Capítulo 45
El día de la presentación sería un día que Joy recordaría por fragmentos. Los momentos se entrelazarían en su memoria como destellos fugaces de emociones y sucesos.
Recordaría cómo Tate la había abrazado al amanecer, pero no su rutina de meditación. Recordaría el breve ensayo en el estudio, pero no haber almorzado. Recordaría la llegada de su padre después del mediodía, pero ninguna de sus palabras. Recordaría haber salido de casa, pero no cómo se había vestido. Y recordaría estar de pie en el pequeño escenario, esperando, pero no cómo había llegado hasta allí.
«¿Realmente voy a hacer eso?», se preguntó desesperada.
Sus dedos se aferraron a las pequeñas tarjetas blancas en las que había escrito su discurso, por si se le olvidaba. Y ahora comprendía que había sido una decisión inteligente. Su mente estaba llena de recuerdos difusos de ese día, ¡por supuesto que iba a olvidar el discurso! Era la tarea más importante y estaba en peligro de echarlo todo a perder.
Aún no era tarde para huir.
Joy se puso de pie, saliendo de la silla en la que Tate la había dejado, oculta detrás del telón. Se encontraba sola y en silencio, lo que le permitía concentrarse y mantener la calma. Aunque tenía la sospecha de que la razón detrás de esa decisión era evitar que viera a las personas que llegaban.
Quizás debía echar un vistazo.
Negó con la cabeza e intentó volver a concentrarse en las tarjetas; sin embargo, desde detrás del telón, podía escuchar el creciente murmullo de las conversaciones, mezclado con la suave música que se reproducía en los parlantes. Comprendía que Tate le hubiera pedido que se quedara allí para ayudarla a mantener la calma, pero escuchar los sonidos sin poder ver a nadie aumentaba su ansiedad.
«Debo echar un vistazo», se dijo, caminando despacio hacia el telón.
Lo primero que notó fue la presencia de muchas personas en el lugar. Bueno, quizás no eran tantas, podrían ser treinta o cuarenta invitados, pero desde su perspectiva, como tenía el corazón acelerado y las manos temblorosas, parecían una multitud. Había pasado meses sin estar rodeada de tanta gente, y ahora tenía que hablar frente a todos ellos.
Aún no era tarde para huir.
Joy tragó saliva.
Entre los invitados, Joy distinguió varios rostros familiares: su padre, Raelynn, sus vecinos, algunos amigos de su madre y Erin, acompañada por la comitiva del centro comunitario. Su mirada se desplazó por el resto de los invitados y se detuvo en Tate. A su lado, estaba Evelyn. Joy sonrió al recordar que la amiga de Tate había prometido que iría y había cumplido su palabra.
También se dio cuenta de que más personas iban llegando, algunas de las cuales no reconocía. Era probable que fueran lectores que se habían enterado del evento a través del póster que habían colocado en la librería Carmina. Podían ser fanáticos de la saga o simplemente amantes de la lectura.
Sin embargo, ese pensamiento no lograba tranquilizarla.
«—Algo puede salir mal —se dijo—. Quizás no debería estar aquí».
Una vez más, Joy tragó saliva e intentó calmar su respiración. Habría deseado que Nora estuviera presente en ese momento, habría sabido qué decirle y cómo ayudarla, pero lamentablemente tenía una conferencia médica en Alemania y no pudo asistir. Joy había hablado con ella la noche anterior y trató de recordar los consejos que le había dado.
«—No pienses en lo que va a suceder, no te obsesiones con lo que está pasando, solo distráete. Piensa en tu madre. Recuerda lo feliz que estaría de verte allí».
La mirada de Joy se desvió de las personas hacia la hermosa decoración del lugar. El escenario estaba iluminado con suaves luces que hacían destacar un elegante podio de madera y un atril. El amplio salón se dividía en diferentes áreas: mesas redondas con manteles beige y arreglos florales, sillas acolchadas y detalles temáticos como marcadores de libros y lámparas de lectura. Un amplio espacio conectaba el escenario con las mesas, y en una esquina se encontraba una mesa para la firma de libros, con un mantel rojo y una foto enmarcada de Joy y su madre junto con ejemplares del libro.
