Capítulo 42
Tate se sentía inquieto en la cama, incapaz de conciliar el sueño. Sabía que la razón detrás de su insomnio era la añoranza por Joy. Había sido tan reconfortante acostumbrarse a dormir a su lado, sumergirse en el suave aroma floral de sus rizos, sentir el peso de su cuerpo y disfrutar de la calidez de su piel. Recordaba las conversaciones íntimas que compartían en susurros y los besos robados que se daban en la oscuridad.
Pero en esa noche, todo eso era inalcanzable, ya que el padre de Joy había decidido quedarse en la misma casa y ocupaba la habitación de al lado. Aunque Iver Chapman había demostrado comprensión y apoyo hacia los avances de Joy, Tate no podía evitar sentir una leve ansiedad por lo que pudiera pensar si descubría su relación con Joy. Aunque no era exactamente una relación en el sentido tradicional, más bien... era una conexión especial y significativa. Era... era mejor no ponerle etiquetas.
Decidiendo que dar vueltas en la cama no lo llevaría a ninguna parte, Tate se levantó con sigilo y optó por bajar a la cocina para despejar su mente. Era pasada la medianoche y la luz de la luna se filtraba por la puerta del jardín hacia el pasillo silencioso. Tate se distrajo mirando el Rowan a través del cristal y no se percató de que el padre de Joy estaba en la cocina hasta que fue tarde.
Él se detuvo de forma abrupta e intentó retroceder en silencio, pero el otro hombre notó su presencia y sus miradas se encontraron a través de la distancia.
—Lo siento, no quería interrumpir —dijo Tate, rompiendo la tensión.
—Está bien. Puedes acompañarme, si deseas.
Tate sabía que lo más recomendable era volver a su alcoba, pero no quería hacerle un desaire. Además, la verdad es que sentía curiosidad por el otro hombre. No había conocido a Iver Chapman hasta esa mañana. Había imaginado que sería un hombre robusto, bajo y con cabello canoso, quizás un poco nervioso y cauteloso, como otros hombres del parlamento que había conocido. Sin embargo, el padre de Joy no encajaba en ese estereotipo. Era un hombre en sus cincuenta con un aspecto pulcro y un rostro severo pero agradable. Era alto, un poco fornido y de hombros anchos. Sus ojos eran de color avellana y su cabello corto, de un tono rubio oscuro, estaba salpicado con algunas canas.
A pesar de la hora y de que ya debería estar durmiendo, Iver Chapman aún llevaba puesto el impecable traje azul de cuatro piezas que había estado usando esa mañana. Su atuendo era muy formal y acentuaba su aura de autoridad. Si bien se había comportado comprensivo y tolerante con Joy, también podía lucir... severo.
¿Si Iver Chapman le parecía intimidante? Tate sería un tonto si pensara lo contrario. El hombre podría fácilmente darle una paliza si así lo quisiera.
—¿Tampoco podías dormir? —preguntó Iver cuando Tate entró en la cocina.
«No sin Joy»
—Estaba leyendo un manuscrito —mintió.
Mientras Tate se preparaba un té, ambos permanecieron en silencio en la cocina. El ambiente se volvía cada vez más incómodo, y Tate no podía engañarse a sí mismo respecto a la tensión presente.
—Así que eres el sobrino de Imogen —soltó Iver, sorprendiendo a Tate—. Ella era una gran mujer. Lamento tu pérdida.
Tate asintió con tristeza. Era evidente que Iver recordaba a Imogen, ya que había sido la editora de su esposa durante muchos años y había una relación de amistad entre ellos. El recuerdo de Imogen les pesaba a ambos en ese momento, pero también era una forma de conectar y compartir su afecto por alguien que habían perdido.
—¿Imogen te habló de Joy?
El silencio se mantuvo por un momento mientras Tate se sentaba en uno de los bancos libres junto al mesón.
—Me dejó una carta. Por eso, vine a Portree. Y no manipulé a Joy o intenté engañarla —explicó, recordando su acusación—. A pesar de todo, ella no es alguien frágil o manipulable.
—Te rechazó, ¿verdad?
—Varias veces —confesó—. Y llamó a la policía la primera vez que me vio.
Tate notó la sonrisa de lado en el rostro de Iver, y aunque seguía sintiéndose tenso, también reconoció el orgullo en su expresión. Era evidente que Iver sentía admiración por su hija y la valentía que había mostrado al enfrentar sus propios desafíos.
—Aprendió a cuidarse sola. Además, siempre fue una joven testaruda —replicó Iver con nostalgia—. Me sorprendió que cambiará de opinión sobre escribir el libro.
Tate estaba de acuerdo.
—Si no fuera por la promesa que le hizo a su madre, no estoy seguro de que Joy me habría ayudado.
Iver quedó en silencio y Tate pudo percibir que mencionar a su esposa no había sido una buena elección. Intentó aliviar la tensión tomando un sorbo de té y reflexionando sobre qué decir a continuación. Mientras tanto, el padre de Joy suspiró, como si también estuviera lidiando con sus propios pensamientos y emociones.
