Capítulo 38

Dos noches después de su conversación sobre el atentado, Joy despertó en la madrugada con una sensación de melancolía en el pecho. Con cuidado, para no perturbar el sueño de Tate, se sentó en la cama y supo en lo más profundo de su ser que necesitaba hablar con su madre.

Con pasos suaves, recogió su camisón del suelo donde Tate lo había arrojado horas antes, y Marigold se movió entre sus piernas mientras se dirigía hacia el jardín. En silencio, ambas inspeccionaron el Rowan, dejando que la quietud nocturna las envolviera. La gata saltó a una rama alta y Joy se acomodó entre las raíces del árbol, buscando un refugio para su corazón afligido.

Cerrando los párpados, Joy se permitió relajar su respiración, mientras contaba los latidos de su corazón. Fue entonces cuando sintió una nueva presencia a su lado, un susurro en la brisa que la rodeaba.

—Le conté a Tate sobre lo que ocurrió aquel día —murmuró Joy, luego de compartir una larga mirada con su madre.

Gwendolyn sonrió, iluminando su rostro con una expresión aún más cálida.

—Al fin lo hiciste. Estoy orgullosa de ti. Fuiste muy valiente.

«¿Valiente?»

Un nudo se formó en la garganta de Joy. La opresión de las emociones que había llevado consigo desde la otra noche. Los recuerdos revividos se volvían asfixiantes.

—No me siento valiente en absoluto.

Joy pronunció sus palabras en un susurro apenas perceptible, pero su madre captó su mensaje y frunció el ceño en señal de desaprobación.

—Pues a mí me parece que lo eres. Después de todo lo que has vivido, levantarte cada mañana y seguir adelante me parece no solo un acto de valentía, sino de amor.

Los labios de Joy temblaron y, de repente, las lágrimas comenzaron a brotar de sus ojos y a empapar sus mejillas mientras se sentía abrumada por la tristeza y la impotencia que la invadían.

—¿Dolió?

La pregunta fue inesperada, pero ambas sabían a qué se refería. El semblante de su madre se suavizó.

—No, cariño, fue como quedarse dormida.

Era la primera vez que hablaban sobre aquel momento, después de tantos meses de evasión.Recordar era indescriptiblemente doloroso porque ese hecho los había marcado para siempre.

—S-si hubiera hecho algo... —Joy tartamudeó en medio de un sollozo.

—No había nada que hubieras podido hacer —repuso su madre con firmeza—. El destino eligió ese camino para mí.

Joy dejó que las lágrimas siguieran fluyendo, como si de alguna manera liberarlas pudiera aliviar su dolor. En ese momento, llorar era su forma de expresar la carga de culpa y la sensación de inutilidad que la consumían.

—No te culpes por aquel día. Fuimos víctimas inocentes, pero tú sobreviviste. Además, el deber de una madre es proteger a sus hijos. Logré salvarte y no puedo arrepentirme de eso. Sé que aún duele, que las heridas son profundas y que vivir con las secuelas ha sido un camino de pesadillas, miedo y dolor, pero todo mejorará.

Gwendolyn acarició la mejilla de Joy, transmitiéndole una mezcla de amor y nostalgia a través de su mirada. Cada gesto de su madre era delicado, como si Joy fuera un tesoro invaluable que merecía ser protegido y cuidado con ternura.

—No sabes cuán agradecida estoy de haber estado ahí cuando más me necesitabas. Estás viva y eso es suficiente para mi. Estoy segura de que la felicidad te espera y cosas grandiosas vendrán a ti.

Joy cerró los ojos y permitió que esas palabras penetraran en lo más profundo de su ser. Aunque el dolor seguía presente y probablemente siempre lo estaría, sentía que el peso en sus hombros se aliviaba un poco. Ya no debía cargar con la culpa, porque estaba claro que nadie la culpaba, y era hora de perdonarse y ser amable consigo misma.

Sin necesidad de más palabras, Joy apretó la mano de su madre y unieron sus frentes en un gesto íntimo que simbolizaba un amor eterno. Esperaba que ese amor fuera suficiente para salvarla y llevarla hacia un futuro lleno de esperanza.