«¿Seré capaz de llegar a la etapa de la firma de libros?», se preguntó.
Eso esperaba.
Joy revisó la hora en su celular y su cuerpo se llenó de tensión al darse cuenta de que el tiempo se agotaba para empezar. La expectativa de las personas, la presión por dar un buen discurso y presentar su novela, todo se acumulaba en su mente.
La ansiedad comenzó a apoderarse de ella, y sintió la urgencia de vomitar. Los temores se multiplicaban en su cabeza: ¿y si se desmayaba en el escenario? ¿Y si olvidaba sus palabras? ¿Y si algo inesperado sucedía y le provocaba un ataque de pánico? Los pensamientos negativos amenazaban con abrumarla, su cabeza palpitaba con intensidad.
En medio de su angustia, Joy empezó a caminar de un lado a otro, buscando desesperadamente una salida, e incluso consideró la posibilidad de escapar por la salida de emergencia. Sin embargo, Tate apareció en escena.La preocupación se reflejó en su rostro al observar a Joy, y ella se preguntó qué expresión debía tener para que él se mostrara tan tenso.
—Ven aquí —pidió Tate, sosteniendo sus hombros con suavidad—. Respira.
Tal vez fueron sus ojos llenos de calma o su voz reconfortante, pero Joy sintió la necesidad de seguir sus indicaciones.
—Todo estará bien —prometió él con una sonrisa.
Tate acarició con suavidad su rostro y depositó un dulce beso en su frente, transmitiéndole su apoyo. Aunque se alejó ligeramente, Joy enterró su rostro en su camisa oscura, aspirando el reconfortante aroma de su colonia.
—A veces, para encontrar la verdad, debemos enfrentarnos a nuestros peores temores y atravesar la oscuridad —citó, sorprendiéndola—. Pero solo así podemos descubrir la verdadera luz que brilla en nuestro interior.
Los labios de Joy temblaron un poco al estirarse en una sonrisa.
—Neil Gaiman —respondió ella, siguiendo su juego—. El océano al final del camino.
Tate acarició con delicadeza las mejillas de Joy y depositó un suave beso en sus labios. En ese momento, el corazón de Joy se agitó, pero por razones diferentes al miedo.
—Lo harás espectacular.
—Debí dejar que revisaras el discurso —murmuró Joy, haciendo un mohín.
—Querías que fuera sorpresa, y sé que vas a sorprenderme.
Joy tragó saliva.
—Gracias.
Tate se apartó y Joy lo observó con fijeza hasta que él atravesó el telón y salió al escenario. Sabía lo que vendría después. Él daría la bienvenida, la presentaría y luego sería su turno. El momento en el que tendría que enfrentarse a todas esas personas.
Joy se limpió con discreción las manos sudorosas en la falda de su vestido mientras trataba de mantener la calma mediante sus ejercicios de respiración. Estaba tan nerviosa y asustada que apenas lograba escuchar las palabras de Tate. Sin embargo, oyó su nombre y su respiración se detuvo por un instante. Se sentía paralizada y una oleada de pánico amenazaba con apoderarse de ella en cualquier momento, incluso antes de pisar el escenario.
«—Qué vergüenza —susurró una voz burlona en lo profundo de su mente—. Al final, siempre supe que fallarías y defraudarías a todos».
Joy bajó la mirada, observó la punta de sus pies e intentó ordenarles que se moviesen, pero no obtuvo respuesta. Pero en lugar de dejarse consumir por el pánico, decidió tomar una profunda bocanada de aire y, de uno de sus bolsillos, sacó una pequeña caléndula algo marchita pero aún brillante. Un símbolo que le recordaba a su madre y a su abuela, una fuente de fuerza y valentía en momentos de duda.
—No, no voy a defraudar a nadie —susurró para sí misma, al miedo que se había convertido en su demonio personal—, porque soy amada y amo a las personas que están esperando por mí. Esta vez, no vas a ganar. Si he llegado hasta aquí, puedo dar un par de pasos más. Puedo ser valiente un poco más.
