Capítulo 37
Al regresar a casa, Joy se había sumido en una profunda preocupación e inquietud. La visita al restaurante Caberfeidh había desencadenado su ansiedad, llevándola a perder el control. Aunque Tate le había preguntado qué sucedía, ella había negado con la cabeza, incapaz de encontrar las palabras adecuadas para expresar lo que sentía. Él no la había presionado porque había entendido por la expresión miserable en su rostro que algo perturbaba su mente.
Buscando refugio, Joy se había recluido en su habitación. Cuando se sentía agotada, Tate ya sabía que estar en su propio espacio a ella parecía brindarle un poco de tranquilidad y calma. Él comprendía esa necesidad y recordaba las palabras de Rae: que debía respetar su espacio y dejarla estar a solas.
Sin embargo, en esta ocasión, Tate había decidido quedarse a su lado.
—Es posible que no pueda entender lo que sientes —Tate había dicho—, pero me quedaré de todos modos.
Desde la butaca en la esquina de la habitación, Tate observaba a Joy mientras dormía cada vez que se distraía de la lectura que tenía entre manos. Sumergirse en las palabras de otros autores le brindaba una sensación de calma y temporalmente lo alejaba de las preocupaciones por Joy. Mientras tanto, afuera, la lluvia seguía cayendo, creando una suave melodía de fondo. Con el paso del tiempo, el cansancio comenzó a hacer efecto en Tate. Su cabeza se inclinó hacia adelante y luego hacia atrás. Acomodó la cabeza contra el respaldo y cerró los ojos.
Un murmullo agitado rompió el sueño de Tate, alertándolo de que algo no iba bien. Al mirar hacia la cama, se percató de que Joy estaba atravesando una pesadilla. Sus movimientos inquietos y las palabras incoherentes que escapaban de sus labios revelaban su angustia. Tate se levantó de la butaca y encendió la luz cercana a la cama. Se sentó a su lado, preocupado por lo que pudiera estar atormentándola hasta el punto de hacerla llorar en sueños.
Tate repitió su nombre suavemente varias veces mientras acariciaba su mejilla en un intento de despertarla. Sin embargo, no fue hasta que le dio unos toques suaves en el hombro que ella abrió los ojos. Tate pudo ver el miedo reflejado en su mirada. La respiración de Joy estaba entrecortada y un ligero rastro de sudor cubría su frente.
—Está bien —susurró, ayudándola a calmarse—. Solo era una pesadilla. Estás a salvo. Estoy aquí.
Poco a poco, Joy logró encontrar algo de calma. Tate retrocedió ligeramente, permitiéndole sentarse en la cama, y él notó las lágrimas secas en las mejillas pálidas de Joy. Sin poder resistirse, las limpió con dulzura, y ella no se apartó. Al contrario, buscó su contacto hasta que estuvieron acostados en la cama y ella estuvo envuelta en sus brazos.
—¿Siempre tienes pesadillas?
—Regresaron luego del ataque de pánico —respondió Joy con cautela—. Son pesadillas del atentado.
Él vaciló por unos segundos antes de preguntar:
—¿Quieres hablar de eso?
Cuando el silencio se alargó y Joy no respondió, Tate acarició sus rizos rebeldes y dejó un delicado beso en su frente.
—Puedes volver a dormir —replicó, sin presionarla—. Me quedaré aquí.
Ella apartó su mejilla del pecho de Tate y elevó su rostro. Sus ojos reflejaban tristeza, con las cejas fruncidas y los labios tensos. Tate anhelaba brindarle comprensión y apoyo emocional, al mismo tiempo que respetaba su necesidad de espacio. Por lo tanto, decidió guardar silencio y se mantuvo a su lado.
—Creo que nunca podré olvidar aquel día —susurró Joy—, ni aunque pasen muchos años y mi memoria se desgaste. Incluso así, seguirá atormentándome.
Tate acarició su espalda, transmitiendo calidez a través de su toque.
—Rae dijo que nunca habías hablado de lo que ocurrió. Al menos, no de todo.
Joy negó y sus labios se estiraron más en una mueca que en una sonrisa.
—¿Cómo podría?
—Puedes confiar en mí.
—También quieres saberlo, ¿verdad? —Su mirada castaña lo enfrentó—. Cómo sobreviví.
Un recuerdo acudió a la mente de Tate, uno de aquella conversación que había tenido con Rae en el tejado de la casa. Comprendía la importancia de que Joy pudiera hablar sobre lo que había sucedido aquel día, aunque fuera doloroso. Sabía que Rae esperaba que él fuera esa persona en la que Joy confiara plenamente. Sin embargo, en ese momento, no se sentía capaz de presionarla para conocer la verdad. Si hablar del pasado le causaba más dolor, él no quería asumir esa responsabilidad.
