como si también buscara consuelo y conexión en ese gesto.

En los siguientes minutos, ninguno de los dos pronunció una palabra. Joy acariciaba suavemente el cabello de Tate mientras él besaba su rostro. El silencio entre ellos no era incómodo; por el contrario, creaba una atmósfera íntima, llena de caricias tiernas, mimos y palabras suaves y sonrisas cómplices. En ese momento, Joy sintió que el tiempo se detenía. Solo eran ellos dos, reponiendo fuerzas, buscando refugio el uno en el otro, sin pensar en nada más.

—Sé que tienes algo que decirme —dijo Joy, recostando su mejilla contra el pecho de Tate—. No estoy segura de que es, pero... creo que puedo imaginarlo.

Joy no necesitaba ser muy perspicaz para darse cuenta de que el momento había llegado. El silencio de Tate solo podía significar una cosa...

—Me dieron el ascenso.

Sus palabras fueron suaves, pero provocaron una punzada en el pecho de Joy. Tate apretó su abrazo, como si intentara darle consuelo. Aunque eso no aliviaba la pena de que él se iría. Aún así, Joy tragó saliva y sus labios se alargaron en una sonrisa.

—Eso es estupendo, Tate —sentenció, alejándose un poco para estudiar su rostro—. Sabía que lo conseguirías. ¡Felicidades!

El semblante masculino de Tate lucía serio, y sus ojos azules estaban empañados de tristeza. Él no parecía feliz, en absoluto, y Joy no quería que se sintiera triste o contrariado al respecto.

—¡Anímate! ¡Es una nueva oportunidad! —replicó, tratando de darle ánimos, aunque el semblante de Tate apenas se inmutó—. ¿Cuándo empiezas en el nuevo cargo?

Joy contuvo sus emociones, aunque en su interior la tormenta de sentimientos era abrumadora. No quería escuchar la respuesta, temiendo que pudiera decir algo inapropiado, como rogarle que no se marchara, o peor aún, comenzar a llorar. Mantuvo una sonrisa forzada y esperó ansiosa por la respuesta.

—Tengo que empezar el lunes.

La reacción de Joy fue de sorpresa e incredulidad. Enmudeció, y durante varios segundos, se debatió entre decir algo o simplemente gritar.

—Pero... hoy es sábado. Significa que tienes que irte... mañana.

—Lo siento. Fue inesperado.

Joy tragó saliva, pero aún sentía un nudo en la garganta.

—No te disculpes. Está bien —aseguró, aunque su voz se había cubierto de tristeza y decepción—. Sabíamos que esto pasaría.

El impacto de las palabras de Tate seguía resonando en la mente de Joy, atormentándola con una mezcla de emociones. A pesar de querer decir algo más, las palabras se atascaban en su interior, incapaces de encontrar salida. El silencio cayó entre ellos, creando un ambiente incómodo y tenso que solo parecía agravarse con cada segundo que pasaba.

Con un suspiro entrecortado, Joy se alejó ligeramente de él, buscando un espacio para ordenar sus pensamientos y emociones. No era una huida, sino un intento de encontrar claridad en medio de la confusión que inundaba su mente y corazón.

Sin embargo, Tate no la dejó ir. La detuvo y mantuvo su cuerpo entre sus brazos, como si quisiera protegerla de lo que había dicho o de lo que podría seguir diciendo. El contacto físico hizo que Joy se sintiera vulnerable y, al mismo tiempo, comprendió que también necesitaba esa cercanía. Las palabras seguían sin encontrar su camino, pero el gesto de Tate la reconfortó de alguna manera.

—No te alejes —pidió él en un susurro—. Por favor.

Joy permaneció en sus brazos. Ambos se miraron a los ojos, compartiendo un momento de complicidad que trascendía las palabras.

—¿Y si dijera que ya no estoy seguro de querer marcharme? —preguntó Tate, mirando a Joy con una expresión de sincera duda.

El corazón de Joy latió rápidamente, sin saber qué decir o cómo actuar en ese momento.

—No seas tonto, no puedes decir eso.

—¿Por qué no? —inquirió, apartando un rizo rebelde que se había soltado de su moño—. Tengo razones suficientes.

—¿Cómo cuáles?

Tate se lamió los labios resecos antes de responder.

—Me acostumbré a vivir aquí y ya me siento parte de tus peculiares vecinos. Además, Marigold no me odia. Y... me siento diferente cuando estoy contigo. Soy más feliz. ¿No te sientes igual?

«Sí, yo te amo», quiso decir, pero se contuvo. Él la estaba haciendo muy feliz al admitir que sentía más que atracción por ella, pero Joy no quería que sus sentimientos se volvieran una limitante.

—También soy feliz cuando estoy contigo y puedo ser yo misma —susurró Joy, sintiendo cómo su corazón se aceleraba—, pero... incluso si nos sentimos igual, ambos sabemos que debes regresar a Londres.