El primer paso siempre era el más difícil, pero una vez dado, Joy no pudo detenerse. Al salir al pequeño escenario, fue recibida con un aplauso entusiasta por parte de los invitados; sin embargo, Joy no miró hacia ellos. Su atención se mantuvo fija en Tate, quien la esperaba con una expresión interrogante en el rostro: «¿Estás lista?» Joy asintió y tomó el micrófono con su mano libre.
¿Fue difícil enfrentarse a la audiencia? Sí, por supuesto, fue aterrador. Y lo fue aún más cuando Tate se retiró a un costado del escenario, dejándola sola frente a todos esos ojos expectantes. Sin embargo, de una forma extrañamente liberadora, también se sintió... definitivo. Ya no tenía adónde huir. No tenía más opción que enfrentar lo que estaba por venir.
—Hola —dijo con voz tensa y labios resecos—. Anoté casi todo en estas tarjetas para que no se me olvide nada o por si me desmayo —añadió, mostrando las tarjetas en su mano izquierda—. Si lo hago, que espero que no, tienen mi permiso para que alguien más termine el discurso.
Un murmullo de risas se propagó entre la multitud, aligerando un poco la tensión en el aire. Aquello dio a Joy el impulso necesario para atreverse a mirar a los presentes. Entre la audiencia, pudo reconocer varios rostros familiares y conocidos, lo cual le brindó cierta comodidad. Sin embargo, también notó la presencia de personas desconocidas, lo cual despertó una sensación de inquietud en su interior.
—Bien... —dijo, apenas respirando.
Luego de un breve titubeo, Joy se quedó sin palabras por un momento. Buscó con la mirada a Tate, quien seguía a un costado del escenario, y sus ojos se encontraron. En ese instante, él le dedicó una sonrisa amable y alentadora.
«Es el amor lo que te ha traído hasta aquí».
Joy sintió un destello de esperanza ardiendo en su pecho mientras se esforzaba por tragar el nudo en su garganta. Decidió guardar las tarjetas con su discurso en el bolsillo y tomó una respiración profunda. Esta vez, a diferencia de su última presentación, no había cámaras ni prensa presentes. Todos los invitados estaban allí de corazón, no por una noticia sensacionalista. Lo que sucediera en ese momento se quedaría entre ellos, como un secreto privado. Esta idea la llenó de aliento y determinación.
—Hoy es un día que nunca imaginé que llegaría —empezó.
Ella sostuvo el micrófono cerca de sus labios y se mostró honesta y vulnerable.
—Estoy aquí frente a todos ustedes, con el corazón a punto de salirse de mi pecho y las manos sudorosas, para presentar El último testigo, el último libro de la saga El cazador de pistas, que mi madre comenzó a escribir, pero que no pudo terminar. Este momento es agridulce, ya que su ausencia todavía duele profundamente en mi corazón, pero también es un recordatorio de su legado y del amor incondicional que siempre me brindó.
Joy volvió a titubear, pero luego buscó a su padre entre la multitud. Lo halló sentado en la primera fila, con la misma expresión de orgullo y admiración en su rostro que solía tener en sus recitales y bailes escolares. Eso le dio el impulso necesario para seguir adelante.
—Mirando atrás, recuerdo cómo la escritura siempre fue una parte integral de nuestra relación. Mi madre era una escritora apasionada y talentosa, y me transmitió su amor por las palabras y las historias desde que era una niña. Pero también enfrenté mis propios desafíos al tener que luchar contra el miedo que a menudo amenazaban con ahogarme. Sin embargo, hubo varias personas a mi lado que creyeron en mí cuando yo lo hacía: una de ellas, fue mi padre.
Iver sonrió cuando se miraron y Joy también lo hizo, porque lo amaba.
