Capítulo 35

—No voy a detenerme —prometió Tate contra sus labios.

Él besó su frente y la levantó en sus brazos, mientras ambos reían tratando de subir las escaleras sin perder el equilibrio y sin golpear las paredes del pasillo hasta llegar a la habitación de Tate. Cayendo en un torbellino de sábanas sobre la cama, quedaron enredados en un abrazo apasionado. Los dedos de Joy lucharon por desabotonar la camisa de Tate, pero con poca suerte. Él se apartó para despojarse de su ropa mientras Joy lo observaba, jadeante. Con su mano extendida hacia el nudo de su bata de seda, Joy estaba a punto de desatarlo cuando Tate suavemente sujetó sus dedos y negó con una mirada cargada de significado.

—Yo lo haré.

Joy se quedó sin aliento mientras sus ojos recorrían cada línea y curva de piel que se revelaba ante ella. Tate era una verdadera obra de arte. Su cuerpo no era voluminoso ni excesivamente musculoso en el pecho o los hombros. En cambio, tenía una constitución tonificada y naturalmente esbelta, con un torso definido y músculos elegantes en los brazos, la cintura y las caderas estilizadas. Su piel, de un tono dorado, era suave al tacto y tremendamente atractiva.

Cuando Joy extendió su mano y la deslizó por el vientre de Tate, sintió el calor de su piel y la tensión de sus músculos. Él sujetó su mano, entrelazando sus dedos, mientras su mirada intensa exploraba el cuerpo de Joy, deteniéndose en su rostro. En ese instante, el corazón de Joy palpitó con fuerza en su garganta, y no ofreció resistencia cuando él tiró suavemente de su mano, invitándola a acercarse más.

Joy recogió la falda de la bata y el camisón con los dedos y se acomodó en el regazo de Tate, con las piernas a cada lado de su cuerpo y los brazos rodeando sus hombros. Sus rostros quedaron tan cerca que Joy pudo verse reflejada en pupilas oscuras. Entonces, él soltó el pañuelo que sujetaba su cabello y los rizos de Joy cayeron hasta su cintura.

—Es lindo —dijo Tate, enredando un rizo entre sus dedos.

Ella sonrió con ternura, sintiendo una agradable calidez en su pecho.

Tate hundió su rostro en el hueco de su cuello, entre los rizos salvajes de Joy, y ella se estremeció al sentir sus labios besando su piel. Cuando la bata de Joy se interpuso en el camino de su boca, Tate desató el nudo de la prenda y con manos suaves abrió lentamente el escote.

—¿Sientes curiosidad? —Joy quiso saber.

—Desde el primer momento —admitió Tate—. Me atrevería a decir que es una regla universal: una mujer no puede pasar frente a un hombre con una bata de seda y no esperar que no tenga curiosidad.

Joy lucía un camisón de color lavanda. La parte superior presentaba un delicado encaje en un escote triangular, mientras que la falda larga de seda mostraba sutiles aberturas a los costados de sus muslos. A simple vista, era una prenda básica, cómoda y sencilla, pero el reflejo de admiración y deseo en las pupilas dilatadas de Tate hablaba por sí solo.

—¿Cómo cuántos tienes de estos? —preguntó Tate, y en sus ojos brillaba una chispa traviesa.

Joy sonrió mientras él deslizaba la bata de seda fuera de sus hombros.

—Tengo varios, unos más cómodos y otros más reveladores —respondió Joy en una clara provocación—. Si te portas bien, tal vez te deje elegir alguno —finalizó en un murmullo seductor.

En los labios de Tate se dibujaba una leve sonrisa mientras rozaba la barbilla y los labios de Joy con su boca. Comenzó con un beso lento y travieso, pero luego se transformó en una caricia ardiente que ninguno pudo controlar. Ambos gimieron contra los labios del otro. Tate apretó los pechos de Joy sobre el encaje y ella arqueó la espalda, hundiendo los dedos en sus hombros. Un remolino ansioso se agitó en su vientre y sus dedos temblaban. No podía engañarse, estaba disfrutando de esa intimidad, pero también se sentía nerviosa.

No quería arruinar esa noche, pero una débil voz en el fondo de su mente le generaba inquietud. Joy retrocedió un poco y sus miradas se encontraron, entrelazando emociones difíciles de expresar con palabras.

—Ha pasado un tiempo desde que hice esto —admitió, intentando aliviar sus nervios.

La expresión de Tate permaneció serena y amable. A pesar de la intensidad en sus ojos oscuros, no se apresuró. En cambio, depositó un beso tierno sobre la mejilla de Joy antes de juntar sus frentes en un gesto de cariño y complicidad.

—Para mí también ha pasado un tiempo. ¿Te sentirías mejor si tienes el control?

«¿El control?»

—Puedes hacer lo que quieras y definir tu propio ritmo.

Joy examinó detenidamente el rostro de Tate durante varios segundos. La pregunta que él le había planteado la dejó desconcertada. Ninguna de sus parejas anteriores se había mostrado tan considerada y dispuesta a cederle el control como Tate lo estaba haciendo en ese momento.

Finalmente, Joy asintió, aunque sus mejillas se sintieron calientes. Tate sonrió y a ella le pareció ver un destello fugaz en sus ojos, como si ceder el control, en lugar de molestarle, le pareciera un desafío. Sin soltarla de su regazo, acomodaron sus cuerpos hasta que su espalda quedó apoyada sobre las almohadas y ella descansaba contra sus muslos.