Un par de gotas de agua cayeron de las ramas del Rowan y rozaron las mejillas de Joy. Abrió los ojos mientras sus dedos exploraban la tierra húmeda. Con cuidado, se levantó entre las raíces y sacudió su camisón. Desde una rama más alta, Marigold emitió un suave maullido. Joy sostuvo su mirada oscura por unos instantes antes de esbozar una sonrisa. Aunque el desasosiego seguía presente en su pecho, ahora podía respirar con más facilidad.

Con ternura, sus dedos acariciaron el tronco del árbol antes de alejarse hacia la casa. Marigold se quedó atrás mientras Joy atravesaba la puerta del jardín. Fue entonces cuando se percató de que no estaba sola. En medio de la penumbra, una mirada quemaba sobre su piel, y sus pasos se detuvieron.

Tate estaba allí, en la cocina, con los ojos entrecerrados y una expresión cargada de intriga. Ambos quedaron inmóviles, sumidos en un silencio tenso que se prolongaba. Joy se sintió expuesta y acorralada, vulnerable bajo su mirada.

—¿Qué haces despierto?

—Podría hacerte la misma pregunta —replicó Tate, cruzando los brazos.

Joy contó sus latidos antes de hablar, considerando sus posibles respuestas.

—No podía dormir —respondió. En parte era cierto, por eso había bajado al jardín.

—Desperté y no estabas. Me preocupé.

Fue sincero con su respuesta, por eso Joy se sintió culpable por no poder ser completamente honesta en ese momento.

«¿No puedes?», cuestionó su mente.

Ella se mordió los labios mientras sus miradas se encontraban en un silencio lleno de significado. Ninguno de los dos se movía, y Joy era consciente de que Tate sospechaba algo, sus ojos nunca ocultaban nada.

—Hay algo que no me has contado, ¿verdad?

Joy tragó con fuerza.

—No te he mentido.

Y era verdad, al menos eso quería creer Joy. Deseaba convencerse de que mentir y omitir algo no eran lo mismo.

—No me refería a eso. Es algo que estás omitiendo, como un secreto —sentenció él, entrecerrando la mirada—. Es la segunda vez que te encuentro en el jardín a mitad de la noche. La primera vez pensé que era una casualidad, pero ¿dos veces? No soy tan lento como para no darme cuenta de que algo sucede.

Joy era consciente de que Tate, con su aguda percepción, había notado algo. Sin embargo, a pesar de su confianza en él, sentía un nudo en la garganta al pensar en revelarle su secreto. Nunca antes había compartido esa parte de su vida con nadie, y la preocupación y el miedo se entrelazaban en su interior.

Tate dejó escapar un suspiro lento. Su semblante reflejaba un cansancio evidente.

—No tienes que decirme, si no quieres. Pero, al menos, dime que no se trata de ningún ritual extraño en el que sacrificas animales. No estoy seguro de que podría manejar eso —concluyó con una débil mueca.

Ella levantó una ceja, sintiéndose un poco divertida.

—¿Es lo único que se te ocurrió?

—¿Qué te puedo decir? —Tate se encogió de hombros—. Desde que llegué aquí, han sucedido cosas extrañas, y dijiste que la mitad de tus vecinos eran criaturas del folclore escoces y la otra mitad tenía poderes especiales.

Aunque Joy sintió la tentación de reír, decidió contenerse, consciente de que podría resultar inapropiado o incluso molestar a Tate. Optó por mantener una expresión serena. Además, en su interior, experimentaba una mezcla de nerviosismo y terror ante las posibles consecuencias de revelar su secreto.

—Tal vez no me creas.

—Tal vez debería ser yo quien decida eso.

La mirada de Tate era firme y seria, pero también reflejaba una súplica silenciosa, como si implorara que ella confiara en él. Sus manos temblaron ligeramente y Joy apretó sus puños con fuerza, tratando de contener la agitación que sentía dentro de sí.

—¿Recuerdas cuando te dije que todos las personas de este vecindario tenían secretos?

Él asintió.

—Mi familia también.

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