—Para él había tres mujeres importantes en su vida: mi abuela, mi madre y yo. Ahora solo estoy yo, y por eso sé que haría lo que fuera por mantenerme segura. Él no siempre puede estar a mi lado, pero, aun así, estoy agradecida de tenerlo —sentenció, y sintió que su corazón se aceleraba por lo que estaba apunto de decir—. La otra persona sobre la que quiero hablarles y que se inmiscuyó en mi vida es Tate.
Joy le dirigió una breve mirada a su padre y notó la sorpresa en su rostro. Parecía no haber esperado que ella lo mencionara en ese momento.
—Tate fue mi editor, pero también se convirtió en mi amigo y confidente. Gracias a él, he logrado superar muchos de mis miedos y enfrentarme a mis demonios internos para poder estar hoy aquí, presentando esta novela. Y lo menciono porque simplemente no podría robarme todo el crédito.
Ella le regaló una sonrisa antes de continuar.
—Escribir esta historia ha sido una montaña rusa emocional. Este libro es más que un simple trabajo literario, es un tributo a mi madre. Una obra que ella no pudo completar, pero que he llevado en mi corazón durante mucho tiempo. Cada palabra escrita es un pedazo de mi alma, una expresión de mi amor y gratitud hacia ella. Y aunque su presencia física ya no esté conmigo, siento su espíritu en cada línea y cada emoción que fluye a través de estas páginas.
»Esta novela también es un recordatorio de que todos enfrentamos nuestras propias batallas internas, pero que siempre hay esperanza. Aunque la pérdida y el dolor sean abrumadores, el amor y la pasión por la vida pueden vencer cualquier obstáculo. Me gustaría inspirar a cada uno de ustedes a creer en sí mismos y en los sueños que albergan en sus corazones, incluso cuando las dificultades parezcan insuperables.
Joy sonrió para sí misma, sintiendo una mezcla de felicidad, melancolía y nostalgia.
—Quiero agradecer a Tate por su apoyo incondicional y a mi padre por no haberse rendido conmigo. También al equipo editorial por su arduo trabajo en dar vida a esta novela y a Erin y al comité por llevarla a su lanzamiento. Quiero agradecerles a todos ustedes, por estar aquí hoy para compartir este momento conmigo. Espero que esta novela toque sus corazones de la misma manera en que ha tocado el mío al escribirla.
Ella hizo una pausa, sintiendo un nudo en la garganta, y sus dedos se aferraron con fuerza al micrófono. Sus ojos se posaron en la fotografía de su madre, que estaba colocada a un costado del escenario, con una sonrisa cálida y amorosa. Le recordaba de dónde venía y la inspiraba a seguir adelante.
—Y quiero agradecer a mi madre, Gwendolyn Chapman. Sé que estaría feliz de estar aquí y compartir con ustedes. Lo sé, porque ella era una mujer encantadora. Amaba a las personas. Se sacrificaba por ellas —dijo, y su voz se cortó—. Y espero que escribir esta historia sea suficiente para demostrar mi eterno amor y agradecimiento hacia ella.
Joy ignoró algunas de las lágrimas que se escaparon por sus mejillas y esbozó una sonrisa amable.
—Para terminar, hoy es un día lleno de emociones encontradas, pero también uno de celebración y agradecimiento. Hoy, con el corazón lleno de nostalgia y tristeza, también encuentro inspiración. Me inspira el amor incondicional de mi madre, su valentía y su dedicación a su arte. Me inspira el apoyo y el amor que he recibido de mi padre, de Tate y de aquellos que me rodean. Me inspira la idea de que a pesar de la pérdida y el dolor, todavía podemos encontrar la fuerza para cumplir nuestros sueños y honrar a quienes amamos. Gracias, de todo corazón.
Bajó el micrófono con lentitud y se quedó quieta en el escenario, sumergida en un silencio que se vio interrumpido por los aplausos y los vítores de los invitados. Mientras la emoción y el alivio se entrelazaban en su interior, Joy contempló la fotografía de su madre con una mezcla de gratitud y tristeza, y sintió cómo el peso invisible que había llevado consigo durante tanto tiempo se desvanecía.
Lo había conseguido.
Había cumplido su promesa.
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