Capítulo 32
En los días posteriores a su recaída, Joy había requerido el doble de coraje que usualmente necesitaba para existir.
Pero no se había dado por vencida.
«—Es difícil recuperarse de un trauma sin tener alguna recaída —había dicho Nora durante su última consulta—. Además, puede que parezca que no terminaste tu tarea. Pero, incluso en esos momentos, se puede progresar. Aunque en un día malo no consigas mucho, puede que ese poco conseguido tenga más valor que todo lo que hayas conseguido en un día bueno. Ahora estás lista para continuar y verás que puedes recuperar con bastante rapidez tu progreso. No te desanimes».
Entonces, Tate y ella decidieron comenzar de nuevo. Juntos se embarcaron en las tareas que solían realizar en compañía. Incluso Joy se animó a salir sola para cumplir ciertas tareas, como ir a Tippecanoe o visitar a sus vecinos.
No fue un proceso fácil. La primera vez que salió a la calle después de tanto tiempo en casa fue duro y aterrador. Apenas logró permanecer fuera durante diez minutos antes de regresar debido al temor de sufrir otro ataque de pánico. Sin embargo, Nora tenía razón: Joy estaba recuperando rápidamente el progreso que había logrado con su terapia. Aunque todavía no se sentía capaz de visitar el supermercado sola, había logrado hacerlo una vez más con la ayuda de Tate.
Usaba la fe y el apoyo que su madre, Tate, Rae y el resto de sus vecinos infundían en ella para canalizar sus emociones negativas, controlarlas y desafiar a su miedo cada día. «Quiero hacer esto. Quiero vivir», se decía a sí misma antes de salir, y entonces daba un paso, luego otro y otro.
Esa tarde, Tate y Joy decidieron seguir con la tarea posterior a la visita al supermercado y visitar la librería vintage Carmina Gadelica. Estaba ubicada en el centro de Portree, cerca de Tippecanoe. Era un local de una sola planta, con un amplio escaparate lleno de libros y un letrero sobre la puerta.
Al entrar, Joy se sintió reconfortada por el olor a libros, y se sumergió entre las pilas de libros y estanterías, disfrutando su tiempo allí. Tate la acompañaba sosteniendo una canasta para recoger los libros que ella elegía. Finalmente, Joy se detuvo en la sección de libros infantiles, cautivada por las opciones disponibles.
—¿Has pensado en volver a escribir? —preguntó Tate junto a ella—. A los niños les gustaba mucho tu trabajo.
Ella guardó silencio mientras observaba sus libros, sintiendo una mezcla de nostalgia y melancolía. Le resultaba difícil imaginar escribir historias para niños sobre superar la oscuridad y vencer a los enemigos cuando se sentía aterrorizada por sus propias sombras y no podía vencer al enemigo invisible en su mente.
—Eres una buena escritora —murmuró Tate cerca de su oído, provocando un ligero temblor en su espalda—. Deberías darte otra oportunidad. A mi me encantaría leerte.
Joy sintió un rubor en las mejillas cuando Tate apartó el rostro. Su corazón latió acelerado mientras sus miradas se entrelazaban, y estaba a punto de responder cuando escuchó su nombre.
—¡Joy!
Era Gaia.
—Vine a retirar un libro acerca de soplar vidrio que dejé encargado —explicó la joven, luego de intercambiar un breve saludo—. ¿Ustedes están cumpliendo una nueva tarea?
Joy asintió.
—Me alegro por ti. Escuché lo que te sucedió en el supermercado y me sentí muy mal.
—Ya estoy bien. Fue una recaída, pero creo que hemos logrado superarla.
Tate asintió y puso una mano en su hombro, dándole un apretón reconfortante. Joy sintió cómo su corazón se aceleraba ante ese gesto. Quizás él no se daba cuenta, pero cada roce sutil e inadvertido despertaba una sensibilidad e inquietud en ella.
En los últimos días, Tate había vuelto a su comportamiento habitual: ya no la evitaba ni rehuía el contacto físico. Por el contrario, ahora era él quien iniciaba el contacto. Era algo inesperado, pero siempre reconfortante y cálido. Aunque Joy debía recordarse constantemente la decisión de Tate de mantenerse solo como amigos.
—Si no van a tardar, podemos regresar juntos a casa y pasar por un helado —sugirió Gaia.
Ambos estuvieron de acuerdo y Gaia se disculpó para ir a buscar su pedido. Mientras tanto, Joy se quedó en la sección de libros infantiles, revisando algunas novelas. Tate continuó explorando la librería, pero Joy aún podía verlo en la sección de misterio, por lo que no se preocupó.