—No tienes que decirme, pero quiero ayudarte. Creo que si lo dices en voz alta, al menos una sola vez, quizás podrás sanar y dejar ir el pasado.
Joy apartó la mirada y él sintió su aliento cálido contra su camisa. Ella guardó silencio y Tate no insistió. Al contrario, abrazó su cuerpo hasta que Joy empezó a hablar.
—Aquel día, lo primero que escuchamos fueron los gritos. —La voz de Joy era baja, quebrada y fría—. Ellos aparecieron de la nada. Algunos estaban vestidos como guardias, otros como meseros o con un atuendo todo oscuro. No estoy segura de cuántos eran con exactitud. Tal vez ocho, diez o más. No hicieron preguntas, no dieron explicaciones, solo... éramos presas en una cacería para ellos.
Tate experimentó un estremecimiento y sintió un nudo apretado en la garganta. La impotencia se entrelazaba con un poderoso instinto de protección que ardía dentro de él.
—Había personas fuera de la carpa principal del evento; ellos fueron sus primeras víctimas. Luego las personas empezaron a dispersarse mientras gritaban y corrían. Como siempre, mamá reaccionó más rápido que yo. Ella dijo mi nombre y apretó mi mano antes de correr. Recuerdo que miré hacia atrás y vi los cuerpos en el suelo.
Sus miradas se encontraron, y en los ojos de Joy se reflejaron una multitud de emociones complejas y profundas: tristeza, desesperación, soledad y miedo.
—Nunca me había sentido tan aterrada y desesperanzada. Era una masacre. En ese momento, en medio de los gritos, el sonido de los disparos y la sangre, pensé que todos moriríamos allí. Sin embargo, mamá nunca dejó de tener esperanza. Decía que si lográbamos llegar al bosque que rodeaba el campo, podríamos escondernos y todo estaría bien.
Joy se sumió en un silencio que hizo que el corazón de Tate latiera con intensidad, lleno de incertidumbre.
—¿Pudieron llegar a los árboles? —se obligó a preguntar, casi conteniendo el aliento.
Ella negó con tristeza y bajó su rostro en un gesto de derrota. Las lágrimas brotaron de sus ojos, brillantes y desbordantes. Su rostro se contorsionó con pesar y sus labios temblaron, incapaces de contener la aflicción que la embargaba.
—Había un hombre siguiéndonos, gritando y disparando, así que mamá se puso detrás de mí mientras huíamos. Entonces disparó hacia nosotras y ambas caímos al suelo. Yo quedé inconsciente. Me golpeé la cabeza con una piedra. Cuando desperté, mamá estaba sobre mí y me dijo que no me moviera. Al principio, pensé que todo estaría bien, pero mamá estaba herida y yo no pude hacer nada. —Un sollozo entrecortado escapó de su garganta, acompañado por lágrimas que caían sin cesar—. Me quedé inmóvil mientras ella se desangraba. En medio del caos, tuve que ver y sentir cómo su vida se apagaba. Se sacrificó para que yo pudiera sobrevivir. Fueron los minutos más largos y agonizantes de mi vida.
Con la última confesión, Tate deseó poder detenerla, pero su propia voz se había apagado. Miró fijamente a Joy, buscando ofrecerle consuelo, aunque sabía que sus palabras no podían curar la herida que aún sangraba en su interior.
—Cuando mamá se despidió de mí, mi corazón se rompió dentro de mi pecho —afirmó, restregando una mano por su rostro—. Solo recuerdo que intenté abrazarla y caí en un estado donde no estaba consciente ni dormida. No estoy segura de cuánto tiempo pasó hasta que llegó la policía y los bomberos. Cameron me encontró; había estado buscándome. Me ayudó y se quedó conmigo hasta que me trasladaron al hospital. El resto de la historia... ya la conoces.
Tate asintió con solemnidad y sostuvo el rostro de Joy entre sus manos, tratando de secar sus mejillas húmedas.
—Lo siento mucho, Joy.
Sus palabras podrían haber sido vacías en ese momento de profundo dolor, pero su pesar era auténtico. Y si a él le dolía, no podía ni imaginar el dolor que Joy sentía después de haber vivido su peor pesadilla. No era justo que alguien tan dulce y gentil como ella hubiera tenido que pasar por algo tan cruel.
Mientras la sostenía entre sus brazos, presenciando su llanto desconsolado, crudo y honesto, Tate se quedó sin palabras para aliviar su sufrimiento. No había nada que pudiera hacer para traer de vuelta a su madre, así que apretó su cuerpo con más fuerza, deseando con fervor que ese abrazo pudiera ser lo suficientemente poderoso como para alejar la oscuridad de su pasado y guiarla hacia un futuro feliz y lleno de luz.
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