Capítulo 34
—¡Claro que no estoy celosa! —espetó Joy mientras recogía los frutos del Rowan durante el atardecer.
Marigold, desde una de las ramas, soltó un maullido como si expresara su incredulidad.
—Bueno, solo un poco —admitió al fin, mordiéndose los labios.
¿Y cómo no iba a estar celosa? Tate aún no había regresado a casa y ya estaba oscureciendo.
«¿Y si no regresa?», replicó aquella voz insegura en su mente.
La pregunta se repetía una y otra vez, escapando desde lo más profundo de su mente, donde Joy luchaba por empujarla y evitar enfrentarla. Era una tortura y se sentía más celosa de lo que estaba dispuesta a admitir.
—Regresará pronto —dijo en voz alta, sin estar segura a quién se lo decía, si a Marigold o a sí misma.
La gata maulló de nuevo, esta vez sonando de manera irónica, como si estuviera burlándose de la situación.
—Pero... pero si no regresa, está bien. Es su vida personal. Puede hacer lo que quiera. Y estoy bien con eso, ¿no?
Esta vez, no hubo respuesta alguna. Joy detuvo su tarea y levantó la mirada hacia el cielo, observando cómo las tonalidades se volvían más oscuras, presagiando una inminente tormenta. Sin duda, la lluvia estaba por llegar.
Ella soltó una respiración profunda.
—Todo es su culpa —se quejó con un mohín y experimentó una sensación de inquietud en su pecho—. Si me hubiera explicado algo antes de marcharse, no me sentiría así, tan preocupada.
Joy se mordió el labio y se puso de pie, dejando la canasta de frutos junto a la entrada del jardín. Se adentró en el invernadero para revisar los nuevos cultivos y, como había predicho, la lluvia comenzó a caer implacablemente, arrastrando consigo la oscuridad de la noche.
Apresuradamente, Joy abandonó el invernadero y se acercó al Rowan para llamar a Marigold. La gata se lanzó hacia sus brazos abiertos y Joy la protegió con su cuerpo, evitando que se mojara. Sabía que su leal compañera no disfrutaba del agua, especialmente del frío de la lluvia.
Rápidamente, entró a la casa y cerró la puerta del jardín. Juntas, contemplaron la intensa lluvia mientras las gotas golpeaban los cristales de las ventanas y el tejado. Joy estaba distraída, perdida en una espiral de pensamientos que giraban en su mente, por lo que tardó en reaccionar al sonido proveniente de la puerta.
—¿Tate?
Joy atravesó el pasillo hacia la florería y encontró a Tate en la puerta, parado bajo la lluvia. Experimentó una mezcla de alivio al verlo y preocupación por su estado. Sus ropas y cabello estaban completamente empapados. Sin dudarlo, ella se apresuró a abrirle la puerta y permitirle entrar.
—Lo siento —se disculpó Tate, observando el piso mojado bajo sus pies—. Perdí la noción del tiempo y luego empezó la tormenta.
—No te preocupes. Te traeré una toalla.
Joy subió a su habitación y buscó un par de toallas. Cuando bajó, encontró a Tate en la cocina, calentando agua en la tetera. Se había quitado el abrigo y los zapatos, pero su camisa mojada aún se adhería a sus brazos y pecho. Por un momento, Joy se distrajo al notar esta imagen, sintiendo un leve rubor en sus mejillas. Sin embargo, rápidamente reaccionó y le entregó las toallas.
—Gracias.
Joy esbozó una media sonrisa y se ofreció a preparar el té mientras él se secaba. Ambos permanecieron en silencio, pero no resultaba incómodo. Joy se mordió el labio inferior mientras luchaba contra el impulso de preguntarle sobre su cita. Sin embargo, antes de que pudiera decir algo, Tate interrumpió sus pensamientos al hablar:
—Lamento haberte dejado en la librería de forma tan abrupta.
—Está bien. Gaia se aseguró de que llegará segura.
Joy preparó dos tazas de té y dejó una de ellas sobre el mesón, justo frente a donde él estaba sentado.
—¿Y... cómo te fue en tu cita? —preguntó de forma apresurada antes de arrepentirse.
—No era una cita —contestó Tate tras beber un sorbo de té—. Solo fue una conversación.
Ella notó la sinceridad en su expresión y en sus palabras, lo cual la intrigó aún más.
—¿Son viejos amigos?