Joy estaba hablando desde lo más profundo de su corazón. Sin dudarlo, lo escogería a él, pero no podía olvidar la realidad de la distancia que los separaba o su propia condición.

—Sabes tan bien como yo que las dudas que tienes ahora son el miedo en tu interior. Tienes miedo al cambio y a fallar, pero estás preparado para esto y sé que harás un buen trabajo. —susurró Joy con convicción.

Una leve sonrisa se dibujó en los labios de Tate, y Joy se esforzó por responder de la misma manera, para animarlo. Sabía que era lo correcto. Sabía que despedirse sería doloroso, pero cumplir su sueño también haría a Tate feliz, aunque ahora estuviera preocupado y tuviera miedo.

Tate suspiró y apretó sus brazos alrededor de su cintura con más fuerza. Luego inclinó su rostro para juntar sus frentes.

—Joy... —susurró, compartiendo el mismo aliento—. Sé que tal vez te parezca egoísta, pero... ¿Y si intentamos mantener esta relación a distancia?

La débil llama de esperanza nació en el pecho de Joy, pero se apagó rápidamente mientras las dudas e inseguridades inundaban sus pensamientos. En ese momento, Joy se sentía atrapada entre dos caminos, entre lo que decía su corazón y lo que dictaba su mente, sin saber cuál era el correcto.

En ese instante, miró nuevamente a Tate, buscando respuestas en su mirada. En sus ojos azules encontró cariño, pero también incertidumbre. Él también estaba en una encrucijada, enfrentando sus propios temores y decisiones difíciles. Y tal vez la decisión era más dura para él. Por eso, debía ser ella quien decidiera por ambos, por el bienestar de los dos.

—Esto es muy difícil —susurró, esbozando una pequeña sonrisa amarga—, pero no creo que una relación a distancia sería lo mejor para ambos en este momento.

Joy tragó con fuerza, sintiendo el nudo en su garganta. No era fácil seguir hablando, pero sabía que necesitaba explicar su decisión.

—No me malinterpretes —empezó Joy, con la voz ligeramente temblorosa pero firme—, no es que no desee estar contigo, pero... no sabría cómo manejar una relación a distancia. Y me gustaría decir que podré visitarte en Londres o realizar viajes para encontrarnos, pero ambos sabemos que solo he aprendido a moverme por un par de cuadras en el pueblo.

»Además, ahora tendrás un nuevo puesto de trabajo. Es una gran responsabilidad y comprendo que estarás ocupado como para venir hasta acá. No sería justo para ti. Y sé que terminaría sintiendo que soy una carga o una limitante para ti —continuó, tragando con fuerza—. Por todo eso creo que lo mejor es que nos separemos. Tal vez seguir nuestros propios caminos, enfrentar nuevos desafíos y miedos, nos permitirá crecer individualmente y descubrir qué es lo que realmente queremos.

El silencio se alargó entre ellos, tenso y expectante. Joy esperó una respuesta, pero cuando Tate no dijo nada, se preguntó si había herido sus sentimientos. Su semblante era inescrutable, pero sus ojos tenían un rastro de tristeza. Aun así, sus brazos la sostenían con fuerza, brindándole un reconfortante sentido de cercanía en medio de la incertidumbre que los envolvía.

—No eres una carga —sentenció Tate, sosteniendo su barbilla para mirarla—. No quiero que te sientas así. Al contrario, eres muy valiente y has hecho un gran avance.

El corazón de Joy se conmovió aún más y sus labios temblaron, sintiéndose vulnerable ante todo lo que estaba sucediendo.

—Lamento tener que ponerte en esta situación —se disculpó—, pero siempre estaré para ti, pase lo que pase.

Tate sonrió, y Joy sostuvo su mirada. Aún había mucho que quería decirle, pero no podía encontrar las palabras adecuadas en ese momento. Sabía que era una despedida agridulce, a pesar de que ambos habían conseguido lo que se habían propuesto desde el inicio.

—Gracias.

—¿Por qué? —preguntó Tate.

—Es cierto lo que dije en el discurso. Siempre estaré agradecida de que te involucraras en mi vida. No lo habría logrado sin ti.

La mirada de Tate se iluminó y rozó una de las mejillas de Joy con los nudillos, en una caricia tierna y reconfortante. En respuesta, Joy cerró los ojos. La suavidad de su caricia la llenó de una ternura reconfortante que hacía que su corazón latiera con fuerza.

—Yo tampoco lo habría logrado sin ti.

Tate buscó consuelo en los brazos de Joy, rodeando su cintura y apoyándose contra ella. Su corazón latió con fuerza mientras se dejaba llevar por el impulso de sostenerla y transmitirle todo lo que sentía.

Ahora sus vidas se dividían en dos caminos, y uno de ellos los llevaría lejos del otro. Pero tal vez, en el momento indicado, esos dos caminos se convertirían en uno, la decisión se volvería clara, y estar juntos se volvería el único futuro posible.

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