—¿Tate? —dijo una voz femenina.
Joy levantó la mirada al escucharla y miró sobre su hombro con curiosidad. Tate también se dio la vuelta y su expresión reflejó sorpresa al ver a la mujer frente a él. Joy se acercó a ellos y se ocultó detrás de un estante giratorio.
—Wren... —musitó Tate. Su voz sonó baja, algo tensa.
No podía discernir si Tate estaba feliz de verla o no. Sin embargo, lo que sí le provocaba un nudo en el estómago era la forma en que se miraban. Había una mirada cargada de recuerdos compartidos en sus ojos.
—¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó él, y relajó su postura.
—Voy a participar en un musical en Escocia, pero una de mis compañeras del elenco quería conocer la isla. Llegamos hace poco. Haremos un par de tours antes de irnos.
Joy se sintió como una mala persona por escuchar su conversación, pero la librería no era grande, así que era inevitable no escucharlos.
—Eso suena genial.
—¿Y tú qué estás haciendo en Portree? —Ella soltó una suave risa—. Estoy sorprendida. No esperaba encontrarte aquí.
—Estoy en medio de un trabajo.
—¿Ya no estás en la editorial?
—Sí, por supuesto —respondió él, cambiando la canasta de libros de su mano en un gesto inquieto—. Estoy editando una novela y trabajando en conjunto con la escritora.
Joy se apresuró a agacharse para evitar que Tate la descubriera y se deslizó con sigilo hacia la sección infantil. Con cautela, tomó un libro y se incorporó con lentitud, como si estuviera examinando los libros en la parte posterior de la estantería.
—¡Ahí está! —exclamó Tate—. ¡Joy!
Joy miró sobre su hombro con una expresión calmada antes de acercarse a ellos.
—Joy, te presento a Wren Blakewood. Wren, ella es Joy Chapman.
Joy se sintió incómoda al intercambiar saludos con Wren Blakewood. La mujer era bonita, sus rasgos peculiares resaltaban su belleza: tenía ojos grandes, pómulos altos y labios gruesos. Su piel era de un tono dorado, al igual que su cabello y ojos ligeramente más oscuros. Era alta, delgada y atlética; parecía una deportista o bailarina. En contraste, Joy se sentía cansada y descuidada, lo que evidenciaba la falta de sueño en su rostro y su apariencia.
—Estoy trabajando con Joy para publicar su última novela —explicó Tate antes de mirar a Joy—. Y Wren está aquí para participar en un musical.
—Soy bailarina —agregó la mujer.
Joy esbozó una sonrisa insegura mientras Wren y Tate conversaban sobre amigos en común y viejos recuerdos. Se sentía como una intrusa y no sabía qué hacer ni qué decir. Casi prefería estar escondida detrás del librero.
—Debo regresar con mi grupo —afirmó Wren, dándole un vistazo al reloj en su muñeca—. Te ves bien, Tate. Fue agradable volver a verte —murmuró, y se acercó a rozar su mejilla.
Joy sintió un nudo en el estómago al ver la familiaridad con la que Wren tocaba a Tate, la forma íntima en que pronunciaba su nombre y la mirada tan familiar que intercambiaban. Quiso sugerirle a Tate que buscaran a Gaia, pero él se adelantó, dejándola con una sensación de incomodidad y confusión.
—¡Wren! ¿Tienes tiempo esta noche? —preguntó él—. Quisiera hablar contigo.
Joy sintió un incómodo peso en el pecho.
—Lo siento, me voy en unas horas, pero... creo que podría escaparme ahora —respondió Wren con un atisbo de sonrisa.
Ella captó la indecisión en su mirada y comprendió el motivo detrás de ello.
—Está bien. Ve —lo animó, con el corazón acelerado—. Puedo regresar a casa con Gaia.
—¿Estás segura?
«No».
Joy asintió con tristeza, reconociendo la realidad de la situación. Aunque deseaba tenerlo a su lado, entendía que no existía un compromiso formal entre ellos. La química y las palabras no dichas no eran suficientes para establecer una relación exclusiva. A pesar de su deseo de envolverlo en sus brazos y alejarlo de allí.
—Gracias —Tate sonrió y le entregó la canasta de libros—. No te preocupes. Te veré luego.
Joy vio cómo se marchaba y sintió el impulso de detenerlo, pero se contuvo. Su corazón repiqueteó con fuerza en su pecho y se preguntó qué estaba intentando decirle.
—¿Qué sucedió con Tate? —preguntó Gaia, deteniéndose a su lado.
—Volverá a casa después —respondió, tragando el nudo en su garganta—. Ya podemos irnos.
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