Tate bajó la mirada y contempló la taza entre sus dedos. Joy, a su vez, estudió su semblante con atención, reflexionando sobre cómo abordar el tema con cautela. No quería parecer entrometida ni invadir la privacidad de Tate, pero al mismo tiempo no podía ignorar la curiosidad que sentía.
—¿O ustedes eran pareja?
El silencio se alargó entre ellos y Joy comenzó a sentirse incómoda por haber hecho esa pregunta. Intentó encontrar algo para romper el hielo y desviar la atención, pero las palabras se le quedaron atascadas en la garganta.
—Lo siento, es un tema privado —se disculpó—. No tienes que responder...
—Wren es mi exesposa.
Joy parpadeó lentamente, procesando su respuesta inesperada en silencio.
¿¡Su exesposa!? ¿Tate había estado casado? O peor, ¿aún estaba casado? ¿Ellos estaban separados o todavía se veían? ¿Qué relación tenían? Las preguntas se precipitaron como un huracán por la mente de Joy, hasta que Tate interrumpió sus pensamientos.
—Espera, espera —pidió, y sus ojos se encontraron—. Casi puedo escuchar el sonido de tus pensamientos. Nada de lo que estás imaginando es real.
Joy se lamió los labios, inquieta, pero dejó que Tate continuara con su explicación.
—Wren es mi exesposa. Nos casamos luego de un noviazgo fugaz en la universidad y nos divorciamos dos años después cuando nos dimos cuenta de que éramos muy diferentes, al igual que nuestras prioridades —comentó él con calma—. Fue un divorcio corto y simple, pero quedaron un par de cosas pendientes por decir. Por eso, cuando volví a verla, supe que quería hablar con ella para cerrar ese capítulo.
Joy reflexionó sobre las palabras de Tate, dejando que sus pensamientos se entrelazaran con las emociones que la embargaban. En un primer instante, experimentó sorpresa y confusión al darse cuenta de que Tate no había revelado esa información con anterioridad. Sin embargo, se dio cuenta de que estaba siendo injusta. Aunque él había compartido varios roles en su vida, desde persona de apoyo hasta editor y amigo, eso no significaba que estuviera obligado a revelar todos sus secretos. Joy misma también había guardado ciertos aspectos de su pasado.
Por otro lado, no podía negar que se sentía aliviada al escuchar a Tate afirmar que ya no tenía sentimientos románticos hacia su exesposa. Una sensación de alivio y tranquilidad se apoderó de ella, y una sonrisa amable se dibujó en su rostro.
—Es un alivio que hayas podido hablar con ella y las cosas se solucionarán entre ustedes.
Tate asintió con la cabeza.
—Creo que separarnos, fue lo mejor para ambos. Ahora cada uno puede seguir su camino, con libertad y sin remordimientos.
—Ahora todo estará bien —lo alentó Joy, buscando transmitirle tranquilidad y apoyo.
Satisfecha de que Tate hubiera confiado en ella, Joy apartó el rostro y bebió un sorbo de su taza de té. Sin embargo, notó que Tate la observaba con una mirada intensa y profunda. Un presentimiento se apoderó de ella, sugiriéndole que había algo más que él quería decirle. Había algo en su tono de voz y en la forma en que la miraba que indicaba que había algo importante que quería compartir con ella. La curiosidad y la anticipación se entrelazaron en el corazón de Joy.
—¿Qué sucede?
—Durante nuestra conversación, Wren dijo que yo nunca iba por aquello que quería, y es cierto. Muchas veces, necesito la aprobación o el empuje de otros para tomar una decisión —Tate tragó saliva, mostrando su vulnerabilidad—. Pero me he dado cuenta de que, solo por esta vez, no quiero pensar tanto y quiero aceptar lo que realmente deseo.
Joy escuchó atentamente las palabras de Tate, sintiendo cómo sus propias emociones se entrelazaban con las suyas. Había algo en su confesión que resonaba profundamente en su interior, y una chispa de esperanza comenzó a encenderse en su pecho. Joy se congeló junto al mesón y su respiración se redujo mientras intentaba interpretar lo que él quería decir con sus ojos.
«¿Podría ser... yo?».
Su corazón reaccionó, latiendo con mayor intensidad y rapidez.
—¿Y qué es lo que quieres? —se arriesgó a decir.
La tensión en el ambiente era palpable mientras Tate se acercaba lentamente a Joy. Sus cuerpos se rozaron, creando una conexión eléctrica que los dejó sin aliento. Joy sintió su espalda chocar contra el mesón de la cocina, quedando atrapada entre él y la sólida superficie.