—Joy y Gwennie estaban muy unidas. Su vínculo familiar va más allá de la sangre, es un vínculo de almas —musitó con voz nostálgica—. Si alguien podía animar a Joy a mejorar era Gwennie.
«Un vínculo de almas».
Tate se dio cuenta en ese momento de que el padre de Joy también comprendía el poder mágico del Rowan y la habilidad única que Joy poseía al ver a su madre. Sin embargo, la amargura en su voz y su presencia allí en la madrugada dejaban en claro que para Iver, el Rowan era algo que le traía recuerdos dolorosos. Aunque Joy le había invitado a quedarse y ver a su madre, tal vez Iver aún no estaba preparado para enfrentar ese encuentro. Tate podía entenderlo, pues sabía que cada persona necesitaba su propio tiempo para sanar y enfrentar el dolor del pasado.
—Siempre he pensado que los lugares tienen recuerdos —murmuró Iver y Tate reaccionó—. Y a veces pueden doler más que aquellos que llevamos con nosotros.
La pausa se prolongó, y Tate soltó un lento suspiro. Podía entender perfectamente las palabras de Iver y sentirse identificado con la nostalgia y el pesar que revelaba su voz. Ambos habían perdido a seres queridos, y esa conexión compartida hacía que la situación fuera aún más delicada.
—Entiendo lo que es perder a alguien y no encontrar la forma de enfrentar lo que sucedió.
El padre de Joy lo estudió con la mirada mientras Tate sentía cómo su corazón latía más rápido.
—Imogen fue la mujer que me cuidó cuando quedé huérfano de niño. Ella me acogió y me crió como si fuera su hijo. Sin embargo, nunca vine a visitarla durante su enfermedad y, cuando murió, ni siquiera acudí al entierro.
Tate mantuvo su mirada fija en la taza entre sus manos.
—Estaba demasiado ocupado con mi trabajo. Me encontraba en otro país. Tenía otras responsabilidades que cumplir. Creía que ella lo entendería. Me dije todas esas excusas para justificar haberla dejado de lado. Por meses lo hice, pero creo que la verdadera razón por la que lo hice fue porque estaba asustado.
El silencio se extendió entre ellos, cargado de emociones no expresadas y expectativas suspendidas en el aire. La intensidad del momento se hizo casi insoportable, pero finalmente Tate reunió el coraje necesario para continuar hablando.
—Perdí a mis padres cuando era pequeño y nunca aprendí a lidiar con el dolor de perder a alguien. Creo que eso es lo que me asustaba: ver a mi tía enferma y enfrentar su muerte al acudir a su entierro. Son cosas que me daban miedo. No, que aún me dan miedo aún cuando no las viví. Y sé que todavía tengo miedo porque ni siquiera he podido hablar con mi prima sobre lo que sucedió.
Que Imogen lo perdonara, pero él no había podido controlar el miedo y aún se arrepentía de eso.
Los ojos de Tate se encontraron con los de Iver. La intensidad de su mirada reveló más de lo que él estaba dispuesto a admitir. Sin embargo, en ese momento, no tenía intención de ocultar nada. Ya había empezado a hablar. Quería ser completamente honesto.
—Así que lo que quiero decir es que entiendo lo que es tener miedo de afrontar ciertas situaciones. No puedo imaginar lo que fue perder a su esposa y ver a su hija atravesar esa pesadilla, pero Joy sigue aquí y se ha esforzado mucho por mejorar. Ella puede ser su impulso para sanar.
Tate sintió un nudo en la garganta, pero una pequeña sonrisa se extendió por sus labios mientras pensaba en la joven.
—Ella es una persona gentil y amable. Es valiente, inteligente, divertida y sincera. Hace un trabajo maravilloso con la florería y tiene un gran talento para la escritura. Joy necesitará apoyo cuando el libro se publique y yo regrese a Londres. No va a admitirlo porque no quiere ser una carga para nadie, pero realmente quiere ayuda. Y estoy seguro de que lo necesita junto a ella.
Iver permaneció callado, reflexionando sobre sus palabras. Tate le concedió ese silencio privado mientras terminaba de beber su té con la mente revuelta de pensamientos y el corazón lleno de contradicciones. La espera era angustiosa, pero también necesaria para que Iver pudiera procesar lo que había escuchado. Finalmente, después de unos minutos que parecieron eternos, Iver habló en un tono suave pero decidido.
—¿Joy realmente está bien? —preguntó Iver—. ¿La terapia está funcionando?
—Tiene días buenos y malos, pero su nivel de ansiedad ha bajado y ahora puede salir sola. Está enfrentando sus miedos como una campeona.
Iver consideró su respuesta mientras un conflicto se reflejaba en su expresión. Tate esperó pacientemente.
—¿Cómo puedo sentirme orgulloso de ella y, al mismo tiempo, aterrado de que algo malo le suceda?
Tate respondió con sinceridad y empatía.