Joy hizo una inspección rápida y descarada de él, empezando por su rostro atractivo y sus cabellos despeinados contra la almohada. Luego descendió por su pecho musculoso y sus abdominales marcados, hasta la línea baja de sus caderas donde empezaban sus jeans.

Sus labios temblaron cuando se sintió descubierta y, para distraerlo, apoyó las manos junto a su cabeza y colocó su boca sobre la de él. Fue un beso femenino, suave y exploratorio. Cuando su lengua susurró a través de sus labios, él abrió la boca y permitió que ella lo saboreara como él la saboreaba a ella.

Joy se apartó, ignorando la queja suave que salía de la garganta de Tate, y llevó sus manos alrededor de la falda arremolinada de su camisón. La queja se cortó. La intensa mirada masculina fue un toque casi físico cuando ella levantó el suave material sobre su cabeza y lo arrojó al suelo.

En ese breve momento, Tate exploró su cuerpo sin reservas. Joy sintió sus ojos en su rostro sonrojado, en la cascada de cabello salvaje que cubría su espalda y flotaba a su alrededor, en las líneas finas de sus hombros y sus brazos, en sus pechos firmes, en la fina cintura y en su abdomen ligeramente curvado, y una corriente de calor atravesó su cuerpo hacia el lugar más sensible y honesto de su cuerpo.

Joy tomó un par de exhalaciones profundas, Luego volvió a inclinarse sobre él, dejando que su cabello cayera en cascada alrededor de ellos, y sus labios se encontraron en otro beso lento y persuasivo mientras Joy se maravillaba por el contacto de sus pieles desnudas; él, tan firme, y ella, suave. Meció su cuerpo contra el de Tate en un vaivén lento y provocador que endureció sus pezones. La sensación fue rica, embriagadora y tuvo un efecto inesperado. Era una tortura.

—Me duelen los pechos —murmuró, en una queja muy privada, que escapó de sus labios.

Tate besó su barbilla despacio y acarició uno de sus muslos.

—Ven aquí —replicó—. Déjame besarte.

Joy no estaba segura de a qué se refería hasta que él aferró su cintura y empujó su cuerpo hacia arriba, dejando sus pechos sobre su cara. Todo el calor de su cuerpo subió a su rostro cuando vio cómo su boca se cerraba alrededor de una de las puntas endurecidas. Su mente quedó en blanco en el instante del contacto y después se reinició en una ola de placer. Un gemido entrecortado se atascó en su garganta cuando Tate tiró de su piel con cuidado con los dientes. Joy se inclinó un poco más sobre él; su cabello era como una cortina de rizos oscuros que volvía esa intimidad casi insoportable.

Tate soltó su pezón para morder con suavidad la parte inferior y vulnerable de su pecho antes de brindarle las mismas atenciones al otro. Él succionaba y excitaba su piel con tanta fuerza que Joy podía sentirlo en su vientre y un poco más abajo. Tate la llevó al borde cuando empujó el encaje de su ropa interior y acarició la humedad entre sus piernas. Joy gimió y movió sus caderas contra su mano con algo de torpeza.

—Eres muy sexy —susurró Tate contra la base de su garganta.

Joy se estremeció no solo por su respiración caliente contra su piel sensible, sino por la forma en que le hablaba, con esa voz grave y profunda que solía invadir sus sueños más privados. Otro gemido se escapó de sus labios cuando Tate excitó su clítoris y deslizó dos dedos en su interior, provocando su piel hasta que Joy se volvió una masa jadeante, con el cuerpo caliente y los pensamientos desbaratados.

—Tate... —suspiró, dejándose llevar por todas las sensaciones que la recorrían.

—No te contengas —la animó, mirándola con ojos oscuros e intensos.

Incitada por él, Joy meció sus caderas contra sus dedos con movimientos profundos e insistentes. Sus uñas se clavaron en el pecho de Tate y mordió la piel sobre su pulso, provocando, succionando, saboreando. Él soltó un gruñido bajo y enredó su mano entre los rizos de Joy para atraer su rostro y besarla. El beso la dejó sin aliento y envió una corriente de placer por todas sus terminaciones nerviosas. Tate jugó con su lengua al mismo ritmo que sus dedos. Joy apretó sus pechos contra la solidez de sus músculos y se meció contra él hasta el punto en que ambos estuvieron fuera de control.

En medio de respiraciones suaves y jadeantes, ambos terminaron de desvestirse y Tate buscó un condón. Ninguno habló mientras Joy se sentaba y usaba su mano para guiarlo dentro de ella. Descendió despacio, sintiendo cómo las paredes de su sexo se contraían a su alrededor. Estaba preparada, tan húmeda que apenas le costó unos segundos acostumbrarse a él. Luego empezó a moverse con lentitud. Echó su cabello hacia atrás y colocó las manos sobre el abdomen de Tate para sostenerse.

Él igualó su ritmo, fue a su encuentro, aferrando sus muslos y después sus caderas, mientras Joy se deslizaba hacia abajo con su propio ritmo, impetuoso y casi desesperado. Sentía que había perdido la cordura y se dejó llevar por su instinto y por el deseo. Entre gemidos, descendió sobre él. Lo hizo de nuevo. Y otra vez que el placer atravesó como un rayo todo su cuerpo, su mente se eclipsó y su conciencia dejó de existir. 

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