Tate colocó sus manos a ambos lados de Joy, apoyándose en el granito del mesón, y ella sintió una mezcla de nerviosismo y anticipación recorriendo su cuerpo. Los ojos azules de Tate la cautivaban, transmitiendo una intensidad que le resultaba irresistible. En ese momento, todo lo demás parecía desvanecerse, dejando solos en ese pequeño espacio de la cocina.
El silencio se mantuvo por unos segundos, como si el tiempo se hubiera detenido. Ambos podían sentir la energía cargada en el aire, y las palabras no eran necesarias para entender lo que estaba sucediendo entre ellos. Era un momento de conexión profunda y pasión contenida.
—Ahora sabes todo sobre mí —murmuró Tate y sus ojos brillando con determinación—. Soy tu editor, soy mayor que tu, estoy divorciado y soy un hombre que sabe más sobre cómo tratar a los libros que sobre cómo tratar a las personas. Además, voy a tener que regresar a Londres cuando nuestras metas se cumplan. Y definitivamente no me considero una buena opción para ti. Pero no puedo evitar preguntarme, si aún así, te gustó porque... tú eres lo que quiero.
«¡Si soy yo!».
Su corazón latía desbocado, agitado por las palabras y las emociones que se desbordaban en la mirada de Tate. Había tanto en sus ojos: miedo, incertidumbre, deseo y esperanza. Joy se sintió abrumada por la intensidad de esa mirada, por la forma en que la hacía temblar con tan solo su presencia.
Manteniendo la conexión visual, Joy alzó la mano y acarició suavemente la mejilla áspera de Tate, deleitándose en la calidez de su piel y en la certeza de que él estaba allí. Tate inclinó el rostro hacia sus dedos, apretándolos suavemente, como si necesitara ese contacto reconfortante. Una felicidad abrumadora se expandió en el pecho de Joy, dibujando una sonrisa en sus labios.
—Tú también me gustas —respondió.
Las palabras flotaban en el aire, cargadas de una atracción mutua que ambos finalmente aceptaron. Un suspiro compartido los llenó de alivio y una sonrisa nerviosa iluminó sus rostros. Aunque sus miradas aún eran tímidas, sus cuerpos parecían atraerse cada vez más. En ese momento, Joy no supo quién dio el primer paso, pero cuando sus labios se encontraron, fue como una colisión inevitable. Se perdieron en un torbellino de besos, intensos y apasionados, hambrientos por el contacto y provocadores en su entrega mutua.
Tate alzó el cuerpo de Joy sobre la encimera y ella rodeó su cintura con las piernas, fundiéndose en un abrazo apasionado. Los labios de Tate exploraron el cuello de Joy con besos intensos, mientras ella acariciaba su espalda y apretaba sus delicados dedos contra sus hombros, incitándolo a acercarse aún más. Cada suave mordisco que Tate dejaba en su piel sensible hacía que Joy se agitara, su cuerpo se volvía cálido e inquieto, y el deseo se apoderaba de ellos con fuerza irresistible.
Esta vez, ella lo besó. Fue una caricia lenta y sensual, mientras exploraban la boca del otro con creciente urgencia. Los labios de Tate eran suaves, pero al mismo tiempo firmes y cálidos. Él tanteó la entrada de su boca con su lengua y, con un gemido, le concedió su deseo. Sus lenguas se entrelazaron en una danza sensual, provocadora y ardiente.
Tate la consumía. Cada beso y cada caricia hacían que la cabeza de Joy se sintiera viva y, a la vez, felizmente confundida.
Él recorrió sus curvas con sus manos y sus cuerpos se movieron al unísono mientras se rendían a su deseo. Joy podía sentir los músculos de Tate flexionándose bajo su toque. Su ropa húmeda estaba mojando su bata y su camisón, pero no le importó. Él olía a su colonia masculina, pero también a lluvia, sudor y hierba. Era un aroma intoxicante y sexy.
Sus dedos se enredaron entre los mechones mojados del cabello de Tate mientras él se deslizaba de nuevo hacia su cuello. Un estremecimiento bajó por su espalda y Joy soltó un gemido entrecortado cuando Tate empezó a acariciar sus pechos, provocándola a través de la seda de su camisón. Había algo completamente erótico en que aún estuvieran vestidos, pero cada sensación era igual de intensa. Joy sentía el cuerpo muy sensible y sabía que la respuesta era él.
—Por favor, no te detengas —suspiró Joy cuando él se detuvo a estudiar su rostro.
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