—Creo que es muy normal tener sentimientos contradictorios. Creo que eso es lo que nos hace humanos. El orgullo y el temor, el cariño y la culpa, el miedo y el amor—. Yo también me he sentido así durante este tiempo. Sin embargo, lo que le gana a cualquier otra emoción, es la profunda alegría cuando Joy logra una tarea porque sé lo mucho que ha luchado para llegar hasta allí.
Su voz reflejaba su profunda admiración y respeto hacia Joy, aunque también era consciente de que estaba compartiendo más de sus sentimientos con Iver de lo que había planeado, especialmente en lo que respectaba a su cariño hacia Joy. Pero no quería frenarse, quería ser honesto.
—Sé que Joy conseguirá hacer lo que se proponga. Y confiar en ella es una forma de enfrentar lo que sucedió y volver a sentirse en paz.
Iver guardó silencio, su expresión era reflexiva. Tate respetó su privacidad y, tras despedirse, dejó que sus palabras continuaran resonando en su mente como una suave súplica hacia sí mismo para afrontar el pasado.
Temprano por la mañana, Joy se levantó para recolectar las flores frescas del invernadero y prepararse para abrir la florería. En silencio, se encontraba ocupada cortando los tallos de las flores en su mesa de trabajo cuando su padre la encontró.
—¿Dormiste bien? —le preguntó.
—Dormí más de lo que debería. ¿Por qué no me despertaste?
—Lo necesitabas —replicó Joy, apuntando a su rostro—. Sé que apenas debes estar durmiendo en casa.
—¿Cómo sabes que no puedo dormir?
—Tienes ojeras muy marcadas y has ganado músculo. Eso me dice que solo has estado trabajando y entrenando.
El silencio incómodo llenó el espacio entre ellos. El padre de Joy evitó su mirada y se rascó la parte posterior de la cabeza nerviosamente. Joy esbozó una media sonrisa, una mezcla de tristeza y amargura ante su falta de palabras. Entonces, decidió enfrentar la conversación pendiente que había estado dando vueltas en su mente toda la noche.
—Creo que hemos estado mintiéndonos por meses solo para mantener la ilusión de que todo estaba bien.
Joy levantó el rostro y sus miradas se encontraron.
—Han sido meses difíciles —admitió su padre.
—Lo sé —replicó ella con voz suave pero firme—, ambos sabemos que luego de perder a mamá y de todo lo que ocurrió, ninguno de los dos volvimos a ser quienes éramos. Estábamos rotos. Te volcaste en tu trabajo y yo me encerré aquí. Apoyaste que me quedara en casa para que estuviera segura y me acostumbré a esa vida. Ambos pretendimos que todo estaba bien, pero nunca fue así.
El padre de Joy asintió con pesadez, sintiendo el peso de los recuerdos y las emociones que había estado guardando.
—Sé que no estás bien porque ni siquiera has intentado hablar con mamá —agregó en un susurro—. Podrías hablarle. Al menos, creo que podrías intentarlo.
Joy no estaba segura de si el Rowan le permitiría a su padre ver a su madre, dado que no era su sangre directa, pero siempre había una posibilidad. Ambos lo sabían. Aun así, su padre se negó a hacerlo.
—Aún no estoy preparado. No despedirme de ella es lo único que me ha permitido continuar. Si llego a verla y se despide, siento que no me quedará nada.
Joy se quedó en silencio, desarmada por la confesión de su padre. No pudo encontrar las palabras adecuadas para darle consuelo.
—No estaba preparado para perderla —Él continuó con voz rota, revelando emociones que habían estado ocultas durante demasiado tiempo—. Y no puedo evitar sentir que todo lo que sucedió es mi culpa, porque si no hubieran ido a aquel evento conmigo...
—No fue tu culpa —repuso Joy con su corazón agitado y lleno de pesar—. Nada de lo que sucedió fue nuestra culpa. Fuimos víctimas. No te culpes por el pasado.
Con determinación, Joy acortó la distancia entre ellos y apretó la mano de su padre, sosteniendo su mirada.
—Papá, tenemos que seguir adelante —sentenció Joy—. Esta terapia para enfrentar mis miedos, publicar el libro, todo es parte del camino de sanación que escogí. Debes empezar tu propio camino de sanación. Solo tú puedes decidir cómo y cuándo comenzar.
Joy se acercó a abrazar a su padre, y él le devolvió el gesto con fuerza, consolándose mutuamente en ese abrazo cálido y lleno de amor. Luego, él se apartó un poco y sus ojos escanearon su rostro, como buscando respuestas y consuelo en sus rasgos familiares. Su mano libre acarició su mejilla con suavidad, un gesto lleno de cariño y apoyo silencioso.
—Cuando te miro... veo a tu madre... —murmuró—. Eres tan parecida a ella.
Ambos se quedaron en silencio por un momento, permitiendo que sus emociones fluyeran sin palabras. No era necesario decir nada más en ese instante; el apoyo y el amor se sentían palpables en el aire.
—¿Estarás aquí para la presentación del libro?
—Por supuesto, cariño. Estaré aquí para apoyarte.
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